junio 04, 2010

De roles y marcas en la globalidad (de los dormitorios)

Por María Dolores Bolívar

Alice: “It would be so nice if something made sense for a change”
―Alice in Wonderland
Proemio
[Se abre un paréntesis: Como aseguró Jean Baudrillard “Todo, también el cuerpo, es simulacro, representación limitada de algo que ya fue superado por otra realidad y que así lo será, ad infinitum.”]

Fragmento: “No person in the United States shall, on the basis of sex, be excluded from participation in, be denied the benefits of, or be subjected to discrimination under any education program or activity receiving Federal financial assistance…” (Constitución de Estados Unidos de América)

I. Posmodernidad y género
La diversidad aparece, proceso peculiar de epimorfosis degenerativa, como las enfermedades de fin de milenio, por todas partes, tornando cotidiano lo impredecible de nuestras geografías:

“...todo está condenado porque en la dimensión de lo hiperreal no hay lenguaje que compita con la velocidad de la luz, ni evento que resista su propia difusión por todo el planeta. No hay significado que se sobreponga al vórtice de los significados. No hay historia capaz de contrarrestar la fuerza centrífuga que mueve a los hechos o el limitado alcance del corto circuito en el que transcurre el tiempo de lo cotidiano. No hay sexualidad que resista su propia liberación, ni cultura que garantice su progreso, ni verdad que desafíe sus propias pruebas. La teoría ya no es reflexión de nada; se limita tan solo al reciclaje de conceptos provenientes de zonas referenciales críticas en las que se halla afinidad en la auto condena o se va al punto cero en un proceso de simulación y ‘objetivación’ cuya existencia depende de la fragilidad de afinidades generadas, vaya una paradoja, por un sistema que todo lo descarta.”
―“Hystericizing the Millennium”/“Histerizando en milenio” (1992) de Jean Baudrillard

Palabras como otredad, diferencia o diversidad a menudo se esfuerzan por denotar apertura y cambio, aunque la mayor parte del tiempo sean de algún modo parte del discurso de la discriminación, basada en visiones que lejos de erradicar la cerrazón y el conservadurismo, lo reinventan. A la liberación de las costumbres que han logrado volver aceptables las preferencias sexuales del individuo, hoy vuelven a oponerse los fundamentalismos. Más allá de las ideologías y, peor, de las teorías, los comportamientos cotidianos son dignos de análisis. Aquí algunas conjeturas basadas en la experiencia diaria de esa diversidad, a contrapelo.

II. Matrimonio y globalidad
¿Cuál sería el título propuesto para una nueva película acerca de las relaciones humanas entre las que vemos entreverarse globalidad, marcas, asociación y convenciones, para bien o para mal, negociando los modos de ser de los individuos en lo privado?

En el más espectacular lanzamiento Sex and the City 2, película basada en la popular serie televisiva homónima, se da contexto y coloca en el centro del debate cultural a los casamientos gay y, con ellos, a la reflexión sobre la viabilidad cultural del matrimonio. La esperada cinta abre con la boda en blanco y negro, a todo lujo, de Anthony Marantino (Mario Cantone) y Stanford Blatch (Willie Garson). De manera insólita, la serie televisiva de mayor rating pensada como un “todo sobre el sexo en Nueva York” quedó convertida en un tributo, en off, al matrimonio ―en una visión prácticamente arqueológica. La reflexión de Carrie Bradshaw ―convertida en Mrs. Preston en Sex in the City― acerca de lo irónico de que sean los gays quienes defiendan, justamente, esa barca que parecía venirse a pique, resulta casi proverbial. Pero lejos de pregonar una nueva era de valores y principios, la reflexión de Sex in the City 2 ciñe a los novios “the brooms” (literalmente “las escobas”, de difícil traducción, término acuñado por la combinación entre bride (novia) y groom (novio), forma parte de la única línea que profiere la actriz Liza Minelly en la película) en una discusión multicolor de los roles. Durante la película, la glamorosa pareja Carrie-Mr. Big entra en crisis, confrontados con una fan de Carrie que enuncia querer emular su vida, salvo por el detalle de que en su matrimonio el rol tradicional de los hijos/los padres ―la procreación― parece no tener cabida. Para Carrie, la línea matrimonial cierra con la lógica de la pareja yuppie ―a medio camino entre el sexo desenfrenado (Samantha) y el sacrificio de vivir para un par de niños malcriados (Charlotte)―. Y ambos toman un parecido real, puramente escénico con Tony y Stan de emblema de la pareja perfecta, ataviados con glamoroso traje de gala –tuxedo/esmoquin o smoking ―uno blanco (a cuya pureza se alude en chanza) y el otro negro.

