junio 04, 2010

SEXUALIDAD ALTERNATIVA

De roles y marcas en la globalidad (de los dormitorios)

Por María Dolores Bolívar

Alice: “It would be so nice if something made sense for a change”
―Alice in Wonderland
Proemio
[Se abre un paréntesis: Como aseguró Jean Baudrillard “Todo, también el cuerpo, es simulacro, representación limitada de algo que ya fue superado por otra realidad y que así lo será, ad infinitum.”]

Fragmento: “No person in the United States shall, on the basis of sex, be excluded from participation in, be denied the benefits of, or be subjected to discrimination under any education program or activity receiving Federal financial assistance…” (Constitución de Estados Unidos de América)

I. Posmodernidad y género
La diversidad aparece, proceso peculiar de epimorfosis degenerativa, como las enfermedades de fin de milenio, por todas partes, tornando cotidiano lo impredecible de nuestras geografías:

“...todo está condenado porque en la dimensión de lo hiperreal no hay lenguaje que compita con la velocidad de la luz, ni evento que resista su propia difusión por todo el planeta. No hay significado que se sobreponga al vórtice de los significados. No hay historia capaz de contrarrestar la fuerza centrífuga que mueve a los hechos o el limitado alcance del corto circuito en el que transcurre el tiempo de lo cotidiano. No hay sexualidad que resista su propia liberación, ni cultura que garantice su progreso, ni verdad que desafíe sus propias pruebas. La teoría ya no es reflexión de nada; se limita tan solo al reciclaje de conceptos provenientes de zonas referenciales críticas en las que se halla afinidad en la auto condena o se va al punto cero en un proceso de simulación y ‘objetivación’ cuya existencia depende de la fragilidad de afinidades generadas, vaya una paradoja, por un sistema que todo lo descarta.”
―“Hystericizing the Millennium”/“Histerizando en milenio” (1992) de Jean Baudrillard

Palabras como otredad, diferencia o diversidad a menudo se esfuerzan por denotar apertura y cambio, aunque la mayor parte del tiempo sean de algún modo parte del discurso de la discriminación, basada en visiones que lejos de erradicar la cerrazón y el conservadurismo, lo reinventan. A la liberación de las costumbres que han logrado volver aceptables las preferencias sexuales del individuo, hoy vuelven a oponerse los fundamentalismos. Más allá de las ideologías y, peor, de las teorías, los comportamientos cotidianos son dignos de análisis. Aquí algunas conjeturas basadas en la experiencia diaria de esa diversidad, a contrapelo.

II. Matrimonio y globalidad
¿Cuál sería el título propuesto para una nueva película acerca de las relaciones humanas entre las que vemos entreverarse globalidad, marcas, asociación y convenciones, para bien o para mal, negociando los modos de ser de los individuos en lo privado?

En el más espectacular lanzamiento Sex and the City 2, película basada en la popular serie televisiva homónima, se da contexto y coloca en el centro del debate cultural a los casamientos gay y, con ellos, a la reflexión sobre la viabilidad cultural del matrimonio. La esperada cinta abre con la boda en blanco y negro, a todo lujo, de Anthony Marantino (Mario Cantone) y Stanford Blatch (Willie Garson). De manera insólita, la serie televisiva de mayor rating pensada como un “todo sobre el sexo en Nueva York” quedó convertida en un tributo, en off, al matrimonio ―en una visión prácticamente arqueológica. La reflexión de Carrie Bradshaw ―convertida en Mrs. Preston en Sex in the City― acerca de lo irónico de que sean los gays quienes defiendan, justamente, esa barca que parecía venirse a pique, resulta casi proverbial. Pero lejos de pregonar una nueva era de valores y principios, la reflexión de Sex in the City 2 ciñe a los novios “the brooms” (literalmente “las escobas”, de difícil traducción, término acuñado por la combinación entre bride (novia) y groom (novio), forma parte de la única línea que profiere la actriz Liza Minelly en la película) en una discusión multicolor de los roles. Durante la película, la glamorosa pareja Carrie-Mr. Big entra en crisis, confrontados con una fan de Carrie que enuncia querer emular su vida, salvo por el detalle de que en su matrimonio el rol tradicional de los hijos/los padres ―la procreación― parece no tener cabida. Para Carrie, la línea matrimonial cierra con la lógica de la pareja yuppie ―a medio camino entre el sexo desenfrenado (Samantha) y el sacrificio de vivir para un par de niños malcriados (Charlotte)―. Y ambos toman un parecido real, puramente escénico con Tony y Stan de emblema de la pareja perfecta, ataviados con glamoroso traje de gala –tuxedo/esmoquin o smoking ―uno blanco (a cuya pureza se alude en chanza) y el otro negro.

Entonces, la película, que concluye tendiendo un puente entre las mujeres veladas que leen ávidas, en homenaje a la venerada terapia de la autosugestión, el libro de Susan Sommers: “Breakthrough. Eight Steps to Wellness” ―uno de 29 comerciales que desfilan por la película; Rolex, Vuitton, Dior, Blahnik... eso sin contar la moda neoyorkina que inunda los mercados negros y las casas de Abu Dhabi, ordenada a distancia, vía Internet.― debió llamarse “De roles y marcas en la globalidad”. ¿A cuáles roles me refiero? A la fidelidad ―referida como kiss and tell―; la rutina del matrimonio que requiere, a los ojos de John Prescott (Mr. Big) un departamento de repuesto para poder descansar del matrimonio dos días por semana, cual si fuera un trabajo; las avenencias de los matrimonios en boca de un mayordomo libio trabajador migrante del lujoso hotel Emirates Palace (en realidad tomado de un set montado en Marrakesh), quien expresa que la felicidad consiste en ver a su mujer una vez cada tres meses.

III. De tiempos sin glamour
Recurro a otro personaje ¿ficticio?, Férula Trueba, de La casa de los espíritus, novela de la chilena Isabel Allende. Férula es, a primera vista, una mujer inofensiva e inocua, caracterizada cual si fuese extra en la trama de la vida real. Se trata de la hermana del protagónico masculino, solterona y marginal, cuya presencia se asume como de relleno. Llevada a la pantalla sirvió de personaje catch para las audiencias estadounidenses. Glenn Close hizo el papel, por varios miles de dólares, ante un elenco esplendoroso que incluía a Vanessa Redgrave, Meryll Streep, Wynona Ryder y Antonio Banderas de pilón. En la trama, las atenciones de Férula para con Clara del Valle, su cuñada, concluyen con la súbita expulsión/proscripción del seno familiar Trueba-Del Valle. Echada a gritos, no sólo de su finca, sino también de sus vidas, la hermana/cuñada es obligada a vivir apartada hasta su muerte. La indignación del hermano explota cuando la camaradería cotidiana se llena, para su irritación, de risas y muestras de cariño. Por única razón, a los lectores/espectadores se nos dice que han comenzado a molestarle a Esteban Trueba las relaciones afectivas surgidas entre su esposa y su hermana.

Seres como Férula abundan en la vida de pueblos y ciudades. Mujeres y hombres que padecen de marginación, repudio, escarnio. La exclusión que sufren las mujeres o los hombres solos va de la mano con los prejuicios. “Debe casarse para no provocar habladurías…” La vida sexual se asume como el coto exclusivo del pater familias. Las habladurías, las buenas fuentes, las malas lenguas se hacen cargo de mantener el status-quo. Los transgresores atraen sobre de sí el faro inquisidor. En la usanza hispanoamericana lo que no puede compartirse, a los cuatro vientos, debe permanecer oculto, enterrado. Con el índice en la boca se contiene con discreción los temas intratables. Los culpables no se nombran, ni siquiera se evocan con libertad. Pensar en ellos o hablar de ellos despierta el escándalo. Y la literatura, claro está, reinscribe a esos personajes sometidos a una vida de silencio ―y por supuesto al margen de toda legalidad― que existen sin existir. Y ellos, arrumbados en los rincones y la oscuridad de códigos familiares tan estrictos, ni siquiera llegan a expresarse en palabras. Para sí generan vidas paralelas, relaciones soterradas, narrativas tormentosas que se debaten entre muros, lejos del reflector como del más mínimo atisbo inquisidor.

IV. Los secretos del ropero
Los roperos antiguos son un portento. “Truenan de noche… “ aseguraba mi abuela Eloísa que de niña escuchó decir que los espíritus se alojaban en ellos eternamente. Ahí, entre la seguridad de tablones olorosos a naftalina, se acumulan la energía y la memorabilia familiares. Casi siempre los secretos se refunden en cofres con llave. Quien da con ellos a menudo los halla convertidos en un fajo de cartas o de fotografías disimuladas celosamente. Pero las palabras explícitas sirven de poco a las miradas curiosas. Por escrito, o a manera de recuerdo/objeto, los secretos familiares se urden en base a claves y eufemismos que no siempre uno llega a descifrar. Sigilo y guardia firme definen las relaciones cotidianas, lo no aceptado se esconde entre las líneas, en los dobles sentidos, entre palabras jamás pronunciadas.

