junio 04, 2010

Yahir y Leonardo

POR Luis Martín Ulloa

Leonardo se incorpora sobre el asiento y mira por la ventanilla, para ver si ya están llegando. Entonces, como por arte de magia, aparece como en una ráfaga frente a sus ojos la marquesina casi en ruinas del cine con nombre de mujer, que ya ni siquiera anuncia el título de la película que exhibe, y sonríe. Algunos compañeros lo ven y seguramente piensan que algo se trae, porque todos vienen fatigados después de ese último partido donde apenas han calificado por unos cuantos puntos a la ronda final. No cabe duda, es el mismo que mencionan en la novela que tomó prestada por unas semanas del librero de su hermano mayor, el que tiene dentro de su cuarto y no deja que nadie limpie. El mismo cine que el protagonista menciona como uno de los tantos lugares de ligue de la ciudad. Perfecto. Y sólo a unas calles del hotel. Ahora sí cree lo que decía un maestro acerca de la sabiduría que pueden brindarnos los libros. Aún sonriendo, voltea a ver a Yahir, que viaja en el asiento al otro lado del pasillo. Le hace gestos en silencio para que no lo vea el entrenador. Leonardo se esfuerza por decirle con inflexiones mudas de la boca:  "ci-ne , ci-ne." Pero nada. Al fin vencido Leonardo le hace una última seña de que después le explica. Sabe que fue mejor que no entendiera, porque con lo despistado que es el Yahir, hubiera sido capaz de preguntar en voz alta "¿cuál cine?" Y allí sí les hubieran llamado la atención. Leonardo hace algunas conexiones entonces y de pronto surge la iluminación. Claro. No por nada le había prohibido terminantemente al equipo completo caminar por esa calle. Él mismo sabía lo que podían encontrar allí, o si no, cualquier otro maestro de la delegación anfitriona ya lo había prevenido, para que ninguno de sus inocentes muchachitos se sintieran tentados a deambular por esos rumbos. Por supuesto que en todo caso, lo apropiado hubiera sido llevarlos a un hotel menos pinche, donde no hubiera pulgas, pues desde la primera noche Leonardo había sentido piquetes en las piernas y en la espalda.

Yahir piensa en su cuarto al desvestirse para entrar al baño "este wey está bien loco si cree que lo voy a acompañar",  pues al bajar del autobús Leonardo lo jaló de un brazo para apartarlo y decirle que estaban muy cerca del cine que le había contado la otra vez y en efecto entonces él preguntó "¿cuál cine?" y Leonardo soltó de nuevo todo sobre la novela que había leído "pero ¿qué vamos a hacer ahí? pregunta de nuevo y su amigo se queda viéndolo con un gesto de "no te hagas pendejo" y la verdad era que desde el primer momento Yahir había sabido muy bien de cuál cine le hablaba cómo no lo iba a recordar si la primera vez que Leonardo le había contado se puso a hacer planes y también imaginando qué hacían allí adentro y todo eso y Yahir no dijo nada entonces porque la pura invocación de ese lugar que en boca de Leonardo parecía alcanzar vuelos míticos a él más bien le había evocado una palabreja cortita y ya cotidiana pero no por eso menos temida e imaginó algo así como un perol enorme donde saltaban hervores de una cocción espesa y dejó que su amigo siguiera especulando entusiasmado sobre el asunto que fantaseara hasta que al final se lo dijo "¿y qué tiene que ver el sida wey?" contestó Leonardo "si nomás se trata de conocer, de ir para ver cómo está el ambiente" y por eso había bastado que Leonardo dijera cine para haber entendido todo y además qué pinche casualidad que el equipo se hubiera hospedado tan cerca parecía que alguien que para nada era Dios por supuesto había escuchado sus ruegos sus ansias exageradas de conocerlo tenía que ser mugrosísimo en cualquier momento se te podía plantar enfrente un maleante casi como un gángster para extorsionarte aunque debe reconocer también que sintió el ritmo del corazón acelerársele desde el momento que Leonardo dijo muy quitado de la pena "¿entonces qué vamos en la noche?" porque volvió a imaginar también las escenas que le había provocado el relato atropellado de su amigo a partir del famoso libro ahora mismo siguen repitiéndose en su mente provocando una incipiente erección y en un acto reflejo gira la llave del agua fría que de verdad está fría y enseguida vuelve a cerrarla pero sí que no pensara que lo acompañaría porque además recordaba vagamente unas estadísticas digamos si en el cine estaban cincuenta personas era seguro que por lo menos uno estaba infectado ¿y si le tocaba de pura suerte o más bien de pura desgracia que esa persona se sentara junto a él? ¿y si tosía o estornudaba cerca entonces que pasaría? ¿y si no había sólo uno sino muchos así adentro?