Entonces, la película, que concluye tendiendo un puente entre las mujeres veladas que leen ávidas, en homenaje a la venerada terapia de la autosugestión, el libro de Susan Sommers: “Breakthrough. Eight Steps to Wellness” ―uno de 29 comerciales que desfilan por la película; Rolex, Vuitton, Dior, Blahnik... eso sin contar la moda neoyorkina que inunda los mercados negros y las casas de Abu Dhabi, ordenada a distancia, vía Internet.― debió llamarse “De roles y marcas en la globalidad”. ¿A cuáles roles me refiero? A la fidelidad ―referida como kiss and tell―; la rutina del matrimonio que requiere, a los ojos de John Prescott (Mr. Big) un departamento de repuesto para poder descansar del matrimonio dos días por semana, cual si fuera un trabajo; las avenencias de los matrimonios en boca de un mayordomo libio trabajador migrante del lujoso hotel Emirates Palace (en realidad tomado de un set montado en Marrakesh), quien expresa que la felicidad consiste en ver a su mujer una vez cada tres meses.

III. De tiempos sin glamour
Recurro a otro personaje ¿ficticio?, Férula Trueba, de La casa de los espíritus, novela de la chilena Isabel Allende. Férula es, a primera vista, una mujer inofensiva e inocua, caracterizada cual si fuese extra en la trama de la vida real. Se trata de la hermana del protagónico masculino, solterona y marginal, cuya presencia se asume como de relleno. Llevada a la pantalla sirvió de personaje catch para las audiencias estadounidenses. Glenn Close hizo el papel, por varios miles de dólares, ante un elenco esplendoroso que incluía a Vanessa Redgrave, Meryll Streep, Wynona Ryder y Antonio Banderas de pilón. En la trama, las atenciones de Férula para con Clara del Valle, su cuñada, concluyen con la súbita expulsión/proscripción del seno familiar Trueba-Del Valle. Echada a gritos, no sólo de su finca, sino también de sus vidas, la hermana/cuñada es obligada a vivir apartada hasta su muerte. La indignación del hermano explota cuando la camaradería cotidiana se llena, para su irritación, de risas y muestras de cariño. Por única razón, a los lectores/espectadores se nos dice que han comenzado a molestarle a Esteban Trueba las relaciones afectivas surgidas entre su esposa y su hermana.

Seres como Férula abundan en la vida de pueblos y ciudades. Mujeres y hombres que padecen de marginación, repudio, escarnio. La exclusión que sufren las mujeres o los hombres solos va de la mano con los prejuicios. “Debe casarse para no provocar habladurías…” La vida sexual se asume como el coto exclusivo del pater familias. Las habladurías, las buenas fuentes, las malas lenguas se hacen cargo de mantener el status-quo. Los transgresores atraen sobre de sí el faro inquisidor. En la usanza hispanoamericana lo que no puede compartirse, a los cuatro vientos, debe permanecer oculto, enterrado. Con el índice en la boca se contiene con discreción los temas intratables. Los culpables no se nombran, ni siquiera se evocan con libertad. Pensar en ellos o hablar de ellos despierta el escándalo. Y la literatura, claro está, reinscribe a esos personajes sometidos a una vida de silencio ―y por supuesto al margen de toda legalidad― que existen sin existir. Y ellos, arrumbados en los rincones y la oscuridad de códigos familiares tan estrictos, ni siquiera llegan a expresarse en palabras. Para sí generan vidas paralelas, relaciones soterradas, narrativas tormentosas que se debaten entre muros, lejos del reflector como del más mínimo atisbo inquisidor.