Visité hace tiempo una de esas casonas impregnadas de tiempo. En sus roperos dormitaban, cual fantasmas a sueldo, los miles de recuerdos refundidos así, entre ropa y escondrijos; regados en su elusiva presencia entre efectos, tiliches y prendas varias. Me tomó años conectar a un par de mujeres que habitaban mi calle con una agrupación de militantes en pro de los derechos de la mujer. Al doblar la esquina de la calle se me esfumaba su huella, sus vidas individuales resignadas a una existencia de disimulación y silencio.

Conocí otra casona/familia que mantenía a buen resguardo su intimidad. Ahí, entre antigüedades y documentos apolillados, desconcertaba el descuido con que se me permitió el acceso, casi por invitación, a aquellos vericuetos emblemáticos de la memoria. Y esculqué, claro que esculqué cada vez que pude. Me moría de ganas de conocer las claves indescifradas de aquel bastión de familias añejas con sus añejos cuentos y recuerdos. “No hagas tantas preguntas…” resonaba en mi alma la recomendación de un par de allegados que me acompañaron en aquella aventura. Y cumplí, sólo que el no hacer preguntas no me impidió recorrer los bieses de aquellos cuartos llenos de vericuetos y veredas hacia pasado y presente, literalmente, echados al olvido.

V. La soltería de los maduros
Basta con que un hombre pase la edad promedio sin casarse para que se desaten las habladurías. “Es demasiado modoso…” decía de un compañero de trabajo mi vecina, aludiendo a su estilo de vida, casi como la conclusión necesaria que derivaba de su soltería. “Soltero maduro…” lanzaba al aire, dejando deliberadamente el dicho inconcluso y con ello asumiendo que el celibato es también el camino infalible hacia la homosexualidad. Y llama la atención que en una cultura de eufemismos no se hable con el debido tino y tacto acerca de la elección de género en público, donde, en cambio, la larga lista de términos que aluden al homosexualismo o la elección de género llevan por mira el sobajar a quien reniega de “su género”. En la sociedad patriarcal, feminizar al macho o menoscabar vía la palabra la virilidad de alguno basta para producir terror en quienes se atrevan a transgredir sus normas. En cualquier punto de la expresión reaparece el cuestionamiento a la hombría. El hombre fino, devoto de las buenas costumbres, es tratado de señorito, con desdén. El patán, en cambio, agreste y atropellado, es visto como varonil y hasta apuesto. El hombre considerado y de su casa es tildado de mandilón, mientras que el ojo alegre, desleal y pendenciero, hace pasar por dones su ser “bragado” y por envidiable “su aspecto y actitud agrestes”. De él se dice que “tiene los pantalones bien puestos”, aludiendo de soslayo a una naturaleza otra que fuese benévola, servicial y dócil y, de esa suerte, definida por su desnudez y, por ende, su vulnerabilidad.

La hombría no es cosa menor en una sociedad de machos. Tal vez por eso, con desusada frecuencia se arremete con sorna contra la bisexualidad de los políticos o se alude con naturalidad a orgías entre funcionarios, dejando por sentado que los deslices entre varones denotan apuesta por una existencia funesta que atentase así contra la primacía del “orden patriarcal”.

VI. Malas compañías
También entre las diferencias sexuales se da una jerarquía que otorga superioridad al varón. Conocí a la madre de una joven que declaraba que no toleraría tener una hija lesbiana en los siguientes términos: “Marica, sí, tal vez… pero machorra, Dios guarde l´hora.” Tan solemne declaración rimada se anteponía a su percepción de la homosexualidad entre mujeres como algo más repugnante para ella, que entre varones. Y es que el machismo trasmina aún a esos niveles del discurso. Rechazar al otro género, cuando se hace desde la identidad de un hombre, no es visto igual que hacerlo desde la identidad de una mujer. En realidad, parecería que rechazar al macho, y no ya sólo al género opuesto, es lo que hace tal “falta” doblemente grave. Pero si la intolerancia es mayor hacia las mujeres lesbianas, el lesbianismo ha existido por años con más libertad, por lo menos aparente, que el homosexualismo entre varones. ¿La razón? La emotividad entre mujeres no es censurada, como tampoco lo es la convivencia en casas de mujeres.

VII. La reclusión en los conventos
A la violencia ejercida contra hombres y mujeres que expresan preferencias sexuales censuradas, se ha agregado, históricamente, el dramático factor que deriva de la violencia de las instituciones.

La retórica cultural que acepta la diversidad o la diferencia como parte de un modo de ser actual, posmoderno, en boga, no se adecua a lo que de común se expresa de manera masiva. Una de las áreas en las que mayor equívoco hallamos es la política, donde la artillería contra el oponente a menudo incluye el desprestigio por el género o la elección de género. Si una mujer expresa disidencia, su condición femenina es de inmediato puesta en entredicho. “Es…sabe cómo…” lo que quiere decir que no es obediente o proba, sino más bien levantisca y afecta a expresar sus puntos de vista. Desde esa óptica, el feminismo es a menudo sacudido por esa cerrazón del discurso machista desde el que la identidad sexual se traduce en una negación del otro o, incluso, desde la intolerancia más beligerante contra quienes no son del género o de la preferencia sexual del atacante.

La inclusión de personajes lésbicos en la cultura popular mexicana, por ejemplo, ha valido a sus atrevidos exponentes el fracaso. Ejemplo reciente de estos comportamientos es la salida del aire de la telenovela “Agua y Aceite” de la célebre dupla de actores/productores de telenovelas, Humberto Zurita y Christian Bach. Cierto que el tema no aparecía solo. A la escandalosa presencia de la cuestión lésbica se aunaban el abuso infantil y el narcotráfico. Y cuál si ninguno de estos tuviese que ser tratado con urgencia en nuestro país, los altos mandos de la televisora que albergaba entonces a los productores dictaron la censura aludiendo a valores, en abstracto.

Y si a nivel de práctica sexual el género entra en cuestión y escandaliza, en la abstracción, la libertad sexual choca con políticas cuasi-oscurantistas. El 2008 desató la polémica en California en torno a la práctica de los matrimonios civiles de personas del mismo sexo. La militancia anti-gay se desbordó en las calles, carreteras y puentes. Prop 8 despertó más que militancia política, el furor popular intransigente. Por la defensa del matrimonio civil entre personas del mismo género se urdió todo un movimiento en contra de la elección gay. Al principio parecía intrascendente la beligerancia orquestada por el estado/región más diverso/a del planeta. Sin embargo Prop 8 se convirtió en el punto álgido de la elección presidencial.

Aunque el censo de los Estados Unidos reporta que 63% de los niños estadounidenses viven con dos de sus padres biológicos, los porcentajes descienden cuando se enuncia el tipo de familia alojada en una casa. En algunos estados, como California, la mayoría de niños en familias de orden diverso (de padres solteros, en sociedad doméstica con otra persona o vueltos a casar) alcanza cifras extraordinarias y hace descender al porcentaje de niños en familias tradicionales a menos de la mitad. Casarse en California es ante todo una convención cuya fragilidad y brevedad saltan a la vista. Otros factores adversos de orden civil, como los matrimonios, animan su disminución en tiempo y cifras reales: Más impuestos, mayores desavenencias, menos condiciones para hacer funcionar a una familia, mayores conflictos socioculturales que influyen en la pareja. La retracción del número de matrimonios, familias y sociedades conyugales entre heterosexuales vuelve increíble el furor que se desató en torno a la proposición 8.

Parecía insólito que el argumento avanzado por los opositores a la interpretación de la constitución que aducía legalidad en los matrimonios civiles entre personas del mismo sexo, no fuese en sí impedir la convivencia doméstica entre parejas diversas. Lo era, en cambio, el que a los niños se les llegare a decir en la escuela que la opción gay existe y que la unión entre individuos gay merece igualdad de derecho ante la ley. Entonces, sí a las uniones gay por fuera de la legalidad, pero no a la educación en pro de la libre elección parecía ser el sustento que dividía al electorado de 2008. El mundo de las libertades, en un estado de desafecto a la institución matrimonial (según las estadísticas) prefería dar un carácter inconstitucional la equidad civil de las uniones diversas en pro de uniones heterosexuales que han mostrado ir a la baja año con año, desde los años setentas, del siglo pasado.

