Modificaciones corporales: una cartografía por trazar
junio 18, 2010
La Belleza: Una esclavitud monsturosa
Por Karini Apodaca
La belleza es una apreciación subjetiva y temporal. No se define, se reconoce
El cuerpo habla incluso
cuando uno no quiere que hable.
Pierre Bourdieu
La modificación corporal se observa en la mayoría de los pueblos del mundo sin importar geografía o momento histórico, es una constante en las culturas y en muchos casos, un sinónimo de civilización. Las transformaciones del cuerpo están impuestas en el Ser Humano como algo natural, cotidiano y normal, al someterlo a diferentes cambios, ya sea por razones tradicionales, costumbristas o por los cánones de belleza propios de la comunidad.
En la actualidad, hombres y mujeres buscamos insistentemente métodos y recursos económicos para alcanzar la perfección de nuestra anatomía. Las transformaciones en la intimidad y estilos de vida giran en torno a este obsesivo propósito por conseguir una apariencia lo más apegada al modelo de perfección en boga. Al igual que las niñas en China toleraban estoicamente un proceso de hasta seis años para deformar sus pies y así acceder a una vida feliz, o por lo menos, con más posibilidades de casarse con un hombre rico, todos aspiramos la perfección física. Obedeciendo una programación cultural, alteramos la superficie hasta conformarla a los ideales estéticos, sociales y eróticos, creyendo que estas modificaciones nos darán un giro de tuerca completo, que cambiarán nuestra vida y que sus océanos de incertidumbre se evaporarán.
Naturaleza versus cultura
Una cara bonita es un regalo del cielo, un par de pies bonitos es trabajo mío.
Adagio chino
Hasta 1911 era común en China el término lirios o pies vendados, forma poética para referirse a la mujer a la que, durante la infancia, le habían modificado los pies con el propósito de tornarla estéticamente grácil.
De esa costumbre, poco entendida por los occidentales de hoy, no se conoce el origen exacto; se sabe que las bailarinas de palacio en el siglo 10 fueron las primeras en vendar sus pies con cintas de seda con la finalidad de acentuar sus delicados movimientos. Más adelante, las clases altas adoptaron esta novedad estética y en el siglo 16 la práctica se popularizó por el territorio chino y en todas sus clases sociales.
Los intentos de la dinastía Manchú por erradicar tan especial ritual de belleza fueron inútiles. Con el tiempo, el significado de realzar la gracia del movimiento derivó en una forma de restricción de los mismos, adaptándose el ritual a los preceptos femeninos defendidos por Confucio: vida doméstica, virtud, maternidad y trabajo manual. Fue la revolución la que puso fin a esa costumbre.
La deformación de pies pronto se convirtió en el símbolo máximo de belleza y erotismo; el dolor diurno quedó justificado con la probabilidad del placer nocturno.
Al verse limitadas las mujeres chinas desde niñas para moverse, esta práctica se consideró como un instrumento de opresión masculina. Dorothy Ko, en una serie de conferencias acerca de El erotismo en China, explica que “la dominación masculina sobre la mujer a través del vendaje de los pies es una razón importante, más no suficiente, para explicar que esta práctica se mantuviese durante mil años”.
En este contexto, existen al menos tres razones para la práctica del vendaje: La actitud china hacia el sexo y el placer derivado de él, los pies vendados como símbolo de feminidad y el estatus.
Del análisis de las pinturas del libro de arte erótico chino Dreams of Spring, Ko establece como la posible razón de la perpetuación de esta costumbre por tantos años el hecho de que “en China el sexo es visto como una fuente regeneradora de la naturaleza y el placer sexual femenino como un elemento clave para alargar la longevidad del hombre y esto es muy distante de la concepción católica de la sexualidad”.
En este entorno natural destaca la importancia de la ropa interior en la mujer y sus zapatos, los cuales nunca se quitará en presencia del hombre ni siquiera durante el acto sexual: “La naturaleza no es tan bonita como la cultura”, enfatiza Ko. El vendaje es una manera de rehacer el cuerpo para esconder la naturaleza y así despertar la imaginación erótica de lo oculto y lo prohibido.
Además de los motivos eróticos, Ko sostiene que "los chinos dan mucha importancia a cubrir los cuerpos con ropa porque ésta es una de las diferencias entre el ser humano y el animal". A su vez, la ropa, las joyas y muy especialmente los zapatos se convierten en símbolos de status, por la calidad de los materiales y la minuciosidad de los bordados; y de feminidad, ya que en el pensamiento chino la diferencia de género no es tanto biológica como cultural.
En ese territorio de Asia había toda una taxonomía de los pies. Se les llamaba lotos dorados sí medían 3 pulgadas; lotos plateados, si tenían una longitud de 4 pulgadas, y de hierro, si medían más. Los pies se convirtieron en objeto de devoción y del mismo modo sucedió con los zapatos.
Si deseas conocer el procedimiento de ésta modificación entra a este sitio.
Cirugía cosmética, los nuevos lirios
Lo bello es el comienzo de lo terrible que los humanos podemos soportar.
Rainer María Rilke
Los cánones de belleza artificial inalcanzables aún existen, procedimientos quirúrgicos más complejos que la deformación en pies están en boga, una inseguridad alimentada a diario por el Dios Mercado con nuevos cosméticos, como tratamientos con bisturí, dietas, ejercicios y moda invaden nuestra cotidianidad con la promesa de la perfección. La cirugía cosmética comienza cuando las personas identifican en su aspecto físico un problema que desean corregir cambiando su exterior para ponerlo en armonía con el interior; el problema reside en lo subjetivo que puede llegar a ser el concepto personal de la imagen corporal, en su contenido informativo, perceptivo y afectivo.
El término “cirugía plástica” proviene de la palabra griega plastikos, que significa reconstruir, moldear, modelar o crear. Dentro de la disciplina de la cirugía plástica se encuentra la estética o cosmética, que representa un uso particular de la especialidad y que centra su capacidad operativa en la corrección de algunos rasgos morfológicos no aceptados o no compatibles por los pacientes con los cánones de belleza mediáticos en una cultura determinada.
En el afamado texto The Beauty Myth, Naomi Wolf señala que vivimos en carne propia la “Era quirúrgica moderna”. Afirma, asimismo, que los sistemas digitales han creado modelos de belleza post-humanos, lo que hace que de alguna forma el imaginario individual se desplace hacia los llamados extremos de la belleza.
Cabe reflexionar sobre la forma adecuada de categorizar y nombrar a esta nueva adicción a las cirugías estéticas y el exhibicionismo asociado, en el que las personas generalmente adineradas y famosas pretenden reinventarse a y cambiar continuamente la apariencia mediante rinoplastias, lipoesculturas, implantes de mentón, de mejillas, estiramientos faciales y hasta coloración de la piel. Adinerados y famosos se someten continuamente a transformaciones quirúrgicas, a veces grotescas y estrafalarias, como implantes excesivos de silicona en los labios, senos y pómulos, entre otros, sin olvidar la aplicación intradérmica de botox, ácido hialurónico y biopolímeros al menos cada cuatro meses.
En muchos casos no desean ocultar sus rasgos sino resaltarlos. Es así como la estética del momento sigue al pie de la letra las tendencias de la globalización. Se producen constantemente oleadas novedosas de apariencias impactantes, se impulsan categorías estéticas particulares provenientes de las nociones de lo caótico y lo monstruoso, tales como la inestabilidad, lo dinámico, lo imprevisible, la indecisión en las formas; la turbulencia, la discontinuidad, lo aleatorio, el bricolaje y lo amorfo. Se habla de una teratología imperante (del griego tera: monstruosidad) que nos ubica en las nomenclaturas estéticas del feísmo y lo grotesco. Se rompe la norma clásica y la rigidez tradicional del juicio de valor estético y se origina la desmesura, lo informe y lo imprevisible.
En los años recientes hemos presenciado el nacimiento de una nueva industria del embellecimiento, en la que se hace hincapié en la magnificación de nuestras características sexuales, siendo así entendible el furor por agrandar mamas, glúteos y penes.
Mamoplastia de aumento
El implante de pecho es una prótesis usada en cirugía estética para aumentar el tamaño de las mamas (lo que se conoce como aumento de pecho o mamoplastia de aumento). El incremento de volumen de la mama no fue una técnica fiable sino hasta 1962, cuando Cronin y Gerow idearon los primeros implantes mamarios y cuya premisa desembocó en Dow Corning, empresa destacada por ser la suministradora global de siliconas.
Sin embargo, en 1992 hubo una alarma por las prótesis de silicona a las que se culpó de inducir enfermedades autoinmunes; aunque posteriormente se demostró que las afirmaciones eran infundadas. Las acusaciones tuvieron como resultado que hoy en Estados Unidos sólo estén autorizadas las prótesis rellenas de suero salino. Los implantes de gel de silicona han demostrado su inocuidad y se hallan autorizados por las autoridades sanitarias en la Comunidad Europea, además de contar entre sus atributos otorgar una apariencia “más natural”.
Las indicaciones clínicas para el uso de injertos de seno suelen ser para la reconstrucción de mamas y para otras anormalidades que afectan la forma y el tamaño de las mismas. Sin embargo, vemos que las razones más comunes para la intervención son meramente cosméticas.