Leonardo camina apresurado por la calle. Se detiene para mirar a Yahir que se ha retrasado un poco. Espera que lo alcance. Trae una cara de molestia. "Bueno, ¿vas a entrar o no?" le pregunta. "No te van a decir nada wey, a lo mejor si estuvieras chaparro te pedirían la cartilla, pero así con la estatura la libramos. Además ya me dijeron cómo está la onda aquí, no hay bronca." Yahir no dice nada y sigue caminando. Se detienen antes de llegar a la taquilla. Cobran veinte, a ver yo pago y después tú me los das, dice Leonardo. Al asomarse por la ventanilla, automáticamente mira a los lados para ver si algún transeúnte lo mira, pero nadie parece reparar en él. Intenta controlar el tartamudeo que a veces lo traiciona cuando se pone nervioso. Pero se tranquiliza cuando ve entrando al cine a otro muchacho de su misma edad. Recibe los boletos de la señora de lentes que ni siquiera lo miró cuando extendió el billete. Yahir se ha quedado un poco más allá, simulando ver un puesto callejero de discos. Le hace una seña y se acerca. Entran tan rápido que se avergüenzan de su prisa al desembocar en un lobby que resulta demasiado pequeño para las proporciones que prometía la fachada. Pulcrísimo, eso sí, con olor a desinfectante de baño. Un señor aburrido atiende un mostrador de madera viejísimo, donde apenas se ven algunas bolsas de palomitas. Leonardo no puede evitar sonreír y pensar si alguien de verdad puede comer cualquier cosa allí. También hay otros hombres que no han dejado de mirarlos desde que entraron, algunos sentados en unos sillones anticuados de plástico, otros de pie, fumando, mirando con atención unos carteles como si fuera importantísimo registrar cada nombre que aparece en ellos. Leonardo se desconcierta pensando en dónde chingados está la entrada a la sala, si todo mundo se encuentra allí tan a gusto, como si estuvieran en un parque. Yahir permanece cerca de él, con la cabeza agachada, como si esperara las instrucciones del hermano mayor, evitando corresponder a las miradas. Y en efecto Leonardo se vuelve y le indica "sabes qué, aquí nos separamos y al rato nos vemos aquí mismo, en una media hora, qué te parece." Yahir asiente. "No traes de estos,  ¿verdad?",  Leonardo deja ver por la bolsa de su chamarra una tira de dos condones. Yahir no responde. "Ay wey, no te digo"  repone Leonardo. Corta uno y se lo entrega. En ese momento aparece alguien en el lobby por detrás de una cortina de color rojo oscuro, en el otro extremo del espacio. Por allí es, señala Leonardo con un gesto.