Interesante que una buena parte de padres divorciados opinara de tal modo y que hablar de la familia en las escuelas pareciese ocupar preocupar a personas en cuyas casas la diversidad de estilos es lo que reina. Así que, adeptos a un fundamentalismo más, los promotores de la familia en general, obviaban su propia especificidad doméstica y salían a defender un orden familiar roto y, por ende, indefendible.

Colofón
La legalidad de la otredad, y esto tal vez no sólo en el campo de las preferencias sexuales, resta poderío a aquellos que se desempeñan en el interior de las esferas dominantes. Ante la imposibilidad de hacer prevalecer un discurso excluyente sobre realidades diversas, las elites conservadoras optan por una realidad que se auto purga de los discursos que la describen. Todo está bien para ellas si las escuelas continúan impartiendo el mito de una civilidad monolítica y heterosexual, aunque los niños aprendan, en las calles y casas, que tal realidad no existe. Y esta esquizofrenia interpretativa no es otra cosa que la perpetuación de los secretos en el ropero… o que las realidades otras existan, mientras lo hagan en silencio.

¿Y qué interés tendríamos el resto de la sociedad por impedir que se cierren los círculos de los distintos grupos que conforman la sociedad civil, de esos otros? Ésta, como muchas otras preguntas, amigos lectores, probablemente carece de respuesta. Es decir, que no hay una flecha que de sentido a todo, como sugería el epígrafe enigmático de Alicia… en el planeta de los enigmas.

Glosario
Matrimonio. Sumarios, Asirios y Babilonios contaban con contratos equivalentes a esta institución civil. La iglesia católica lo convirtió en una asociación de orden religioso.

Bullying. Intimidación u hostigamiento. Su práctica se codifica hoy como una falta de orden civil. Sin embargo, es difícil determinar quién es el agresor de un acto así, cuando a menudo se desprende dicho acto de la práctica colectiva de la intolerancia. Quiero decir la misma intolerancia que obliga al ocultamiento so pena de escarnio o agresión.

Epimorfosis. Del griego. La regeneración de un organismo a partir de una de sus partes.

Férula. Nombre de mujer. Tablilla resistente que se emplea para el tratamiento de fracturas.

Blanco. El significado de este color trasciende las tonalidades o pigmentos. Enuncia pureza y virginidad, cualidades que rara vez intervienen en los matrimonios de hoy. Sin embargo continúa utilizándose ese color (o no color) en el atuendo de la mujer/varón que contrae nupcias.

Patti Lateranensi: No se trata del nombre de una diva de la moda, sino de los acuerdos que regulan las relaciones civiles y eclesiásticas entre las que figura, en primerísimo orden, la institución matrimonial.

Intersexualismo: ¿pene pequeño o clítoris grande?

POR Lydia Álvarez-Camacho
La extirpación de los genitales de un niño a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, puso a descubierto la podrida moral de padres y médicos, quien optaron por sacrificar lo “anormal” en vez de buscar el bienestar del hijo-paciente

En 1956, en un hospital de Nueva Jersey, Estados Unidos, la señora Sullivan permaneció sedada por tres días. Acababa de tener un bebé que tenía un pene muy pequeño o un clítoris muy grande, así que los médicos no sabían si decirle que era niño o que era niña; sólo hasta que decidieron que era un niño, despertaron a la madre para hacérselo saber.

Menos de dos años después, el bebé fue examinado en un hospital de Manhattan, donde los médicos descubrieron que sus gónadas contenían tanto tejido ovárico como testicular, es decir, eran ovotestículos. Descubrieron también que tenía un útero, lo que los hizo exclamar que se había cometido un error y que el bebé era “en realidad” una niña. Sin embargo, el clítoris de la niña era muy grande, ¿qué hacer con él? Los médicos decidieron que no lo necesitaría, así que se lo extirparon. Le aconsejaron a la madre romper todas las fotografías de su bebé vestido de varón, cambiar su nombre y mudarse a otra ciudad para empezar una nueva vida. Fue así como el parlanchín Brian se convirtió en la silenciosa Bonnie, quien tardó seis meses en aprender a hablar de nuevo.

Los padres de Bonnie se sentían más tranquilos ahora que los genitales de su hija no lucían extraños. Como muchos, estaban convencidos que lo más importante para ser feliz era ser “normal” y ellos habían hecho todo lo necesario para corregir la terrible tragedia que la naturaleza había impuesto sobre su hija. Bonnie por su parte, no se sintió feliz y nunca logró encajar con las otras niñas. Sus padres le hablaron vagamente de una operación correctiva, sin darle muchos detalles, de modo que cuando cumplió la mayoría de edad, la desesperación por no saber qué era lo que tenía de malo ella, la llevó a considerar el suicidio.

A los 22 años obtuvo acceso a su expediente médico y supo por fin la verdad. Entendió entonces por qué tenía a veces la impresión de ser varón y pensó que le hubiera gustado tener un pene. En realidad, le hubiera gustado tener cualquier cosa que le permitiera llevar una vida sexual: en medio de las piernas sólo tenía tejido de cicatrización completamente insensible.

Bonnie empezó entonces a investigar todo lo que pudo sobre su condición, conocida como intersexualidad. Intentó ponerse en contacto con activistas de derechos de género y con médicos que hacían investigación al respecto. A todos les preguntaba si la extirpación de su clítoris había sido realmente necesaria y si había alguna forma de recuperar su función sexual.

En 1993, por medio de la profesora Anne Fausto-Sterling, Bonnie publicó una carta en la ahora extinta revista The Sciences de la Academia de Ciencias de Nueva York, donde invitaba a todas las personas intersexuales a ponerse en contacto con ella. El resultado fue sorprendente: la avalancha de correspondencia que recibió la hizo darse cuenta de que la intersexualidad no era tan rara como le habían hecho creer. La carta iba firmada como Cheryl Chase y daba como adscripción la Sociedad Intersexual de Norteamérica (ISNA). Ésas eran su nueva identidad y la nueva organización a la que dedicaría su vida.

Cheryl y las otras personas intersexuales intercambiaron sus experiencias y se dieron cuenta de que los tratamientos que algunos habían recibido no habían sido para beneficiarlos a ellos sino para tranquilizar a sus padres. Se dieron cuenta también de que los médicos habían tomado decisiones que no les correspondían. ¿Cómo sabían los médicos que era más importante ser “normal” que tener una vida sexual, cualquiera que esta fuera? ¿No estaba el mundo lleno de homosexuales que, pese al rechazo social, vivían vidas felices y productivas?

A Cheryl, por ejemplo, le gustaban las mujeres y si le hubieran permitido ser varón, hubiera sido un varón heterosexual. Como los médicos habían decidido que era mujer, tendría que ser considerada lesbiana. En el primero de los casos, no habría tenido problemas para casarse con su pareja, mientras que en el segundo su “matrimonio homosexual” tendría que estar rodeado de controversia.

Durante su trabajo con la ISNA se descubrió también que había muchos intersexuales que nunca habían recibido ningún tratamiento. La mayoría provenía de hogares pobres o rurales donde los padres no tenían los recursos o el tiempo para ocuparse de corregir las imperfecciones de sus hijos. Fue obvio muy pronto que los conflictos que estas personas habían tenido eran mucho menores que los de aquellos que habían sido “reparados”.

Desde su fundación, la ISNA ha hecho una gran labor de información sobre el fenómeno de la intersexualidad y ha logrado que los médicos cambien sus protocolos para tratarla. Lo que la ISNA recomienda es identificar la condición médica e identidad sexual más probable del bebé. Esta identidad sexual se le asigna preliminarmente, y su nombre y ropas se escogen acordemente. Sin embargo, los genitales del bebé se dejan tal y como están y si posteriormente el niño o adolescente muestra tendencia hacia la identidad sexual opuesta, no se le pone ningún obstáculo para cambiarla.

Pero, ¿es esto práctico? ¿Qué van a decir en la guardería cuando le cambien el pañal al bebé se den cuenta que no es “normal”? La ISNA reconoce que la situación no es nada fácil, por lo que propone que los padres acudan a terapia psicológica para manejar sus emociones y para aprender a discutir el tema con las personas involucradas con el cuidado de su hijo.

Lo importante es nunca quitarle al niño órganos sanos que podría necesitar en el futuro. Si llegado a la pubertad, el joven ya eligió su identidad sexual y considera que requiere una operación, se le dan todas las facilidades, pero si prefiere quedarse como está, también se le da la oportunidad de ejercer ese derecho. La ISNA se opone a cualquier modificación de los genitales de una persona que no puede tomar una decisión libre e informada. Por esto, la ISNA es también una fuerte opositora a la circuncisión y otras formas de mutilación ritual.