El aumento de senos puede hacerse de varias formas, él medico determina cuál es la mejor, dependiendo del paciente. Durante la cirugía, el médico coloca implantes ya sea de solución salina o siliconas. Generalmente se hace una incisión en la parte inferior de la aureola para disimular la cicatriz del procedimiento. Si bien existen otras formas de introducir los implantes mamarios, ésta es la más común.
La fase post-operatoria suele llevar unas cuantas horas en el hospital y el paciente evitará cargar objetos pesados o hacer cualquier tipo de esfuerzo en las siguientes dos semanas.
La mayoría de las pacientes reincide en este procedimiento porque generalmente en la primera intervención solicita implantes más pequeños de lo que realmente desea.
Faloplastia
Se entiende por faloplastia cualquier procedimientos que se utiliza para la reconstrucción funcional o estética del pene, siendo la más frecuente la de crecimiento en longitud y grosor.
Durante esta operación se libera el ligamento suspensorio del pene mediante una incisión en la parte superior del tallo, obteniendo así una mayor proyección de los cuerpos cavernosos hacia adelante. Por medio de cánulas finas se realizan múltiples túneles en la extensión del pene para introducir material de relleno, que por lo general es grasa del mismo paciente. El aumento máximo que puede obtenerse es de entre 2 y 3 centímetros con respecto al tamaño original.
El periodo post-operatorio es de 24 horas como máximo y el paciente podrá reincorporarse a sus actividades cotidianas en dos días; se recomienda abstención sexual durante las dos primeras semanas.
La imagen corporal es como una huella digital, es un estado mental que se desarrolla desde el nacimiento y que es influenciada por factores históricos (aquellos que han ido dando forma a la manera percibir nuestra apariencia) y por factores actuales (aquellos relacionados con las vivencias diarias), que determinan cómo nos sentimos, pensamos y actuamos respecto a nuestra apariencia.
Dos dedos
Por Óscar Garduño Nájera
Te voy a contar una historia:
Tengo en mis manos tres fotografías y de alguna manera te tengo a ti (y a la vez a mí me tienen las tres fotografías). Ahora estiro los brazos hasta que las yemas de mis dedos tocan tus caderas y recorren los aeropuertos de tu piel mientras los aviones de tus pensamientos despegan sin contratiempo alguno; un corazón dentro de un molcajete da instrucciones de vuelo y de aterrizaje.
Y cuando desciendo por las primeras curvas te estremeces y estremeces aún más las alas de mis aviones que son meras extensiones de lo que tú dices cuando estás a solas, o de lo que haces con dos dedos, o de lo que siempre has querido hacer (niña perversa).
Tu cuerpo tiembla ligeramente como una nube deforme que un buen día se encuentra extraviada de las demás porque la han echado del pueblo de las nubes por tener truenos de pensamientos, rayos frente a los demás; rebeldía insólita en un lugar donde las más rebeldes son acaso las que pintan sus rostros de gris o de negro.
Me detengo por un instante y repaso la historia: el eco de mis palabras llena de sombras mi (¿o tu?) habitación. Bebo entonces de tu respiración agitada (¿huracanada?) y los dos nos transformamos en viento.
Abres la boca en forma de círculo, soplas y los dos salimos expulsados por una rendija de la ventana de tu recámara, donde hasta hace unos minutos estabas recostada en la cama pensando cómo una mujer puede hacer el amor en la soledad de sus piernas abiertas, ropa interior negra y pezones hinchados de sol.
Pasamos por una ciudad miniatura y me dices que si cierro los ojos puedo volar mejor. Tengo miedo a las alturas y no atino más que a agarrarme de tus manos, mientras tratas de meterme entre tus piernas, temiendo, quizás, una posible caída.
Por fin consigo entrar y juego con tus vellos erizados por un soplo que viene desde lejos; sonríes con sonrisa de nube y dejas caer en mis labios agua, un líquido aire que emana de ti; me pego más a tus piernas de vapor mientras en las alturas hacemos piruetas; seguramente abajo alguien nos está mirando y seguramente, de contar con alas, lo invitaríamos al cóctel que nos brinda el instante de la desolación.
Pero no.
Tú dejas escapar el líquido, yo intento mojar mi cuerpo y los dos somos como abejas distraídas en busca de un panal. Damos vueltas y nuestros cuerpos de aire se mezclan con suspiros. Me separo un poco de ti y te miro desde lejos. Luces como una fotografía en medio de las nubes y en cuanto quiero correr tras de ti desapareces y vuelves a aparecer metros adelante, lejos de mí.
Tendida en la cama solitaria y tu ropa interior negra. Llueve y las ventanas se empañan. Alcanzo a ver antes de desaparecer cómo dos dedos se pierden dentro de ti.
Te voy a contar una historia:
Circunsición ¿Cuestión de rutina?
Por Lydia Álvarez-Camacho
Soy de familia de diabéticos, lo que no sería un gran problema si no fuéramos también tercos y orgullosos. Más de una vez hemos vivido la terrible situación de que por el descuido de una herida en los pies, un miembro de la familia se enfrenta a una amputación. Fue mucho más radical en el caso de mi abuela paterna que en el de mi abuela materna, pero en ambos hubo llanto, tristeza y duelo por esa parte del cuerpo que ya no estaba más.
Cuando el prepucio de un varón no se desarrolla correctamente, es posible que sea necesario amputarlo. Sin embargo, en este caso rara vez los involucrados lloran, se sienten tristes o se permiten un periodo de duelo. Se considera que un hombre que se hace la circuncisión no pierde nada en realidad. ¿No es cierto que mucha gente lo hace incluso sin ninguna necesidad médica, por razones religiosas o culturales?
Algunas religiones, como la hebrea, prescriben la circuncisión de todos los varones, como una forma de marcar su pertenencia a la comunidad. La razón de fondo es debatible, pero Maimónides, un famoso rabino medieval, en su libro “Guía de Perplejos”, establece que el propósito es un perfeccionamiento moral, una forma de evitar el excesivo disfrute de la sexualidad, reduciendo la sensibilidad del pene.
La reintroducción moderna de la circuncisión tiene propósitos similares. Durante el siglo 19, los médicos la prescribían como remedio contra el “auto-abuso”; es decir, la masturbación, la cual se creía que provocaba neurosis e incluso la locura. Ya entrado el siglo 20, el Dr. John Harvey Kellogg, inventor del cereal para el desayuno, la recomendaba también, agregando que debía hacerse sin anestesia para que fuera conectada con la idea de un castigo y surtiera su efecto moral completo.
Es un enigma cómo fue que mucho tiempo después de que la masturbación empezó a verse bajo una luz más positiva, la práctica de la circuncisión persistió. Algunos creen que se debe al hecho de que los varones no son muy propensos a percibirse como víctimas. Si a ellos les habían hecho la circuncisión, debía ser algo bueno y si era bueno debían hacérselo a sus hijos. Los que proponen esta versión, la apoyan con el hecho de que, por lo general, en las familias donde la tradición se interrumpe, es por intervención de la madre, no del padre.
Hoy en día los pediatras están obligados a aclarar a los padres que la circuncisión rutinaria no es necesaria y que las medidas de higiene básicas son suficientes en la mayoría de los casos pero, por lo regular, los médicos no se niegan a practicarla si los padres lo solicitan porque la costumbre es difícil de romper. Por poner un ejemplo, en la comunidad judía las consecuencias de pasar por alto este ritual pueden ir desde la ruptura con familiares cercanos hasta el ostracismo total por parte de la comunidad.
En esta situación de gran presión, no se esperaría que los padres judíos decidieran romper bruscamente con la tradición; sin embargo, actualmente ya hay una pequeña minoría que sí lo hace. Unidos por medio de foros de Internet, han decidido adaptar sus creencias religiosas a sus nuevas convicciones, y cambiar el tradicional bris milah, por el llamado bris shalom, una fiesta de bienvenida sin circuncisión.
Si eso ocurre en la comunidad judía, no es de extrañarse que los grupos “intactistas”, como se les ha denominado, se hayan multiplicado en años recientes. Organizaciones como Intact America, NO HARMM y NO CIRC se oponen rotundamente a cualquier modificación genital que no sea realizada por razones estrictamente médicas. Esto incluye tanto las circuncisiones rutinarias, como la mutilación ritual de los órganos femeninos y también las operaciones de reasignación de sexo no consentidas.
Algunas feministas se muestran ofendidas de que se compare la circuncisión con otras operaciones mucho más radicales en donde el daño a la función sexual es evidente. Sin embargo, aunque es verdad que los hombres circuncidados pueden tener una vida sexual muy satisfactoria, los intactitas afirman que lo suyo es una cuestión de principio y que una persona no debería ser obligada a renunciar ni siquiera a un ápice de su potencialidad sexual sin una buena razón para ello.
Además, los estudios sobre la anatomía del prepucio y sobre cuál es su función en la respuesta sexual son muy nuevos. La difusión de estas investigaciones tiene el propósito de evitar que los médicos prescriban la operación con tanta frecuencia y que consideren detenidamente todas las opciones posibles, como lo harían sin duda en el caso de la amputación de una mano o un pie.