IV. Los secretos del ropero
Los roperos antiguos son un portento. “Truenan de noche… “ aseguraba mi abuela Eloísa que de niña escuchó decir que los espíritus se alojaban en ellos eternamente. Ahí, entre la seguridad de tablones olorosos a naftalina, se acumulan la energía y la memorabilia familiares. Casi siempre los secretos se refunden en cofres con llave. Quien da con ellos a menudo los halla convertidos en un fajo de cartas o de fotografías disimuladas celosamente. Pero las palabras explícitas sirven de poco a las miradas curiosas. Por escrito, o a manera de recuerdo/objeto, los secretos familiares se urden en base a claves y eufemismos que no siempre uno llega a descifrar. Sigilo y guardia firme definen las relaciones cotidianas, lo no aceptado se esconde entre las líneas, en los dobles sentidos, entre palabras jamás pronunciadas.

Visité hace tiempo una de esas casonas impregnadas de tiempo. En sus roperos dormitaban, cual fantasmas a sueldo, los miles de recuerdos refundidos así, entre ropa y escondrijos; regados en su elusiva presencia entre efectos, tiliches y prendas varias. Me tomó años conectar a un par de mujeres que habitaban mi calle con una agrupación de militantes en pro de los derechos de la mujer. Al doblar la esquina de la calle se me esfumaba su huella, sus vidas individuales resignadas a una existencia de disimulación y silencio.

Conocí otra casona/familia que mantenía a buen resguardo su intimidad. Ahí, entre antigüedades y documentos apolillados, desconcertaba el descuido con que se me permitió el acceso, casi por invitación, a aquellos vericuetos emblemáticos de la memoria. Y esculqué, claro que esculqué cada vez que pude. Me moría de ganas de conocer las claves indescifradas de aquel bastión de familias añejas con sus añejos cuentos y recuerdos. “No hagas tantas preguntas…” resonaba en mi alma la recomendación de un par de allegados que me acompañaron en aquella aventura. Y cumplí, sólo que el no hacer preguntas no me impidió recorrer los bieses de aquellos cuartos llenos de vericuetos y veredas hacia pasado y presente, literalmente, echados al olvido.

V. La soltería de los maduros
Basta con que un hombre pase la edad promedio sin casarse para que se desaten las habladurías. “Es demasiado modoso…” decía de un compañero de trabajo mi vecina, aludiendo a su estilo de vida, casi como la conclusión necesaria que derivaba de su soltería. “Soltero maduro…” lanzaba al aire, dejando deliberadamente el dicho inconcluso y con ello asumiendo que el celibato es también el camino infalible hacia la homosexualidad. Y llama la atención que en una cultura de eufemismos no se hable con el debido tino y tacto acerca de la elección de género en público, donde, en cambio, la larga lista de términos que aluden al homosexualismo o la elección de género llevan por mira el sobajar a quien reniega de “su género”. En la sociedad patriarcal, feminizar al macho o menoscabar vía la palabra la virilidad de alguno basta para producir terror en quienes se atrevan a transgredir sus normas. En cualquier punto de la expresión reaparece el cuestionamiento a la hombría. El hombre fino, devoto de las buenas costumbres, es tratado de señorito, con desdén. El patán, en cambio, agreste y atropellado, es visto como varonil y hasta apuesto. El hombre considerado y de su casa es tildado de mandilón, mientras que el ojo alegre, desleal y pendenciero, hace pasar por dones su ser “bragado” y por envidiable “su aspecto y actitud agrestes”. De él se dice que “tiene los pantalones bien puestos”, aludiendo de soslayo a una naturaleza otra que fuese benévola, servicial y dócil y, de esa suerte, definida por su desnudez y, por ende, su vulnerabilidad.