A pesar de que en fechas recientes la comunidad médica ha aceptado la mayoría de las demandas de la ISNA, la decisión final sigue quedando en manos de los padres. ¿Es realista esperar que sigan estas recomendaciones? Muchos creen que no y que los niños intersexuales seguirán siendo operados contra su voluntad, sin que nadie pueda evitarlo.

Yo mantengo mi optimismo. ¿Cuántas personas no hay por ahí, que consideraban una tragedia el hecho de tener un hijo homosexual y que ahora se han dado cuenta de que no era para tanto? Los humanos somos mucho más capaces de adaptarnos de lo que creemos. Más temprano que tarde entenderemos que hay que amar a nuestros hijos tal como son y que decidir sobre su identidad y función sexual, no nos corresponde.

Para mayor información sobre intersexualismo: http://www.isna.org/

Yahir y Leonardo

POR Luis Martín Ulloa

Leonardo se incorpora sobre el asiento y mira por la ventanilla, para ver si ya están llegando. Entonces, como por arte de magia, aparece como en una ráfaga frente a sus ojos la marquesina casi en ruinas del cine con nombre de mujer, que ya ni siquiera anuncia el título de la película que exhibe, y sonríe. Algunos compañeros lo ven y seguramente piensan que algo se trae, porque todos vienen fatigados después de ese último partido donde apenas han calificado por unos cuantos puntos a la ronda final. No cabe duda, es el mismo que mencionan en la novela que tomó prestada por unas semanas del librero de su hermano mayor, el que tiene dentro de su cuarto y no deja que nadie limpie. El mismo cine que el protagonista menciona como uno de los tantos lugares de ligue de la ciudad. Perfecto. Y sólo a unas calles del hotel. Ahora sí cree lo que decía un maestro acerca de la sabiduría que pueden brindarnos los libros. Aún sonriendo, voltea a ver a Yahir, que viaja en el asiento al otro lado del pasillo. Le hace gestos en silencio para que no lo vea el entrenador. Leonardo se esfuerza por decirle con inflexiones mudas de la boca:  "ci-ne , ci-ne." Pero nada. Al fin vencido Leonardo le hace una última seña de que después le explica. Sabe que fue mejor que no entendiera, porque con lo despistado que es el Yahir, hubiera sido capaz de preguntar en voz alta "¿cuál cine?" Y allí sí les hubieran llamado la atención. Leonardo hace algunas conexiones entonces y de pronto surge la iluminación. Claro. No por nada le había prohibido terminantemente al equipo completo caminar por esa calle. Él mismo sabía lo que podían encontrar allí, o si no, cualquier otro maestro de la delegación anfitriona ya lo había prevenido, para que ninguno de sus inocentes muchachitos se sintieran tentados a deambular por esos rumbos. Por supuesto que en todo caso, lo apropiado hubiera sido llevarlos a un hotel menos pinche, donde no hubiera pulgas, pues desde la primera noche Leonardo había sentido piquetes en las piernas y en la espalda.

Yahir piensa en su cuarto al desvestirse para entrar al baño "este wey está bien loco si cree que lo voy a acompañar",  pues al bajar del autobús Leonardo lo jaló de un brazo para apartarlo y decirle que estaban muy cerca del cine que le había contado la otra vez y en efecto entonces él preguntó "¿cuál cine?" y Leonardo soltó de nuevo todo sobre la novela que había leído "pero ¿qué vamos a hacer ahí? pregunta de nuevo y su amigo se queda viéndolo con un gesto de "no te hagas pendejo" y la verdad era que desde el primer momento Yahir había sabido muy bien de cuál cine le hablaba cómo no lo iba a recordar si la primera vez que Leonardo le había contado se puso a hacer planes y también imaginando qué hacían allí adentro y todo eso y Yahir no dijo nada entonces porque la pura invocación de ese lugar que en boca de Leonardo parecía alcanzar vuelos míticos a él más bien le había evocado una palabreja cortita y ya cotidiana pero no por eso menos temida e imaginó algo así como un perol enorme donde saltaban hervores de una cocción espesa y dejó que su amigo siguiera especulando entusiasmado sobre el asunto que fantaseara hasta que al final se lo dijo "¿y qué tiene que ver el sida wey?" contestó Leonardo "si nomás se trata de conocer, de ir para ver cómo está el ambiente" y por eso había bastado que Leonardo dijera cine para haber entendido todo y además qué pinche casualidad que el equipo se hubiera hospedado tan cerca parecía que alguien que para nada era Dios por supuesto había escuchado sus ruegos sus ansias exageradas de conocerlo tenía que ser mugrosísimo en cualquier momento se te podía plantar enfrente un maleante casi como un gángster para extorsionarte aunque debe reconocer también que sintió el ritmo del corazón acelerársele desde el momento que Leonardo dijo muy quitado de la pena "¿entonces qué vamos en la noche?" porque volvió a imaginar también las escenas que le había provocado el relato atropellado de su amigo a partir del famoso libro ahora mismo siguen repitiéndose en su mente provocando una incipiente erección y en un acto reflejo gira la llave del agua fría que de verdad está fría y enseguida vuelve a cerrarla pero sí que no pensara que lo acompañaría porque además recordaba vagamente unas estadísticas digamos si en el cine estaban cincuenta personas era seguro que por lo menos uno estaba infectado ¿y si le tocaba de pura suerte o más bien de pura desgracia que esa persona se sentara junto a él? ¿y si tosía o estornudaba cerca entonces que pasaría? ¿y si no había sólo uno sino muchos así adentro?

Leonardo camina apresurado por la calle. Se detiene para mirar a Yahir que se ha retrasado un poco. Espera que lo alcance. Trae una cara de molestia. "Bueno, ¿vas a entrar o no?" le pregunta. "No te van a decir nada wey, a lo mejor si estuvieras chaparro te pedirían la cartilla, pero así con la estatura la libramos. Además ya me dijeron cómo está la onda aquí, no hay bronca." Yahir no dice nada y sigue caminando. Se detienen antes de llegar a la taquilla. Cobran veinte, a ver yo pago y después tú me los das, dice Leonardo. Al asomarse por la ventanilla, automáticamente mira a los lados para ver si algún transeúnte lo mira, pero nadie parece reparar en él. Intenta controlar el tartamudeo que a veces lo traiciona cuando se pone nervioso. Pero se tranquiliza cuando ve entrando al cine a otro muchacho de su misma edad. Recibe los boletos de la señora de lentes que ni siquiera lo miró cuando extendió el billete. Yahir se ha quedado un poco más allá, simulando ver un puesto callejero de discos. Le hace una seña y se acerca. Entran tan rápido que se avergüenzan de su prisa al desembocar en un lobby que resulta demasiado pequeño para las proporciones que prometía la fachada. Pulcrísimo, eso sí, con olor a desinfectante de baño. Un señor aburrido atiende un mostrador de madera viejísimo, donde apenas se ven algunas bolsas de palomitas. Leonardo no puede evitar sonreír y pensar si alguien de verdad puede comer cualquier cosa allí. También hay otros hombres que no han dejado de mirarlos desde que entraron, algunos sentados en unos sillones anticuados de plástico, otros de pie, fumando, mirando con atención unos carteles como si fuera importantísimo registrar cada nombre que aparece en ellos. Leonardo se desconcierta pensando en dónde chingados está la entrada a la sala, si todo mundo se encuentra allí tan a gusto, como si estuvieran en un parque. Yahir permanece cerca de él, con la cabeza agachada, como si esperara las instrucciones del hermano mayor, evitando corresponder a las miradas. Y en efecto Leonardo se vuelve y le indica "sabes qué, aquí nos separamos y al rato nos vemos aquí mismo, en una media hora, qué te parece." Yahir asiente. "No traes de estos,  ¿verdad?",  Leonardo deja ver por la bolsa de su chamarra una tira de dos condones. Yahir no responde. "Ay wey, no te digo"  repone Leonardo. Corta uno y se lo entrega. En ese momento aparece alguien en el lobby por detrás de una cortina de color rojo oscuro, en el otro extremo del espacio. Por allí es, señala Leonardo con un gesto.