Hoy en día, incluso algunas circuncisiones terapéuticas tienen alternativas, como lo son la frenuloplastia o la prepucioplastia, que, por el momento siguen siendo opciones bastante costosas, y es difícil conseguir a tiempo un cirujano entrenado, aunque es posible que esto cambie en un futuro cercano.
Todo lo comentado hasta este punto puede proporcionar elementos para una decisión más razonada de los padres que están considerando la circuncisión. Sin embargo, para los hombres a quienes ya se le realizó la operación, la misma información no les serviría de mucho. No obstante, también hay buenas noticias para ellos.
Para aquellos varones que no se sienten contentos con su circuncisión, ya existe la opción de la restauración del prepucio. El tratamiento es caro y bastante largo, pero a pesar de todo, hay muchos que han optado por restaurar su prepucio. Existe incluso un grupo, la Nacional Organization of Restoring Men (NORM), que da apoyo psicológico y emocional para hombres que están considerando la restauración.
Para mayor información:
http://www.jewishcircumcision.org/ Centro Judío de Información Sobre la Circunsición
http://intactamerica.org/ Intact America
http://www.noharmm.org/ NO HARMM
http://www.nocirc.org/ No CIRC
http://www.cirp.org/library/anatomy/ Anatomía del prepucio
http://www.norm.org/ NORM
Historia de Rosario
Por Cristina Hernández
Rosario observó su brazo aún adolorido por la aguja, la rosa roja brillaba abrasadora, sus espinas negras resaltaron amenazantes. “!Nunca más! Esta rosa tiene espinas” se dijo. No volvería a permitir que le rompieran el corazón de aquella manera, le había dolido el tatuaje pero no más que el rompimiento con “el amor de su vida”. Rosario hoy rinde homenaje a su dolor y a sus ilusiones muertas. Del mismo modo que en el siglo 11, Amunet, sacerdotisa de la diosa Athor, señaló su valentía y madurez cuando marcó su cuerpo con puntos y líneas que hasta la fecha conserva como una de las más famosas momias tatuadas del antiguo Egipto.
La chica salió de la tienda de tatuajes y su aspecto llamó la atención de algunas personas, la perforación en su nariz, donde brillaba un pequeño diamante le daba un toque entre delicado y salvaje. “Estas modas de hoy” comentó una señora al señalarla despectivamente, sin embargo, los tatuajes han acompañado a la humanidad desde su inicio. En 1996 se encontró en un glaciar entre Austria e Italia un hombre del neolítico con la espalda y las rodillas tatuadas. La mujer que observaba a Rosario no está sola en sus juicios, quizá una de las primeras connotaciones negativas que se le dio al tatuaje fue un decreto que lo prohibía en la Roma de Constantino, el primer emperador cristiano. Más adelante se comienza a relacionar a los marineros con los tatuajes porque se les relaciona con los viajes del capitán Cook alrededor de 1769, cuyos tripulantes admiraron y aprendieron el arte en la polinesia para trasladarlo y hacerlo popular con el tradicional tatuaje de ancla; muchos de estos marineros eran también delincuentes que se hacían a la mar para evadir la acción de la justicia durante los meses que duraba el viaje, por lo que incrementaron la mala reputación del tatuaje. En Japón, después de una época de esplendor, el tatuaje fue reservado únicamente para los criminales. El tatuaje y las modificaciones corporales no son nada nuevo. Han estado presentes en todas las culturas y México no es la excepción. Desde antes de la Conquista, los antiguos mexicanos celebraban, adornaban y protegían su cuerpo con tatuajes, escarificaciones y modificaciones corporales como la limadura dentaria y las perforaciones.
Mientras Rosario espera el transporte, piensa si no se habrá contagiado de SIDA durante el proceso del tatuaje; su preocupación no es en vano, ya que a partir de los años ochenta, con la epidemia del SIDA, se supo que uno de los medios de transmisión de esta y otras enfermedades, como la hepatitis B y C son las agujas para tatuar, ya que si no son nuevas y debidamente esterilizadas, el equipo para tatuar es un medio de contagio al estar en contacto con sangre infectada con alguno de estos virus, una razón más para que quien porta un tatuaje sea mal visto.
En la parte de abajo de la rosa roja tatuada en el brazo de Rosario el símbolo japonés que simboliza la fuerza comenzó a drenar tinta y sangre, ella limpió delicadamente la lágrima roja y negra que escurría, recordó cuanto tiempo lloró y el miedo de comenzar una nueva vida después de 8 años de relación y siendo madre de una hija de 5 años. Se preguntó si sería capaz de enfrentar su vida sola y las lágrimas le llenaron los ojos. El tatuaje y el dolor van de la mano, el proceso de realizarlo es doloroso y en muchas ocasiones los motivos también. Los nazis marcaron cruelmente con tatuajes a los judíos que fueron presos los campos de concentración, especialmente en Auschwitz; los Mara Salvatrucha, pandilla de origen guatemalteco y salvadoreño se identifican entre sí por sus peculiares tatuajes, y desde hace muchos años los reos se marcan durante su permanencia en la cárcel con métodos rudimentarios e insalubres, recordando a sus familias, sus crímenes o sus creencias religiosas. Actualmente el tatuaje es un arte que no necesariamente tiene una connotación negativa; es moda, ritual, recordatorio, adorno y expiación.
Rosario respiro profundo y sintió que el dolor de la aguja al penetrar su piel había dejado salir de alguna manera el dolor que su separación le había causado, ya no era una cicatriz en el corazón, por el contrario, su tatuaje era un recordatorio de su fuerza y de lo valiente que sería de aquí en adelante. Un joven pasó frente a ella y por un momento detuvo su mirada en el tatuaje, buscó sus ojos y le sonrió con un toque de simpatía y coquetería, ella se sonrojó y extrañada lo siguió con la mirada mientras el joven se perdía en el anden del metro. Las espinas del tatuaje ya no se veían tan amenazantes, había algo sexy y atractivo en esa rosa roja rodeada de espinas negras con el símbolo de fuerza en un extremo, lo acarició y sintió que todo iba a estar bien. Rosario se sintió poderosa, bella, ahora la fuerza y sensualidad formaban parte de su ser y saldría adelante de cualquier modo, se sintió lista para conquistar al mundo. El vagón del metro llegó sacándola de su ensoñación, sacó de su bolsa unos audífonos y se los colocó en los oídos mientras hacía a un lado a las personas que se empujaban para entrar y salir del tren, había que seguir viviendo un día a la vez.
Monocromía cultural o los humores del barro
Por María Dolores Bolívar
La obsesión por lucir pálido es tan antigua como irracional. Cremas de perla, productos a base de yerbas y exfoliantes han pretendido desde la antigüedad eliminar las huellas de color que el sol y la genética producen en la piel. Su existencia y comercio revelan la voluntad de modificar el proceso natural de pigmentación, pese a los grandes riesgos que esto implica.
“Destos barros dicen que comen las damas por amortiguar la color”
Lope de Vega
La modernidad y el imperio Español revisitaron la narrativa del color, otorgándole una complejidad rayana en lo absurdo. El número de castas nombradas a partir de las combinaciones raciales que se expresaban en lo que se dio en llamar “color quebrado” (que no es otra cosa que la tez de diversas tonalidades) es símbolo de ese sistema de poder fincado en el color y la pureza de la sangre ―torna atrás, tente en el aire, albarazado, loba, barcino, zambuigua―. El contacto con nuevos mundos resaltó la intolerancia. Palidez y blancura cobraron fuerza en el imaginario de las nuevas culturas.
La extraña costumbre de mascar barro, capturada magistralmente en Las Meninas de Diego Velázquez (1656), iba de la mano con la llamada opilación y era frecuentada por las personas ―sobre todo las mujeres― para producir palidez. Al cabo del tiempo la opilación derivaba en problemas del hígado que imponían al paciente el consumo de hierro. Al consumir el hierro la persona debía caminar para facilitar su digestión y a dicha caminata se la llamaba “pasear el acero”. Este eufemismo, como tantos otros, da a ver la vergüenza que generaba el opilarse o blanquearse ingiriendo barro, no ya por el daño que se provocaba al bazo y al hígado, sino por el temor a que se revelase el color de la persona afectada.
Parecer blanco o que otros creyeran que lo eran era la meta mayor. En ese mundo obsesivo contra la diversidad expresada en la piel, el ser de “color quebrado” o las muchas categorías que el mestizaje imponía a quienes procreaban hijos por fuera de “su raza” o “su color” debió ser causa de un tremendo sufrimiento.
Pero todavía hoy, a la violencia que sigue a la disyuntiva de las canastillas rosa y azul, es frecuente escuchar en las maternidades referencias a la tez blanca o el pelo rubio de los recién nacidos. En la jerga popular “ser prieto” suele significar ser feo, como enuncia la célebre canción de Chava Flores, “¡Ay, qué re prieto escuincle!/Opinaron periodistas que lo fueron a mirar […]” A la inquietud de las madres por constatar la salud de sus críos se suma la de auscultar el color de su piel. El nacer moreno indica, de entrada, que no se está en la clase dominante y que, por ende, se avizora esa suerte de apartheid natural en el que viven los habitantes del mundo hispano que, virtud de siglos de colonización, han aprendido a relegar el color al espectro de las realidades que se eluden a guisa de supervivencia. En el mundo cotidiano la sociedad opera en base a filtros de tonalidad tan brutales que las personas se blanquean, hoy como en el siglo de Lope de Vega.