Yahir piensa en una iglesia al apartar la tela mugrosa y por fin entrar en la sala una catedral enorme y oscura donde se realiza una ceremonia sigilosa Leonardo dice simplemente de rato y se aleja convirtiéndose en otro de los oficiantes que se mueven hacia todas partes como sombras anónimas permaneciendo por unos momentos en una butaca para levantarse enseguida y desplazarse por los pasillos como si flotaran alguno deteniéndose un segundo junto a él y dirigiendo intencionalmente su hálito caliginoso hacia su oreja repegando también el cuerpo que ahora se materializaba revelando volumen y temperatura entonces repara en que está sudando y su reacción inmediata es quitarse la chamarra con el escudo de la escuela pero el ojo expectante de un perfil apenas iluminado por los colores cambiantes de la película lo detiene y al contrario sube el cierre hasta el cuello siente los labios resecos al pasar saliva cuando en la pantalla la imagen de una lengua que parece un ser autónomo recorre en toda su extensión un miembro enorme alguien se separa de la barda donde empieza el área de butacas y allí se coloca él pegandose igual que a una tabla salvadora pero con los puños apretados dentro de las bolsas del pantalón en la película sigue la acción en la misma cama dos parejas están cogiendo intercambiando las mujeres a intervalos mientras un tercer hombre los observa sentado en una silla cerca del lecho con una pistola apuntándoles en un giro de los cuerpos un pie masculino alcanza a posarse en la rodilla del hombre y el delincuente que vigila la faena visiblemente excitado duda si retirar el pie o acariciarlo o tal vez incluso lamerlo es un pie grande y fuerte con los dedos repletos de vellos negrísimos igual que muchas veces en los vestidores había visto a sus compañeros y sentía una desazón al observarlos andar por todos lados en sandalias o descalzos.

Leonardo percibe las miradas en el momento que cruzan la cortina. Advierte el movimiento sutil entre los hombres que están de pie, recargados en la pared o en la barda que separa las butacas. Después de unos segundos se habitúa a la oscuridad. Un poco más allá está un muchacho que entró después y con el cual intercambia miradas. Por un lado de la sala ve un letrero rojo y piensa que allí son los baños. Se encamina hacia allá. Entra de prisa pero de nuevo se detiene de golpe al ver que no son los baños. Es un pasillo tapiado o tal vez el preámbulo de una escalera clausurada que conducía al segundo piso. Allí está una pareja en pleno cachondeo. Está a punto de salir cuando se topa con el muchacho, sus rostros casi se tocan en el encuentro. Éste se va hasta el fondo del recoveco y se queda mirándolo. Leonardo titubea en salir o quedarse. Finalmente sale y se sienta en una butaca cercana. Casi enseguida sale el muchacho. Lo descubre, cruza por la misma fila y ocupa el asiento siguiente. De inmediato coloca su mano en la pierna de Leonardo. Junto a ellos los caminantes siguen su ronda alrededor. Uno se detiene a mirarlos, pensando tal vez que comenzará la acción, pero Leonardo retira la mano. En la fila delantera se distinguen dos cabezas, después es una sola echada hacia atrás. Ahora en la pantalla unos policías se cogen a una mujer. El muchacho le indica con la mirada el sitio al que entraron hace unos momentos y se levanta. Leonardo palpa el condón en su bolsillo y lo sigue.

Yahir recuerda cuando recién había entrado al coro de jóvenes y llegaba temprano al ensayo en el templo desierto porque los demás nunca estaban a tiempo y no podía dejar de sentir un escalofrío cuando avanzaba por la nave y pasaba frente a un cristo doliente acostado en una caja de cristal bajo uno de los altares laterales evitaba ver sus llagas sangrientas y su gesto congelado el mismo gesto que en un arranque sacrílego después admitido frente a su confesor creyó ver en su propio rostro una vez que se había masturbado frente al espejo de cuerpo entero de la habitación de su madre en el momento preciso que sintió el semen irrumpir esa fue la última imagen que percibió de sí mismo en el espejo antes de doblarse en un estertor involuntario.