Yahir piensa en una iglesia al apartar la tela mugrosa y por fin entrar en la sala una catedral enorme y oscura donde se realiza una ceremonia sigilosa Leonardo dice simplemente de rato y se aleja convirtiéndose en otro de los oficiantes que se mueven hacia todas partes como sombras anónimas permaneciendo por unos momentos en una butaca para levantarse enseguida y desplazarse por los pasillos como si flotaran alguno deteniéndose un segundo junto a él y dirigiendo intencionalmente su hálito caliginoso hacia su oreja repegando también el cuerpo que ahora se materializaba revelando volumen y temperatura entonces repara en que está sudando y su reacción inmediata es quitarse la chamarra con el escudo de la escuela pero el ojo expectante de un perfil apenas iluminado por los colores cambiantes de la película lo detiene y al contrario sube el cierre hasta el cuello siente los labios resecos al pasar saliva cuando en la pantalla la imagen de una lengua que parece un ser autónomo recorre en toda su extensión un miembro enorme alguien se separa de la barda donde empieza el área de butacas y allí se coloca él pegandose igual que a una tabla salvadora pero con los puños apretados dentro de las bolsas del pantalón en la película sigue la acción en la misma cama dos parejas están cogiendo intercambiando las mujeres a intervalos mientras un tercer hombre los observa sentado en una silla cerca del lecho con una pistola apuntándoles en un giro de los cuerpos un pie masculino alcanza a posarse en la rodilla del hombre y el delincuente que vigila la faena visiblemente excitado duda si retirar el pie o acariciarlo o tal vez incluso lamerlo es un pie grande y fuerte con los dedos repletos de vellos negrísimos igual que muchas veces en los vestidores había visto a sus compañeros y sentía una desazón al observarlos andar por todos lados en sandalias o descalzos.

Leonardo percibe las miradas en el momento que cruzan la cortina. Advierte el movimiento sutil entre los hombres que están de pie, recargados en la pared o en la barda que separa las butacas. Después de unos segundos se habitúa a la oscuridad. Un poco más allá está un muchacho que entró después y con el cual intercambia miradas. Por un lado de la sala ve un letrero rojo y piensa que allí son los baños. Se encamina hacia allá. Entra de prisa pero de nuevo se detiene de golpe al ver que no son los baños. Es un pasillo tapiado o tal vez el preámbulo de una escalera clausurada que conducía al segundo piso. Allí está una pareja en pleno cachondeo. Está a punto de salir cuando se topa con el muchacho, sus rostros casi se tocan en el encuentro. Éste se va hasta el fondo del recoveco y se queda mirándolo. Leonardo titubea en salir o quedarse. Finalmente sale y se sienta en una butaca cercana. Casi enseguida sale el muchacho. Lo descubre, cruza por la misma fila y ocupa el asiento siguiente. De inmediato coloca su mano en la pierna de Leonardo. Junto a ellos los caminantes siguen su ronda alrededor. Uno se detiene a mirarlos, pensando tal vez que comenzará la acción, pero Leonardo retira la mano. En la fila delantera se distinguen dos cabezas, después es una sola echada hacia atrás. Ahora en la pantalla unos policías se cogen a una mujer. El muchacho le indica con la mirada el sitio al que entraron hace unos momentos y se levanta. Leonardo palpa el condón en su bolsillo y lo sigue.

Yahir recuerda cuando recién había entrado al coro de jóvenes y llegaba temprano al ensayo en el templo desierto porque los demás nunca estaban a tiempo y no podía dejar de sentir un escalofrío cuando avanzaba por la nave y pasaba frente a un cristo doliente acostado en una caja de cristal bajo uno de los altares laterales evitaba ver sus llagas sangrientas y su gesto congelado el mismo gesto que en un arranque sacrílego después admitido frente a su confesor creyó ver en su propio rostro una vez que se había masturbado frente al espejo de cuerpo entero de la habitación de su madre en el momento preciso que sintió el semen irrumpir esa fue la última imagen que percibió de sí mismo en el espejo antes de doblarse en un estertor involuntario.

Leonardo ve que uno de los cuerpos de la pareja dentro del cubículo está echado hacia delante con el trasero desnudo y el otro lo empuja desde atrás. El muchacho comienza a acariciarlo, lo abraza, le besa el cuello, intenta en la boca pero Leonardo se resiste al principio. Con los besos no hay bronca, recuerda, y hace un esfuerzo por abandonarse a las caricias. Le permite hacer al otro mientras él se queda estático y deja caer los brazos, que le tiemblan levemente. Le sube la camisa, mete sus manos para tocarle el torso delgado, musita algo como “niño” o “un niño”. Leonardo intenta ver a través de la penumbra si la pareja esta usando condón, fija la mirada en el miembro que entra y sale con rapidez. De pronto sonríe porque le parece ridículo estar observando eso. El muchacho lo ve y corresponde a su sonrisa. Todo está bajo control, se repite mentalmente, y tal vez un poco más tranquilo corresponde a las caricias. La otra pareja parece estar llegando al clímax. El muchacho se arrodilla frente a él y le baja el pantalón hasta las rodillas, se traga su miembro. Leonardo se siente vulnerable, su primera reacción es cubrirse. Se siente dentro de una burbuja que lo aísla de todo, como sumergido en una piscina oscura, donde lo rodean lejanamente los gritos y jadeos de la película, los de la otra pareja, los suyos mismos. En un destello de lucidez recuerda y busca el condón en sus bolsillos. Abre el paquete con los dientes y lo saca. El muchacho ahora está detrás de él, hurgando con su lengua en sus nalgas. En un espasmo, Leonardo deja caer el pequeño objeto de latex.

Yahir recuerda todo lo que ha leído sobre formas de contagio enumerándolas como una letanía para ahuyentar o exorcizar esas manos que lo han tocado al parece casualmente que han rozado su trasero con el dorso como si el pasillo estuviera tan angosto que fuera necesario pegarse unos con otros con el puño aún dentro del pantalón sigue apretando el envoltorio del condón que le dio Leonardo y desde su posición de vigía ha seguido el movimiento impredecible de esa coreografía muda y multitudinaria que se ejecuta sin interrupciones sombras muchas sombras caminando alrededor deteniéndose a veces en algunos puntos para observar con descaro a otros más descubre una pequeña zona que se ha vaciado repentinamente y decide dejar su trinchera para ocupar la primera butaca de una fila junto al pasillo se sienta con las piernas muy juntas intentando ocupar el menor espacio porque si la gente hace allí sus cosas entonces puede estar embarrada de mecos sí por eso ni siquiera se recarga en los brazos del asiento y encoge las piernas para que no toquen el respaldo delantero porque también allí podrían limpiarse después de acabar mejor quiere concentrarse en la película donde ahora inexplicablemente todos los que antes cogían están huyendo por un bosque pero una mujer se tropieza y la alcanzan los policías se burlan de ella porque en el forcejeo se le abrió la blusa y muestra los pechos y los dos hombres se frotan la bragueta uno de ellos es negro y se saca la verga y se la restriega a la mujer en la cara hasta que finalmente ella se la mete a la boca y entonces Yahir tensa más la espalda porque una sombra se ha sentado a su lado mientras una mano rompe el calzón de la mujer y le jala los pelos la ponen a gatas y mientras uno se la coge por detrás ella sigue chupando la otra verga la sombra lo mira de manera insistente lo nota con el rabillo del ojo pero Yahir no quiere voltear o tal vez aunque quisiera no podría porque se siente pegado al asiento sin poder moverse aprieta los dientes porque siente que en cualquier momento comenzará a entrechocarlos el trío cambia de posiciones ahora los dos hombres penetran a la mujer al mismo tiempo los miembros entran con facilidad asombrosa por ambos orificios a veces salen en el vaivén pero enseguida vuelven a meterlas sin ver siquiera pues solas como cíclopes furiosos se insertan exactas una mano un escalofrío sube por toda la pierna hasta su estómago lo sofoca el contacto de esa mano cálida haciéndose lugar quiere retirarla pero comienzan las caricias en círculos sedantes la sombra se vuelve a mirarlo pero Yahir fija la mirada al frente los dedos van subiendo lentamente un gemido involuntario se le escapa y entonces avanzan seguros e implacables hasta llegar a la bragueta "no estoy haciendo nada no estoy haciendo nada" repite mentalmente la mano escarba en el cierre logra abrirlo un dedo solitario y dulcísimo hurga en sus vellos el negro termina en la cara de la mujer los chorros potentes dejan trazos blancos sobre el rostro al mismo tiempo que allí en la butaca en algún lugar del cuerpo de Yahir una chispa prende recorriendo atropelladamente piernas brazos cuello para desembocar en su pene que explota incontenible y todavía fluye una dos veces más los dedos detienen su maniobra al tocar el calzón húmedo la sombra retira la mano todavía le dirige un último vistazo una risilla apenas audible y se levanta.

Leonardo suda y siente de repente un calambre en la pantorrilla. Es que no calenté bien piensa, y se le escapa una pequeña carcajada. Mañana tiene que estar bien concentrado para hacer muchas canastas y que no se le vaya el primer lugar de anotaciones. Eso mismo le dijo el entrenador antes de salir del hotel, que no volvieran tarde de visitar a su tía, porque debían descansar para dar un buen partido, y que ya estaban en la recta final, y que su escuela se sentiría muy honrada si llevarán el trofeo de los ganadores, y que... Ahora siente una energía que le hormiguea por todo el cuerpo, exactamente igual que en medio del partido, por ejemplo cuando estaba en un tiro libre de tres puntos. Sentía todas las miradas del público y de los otros jugadores puestas en nadie más que él. Entonces un hormigueo idéntico le comenzaba a punzar suavemente en el costado, para ir subiendo hasta el hombro, envolver todo el brazo y llegar a la punta de los dedos, que se fundían en una sola pieza con el balón a punto de ser lanzado.