“Yo voy fingiendo, mi querido esposo,
que estoy descolorida y opilada […]”
Piel y patria blancas
Entre las muchas obsesiones que avivaron la sed de poder de Porfirio Díaz (1830-1915), durante los treinta años de su gobierno, están la de ser hombre científico, afrancesado, civilizado, pero, sobre todo, blanco. Los científicos era el nombre con el que se motejaba a los de su gabinete, por cuya apariencia uno destaca: José Yves Limantour (1854-1935). Nacido en la ciudad de México, Limantour encarna las obsesiones y enormes complejos de Porfirio Díaz como ningún otro personaje de nuestra historia.
Ministro de Hacienda cuando tenía 39 años (1893) Limantour recordaba al General su gloria justo a la edad en que lo abandonaba la fuerza de sus años mozos. Y vivía el General atormentado por la prestancia de su joven rival político. Para las fiestas del Centenario de la Independencia, a celebrarse el día del cumpleaños del dictador, Limantour fue enviado a Europa ―se piensa que a manera de eliminarlo de una posible transmisión del mando― Al compararlos, se puede ver los esfuerzos de Díaz por alcanzar su modelo físico. Ambos lucían el pelo cano y la tez blanca ―uno de forma natural y el otro virtud de los polvos que lo hacían parecer menos moreno. Los dos lucían el bigote cano, peinado y acicalado al estilo europeo.
En sus obsesiones, Díaz quiso parecer más alto, emulando a su colaborador que lo sobrepasaba por varios centímetros. Junto al color de la piel, aspiraba a ser dueño de un rostro anguloso, delgado, evitando la redondez más característica de su ascendencia oaxaqueña. Limantour era veinticuatro años menor que su jefe/general y lo sobrevivió por veinte. Ambos murieron en el exilio, uno derrotado por su ambición, el otro, marginado y condenado a una vejez sin pena ni gloria. En la lista de dolientes no figuró Limantour. Al final de su vida las diferencias obraron a manera de color entre el General émulo y su pálido secretario.
¡Me pretendes alba!
El proceso por el cual se elimina el pigmento de la piel varía en sus métodos. A veces se utilizan jabones, otras píldoras o cremas. En un mundo más sofisticado tecnológicamente cobran popularidad, también, el laser y los tratamientos quirúrgicos. En África, Asia y el Medio Oriente la tradición del blanqueado mediante el uso de químicos se remonta a la antigua Persia. El uso de la hidroquinona y la pintura natural utilizada por las Geishas se insertan también en esa tradición.
A menudo, el blanqueado de la piel va aparejado con otras formas de auto negación, tales como el teñido del cabello, la cirugía facial, la eliminación del vello, la modificación de pies, manos, rodillas y codos. Una brutal exfoliación de las extremidades recurre incluso a lijas o efectos similares de afectación de la epidermis como el de la piedra pómez o pómex, una roca ígnea, volcánica que se utiliza para exfoliar y eliminar la piel expuesta o rugosa.
La cruda realidad para millones de personas resulta de una visión supremacista que considera e impone el que la palidez o la blancura de la piel sea vista como equivalente a gracia, belleza, estatus social.
En un poema de Alfonsina Storni la castidad es equiparada al color, “blanca”, “nívea”, “alba”, “de espumas”, “nácar”. Lo blanco como símbolo de belleza predomina en la literatura, con frecuencia asociado a la tersura, la castidad e, incluso, a la pureza. Y blancos son los personajes no solo de la literatura sino también de la mitología, las religiones, la antropología, la sociología y la historia; así Blanca Nieves, Doña Blanca, Blanca Flor.
Los riesgos del blancor
Los tratamientos para el blanqueado de la piel abundan en el mercado. Pero no todos son controlados por médicos ―o debiera decir, por la ética médica. La hidroquinona se consume hoy cuál si fuese manzanilla. Poco importa a sus muchos consumidores que se trate de un agente tóxico nocivo para los ojos, la piel y otras partes del cuerpo. Sus muchos efectos negativos no impiden que se ensalce su poder blanqueador y cuanto ese efecto influye de manera singular en la piscología de las personas morenas.
Otros venenos, el ácido Azeláico, la Tretinonina o el ácido Kojic se utilizan para sustituir el uso nocivo de la hidroquinona. Menos dañinos que los químicos, aparecen también los tratamientos naturales, como el Arbutín ―a base de diversos tipos de moras―; la miel con azúcar morena y limón; las claras de huevo batidas, también con limón; el agua de rosas; el suero extraído de la leche; las cáscaras de naranja secadas al sol; el agua de arroz; el jugo de papa; las flores del saúco y el yogurt natural.
Socialmente, el tratamiento más efectivo es el de la negación. Se elimina a la morena de las pantallas, de las revistas, de la publicidad. Cuando ésta está presente su verdadera fisonomía se neutraliza. La Barbie afroamericana cuenta con las medidas exactas de la angloamericana. Su tez pareció concesión suficiente a un mundo culturalmente intolerante a la melamina. El color, construcción social por excelencia, se vale pero no las curvas, los labios protuberantes, las diferencias semióticas. Como en el texto de Creto Gangá (1811-1871) la monocromía elimina la exuberancia cultural que se expresa en la fisonomía de las razas:
“Es un compuesto de todo,
es entre hereje y cristiana,
es como su misma piel,
entre negra y entre blanca...”
La política de la negación del color
El pasado mes de junio se desató un nuevo escándalo racial en Arizona. R. E. Wall, director de la obra mural del centro de Prescott, titulado “Go on Green” recibió la instrucción de blanquear el color de los chicos que aparecían sobre su trabajo. Reflejo del blanqueamiento real, el blanqueamiento en la obra representativa prevaleció en la lógica del Director, el Concejal y los Miembros de la comunidad de marras. ¿Sorprende? No. Tratándose de una sociedad que no se mira al espejo y que cuando lo hace es para autocensurarse, la solicitud de eliminar el color resulta apenas lógica. Con iguales pretensiones se exigió en 1997 a Sandra Cisneros, propietaria de una pequeña casa morada en el distrito histórico King William de San Antonio, que pintara su fachada de acuerdo a la paleta de la tradición victoriana.
“El color es lenguaje e historia”, defendió Sandra Cisneros. La paleta que incluye el beige surrey, el azul de Sèvres, el verde Hawthorn o el gris de Plymouth Rock, se niega a registrar los tonos indígenas, el turquesa y el morado. El color no es más que otro elemento de una narrativa. La intolerancia lo censura, filtra o tonifica de manera arbitraria. “Tone down” se dice en inglés al proceso de eliminar disidencia, impulsividad y protesta del discurso cotidiano. Para Cisneros la resolución de aquel conflicto “más grande que mi casita” parecía simple: “If they're not visually bilingual, what are they doing holding a historical post in a city with San Antonio's demographics?” (Si no son visualmente bilingües, ¿qué hacen detentando puestos de rol histórico en una ciudad con la composición demográfica de San Antonio?)
Similar perspectiva aqueja a los gobernantes y comunidad que exigen hoy que los policías detengan a personas morenas para corroborar que se trate de trabajadores legales. Ajenos a que la pigmentación de la piel domina en el planeta sobre un número superior a quienes carecen de ella, los policías de Arizona han recibido la encomienda imposible de identificar en un mar de morenos a quienes, procedentes de México o de Centro América, se hallan en Estados Unidos sin papeles. Y lo verdaderamente preocupante es que reaparezca la ola de blanqueamiento con mayor fuerza, para urdir una tipificación arbitraria de la nacionalidad, la ciudadanía y la legalidad.
Michael Jackson, paradigma de auto negación
Vitiligo, Lupus o procedimientos químicos, resulta difícil explicar en pocas palabras el proceso por el que El Rey del Pop renegó de su fisonomía, su piel y su color, su familia, su comunidad, su cultura. Sometido a un número indeterminado de cirugías, cambió sus labios, su nariz, su cabello. Deseoso de occidentalizarse, recurrió a la química, sin dudarlo, para transformar su apariencia y sus tonos.
A mí, que disfruté de su música y de su talento como todos los de mi generación, me parecía que la obsesión por transformar su apariencia lo convirtió en una víctima más de la auto negación. Hacia el final de su vida Jackson se cubría el rostro, se disimulaba a sí mismo. Pese al reconocimiento que le llegó, casi como la consecuencia esperada de una popularidad fuera de serie, Jackson vivió obsesionado por transmutar el color de su piel y ser un blanco más, uno de esa minoría que sataniza a los de tez morena. ¿Y lo logró? Es probable que su muerte sea consecuencia de esa obsesión. Sometido al dolor de una piel para siempre sensible, adicto a calmantes, analgésicos y drogas que amortiguaban su existencia en eterna transición hacia la blancura.
¿Qué hacer?