Leonardo ve que uno de los cuerpos de la pareja dentro del cubículo está echado hacia delante con el trasero desnudo y el otro lo empuja desde atrás. El muchacho comienza a acariciarlo, lo abraza, le besa el cuello, intenta en la boca pero Leonardo se resiste al principio. Con los besos no hay bronca, recuerda, y hace un esfuerzo por abandonarse a las caricias. Le permite hacer al otro mientras él se queda estático y deja caer los brazos, que le tiemblan levemente. Le sube la camisa, mete sus manos para tocarle el torso delgado, musita algo como “niño” o “un niño”. Leonardo intenta ver a través de la penumbra si la pareja esta usando condón, fija la mirada en el miembro que entra y sale con rapidez. De pronto sonríe porque le parece ridículo estar observando eso. El muchacho lo ve y corresponde a su sonrisa. Todo está bajo control, se repite mentalmente, y tal vez un poco más tranquilo corresponde a las caricias. La otra pareja parece estar llegando al clímax. El muchacho se arrodilla frente a él y le baja el pantalón hasta las rodillas, se traga su miembro. Leonardo se siente vulnerable, su primera reacción es cubrirse. Se siente dentro de una burbuja que lo aísla de todo, como sumergido en una piscina oscura, donde lo rodean lejanamente los gritos y jadeos de la película, los de la otra pareja, los suyos mismos. En un destello de lucidez recuerda y busca el condón en sus bolsillos. Abre el paquete con los dientes y lo saca. El muchacho ahora está detrás de él, hurgando con su lengua en sus nalgas. En un espasmo, Leonardo deja caer el pequeño objeto de latex.

Yahir recuerda todo lo que ha leído sobre formas de contagio enumerándolas como una letanía para ahuyentar o exorcizar esas manos que lo han tocado al parece casualmente que han rozado su trasero con el dorso como si el pasillo estuviera tan angosto que fuera necesario pegarse unos con otros con el puño aún dentro del pantalón sigue apretando el envoltorio del condón que le dio Leonardo y desde su posición de vigía ha seguido el movimiento impredecible de esa coreografía muda y multitudinaria que se ejecuta sin interrupciones sombras muchas sombras caminando alrededor deteniéndose a veces en algunos puntos para observar con descaro a otros más descubre una pequeña zona que se ha vaciado repentinamente y decide dejar su trinchera para ocupar la primera butaca de una fila junto al pasillo se sienta con las piernas muy juntas intentando ocupar el menor espacio porque si la gente hace allí sus cosas entonces puede estar embarrada de mecos sí por eso ni siquiera se recarga en los brazos del asiento y encoge las piernas para que no toquen el respaldo delantero porque también allí podrían limpiarse después de acabar mejor quiere concentrarse en la película donde ahora inexplicablemente todos los que antes cogían están huyendo por un bosque pero una mujer se tropieza y la alcanzan los policías se burlan de ella porque en el forcejeo se le abrió la blusa y muestra los pechos y los dos hombres se frotan la bragueta uno de ellos es negro y se saca la verga y se la restriega a la mujer en la cara hasta que finalmente ella se la mete a la boca y entonces Yahir tensa más la espalda porque una sombra se ha sentado a su lado mientras una mano rompe el calzón de la mujer y le jala los pelos la ponen a gatas y mientras uno se la coge por detrás ella sigue chupando la otra verga la sombra lo mira de manera insistente lo nota con el rabillo del ojo pero Yahir no quiere voltear o tal vez aunque quisiera no podría porque se siente pegado al asiento sin poder moverse aprieta los dientes porque siente que en cualquier momento comenzará a entrechocarlos el trío cambia de posiciones ahora los dos hombres penetran a la mujer al mismo tiempo los miembros entran con facilidad asombrosa por ambos orificios a veces salen en el vaivén pero enseguida vuelven a meterlas sin ver siquiera pues solas como cíclopes furiosos se insertan exactas una mano un escalofrío sube por toda la pierna hasta su estómago lo sofoca el contacto de esa mano cálida haciéndose lugar quiere retirarla pero comienzan las caricias en círculos sedantes la sombra se vuelve a mirarlo pero Yahir fija la mirada al frente los dedos van subiendo lentamente un gemido involuntario se le escapa y entonces avanzan seguros e implacables hasta llegar a la bragueta "no estoy haciendo nada no estoy haciendo nada" repite mentalmente la mano escarba en el cierre logra abrirlo un dedo solitario y dulcísimo hurga en sus vellos el negro termina en la cara de la mujer los chorros potentes dejan trazos blancos sobre el rostro al mismo tiempo que allí en la butaca en algún lugar del cuerpo de Yahir una chispa prende recorriendo atropelladamente piernas brazos cuello para desembocar en su pene que explota incontenible y todavía fluye una dos veces más los dedos detienen su maniobra al tocar el calzón húmedo la sombra retira la mano todavía le dirige un último vistazo una risilla apenas audible y se levanta.