Yahir recapitula para tranquilizarse no hay problema todo está bien no tocó nada ni sintió ensuciarse de nada que no fuera suyo claro fue casi como masturbarse y eso no tenía ningún peligro por su mente ronda una alegría liviana una impresión de salir ileso de una travesía peligrosa ahora sólo quedaba solucionar ese batidero que traía en los pantalones la pantalla sigue mostrando traseros miembros cuerpos pero ya no tienen importancia decide levantarse para ir al baño antes de salir al lobby revisa con disimulo su pantalón para verificar si se nota la mancha húmeda camina de prisa al baño al sentir algo que se escurre por su pierna

Leonardo cierra apresuradamente el cierre de su pantalón, acomoda su camisa. Antes de salir descubre en el suelo un condón pisoteado. En el recoveco ahora hay más gente y para avanzar hacia la salida tiene que apartar algunas parejas, grupos de tres o más cuerpos. En la sala siguen la película, las rondas, el movimiento de una butaca a otra. Todavía percibe algunas miradas sobre él, pero las ignora y se dirige al lobby. Allí siguen igual los mismos hombres o tal vez son otros, que parecen esperar algo. Él tampoco sabe qué hacer mientras espera. Revisa el cartel de una película que probablemente nunca han exhibido allí. "Entonces para qué la anuncian", piensa Leonardo. Intenta leer los créditos de letra más pequeña, cuando ve pasar rápidamente a Yahir rumbo al baño sin reparar en él. Al regresar, sin decirse una palabra, se dirigen a la salida.

Yahir piensa que no hay ningún problema que todo sigue igual afuera nadie repara en él después del aire caliente y estancado del cine una ráfaga fresca le recorre el rostro y se siente bien casi feliz como si se hubiera restablecido un orden que nunca se alteró como reconciliado con el mundo y consigo mismo.

Leonardo camina de prisa mirando al suelo. Piensa en que ojalá el entrenador no los haya descubierto. Voltea a ver a Yahir que se ha retrasado un poco. Lo alcanza. Yahir le sonríe.

Erotismos polifónicos y separaciones anatómicas

POR Miguel Ángel Quemain
Tomando la novela La burladora de Toledo de Angelina Muñiz Huberman como ejemplar de lo que entendemos como sexual con sus atróficos roles, el autor nos advierte que las diferencias de los sexos no las dicta la genitalidad que se busca bajo las ropas sino un tejido fino de sensibilidades que apenas estamos en trance de explorar

Al final del siglo 19 comenzó la legitimación de un mirador que prometía completar las visiones parciales que los hombres habían elaborado sobre la vida de las mujeres. Un lugar de observación privilegiado para comprender de otra manera los vínculos entre lo femenino y lo masculino, entender sus diferencias y semejanzas y ofrecer, en el mejor de los casos, un nuevo paradigma de comprensión entre los sexos.

Las diferencias se muestran en un permanente ejercicio de diferenciación pública y se designan a sí mismas como escrituras homosexuales, gays, lesbianas. No creo que los temas definan el sentido de la escritura. Pienso que en una dimensión inconsciente de la obra y del autor (que son distintas) ocurren y concurren múltiples formaciones fantasmáticas que enuncian su identidad sexual de manera inestable, dinámica, dialéctica, funcional, en fin, siempre móvil.

En esta entrega nos preguntamos sobre la homosexualidad femenina y lo que propongo aquí es el ejemplo de una polifonía textual donde prolifera el estallamiento de los géneros, en la escritura y en esa dimensión física de lo genital.

La burladora de los géneros
Traigo aquí una novela que me parece ejemplar como registro múltiple de la escritura, sus expresiones de lo femenino, su abolición polifónica de los registros ordinarios de lo que entendemos como sexual con sus atróficos roles y de los sexos que murmuran, vociferan y gritan su contextura, su origen. Se trata de La burladora de Toledo de Angelina Muñiz Huberman (Hyres, Francia, 1936), para quien la literatura es una indagación sobre los procesos de la lengua, un empeño por descubrir los mecanismos que hacen posible la escritura en el momento mismo en que se realiza, un diálogo permanente e indisoluble entre tradición y creación. Tradición significa muchas cosas, pero básicamente conocimiento del idioma y su tránsito, de la antigüedad a nuestros días.

La burladora de Toledo de Angelina Muñiz Huberman propone un conjunto de lecturas inabarcable por la complejidad y el trenzado de múltiples temas, por la diversidad de recursos que emplea y su significación como forma de conocimiento y reconocimiento del mundo, por la capacidad de reunir, abolir, reinventar, crear y relativizar las posibilidades de esa ilusión que llamamos tiempo, por la convocatoria exigente y jubilosa de autores y obras en un tapiz profundo de referencias e intertextualidades que van de la cábala hasta el mundo mediático.

Referencia primera a Elena de Céspedes que yace, mora, en un expediente inquisitorial que se reserva y se anima frente a la imaginación de una mujer postrera que le infunde un alma poderosa e irreverente que se actualiza en pleno siglo 20 bajo los signos de la dualidad que fue el destino imaginado, burlador, subversivo, conversivo de su esencia doble, duplicada por el espejo verbal que teje el barroco de esta novela empeñada en recuperar el género bajo la lección cervantina que propone una novela múltiple, polifónica, musical y profundamente plástica.

Angelina Muñiz despliega un umbral que ofrece las llaves de varios pasajes a través de tres epígrafes, uno de Montaigne sobre la semejanza y la diferencia, otra de Octavio Paz que es una invitación a reconocerse en el mundo, otros que nos dan plena existencia y que no son si yo no existo y una más de Amoz Oz que invita a pensar en un mundo donde la brecha entre los sexos termine por estrecharse hasta transformarse de tragedia en comedia de errores y la creación no sólo sea una herramienta estética sino un imperativo moral mayor y un profundo y muy sutil placer humano.

La profunda sabiduría de una novelista que no pierde de vista su primera creación narrativa, sus intelecciones de investigadora y académica, su intima relación con el cuerpo, con la madre, con sus genealogías siempre presentes, se interna en el tapiz de la historia para ofrecer un personaje histórico no sólo poco estudiado sino oscurecido por esas limitadas herramientas de una historiografía que progresa en la descripción sin encontrar las raíces profundas de las motivaciones que dan vida y actualidad a un personaje como Elena de Céspedes y a todos los tiempos que la contienen y donde es admirablemente contenida bajo la mirada de un narrador poliédrico.

Entra en materia sin miramientos y anuncia el honor, el privilegio y la habilidad de disponer de dos sexos y con ello la moralidad estética de renunciar a una sola definición, a la clasificación del género sea cualquier posibilidad que esto entrañe, desde lo estético hasta lo corporal.

Trance de la alteridad, dos porciones de una misma necesidad que cruzarán la novela en variadísimas referencias resultado de ricas, complejas y sorpresivas asociaciones que ponen en el presente de la narración tiempos, autores, sensibilidades, y una verdadera historia que empieza con la flexibilidad de un gato que se eterniza y acompaña al que escribe y al que lee.

Emanación que se presiente y se mira como naturaleza bivalente, o mejor dicho polivalente como las situaciones que adereza el azar, el origen y el contexto de las cosas que se suceden, imaginan y acontecen en esa novela. No es fácil entrar en materia frente a la riqueza de esta propuesta.

No es gratuito que este universo comience entre las sábanas, en ese saber despertar que es mimesis de la flexibilidad de un gato-gata que pone en movimiento sus elásticos músculos “para que despertar ya no fuera una fastidio”, abolición de la rutina y la mediocridad, esa palabra y esa descripción de un mundo que se abomina en esta novela permanentemente inconforme.

Advierto que no procederé cruzando la multiplicidad de referencias que vinculan esta novela al pasado artístico de la autora y me referiré, en la medida de mis posibilidades críticas, al universo exclusivo de este libro que encierra y abre muchos mundos.

El mundo de la historia
La autora ha explicado en algunas entrevistas el origen de esta novela, ha expresado su gratitud con quien le abrió los detalles de esta historia y cuenta sus indagaciones sobre un personaje del siglo 16 que fue sometido a las crueles y metódicas inquisiciones de un aparato burocrático que creyó representar y defender la voluntad de Dios en la tierra.