Las opciones no son pocas, aunque la búsqueda no parezca adoptar la dirección deseada. El autoanálisis, es el principio. ¡Dejar de mutilarnos o de modificarnos! Como diría un amigo, “erotizar” la realidad sin dar pie a cambios dolorosos, aún menores. Los labios sin carmesí; las axilas y piernas sin afeitar; el rostro con todo y surcos; el cabello tal cual, sin planchas ni soluciones químicas y a tono natural, así sea cano, ralo, hirsuto.
¿Y la piel? Tal y como la pretende esa caja “Crayola Multicultural”: “diseñada especialmente para el aprendizaje participativo de la identidad, la familia y la comunidad, con sus nueve tonos necesarios para la mezcla interracial: Chabacano, siena quemado, cobrizo, durazno, sepia, beige, blanco y negro, para combinar.
Cirugía plástica: Dolor y placer especular, adicciones estéticas
Por Ximena De la Cueva
Deleite y perfección
Dice Sabines que la desnudez puede mostrarnos todo, la diferencia es que la pupila capaz de verlo todo está anegada de sentimientos amorosos y nuestros cuerpos no se ven igual entre las sábanas compartidas, que en la soledad de los espejos distorsionados de la autoconcepción.
La idea de perfección física, relacionada con la percepción, permanece como un habitante del pensamiento que goza con la proyección de imágenes de los demás que consideramos bellos o agradables y en ese grupo hay un sinfín de objetos que proporcionan placer a los sentidos. Encontramos proporciones perfectas en cualquiera de los elementos que nos rodean y generan deleites incondicionales que incluso tocan el corazón.
La cirugía como principio modificador de las anatomías tiene un largo camino recorrido, y sus fines en las diferentes sociedades históricas han respondido a necesidades de salud o de estética. El cuerpo, como espacio político es donde se desatan y manifiestan encuentros y desencuentros con niveles socioeconómicos específicos, deleites incorregibles y adicciones de todo tipo, y donde estas modificaciones dejan su marca. Con el cuerpo ataviado nos mostramos ante los demás, simbolizamos y caracterizamos nuestras preferencias, miedos y rechazos. Las estructuras de poder que nos constriñen, aquellas más cercanas que las nacionales y mundiales, las domésticas, conforman nuestro conjunto de ornamentos y así decidimos tatuarnos unas alas, hacernos una perforación en el oído o teñirnos el cabello. Esta búsqueda de la identificación a través de la propia geografía se desborda cuando las modificaciones implican un quirófano y una recuperación que sobrepasará las cifras de cinco caracteres y los dolores generados por el paseo del ácido láctico en las piernas.
Sofisticación
Los patrones de conducta y de belleza que armamos a lo largo de nuestra vida como individuos y como grupo, se relacionan con la concepción del cosmos, aunque el término suene a que las siguientes palabras se referirán a sociedades precristianas. Nosotros, occidentales activos, también tenemos un conjunto de ideas referentes al cosmos, a las deidades y al cuerpo, que dispone nuestras prácticas culturales. Si bien no usamos tablas amarradas sobre los cráneos de los niños para alterarlos, ni aumentamos el número de collares para alargar el tamaño del cuello, sí tenemos costumbres y deseos donde la estética corporal define las acciones: nos depilamos, pintamos y ungimos diariamente para reconocernos mientras simplemente somos. En este punto siempre me parece curioso que eliminemos características tan zoomorfas como el vello, y busquemos encuentros sexuales con implicaciones más bien salvajes.
La cirugía, básicamente, busca resolver ya sea problemas de funcionamiento o de reparación de daños o disfunciones, y lo mismo puede, el paciente en turno, considerar su masa corporal, un elemento a modificar, sea para aumentarla o disminuirla en zonas específicas. El proceso que la cirugía implica es traumático en más de un sentido, desde la preparación emocional, hasta el sometimiento a anestesia, corte del cuerpo y recuperación de tejidos y, una vez más, de reacomodo de emociones.
La imagen líder, ideal, la que se pretende alcanzar no es inamovible. Sigue parámetros específicos desde hace un par de décadas, que se relacionan con juventud, en general, pero las especificidades sufren transformaciones con las latitudes y las necesidades del grupo. Y si bien es cierto que actualmente el nivel socioeconómico define en gran medida quién tiene acceso a cirugías estéticas que acerquen por magia simpática a estos poderosos económicos a las deidades (las que cada quien elija), los que tienen menos dinero consiguen modificaciones igual de permanentes y que conllevan iguales trastornos de personalidad, si parecen insuficientes los cambios que se van obteniendo. La persistencia de visualizar modelos y autoconcebirse como “transformable” para acercarse a esos ideales, posibilita las cirugías plásticas y en el extremo, hay quien resulta adicto a someterse a todo este proceso.
El espejo brumoso
En alguna medida muchos sufrimos de trastorno dismórfico corporal, nos vemos más o menos delgados, hermosos, listos, con respecto a lo que ven los demás (los que nos interesan) en nosotros, y aunque en gran medida nos concebimos a través de los ojos de los otros, esta falta de concordancia gana la partida y dejamos la anatomía en manos expertas (en algunos casos) para conseguir otras morfologías. Este no será el espacio para los relatos de terror de todos aquellos mutilados inconformes.
Con esta misma dirección, llegamos al llevado y traído “culto al cuerpo”, en el que si buceamos un poco, lo encontramos más precisamente como un asunto donde se busca conseguir sensaciones y estados mentales a partir de experiencias corporales. Esto se debe no sólo al efecto del ejercicio y la consabida liberación de sustancias, sino a que esas actividades pertenecen a un estatus específico que puede alimentar o matar de hambre al ego, y entonces entramos en terrenos neuronales con habitantes sumamente demandantes. Acaso haya un amante más exigente que una neurona mal alimentada...
El camino de Lombroso
Una noche, justo a las doce, y llevando a las más lejanas consecuencias los pensamientos, aparece Lombroso y con su índice lleno de acusaciones morales nos pregunta si no tenía razón. En sus estudios de morfología de criminales encontró patrones que ahora aborrecemos, pero seguimos buscando unidad morfológica que genere patrones de conducta en los demás, con respecto al modificado, específicamente, placer estético.
Hay evidencias en un buen número de sociedades donde la deformación corporal es conducida durante la infancia para conseguir diferentes efectos, a fin de reconformar el cuerpo y poder colocarlo en la casilla social correspondiente, pues los grupos de poder se construyen lombrosianamente. Sin embargo, esos cambios materiales rebasan la objetividad y dejan cicatrices en el pensamiento, hace ya 500 años un médico italiano prometía una mejora en el espíritu y la mente, por la sensación provocada frente al espejo después de una cirugía de nariz.
El cuerpo y su lenguaje son nuestro patrimonio cultural tangible y sobre él trabajamos para mostrarnos al mundo... De él emanan los gritos y los besos, con él alimentamos al corazón y al cerebro, amamos y salimos corriendo de una cama fría; ni Dante pudo dejarlo antes de salir de viaje y por su peso, los infernales, purgatorianos y celestes sabían de su condición de vivo.
Y poniéndonos suficientemente subjetivos, podemos pensar en que es posible, en medio de la turbulenta búsqueda de la belleza, que jamás llegamos a lo concebido como divino, porque sólo lo similar es lo que se busca, no lo igual, decía Plinio... Lo igual resulta inútil por su imposibilidad para mostrar o implicar novedad capaz de generar modificaciones, es la similitud la que genera y abre posibilidades.
Ilustraciones por:
Giorgio de Chirico
Aunque sus padres eran italianos, Giorgio De Chirico nació en Grecia, en la ciudad de Volos. Entre Volos y Atenas transcurrieron sus primeros dieciséis años, edad a la que, tras la muerte del padre, vuelve con su familia a Italia. Precisamente en Atenas nació en 1891 su hermano menor, Andrea, que también llegaría a ser un importante pintor, conocido por el seudónimo de Alberto Savinio. Los De Chirico eran una familia culta; el padre, un ingeniero ferroviario de origen siciliano casado con una noble genovesa, nunca se opuso a la vocación artística de sus hijos, sino que la alentó, como lo haría su viuda a partir de 1905.
El fantasma del padre
Giorgio se decantó enseguida por la pintura, asistiendo a clases de dibujo en el Instituto Politécnico de Atenas desde 1899. Cuatro años después tomará los pinceles en el estudio del retratista griego Jacobidis, donde con toda probabilidad realizó sus primeros cuadros, aunque no quede constancia de los mismos. La familiaridad con las ruinas clásicas de esta infancia griega habría de tener un peso notable en la configuración de su universo pictórico, como también la temprana ausencia del padre, muerto en 1905. Son muchos los críticos que han relacionado el desasimiento y la angustia de sus espacios pictóricos con esa resistencia inconsciente a aceptar la falta de la figura paterna: "Yo lucho en vano contra el hombre de los ojos suspicaces y enormemente dulces que se liberaba dulcemente de todos mis abrazos, sonriendo, alzando apenas los brazos. Mi padre aparecía así en mis sueños", escribió más tarde en sus Memorias.