La hombría no es cosa menor en una sociedad de machos. Tal vez por eso, con desusada frecuencia se arremete con sorna contra la bisexualidad de los políticos o se alude con naturalidad a orgías entre funcionarios, dejando por sentado que los deslices entre varones denotan apuesta por una existencia funesta que atentase así contra la primacía del “orden patriarcal”.

VI. Malas compañías
También entre las diferencias sexuales se da una jerarquía que otorga superioridad al varón. Conocí a la madre de una joven que declaraba que no toleraría tener una hija lesbiana en los siguientes términos: “Marica, sí, tal vez… pero machorra, Dios guarde l´hora.” Tan solemne declaración rimada se anteponía a su percepción de la homosexualidad entre mujeres como algo más repugnante para ella, que entre varones. Y es que el machismo trasmina aún a esos niveles del discurso. Rechazar al otro género, cuando se hace desde la identidad de un hombre, no es visto igual que hacerlo desde la identidad de una mujer. En realidad, parecería que rechazar al macho, y no ya sólo al género opuesto, es lo que hace tal “falta” doblemente grave. Pero si la intolerancia es mayor hacia las mujeres lesbianas, el lesbianismo ha existido por años con más libertad, por lo menos aparente, que el homosexualismo entre varones. ¿La razón? La emotividad entre mujeres no es censurada, como tampoco lo es la convivencia en casas de mujeres.

VII. La reclusión en los conventos
A la violencia ejercida contra hombres y mujeres que expresan preferencias sexuales censuradas, se ha agregado, históricamente, el dramático factor que deriva de la violencia de las instituciones.

La retórica cultural que acepta la diversidad o la diferencia como parte de un modo de ser actual, posmoderno, en boga, no se adecua a lo que de común se expresa de manera masiva. Una de las áreas en las que mayor equívoco hallamos es la política, donde la artillería contra el oponente a menudo incluye el desprestigio por el género o la elección de género. Si una mujer expresa disidencia, su condición femenina es de inmediato puesta en entredicho. “Es…sabe cómo…” lo que quiere decir que no es obediente o proba, sino más bien levantisca y afecta a expresar sus puntos de vista. Desde esa óptica, el feminismo es a menudo sacudido por esa cerrazón del discurso machista desde el que la identidad sexual se traduce en una negación del otro o, incluso, desde la intolerancia más beligerante contra quienes no son del género o de la preferencia sexual del atacante.

La inclusión de personajes lésbicos en la cultura popular mexicana, por ejemplo, ha valido a sus atrevidos exponentes el fracaso. Ejemplo reciente de estos comportamientos es la salida del aire de la telenovela “Agua y Aceite” de la célebre dupla de actores/productores de telenovelas, Humberto Zurita y Christian Bach. Cierto que el tema no aparecía solo. A la escandalosa presencia de la cuestión lésbica se aunaban el abuso infantil y el narcotráfico. Y cuál si ninguno de estos tuviese que ser tratado con urgencia en nuestro país, los altos mandos de la televisora que albergaba entonces a los productores dictaron la censura aludiendo a valores, en abstracto.

Y si a nivel de práctica sexual el género entra en cuestión y escandaliza, en la abstracción, la libertad sexual choca con políticas cuasi-oscurantistas. El 2008 desató la polémica en California en torno a la práctica de los matrimonios civiles de personas del mismo sexo. La militancia anti-gay se desbordó en las calles, carreteras y puentes. Prop 8 despertó más que militancia política, el furor popular intransigente. Por la defensa del matrimonio civil entre personas del mismo género se urdió todo un movimiento en contra de la elección gay. Al principio parecía intrascendente la beligerancia orquestada por el estado/región más diverso/a del planeta. Sin embargo Prop 8 se convirtió en el punto álgido de la elección presidencial.