El personaje es Elena de Céspedes una esclava liberta a la muerte de su ama que toma su nombre e incursiona en la carrera de la medicina, la sastrería y cuya vida se vio signada por el tránsito entre dos sexos sin que sepamos a ciencia cierta si se trató de un caso de hermafroditismo o burló sagazmente, eficazmente a unos inquisidores, sobre la realidad de su sexo.

Cualquiera que sea la verdad, verdades que se consignan puntualmente a lo largo del texto, lo que importa aquí, me parece, es la forma en que la imaginación nutre un accidente documental para instalarse en el territorio de la imaginación que construye una forma de la verdad, lejana y diría imposible para los historiadores (hay excepciones como la del San Luis de Jacques Le Goff), para una cauda de novelistas que se dicen fieles al transcurso de los hechos y periodistas que “reconstruyen” realidades históricas apoyados en la investigación documental.

Aquí, aunque el material sobre el que se sostiene la ficción es un documento que testimonia la existencia de una mujer del siglo 16, lo fascinante es la construcción, la creación del mundo interno de un personaje que se muestra infinito en sus posibilidades epistemológicas y en la vastedad de su pensamiento perseguido, callado, sospechoso.

No es una novela histórica, es un bordado fino sobre la historia. Es la crónica de un mundo interno que en primer lugar enfrenta el problema del tiempo, el tiempo del recuerdo, la imposibilidad de su media, pues “sus recuerdos saltaban en desorden y el tiempo se le aglomeraba como racimos de uva que no se sabe por cuál empezar a cortar”.

Pero también es un tiempo del que se ha adueñado y que comparte con el lector: “Se repetía: el tiempo es mío: hago lo que quiero cuando quiero”. Una de las claves formales de la novela que le permitirá, como a Cervantes, proponer cualquier situación que su imaginación le dicte.

Una novela-novelo, arte de la interpretación.
La medicina, que es otro de los ejes temáticos del libro, es una disciplina que está entre lo artístico y la ciencia. Diagnosticar es otra práctica interpretativa cuyo poder reside no sólo en quién la práctica sino también en quién la consulta.

Valdría la pena volver a ese texto extraordinario de Levi Strauss, el hechicero y su magia para entender cómo está construido el poder fascinante de esta cirujana que aprende humildemente de Mateo Tedesco, un personaje que “tenía ideas diferentes a la del resto de sus colegas y esto le había creado problemas. Era un hombre apegado a los libros de Maimónides, un hombre de mundo que desconocía las fronteras geográficas y conceptuales. Un transfronterizo como elena-eleno-angelina.

Se debatía entre la palabra y la vida, la verdad se dividía entre lo comprobable y lo imaginario. Certeza de poeta donde el reino de la ambigüedad se instaura de modo irremediable, y tanto que las definiciones no sirven de mucho. Creía, producto de su observación, “que el mundo se movía por cópulas”.

Hay varias dimensiones de la novela que traen un conjunto de temas que conservan su actualidad: la relación entre la ciudad y las mujeres, las posibilidades ilusionistas del vestido que “puede modificar la comprensión del exterior”, la complicidad entre amo y esclavo, las ocultas fuentes internas que se desbordan y la vida escindida que se guarda celosamente en secreto para que no se convierta en una arma que se vuelva en su contra, la normalidad de un mundo doble que nada tiene que ver con la popular doble personalidad.

La vida no sólo es sueño, lo es, pero sólo para unos cuantos capaces de filtrar lo real a través de ese mundo cargado de símbolos y metáforas. La vida es apariencia y el vestido es la piel de un cuerpo que bajo esa estratagema engaña al vulgo y a cualquier cercano interlocutor con el disfraz, por lo menos, del género.

Digo disfraz y me remito a una dimensión profundamente teatral de la novela. Me refiero a lo teatral, que El Quijote le conferirá a la novela del siglo 16 en adelante, convertido en paradigma de esas indagaciones sobre el mundo como un escenario poblado de personajes que bajo la lupa de lo novelesco adquieren dimensiones extrapoladas de su humilde realidad.

La teatralidad, el fingimiento, la ficción dentro de la ficción son ejes que no dejan su presencia al interior de la novela. El mundo del circo, la dimensión erótica de lo humano y sobre la mediocridad del mundo y los pesares que provoca, una antimelancolía que preside el mundo narrativo en una estructura que propone una visión no patológica de la melancolía (una antimelancolía que mantiene viva la pregunta sobre el deseo) que, tiene sus épocas.

Una novela de potente escritura que juega con las épocas y que no deja de señalar el dolor/placer de la escritura, su abolición de la moda que es inclinación hacia lo clásico que cabalga en su rocín a lo largo de la novela. Su abjuración de la normalidad que no es más que normalización de un mundo borreguil y políticamente correcto, donde la ausencia de las formas de la crítica campea por dondequiera.

Las diferencias de los sexos no las dicta la genitalidad que se busca bajo las ropas de Elena/Eleno sino un tejido fino de sensibilidades que apenas estamos en trance de explorar. Que así sea.

¿Qué harías si eres una mujer casada y tu mejor amiga te besa?

Por Cristina Hernández

Hace apenas unos años, en el cumpleaños de mi mejor amiga, recibí la propuesta de experimentar una de tantas opciones sexuales, cuando mi amiga me besó en los labios. Recuerdo la fragilidad del contacto, sus labios demasiado suaves, la piel de sus brazos y sus caricias delicadas. El beso no fue corto, por lo que tuve tiempo de planear mi reacción. No quería que se sintiera rechazada, no quería verme como alguien intolerante. Se habla tanto de la apertura de ideas y experiencias que no quería verme como alguien anticuada y de mentalidad cuadrada, así que intenté corresponder, pero… ¡no pude! Me hacía falta la tosquedad de los labios masculinos, la piel áspera y tensa de los brazos de un hombre. Ella no era una mujer frágil o pequeña, era fuerte y de buenas curvas, sin embargo despedía una delicadeza que dejó muy claro para mí la diferencia entre uno y otro sexo. Con mucha pena le pedí que se detuviera y ella se sintió rechazada; creo que se sentía avergonzada y quizá también ofendida; sus ojos estaban llenos de lágrimas. Intenté explicarle mis sentimientos, pero me pidió que no dijera nada; días después intente hablar con ella y la busqué en diversas ocasiones, pero no la volví a ver.

Ese día perdí una amiga, pero aprendí dos cosas importantes: la primera, mi absoluta y total heterosexualidad; no hubo manera de que me sintiera atraída por otra mujer aun y cuando mis sentimientos me vincularan con ella; no lo disfruté y no lo anhelo; la sexualidad no es algo que uno cambie a voluntad, es algo que tu cuerpo vive y disfruta de acuerdo con su propia naturaleza. La segunda, que el respeto a las preferencias sexuales de cualquier persona, sea homosexual, bisexual o heterosexual, es esencial para que las relaciones perduren y para que la sociedad se desenvuelva en armonía. Me sentí discriminada por ser heterosexual, fue un sentimiento de impotencia y de dolor que me costó trabajo superar, ya que además ella no me permitió explicar mi sentimiento al respecto.

Discriminada y lastimada por ser heterosexual. Ahora pienso que la libertad de la elección de la persona que será mi pareja no es diferente de otras elecciones, como cuando vas a un restaurante y decides comer pollo y no pescado; a nadie le importa ni debería importarle cuáles son mis gustos, esta elección no debería ser tan trascendente; los sentimientos deberían estar por encima de la sexualidad, pues creo que la sobrevaloramos.

Hemos sido mal educados en cuanto a nuestra propia sexualidad y seguimos educando mal a nuestros hijos; quizá porque nuestra vida está muy sexualizada; los medios de comunicación, la sociedad, todo nos habla de sexo, como si aparearnos fuera la única cosa importante en la vida, glorificando la importancia de las relaciones sexuales como si nuestras preferencias en este campo determinaran nuestros valores morales, nuestra capacidad de amar, la inteligencia, e inclusive, nuestro gusto por la moda. ¿Qué ocurriría si, así como tenemos libertad para elegir qué comemos, qué vestimos y a qué profesión nos dedicamos, también tuviéramos libertad para elegir con quién deseamos tener sexo y lo lleváramos a cabo (obviamente con el deseo y consentimiento recíproco) sin que se armara un revuelo social? Creo que la sociedad en general, y en particular los heterosexuales, vivirían sin miedo a las diferencias ―por lo menos las sexuales― y la gente de preferencias bisexuales u homosexuales en todo su espectro gozarían de mayores garantías y podrían desarrollar sus habilidades profesionales con mayor éxito, podrían convivir con todos sus semejantes sin miedo a ser estigmatizados y en general, nos anotaríamos puntos para ser una sociedad con un grado mayor de madurez y respeto.