Formación filosófica
Tras una fugaz estancia en Florencia, Venecia y Milán, Gemma de Chirico se traslada con sus hijos a Munich con objeto de continuar su formación artística. Allí permanecen entre 1906 y 1910, beneficiándose del intenso panorama artístico de uno de los principales centros de la cultura europea del momento. De Chirico recibe la influencia del simbolismo centroeuropeo y especialmente del pintor suizo Arnold Bocklin, muy presente en sus primeras obras. Aunque la escena muniquesa ofrece diversas alternativas: simbolismo, modernismo, incipiente expresionismo, la decantación del joven pintor italiano tiene que ver con sus lecturas de entonces, en las que priman filósofos alemanes como Schopenhauer y, sobre todo, Nietzsche. Esta formación, sustancialmente distinta de la habitual en los artistas modernos franceses e italianos de aquellos años, que beben más bien de la tradición poética que arranca del romanticismo -Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé-, ayuda a explicar la singularidad del artista, no siempre bien entendida en esos ámbitos.
Una obra influyente
De Chirico y su madre se trasladan a París al encuentro de Andrea. Sin embargo, una breve estancia en Turín marcará para siempre su obra con la fascinación de sus plazas y sus arquerías solemnes y decimonónicas. Poco después, empezará a pintar los Enigmas y las Torres, en los que la escenografía inquietante y congelada de las pinturas metafísicas ya está presente. En París estos cuadros despiertan el interés del poeta Apollinaire, máximo valedor del cubismo y el arte moderno de aquellos años. Por su mediación concurre al Salón de Otoño de 1912 y al de los Independientes de 1913 y 1914. Gracias a él entra también en contacto con el marchante Paul Guillaume, que le organizará varias exposiciones en París.
La Primera Guerra Mundial lo devuelve sin embargo a Italia. Alistado en el ejército, es destinado a Ferrara, fuente en lo sucesivo, junto con Turín, de los inconfundibles ambientes urbanos de sus pinturas. El contacto con Garra, Soffici y Papini, que provenían del futurismo italiano, alienta el nacimiento de lo que en adelante se conocerá como pintura metafísica. Los característicos escenarios urbanos se pueblan de sombras, maniquís y elementos de origen clásico en cuadros como Las musas inquietantes (1917-1918) o El gran metafísico (1917). La fundación, en 1918, de la revista Valori plastici dotará al grupo de entidad y servirá de transición a la posterior reivindicación del clasicismo hacia la que deriva el propio De Chirico. El año 1919 es la fecha que el pintor ha puesto a esa revelación de la pintura antigua, experimentada ante un Tiziano en Villa Borghese. Su obra metafísica, sin embargo, se convertirá en uno de los faros que iluminarán la gestación del surrealismo en el París de los años veinte. De Chirico se traslada allí en 1924, año de la fundación del grupo, y durante un tiempo mantendrá estrechas relaciones con André Breton y Louis Aragon. Participó en la primera exposición surrealista de 1925 en la Galería Pierre y su obra no faltó en casi ningún número de La Revolución Surrealista. Pero esta devoción se limita a las obras anteriores a 1919, lo que, junto a las evidentes distancias ideológicas respecto al grueso del grupo, acaba por deteriorar las relaciones a partir de 1926. Breton arremete contra él, acusándole de "sustituir la inspiración de los sueños por la respiración artificial de la pintura", y De Chirico termina por motejar a los surrealitas de "gente cretina y hostil". La deuda de Ernst, Magritte o Dalí con su obra es, sin embargo, incuestionable.
Artista independiente
Desde los años veinte, De Chirico combina incursiones en el universo de la pintura metafísica -reproduciendo a veces literalmente cuadros anteriores- con impecables reescrituras de maestros antiguos, como Rafael, y obras realizadas en su estilo. El anatema de los surrealistas ha supuesto que esta obra haya sido muy discutida por la crítica hasta fechas muy recientes. A partir de los años treinta, su suerte comercial es, sin embargo, excelente, gracias, en parte, a su triunfo en los Estados Unidos, donde vivió entre 1935 y 1938. Desde 1944 se instala definitivamente en Roma con Isabella Pakszwer, su segunda mujer, y pinta hasta su muerte con la independencia de las corrientes coetáneas que en realidad inspiró su carrera desde el principio
junio 13, 2010
junio 12, 2010
Una noche de putas
Por Magali Tercero
“Cuando empecé en la prostitución yo me decía ‘me las van a pagar, si no me quisieron comprender cuando yo quería que entendieran lo que era sano, la libertad de alguien, entonces ahora van a entender y les va a doler’. Mi padrastro me decía ‘te cuido para que no seas una puta’, y yo tenía que platicar con mis amigos detrás de una ventana con rejas, y todavía así mi padrastro los insultaba… ¡pero si yo no estaba siquiera en la calle! Y él decía: ‘tan puta la madre como la hija’. Es lo peor cuando a uno lo tachan de eso por hacer cosas inocentes. Yo dije, ‘bueno, ¿qué es la putería?, pues primero la voy a conocer’”.
El escenario de la charla es un centro nocturno de lesbianas en la colonia Roma. Estamos a la mitad de la noche de putas planeada por el diario donde trabajo para el número dedicado a la vida nocturna. Gaby, una joven de 25 años que trabaja en un antro de la Zona Rosa, se desenvuelve con soltura ante la grabadora. Me gustan su inmediatez en el trato y ese don narrativo que le permite hablar de sí misma como si fuera el personaje de una historia extraordinaria. Me gustan también su bonito rostro y sus gestos mesurados. “¡Pero si no estaba siquiera en la calle!” El tono de esta frase me impacta: creo escuchar aún a la adolescente que protesta ante la represión vital, ese sinónimo de la buena educación en muchas familias mexicanas. Una parte mía, una Magali adolescente que persiste por ahí, se identifica con Gaby.
Horas antes, nuestro Virgilio de esta noche, amigo de Gaby desde hace seis años, me ha dicho: “Todos tenemos un sueño, realizable o irrealizable, pero es nuestro y muy querido. El de Gaby es escribir”. Sentados en dos mesas situadas al fondo del prostíbulo donde trabaja ella, hemos comenzado a las diez de la noche nuestra tarea. Francisco Mata ―fotógrafo del diario― y yo, iniciamos un nervioso acercamiento a Gaby y a otras cuatro prostitutas que nos acompañarán a lo largo de la noche. A esta temprana hora, en el bar iluminado con tenue luz roja (reminiscencia de las venerii romanas, escuelas de instrucción sexual que exhibían el signo de un falo erecto pintado de color rojo sangre), lo único llamativo es la abundancia de mujeres atractivas. Ni siquiera sus atavíos lo son: falditas y mallitas entalladas, blusas en tonos vivos un poco más escotadas de lo que se ve en la calle (“con las modas de ahora las damitas parecen otra cosa –me ha dicho un taxista unos días antes– hasta se ponen las botas de la pretty woman”). Según me informan, hay 20 habitaciones arriba del bar: el cliente paga 400 mil pesos por tener sexo una vez y 800 mil por salir a la calle con la prostituta, a quien el bar cobra una comisión del 25 por ciento; si no hay intimidad la tarifa se reduce a la mitad. Mientras obtengo estos datos percibo el desconcierto de una de las jóvenes –pequeña, exuberante– quien, sentada junto a Eduardo Vázquez, también del equipo, e ignorante de que se trata de un trabajo periodístico, no comprende el olvido en que él la tiene. A mi lado, Gaby prohíbe usar la grabadora. “Hasta que salgamos”, dice, “no quiero que el dueño se dé cuenta”. Gaby está muy activa tratando de convencer a sus compañeras para que vengan con nosotros. Antes ha dicho que quiere aprender a escribir. “Quiero contar la historia de mi vida como una aventura”. Observándola, me pregunto cuál capítulo de la aventura de su vida representará esta noche.
A los 18 años Gaby fue violada por cuatro judiciales en un hotelucho de las afueras de la ciudad. En esa época era empleada de una tienda de discos en la Zona Rosa y acostumbraba a ir a bailar sola a las discos cercanas, cuando salía del trabajo. Vivía en Netzahualcóyotl con su madre, una prostituta retirada, y con su padrastro, administrador de un prostíbulo.
“Yo siempre he sido muy agresiva” –me dice enfática– “por eso demandé a los judiciales. Después de violarme me dejaron tirada en el hotel y me salí a la carretera a las cuatro de la madrugada. Entonces apareció un taxi, algo increíble. ¿Tú crees?, a esas horas y en la carretera. Le dije al chofer, lléveme a la delegación, y ahí me interrogaron y me revisaron. Di las señas de los judiciales, de la patrulla, todo… y no lo podía creer cuando me llamó el oficial que me había interrogado primero y me dijo que acababan de llegar cuatro judiciales que correspondían a mi descripción. Me dijo ‘sal a verlos’… Después fue horrible porque estuve tres días contestando interrogatorios y tuve que ir a identificar el cuarto del hotel. Yo nomás me acordaba de un cuarto con un foco rojo que estaba al fondo del pasillo, pero el empleado dijo que no había ningún cuarto así. Después lo hicieron que nos enseñara todos los cuartos. Y sí, había uno y lo reconocí. Cuando me violaron primero me aventaron bocabajo a la cama y alcancé a meter un dinero debajo del colchón, pero cuando fuimos ya no estaba. Yo lo que creo es que los judiciales estaban de acuerdo con los del hotel. También me llevaron con mi padrastro y mi mamá y luego a la tienda donde trabajaba y les dijeron que yo ya no iba a ir más.”