Leonardo suda y siente de repente un calambre en la pantorrilla. Es que no calenté bien piensa, y se le escapa una pequeña carcajada. Mañana tiene que estar bien concentrado para hacer muchas canastas y que no se le vaya el primer lugar de anotaciones. Eso mismo le dijo el entrenador antes de salir del hotel, que no volvieran tarde de visitar a su tía, porque debían descansar para dar un buen partido, y que ya estaban en la recta final, y que su escuela se sentiría muy honrada si llevarán el trofeo de los ganadores, y que... Ahora siente una energía que le hormiguea por todo el cuerpo, exactamente igual que en medio del partido, por ejemplo cuando estaba en un tiro libre de tres puntos. Sentía todas las miradas del público y de los otros jugadores puestas en nadie más que él. Entonces un hormigueo idéntico le comenzaba a punzar suavemente en el costado, para ir subiendo hasta el hombro, envolver todo el brazo y llegar a la punta de los dedos, que se fundían en una sola pieza con el balón a punto de ser lanzado.

Yahir recapitula para tranquilizarse no hay problema todo está bien no tocó nada ni sintió ensuciarse de nada que no fuera suyo claro fue casi como masturbarse y eso no tenía ningún peligro por su mente ronda una alegría liviana una impresión de salir ileso de una travesía peligrosa ahora sólo quedaba solucionar ese batidero que traía en los pantalones la pantalla sigue mostrando traseros miembros cuerpos pero ya no tienen importancia decide levantarse para ir al baño antes de salir al lobby revisa con disimulo su pantalón para verificar si se nota la mancha húmeda camina de prisa al baño al sentir algo que se escurre por su pierna

Leonardo cierra apresuradamente el cierre de su pantalón, acomoda su camisa. Antes de salir descubre en el suelo un condón pisoteado. En el recoveco ahora hay más gente y para avanzar hacia la salida tiene que apartar algunas parejas, grupos de tres o más cuerpos. En la sala siguen la película, las rondas, el movimiento de una butaca a otra. Todavía percibe algunas miradas sobre él, pero las ignora y se dirige al lobby. Allí siguen igual los mismos hombres o tal vez son otros, que parecen esperar algo. Él tampoco sabe qué hacer mientras espera. Revisa el cartel de una película que probablemente nunca han exhibido allí. "Entonces para qué la anuncian", piensa Leonardo. Intenta leer los créditos de letra más pequeña, cuando ve pasar rápidamente a Yahir rumbo al baño sin reparar en él. Al regresar, sin decirse una palabra, se dirigen a la salida.

Yahir piensa que no hay ningún problema que todo sigue igual afuera nadie repara en él después del aire caliente y estancado del cine una ráfaga fresca le recorre el rostro y se siente bien casi feliz como si se hubiera restablecido un orden que nunca se alteró como reconciliado con el mundo y consigo mismo.

Leonardo camina de prisa mirando al suelo. Piensa en que ojalá el entrenador no los haya descubierto. Voltea a ver a Yahir que se ha retrasado un poco. Lo alcanza. Yahir le sonríe.

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