Esto lo lograríamos con sólo respetar las decisiones y gustos ajenos. No me parece una cuestión de tolerancia ya que no hay nada qué tolerar, creo que la solución está en perder el miedo a los juicios ajenos (en la situación con mi amiga, me sentí en aprietos: si decía que me gustaba iría contra mí misma; malo, porque yo no me sentía cómoda: pero si decía que no me gustaba, mi amiga podría ofenderse, como ocurrió). Debemos practicar el respeto hacia los demás y hacia uno mismo sin dejarnos envolver en modas, posiciones sociales y políticas. Debo respetar mis deseos y mis sentimientos mientras respeto las decisiones, preferencias y diferencias de los que están a mi alrededor; la amistad debería ser ciega a las preferencias sexuales y el amor debería ser siempre reconocido y respetado sin discriminaciones de ninguna especie.

Tio Oscar, Pater putatibus

POR Karini Apodaca

Recuerdo a mi tío Óscar desde muy niña, era quien de pronto pasaba por mi mamá y nosotros para llevarnos a comer a algún restaurante bonito. Fue él quien un día que mi madre tuvo que manejar a la voz de ya, le pidió el auto, lo llevó al mecánico y se fue escoltándola detrás de nosotros hasta el colegio.

Fue mi tío Óscar quien me enseñó a bailar. Me sentía divina en sus brazos; creo que desde entonces me quedó claro que los hombres mayores me gustan a rabiar.

Un día nos llegó con la noticia de que se casaba. La boda fue, por todo, la más cuidada y bella que recuerdo. Al mes de su enlace nos anunció que se divorciaba, y allí se destapó entre los malos comentarios de la que fuera su esposa por acuerdo que mi tío era homosexual. Algunos de sus hermanos le retiraron el habla y prohibieron a mis primos tener contacto con él. En casa no sucedió nada, seguimos nuestro convivio y es que, ¿cómo se le puede cerrar a alguien la puerta, si todo lo que te ha dado es amor y cuidado?

Lejos de ser mal recibida la noticia por mis hermanos y yo, nos permitió ser más cercanos a él. A varios de mis hermanos los apoyó a terminar sus estudios y al día de hoy siempre tiene tiempo para escuchar qué es de la vida de cada uno de nosotros.

Cuando me divorcié tuvo el cuidado para platicar conmigo y constatar que, dentro de todo lo que implica llegar a esa decisión, mi ánimo estaba bien.

Con el tiempo conocimos a Carlos, su actual pareja; Carlos es la onda, bromeamos bastante con él y puedo decir sin tapujos que ocupa un lugar por él mismo en mi corazón.

Hace cuatro años le llevé a regalar un ramo de flores con una pequeña tarjeta agradeciendo el padre que ha sido para mí. Porque si bien mi padre natural formó algunas cosas, mi tío Óscar nos entregó tiempo y consejo. Por algunas conversaciones escuché que de muy joven trató de suicidarse, y es que desde muy chico sintió una fascinación especial por los niños no por las niñas, causando un gran descontento en su padre, mi abuelo. Imagino que no fue fácil para él asumirse y además aceptarse, porque todavía hoy en día hay quien tiene la osadía de cuestionar la integridad y belleza del ser humano por su vida sexual.

Jamás he sentido otra cosa que no sea admiración y cariño por él, mi padre putativo. Si, de pronto se pone denso con la onda del status quo y en esos casos es mejor despedirse, porque una vez que empieza por ahí ni quién lo pare. Pero, bueno,¿ qué padre no tiene sus alucines?

Descubiertos

POR Óscar Garduño Nájera

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Cuchillo pide la palabra. Dice que de tanto permanecer sucios su brillo de alta nobleza terminará por opacarse. Pide la palabra Tenedor: dice que él está de acuerdo, “hay que hacer algo, ya está bien de que a mí me agarren como se les dé su regalada gana”. Frente a él se encuentra Cuchara, quien después de escuchar gritos pide orden en la sala.
Los demás guardan silencio.
Cuchara abre la boca y dice que “no hay que ser malagradecidos con los que tantos cuidados nos han procurado; es cierto”, dice, “que a veces son ingratos y hasta sucios, y que de vez en cuando nos avientan sin lavar a cualquier fregadero, pero es también gracias a ellos que descansamos aunque sea unos cuantos segundos sobre la tela algodonada de cualquier mantel”. “¡Éste ya se vendió!, ¡éste ya se vendió!”, grita Cuchillo. Tenedor pregunta: “¿A quién eligen?”

“¡Cuchillo!, ¡cuchillo!”

“¡Gané!, la venganza da inicio”, dice Cuchillo.

2
Fernanda intuye que Ismael quiere algo con ella. Lo ha visto en su mirada, en la forma en la que le habla. Por eso, cuando él llegó y le dijo que iba a preparar toda una cena especial para ella, Fernanda casi se vuelve loca, pues pretendientes precisamente no le sobran. Por supuesto que aceptó. Quedan entonces para la siguiente semana. Con mano titilante Ismael le escribe en una servilleta la dirección de su departamento y le da referencias para llegar. A las siete, enfatiza con el rostro colorado como jitomate. Fernanda dice que ahí estará, puntual.

3
Pasan los días e Ismael no logra conciliar el sueño. Cierto que le gusta Fernanda, pero teme un rechazo; para él no es nada sencillo estar frente a una mujer y menos en una cita. En una de esas se levanta de la cama, camina hasta la cocina, se recarga en la estufa y piensa en lo que dará de cenar, incluso cuando reconoce que pensar en eso a las tres de la mañana es francamente estúpido. Luego de auto sugerirse pasta con verduras al horno (ahora que el kilo de carne anda por las nubes), piensa en la manera en que pondrá la mesa. Va más allá: saca un mantel, lo extiende sobre la mesa y durante algunos segundos lo admira. Luego saca un plato, lo gira y se siente bien al descubrir que esa es la posición correcta, frente a un florero con rosas que piensa poner para la cena, ¿o velas? Viene lo de los cubiertos. Abre un cajón situado en una cajonera al lado de la estufa y los revisa: cuchillo, bien; tenedor, bien; cuchara, bien; bueno, la cuchara no piensa ponerla, porque no se va a utilizar, pero el cuchillo sí. Alza el tenedor y lo pone frente a la luz del foco encendido. “No es posible, no es posible”, se repite al descubrir que tiene manchas sobre el brillo perfecto del metal. Saca otro, y otro, y otro, y con todos (cuatro) pasa lo mismo aun después de mucha agua y jabón.

Regresa a la cama más preocupado que al inicio: en cuanto Fernanda vea los cubiertos pensará que es un hombre descuidado. Cierra los ojos y antes de dormir, lo último que piensa es comprar otro paquete de cubiertos cuanto antes.

4
Por fin llega la tan anhelada noche e Ismael tiene todo listo. A la pasta con verduras al horno ha decidido agregar pescado (por recomendación de mamá y por una oferta en el supermercado), preparado previamente con la receta secreta de la abuela (mamá insistió en que no falla para una primera cena).

Suena el timbre del departamento. Ismael abre la puerta y Fernanda aparece, enfundada en un vestido rojo carmín ajustado.

Después de dos copas de vino pasan a la mesa mientras hablan de tonterías: el jefe de piso en el trabajo, amigos en común. “Después de la cena”, piensa Ismael, “será buen momento para decirle lo mucho que me gusta”.

5
En cuanto Fernanda quiere coger el Tenedor, éste se arrastra ligeramente. Fernanda mueve la mano, lo alcanza y de nuevo Tenedor escapa de entre sus dedos. Ella mira a Ismael y piensa que es una muy mala broma, pero en cuanto ve que Ismael está de rodillas persiguiendo a Cuchillo, realmente se asusta. Los dos permanecen en silencio. Él no dice nada porque lo que menos quiere es echar a perder la cena; ella porque en primer lugar no sabe qué diablos decir, y porque está francamente aterrada.

Cuchillo y Tenedor siguen por debajo de la mesa y es como si alguien los jalara desde otro punto del departamento con un hilo mágico.

Los dos ya hincados a un lado de la mesa y las nalgas de Fernanda casi frente al rostro sorprendido de Ismael, quien sigue comentando lo del jefe de piso.

Justo cuando Cuchillo y Tenedor parecen echar carreritas, los dos rostros se encuentran y se unen en un beso, sencillo, luego ya francamente apasionado. Ruedan por la alfombra y se olvidan de Tenedor, de Cuchillo y del pescado (hasta que la casa se llena de humo, por supuesto).

Mientras tanto, los cubiertos hacen el coraje de sus vidas y deciden no volver a rebelarse, vivir en la sumisión y oscuridad totales.