“Cuando me dejaron estaba tan deprimida que me fui al Kineret y ahí me encontré un chavo que me hizo la plática y todo. ‘Yo me dedico a la publicidad, ¿no te gustaría trabajar conmigo? Mañana salgo para Acapulco, vente conmigo’. Yo ya tenía mucho tiempo yendo a la Zona Rosa y antes conocí a un chavo que tenía chavas taloneando en la calle. Él me invitaba pero yo no me dejaba. No seas pendeja, tú, en lugar de estarte matando en Briyus debías ganar para pagar tu departamento’. Así que lo conozco en Kineret y me dice ‘yo sé que has andado con Franco, y sé que tiene chavas en la calle. Mejor vente conmigo’. Esto fue a los seis días de la violación y mi familia no me apoyaba y mi mamá me decía que era una pendeja por meterme en esas broncas. Entonces, ya tomando, le dije sí y agarré unas cuantas cosas y me fui con él a Acapulco [en 1991]”.
La putería es un escape
Finalmente Gaby logra organizar a sus compañeras. “¡Uf!, qué noche”, dice, “es que no se deben dar cuenta, a un señor que estuvo aquí grabando luego le mandaron dar una madriza”. “¿Por qué las amenazas, Gaby?”, le pregunto. “No, no es amenaza, es que es peligroso”. El plan es ir a otro sitio, que por cercano termina siendo “El Don”. Nos distribuimos en los coches, acompañados por unos amigos de nuestro virgilio. Me pregunto cuál es nuestra actitud, si no venimos de turistas, si la crónica no resultará superficial y mamona. “Creo que esto no va a salir”, me dice Fernando Fernández, desanimado. Gaby me llama: “Vente, seguimos platicando en el coche”, y voy a dar al asiento trasero. Nuestro virgilio desliza un sobre. Una chica rubia de rostro muy dulce se atasca de cocaína. Gaby me pone las palmas heladas sobre la cara: “Mira cómo me deja Blanca Nieves”.
En el trayecto reparo en que en esta noche de putas hay de todo excepto sexo. Incluso nuestro Virgilio parece inhibido. Este martes de febrero a la una de la mañana nos encontramos un Don desangelado, tan sólo dos o tres parejas de lesbianas bailando. “Oye Francisco, si quieres Magali y yo bailamos y tú nos tomas fotos”, le dice Gaby al fotógrafo.
“En Acapulco llegó un momento en que debíamos un chorro de lana en el hotel –continúa Gaby– y entonces este chavo me llevó a la Plaza Acapulco y me dijo ‘tú te quedas aquí’. Y yo me quedé y se me acercaron tipos, me invitaban una copa, a bailar, y yo iba. Cuando regresó él me preguntó: ‘¿Se te acercó alguien? Pues no seas mensa, cóbrales’. Ya de ahí me iba al hotel todas las tardes y los de la administración me mandaban clientes. La primera vez salí con un italiano y nos fuimos a una disco. Me puse a bailar como loca, a tomar. De lo último que me acuerdo es de que no llegamos a la habitación del hotel, hicimos el amor en el pasillo…Cuando me desperté estaba tirada ahí y mi bolsa había desaparecido. Me regresé llorando y mi padrote dijo ‘no te preocupes, ya vas aprendiendo’.
“Ya de regreso a México me pregunta: ‘¿qué piensas hacer?’ ‘Pues yo voy a hablar con Franco. Desde que me fui y empecé a ver todo lo que pasaba en Acapulco empecé a pensar qué hago, regreso a México, pero, ¿a dónde? Toda mi familia me va a rechazar, lo que voy a hacer es dinero’. Aparte había otra cosa: a mí me gusta bailar y aprovechar todo lo que no me dejaron ser sanamente y por eso dije ‘me la van a pagar, voy a conocer la putería’. Para mí es una forma de escape para la mujer. Por alguna circunstancia últimamente la mayoría entra a la prostitución por gusto. Hay mucha niña de billetes, niña reventada que nada más entra por el cotorreo. Conozco muchas chavas fresísimas –‘o sea ves, ¿no?’– y les encanta el chavito roquero, el junior o el señor grande y ponerse hasta la madre de todos los vicios. Y aparte te pagan.
“Últimamente hay muchos chavos que las conocen en los discos y les preguntan: ‘oye, ¿no te gustaría ganar dinero?’. Orita en el bar hay una chavilla que así la conoció un chavo y él le pega y ella tiene pánico. Y te das cuenta porque la ves toda morada y a él lo ves como diciéndole ‘al ratito te voy a dar en la madre’.
Yo gracias a Dios me encontré un cabrón padrote que me metió a un buen lugar
“A mí también me pasó como a esta chavilla y eso termina hasta que te das cuenta o hasta que el padrote te deja. Al mío le encantaba el desmadre, era muy infiel y yo me tenía que chingar, pero que no llegara tarde porque me la hacía de emoción. Y yo me sentía mal y le lloraba. Ya después llegó un tiempo un que todos me decían ‘no seas pendeja, ése ni es padrote’. Eso sí, nos divertíamos padrísimo, salía yo del bar a las tres de la mañana y nos íbamos a bailar y llegábamos a las cuatro de la tarde y nos desayunábamos, comíamos en la Zona Rosa, me compraba ropa ahí. O sea era un mundo nuevo para mí, por eso no me importaba lo demás. Cuando yo me iba a bailar me ponía hasta atrás y me gustaba un niño me iba con él a la cama. A mí que no me digan que hay chavas que van a las discos y se van con uno: se van con cuatro, con cinco, y no les cobras, y eso a mí me pasó. Y cuando te das cuenta dices voy a sacar provecho. Y si te gusta hacer el amor… pues te diviertes, te divierten. Yo cuando empecé a trabajar no era de que vamos luego luego a la cama. No, te llevaban a ver variedades, a cenar, a departamentos bonitos, te hacían sentir bien y pues para un señor grande, aunque te esté pagando, lo haces sentirse soñado. Como a mí me gusta el cotorreo y me gusta convivir con ellos, había ocasiones en que no hacía el amor, sólo salíamos a ver variedades y me decían ‘niña, te busco otro día, me encantó’.”
“En la prostitución todo depende de cómo te sientas, qué valor le des. Si te denigras y te dejas que te estén agarrando, que te estén haciendo todo, ellos son los primeros pendejos en dejarte porque piensan: ‘a esa sí le gusto la putería’. Y si trabajas la calle te va peor. Nunca lo hice. Tenía un amigo negro que vivía en la calle de Pánuco, a donde estaban hace cinco años las chavas. Siempre que yo llegaba a su casa él se paraba en su balcón y con binoculares andaba buscando las páneles. Cuando las encontraba les gritaba a las chicas: ‘Mi vida, mi amor, la policía, la policía’. Y todas en chinga corriendo. Y era horrible ver cómo llegaban los de las páneles y con fuetes les pegaban, las agarraban de los pelos, las pateaban, era horrible. Yo decía ‘¿yo hacer eso? No, yo gracias a Dios me encontré un cabrón padrote que me supo meter a un lugar’. Si por algo no entraba yo a esto era porque le tenía pánico a la calle.” “No. Yo tuve mi padrote, y lo mantuve, y me pegaba, y nos peleábamos”, dice. “Cuando empecé, él me vigilaba porque yo tenía pánico y él se pasaba toda la noche ahí sentado y me decía ‘no seas pendeja, párate allá, siéntate acá’. Y yo le decía, ‘pero estoy temblando de miedo’. ‘Pues entonces ponte a tomar’, y entonces yo ya me animaba. Del primer padrote ya no me quedaron ganas de otro porque simplemente te acabas. Aunque hay chavas que tienen padrotes, tienen 15 años trabajando y tienen el billete: 40, 50, 60, 100 millones, carro del año, departamento, casas, y siguen con el mismo padrote. Esos son padrotes inteligentes que les dices ‘hoy conocí a un cliente y mañana quedamos de vernos’. ‘Sí, mija. ¿A qué hora se van a ver? Pues chíngale, y si hay algún pedo me hablas y yo le pongo en su madre’. Esos son los padrotes que hacen que la chava tenga billete. Más bien los que son pendejos es que no son padrotes. Le gustas tú a él y dice ‘la comprendo que trabaje’, pero te empieza a calar, que por qué saliste con fulano, que por qué le metiste a esto, que la madre… Pero aparte quiere parchar contigo.”
“Primero sí me convenía mi padrote porque me divertía con él y porque fue el que me enseñó a conocer el ambiente bonito, o más bien a saber manejar lo que es la prostitución, que si llega un cliente y te dice ‘traigo coca’ ya te vas con él. Yo no, yo digo ‘okey, ¿te gusto?, págame, nos vamos a poner hasta la madre y bien felices’. La cuestión de decidir si sales a la calle con un cliente es psicológica, de platicar con él. Aquí en la zona hay lugares de prostitución que yo llego, me siento, pido una copa, cómo estás mi vida le digo, te cobro mil ochocientos por una vez: ¿quieres o no quieres? ‘Pues vamos a platicarlo’, me contestan. Y les digo que no, que yo no pierdo mi tiempo y ellos se paran y se van. Y es que las chicas a las que han golpeado o matado ha sido por no conocer a la gente con la que están. ¿Qué te parece que estés con un loco que se inyecte heroína y te diga que sí y en el hotel te mata por no darte cuenta con quién estás?”.