Aunque el censo de los Estados Unidos reporta que 63% de los niños estadounidenses viven con dos de sus padres biológicos, los porcentajes descienden cuando se enuncia el tipo de familia alojada en una casa. En algunos estados, como California, la mayoría de niños en familias de orden diverso (de padres solteros, en sociedad doméstica con otra persona o vueltos a casar) alcanza cifras extraordinarias y hace descender al porcentaje de niños en familias tradicionales a menos de la mitad. Casarse en California es ante todo una convención cuya fragilidad y brevedad saltan a la vista. Otros factores adversos de orden civil, como los matrimonios, animan su disminución en tiempo y cifras reales: Más impuestos, mayores desavenencias, menos condiciones para hacer funcionar a una familia, mayores conflictos socioculturales que influyen en la pareja. La retracción del número de matrimonios, familias y sociedades conyugales entre heterosexuales vuelve increíble el furor que se desató en torno a la proposición 8.

Parecía insólito que el argumento avanzado por los opositores a la interpretación de la constitución que aducía legalidad en los matrimonios civiles entre personas del mismo sexo, no fuese en sí impedir la convivencia doméstica entre parejas diversas. Lo era, en cambio, el que a los niños se les llegare a decir en la escuela que la opción gay existe y que la unión entre individuos gay merece igualdad de derecho ante la ley. Entonces, sí a las uniones gay por fuera de la legalidad, pero no a la educación en pro de la libre elección parecía ser el sustento que dividía al electorado de 2008. El mundo de las libertades, en un estado de desafecto a la institución matrimonial (según las estadísticas) prefería dar un carácter inconstitucional la equidad civil de las uniones diversas en pro de uniones heterosexuales que han mostrado ir a la baja año con año, desde los años setentas, del siglo pasado.

Interesante que una buena parte de padres divorciados opinara de tal modo y que hablar de la familia en las escuelas pareciese ocupar preocupar a personas en cuyas casas la diversidad de estilos es lo que reina. Así que, adeptos a un fundamentalismo más, los promotores de la familia en general, obviaban su propia especificidad doméstica y salían a defender un orden familiar roto y, por ende, indefendible.

Colofón
La legalidad de la otredad, y esto tal vez no sólo en el campo de las preferencias sexuales, resta poderío a aquellos que se desempeñan en el interior de las esferas dominantes. Ante la imposibilidad de hacer prevalecer un discurso excluyente sobre realidades diversas, las elites conservadoras optan por una realidad que se auto purga de los discursos que la describen. Todo está bien para ellas si las escuelas continúan impartiendo el mito de una civilidad monolítica y heterosexual, aunque los niños aprendan, en las calles y casas, que tal realidad no existe. Y esta esquizofrenia interpretativa no es otra cosa que la perpetuación de los secretos en el ropero… o que las realidades otras existan, mientras lo hagan en silencio.

¿Y qué interés tendríamos el resto de la sociedad por impedir que se cierren los círculos de los distintos grupos que conforman la sociedad civil, de esos otros? Ésta, como muchas otras preguntas, amigos lectores, probablemente carece de respuesta. Es decir, que no hay una flecha que de sentido a todo, como sugería el epígrafe enigmático de Alicia… en el planeta de los enigmas.

Glosario
Matrimonio. Sumarios, Asirios y Babilonios contaban con contratos equivalentes a esta institución civil. La iglesia católica lo convirtió en una asociación de orden religioso.

Bullying. Intimidación u hostigamiento. Su práctica se codifica hoy como una falta de orden civil. Sin embargo, es difícil determinar quién es el agresor de un acto así, cuando a menudo se desprende dicho acto de la práctica colectiva de la intolerancia. Quiero decir la misma intolerancia que obliga al ocultamiento so pena de escarnio o agresión.

Epimorfosis. Del griego. La regeneración de un organismo a partir de una de sus partes.

Férula. Nombre de mujer. Tablilla resistente que se emplea para el tratamiento de fracturas.

Blanco. El significado de este color trasciende las tonalidades o pigmentos. Enuncia pureza y virginidad, cualidades que rara vez intervienen en los matrimonios de hoy. Sin embargo continúa utilizándose ese color (o no color) en el atuendo de la mujer/varón que contrae nupcias.

Patti Lateranensi: No se trata del nombre de una diva de la moda, sino de los acuerdos que regulan las relaciones civiles y eclesiásticas entre las que figura, en primerísimo orden, la institución matrimonial.

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