¿No hay más coca?
Hace unos meses dos amigos norteamericanos –periodista y fotógrafo respectivamente– viajaron al Distrito Federal para hacer un reportaje sobre la prostitución en México. De su relato se me grabó una imagen: el momento en que el fotógrafo estuvo a solas con una de las mujeres. “Cuando acaricié sus senos encontré leche –decía– y cuando toqué su sexo me llené de sangre. Acababa de ser madre cinco días antes. Insistió mucho en que no estaba menstruando y se ofreció a hacer el amor. Yo no pude proseguir. Era terrible”.
Gaby me cuenta que estuvo trabajando hasta los siete meses de su segundo embarazo (tiene tres hijos). “En esa época mi mamá se divorció de mi padrastro y se fue a San Luis Potosí. La verdad, el papá de mi niño no me interesaba, yo llevaba un año viviendo con él, lo mantenía y todo y cuando le dije del embarazo se llevó todas mis cosas y me dejó embarcada en el hotel con una cuenta de 135 mil pesos, yo con tres meses. Me salí del hotel y me fui a vivir con mi hermano, pero él no estaba de acuerdo con que trabajara embarazada. Uno de los dueños del lugar me dijo: ‘¡yo te mando con un doctor!’, y fui al consultorio y el doctor estaba hasta la madre de borracho y de coca, y yo dije ‘ni madres que me opero’. No había problema de trabajar así, a algunos chavitos los excitaba. Yo ya me operé, pero antes me cuidaba con inyecciones y pastillas y de todos modos me embaracé dos veces”.
En un momento dado, mientras hablo con Gaby, Eduardo me llama y me presenta a Laura, una morena de ojos grandes y vestido negro escotado: “Fuimos compañeros en Antropología –me dice Eduardo– y compartimos dos maestros, me la acabo de encontrar”. Me pregunto qué noche se trae Eduardo. Antes se ha encontrado a un ex torero que fue novio de su hermana hace 15 años. Laura se niega a hablar de su experiencia, “apaga tu aparato, no quiero que grabes”. Francisco discute su negativa: “¿No crees que es una contradicción cuando dices que todos los libros los han escrito gentes que ven las cosas de fuera?” Laura se explica: “Ustedes estudiaron la hermenéutica de Hermes Trimegisto pero yo te lo planteo porque lo estoy viviendo así, no lo puedo plantear en su totalidad. Lamentablemente la gente es lo que busca: proyectar realidades enteras. Tú siempre vas a ser un espectador. Orita te voy a platicar porqué me niego. Tú cuando eres escritor debes de ejercer tu oficio. José Carlos Becerra, no vayamos más lejos, escribió un poema que creo que se llama ‘Recuerdos’, y ahí dice que entre más recuerdas una cosa más lejano estás de ella, porque ya es mentira, porque ya va a ser una ilusión de la realidad. Hay cosas que no se pueden repetir. Ahora, partamos de la base de Roland Barthes, tú a tu oficio, hasta que te salgan bien los zapatos, y si no, no hagas nada”. Alguien nos interrumpe: “Nos vamos a casa de fulano, no más ronda de centros nocturnos, allá hay de todo”. Repetimos entonces la operación de los coches. Observo a Laura subir a un auto blanco con su acompañante. Gaby, Fernanda y yo volvemos a viajar juntas. Fernanda pregunta: “¿No hay más coca? Estoy muy triste. Pásamela”. Se acerca el polvo blanco a la nariz, se tapa un poro y aspira. Después recarga la cabeza en el asiento y cierra los ojos. Me conmueve.
Final del reventón
Con el transcurrir de la noche, Laura, la antropóloga, parece más accesible. De nuevo me impide usar la grabadora pero platicamos un buen rato: “Un día le dije a otra prostituta ‘tú quieres ser María Magdalena y yo María Egipciaca’. Me gusta el vicio, es lo que pasa. A veces me gusta el cliente, otras no. Tú no eres virgen, ¿no? La relación con mi cuerpo es la misma que tú puedas tener. Muchas veces es que abras las piernas y de ahí no pasa. Sí. El dinero tiene qué ver con esto. Soy una puta, pero sigue siendo lo mismo para ti. Yo estudié Antropología y cuando acabé la carrera empecé a dar clases en el CCH y a ganar una madre. Una prima me dijo: ‘¿Tú eres virgen? Te gusta el reventón, ¿no? Puedes ganar dinero de otra forma, mucho más que dando clases. Llego a ganar diez millones en dos meses, todo depende. Aquí en el bar el dueño es persona ilustrada y no nos anda vigilando ni nos las pide. Te deja que te subas a tu cuarto con tu botella y tu galán. Y si no te gusta el cliente no es obligación aguantarlo. Hay unos muy prepotentes, los juniors son los peores. Muchos hombres vienen aquí porque se sienten muy solos. Te cuentan sus problemas conyugales y quieres que los escuches. Me gusta trabajar aquí porque nadie se mete contigo. Lo de las amigas es como en cualquier otro trabajo: las mujeres podemos ser muy solidarias o muy hijas de la chingada, pero siempre intrigantes. Sobre los hombres mi opinión ha cambiado mucho desde que entré a la prostitución. Cada vez tengo una peor idea de ellos.”
“Durante el día hago lo mismo que tú o cualquier otra. Visito a mi mamá o la acompaño al doctor. Mi familia no sabe nada, creen que trabajo en una oficina. ¿Qué si leo? La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, para pensar que no es tanta la pesadez, y cuando me deprimo leo lo lógico, poesía. No sé cuál será mi futuro, muchas compañeras se casan con extranjeros en otros países y empiezan otra vida. Probablemente mi futuro es ser un ama de casa respetable, con sus hijitos y todo. Pero esto es abismal: también puedo suicidarme mañana. No sé si me saldría de todo esto porque me gustan mucho el vicio y el dinero. Por ejemplo, puedo ahorrar y reventarme en San Francisco, y si se acabó la lana trabajo igual que aquí y me recupero. Pero no sé para qué te cuento esto, si la experiencia de puta no se puede transmitir, si la literatura no puede decir qué es. Oye, ¿se puede colaborar en tu revista? A ver, dime, ¿quién hace todo allí? Les llevo algo de Elena Garro. ¿Tú la conoces? Me gustan las revistas. Había una que se llamaba La Regla Rota. Era chingona. Después nos ponemos de acuerdo. Yo les hablo por teléfono”.
Quiero pasar la noche en vela mojado en ti
El avance de las horas comienza a notarse en los rostros de todos. Se transforman las miradas y adquieren brillos y opacidades cuyo significado sólo conoce su dueño. Las conversaciones se hilan y deshilan diluyéndose con los versos de Juan Luis Guerra, el dominicano que cobró 50 millones de pesos por presentarse en México. ‘Quisiera ser un pez/ para tocar mi nariz con tu pecera/ y hacer burbujas de amor por donde quiera/ pasar la noche en vela mojado en ti’. Francisco Mata repite el casete una y otra vez, “me encanta, me encanta”, y él y Gaby bailan cadenciosos. Termina la pieza y ella –minifalda negra y muslos cubiertos por medias en un color de nombre sugerente, ‘profecía’, se desprende de su compañero y va a recargarse contra un muro. El gesto de su cuerpo es intraducible: lo que veo es la foto que podría tomar Francisco, la foto que Francisco está tomando a mi lado. Clic, clic… Gaby –la pierna derecha adelantada a la otra, los brazos extendidos a largo del cuerpo– deja caer la cabeza sobre su hombro derecho en un gesto de desmayo a medias voluptuoso, a medias de hastío (el hastío del pavorreal que se aburre de luz en la tarde).
Las otras chicas ya no están en la sala. Memo le ha pedido a una de ellas que orine en su presencia. Ella me ha contado que tiene un novio en su tierra y que se van a casar. Él no sabe nada de su vida aquí. Un día pasaron frente a un prostíbulo y él le dijo: “¿Sabes qué lugar es éste? Hay que estar muy mal para ser prostituta”. Y ella repite: “Me sudaban las manos, me sudaban las manos”. Piensa retirarse en dos años, cuando ahorre lo suficiente para poner un negocio y terminar su casita. Desde que está en esto, hace dos años, siempre muy triste. Por eso es cada vez más viciosa, por eso cada vez se mete más cocaína. Ya no quiero hacer preguntas. Dejo la grabadora a un lado y escucho a mis compañeros racionalizar su experiencia de esta noche, explicarme porqué no han platicado con nuestras amigas de farra. “A mí me seduce la idea del servicio a la mujer, no que ellas me sirvan”. Estoy exhausta. “Qué noche anodina”, le digo a Francisco Mata.
(Publicado en la revista Milenio dirigida por Fernando Fernández. 1991. Forma parte del Cien freeways: D. F. y alrededores, UACM, 2006, libro ganador del Premio Nacional de Crónica Urbana UACM 2005.)
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