mayo 15, 2010

Lucía, romance net

Por: Guillermo Ochoa-Montalvo
A Alicia Alarcón

Querida Ana Karen, Tan pronto como pude, acudí a la librería en busca de las Cartas de Kafka dirigidas a Felice, para compartirlas con Lucía, una de esas miles de personas que suelen conocer a alguien en la Internet, de inmediato, se hacen amigos; al día siguiente, se enamoran; antes de la semana, se "casan" y a los ocho días después de un tórrido y ardiente romance, se divorcian; todo a la velocidad de los correos electrónicos de hoy; fenómeno que la Secretaría de Hacienda debería aprovechar para instalar una oficina virtual del registro civil para oficiar bodas y divorcios en línea. De seguro, se obtendrían mayores divisas que las generadas por el petróleo.
Ciertamente, Ana Karen, las relaciones virtuales surgieron como un fenómeno convertido hoy, en un hecho cotidiano. Y bueno, la velocidad de un correo, precipita los compromisos, promesas y anhelos que pocas veces llegan a concretarse. Pero se disfrutan mientras duran.
La diferencia con el correo tradicional es el tiempo. Kafka cruzó mucho más de 500 cartas con Felice durante 5 años de noviazgo para terminar rompiendo el compromiso matrimonial en dos ocasiones. Cartas hasta de 30 páginas que viajaban de Praga a Berlín cada tercer día llenas de detalles que el mismo Kafka, le demandaba a Felice: “Quiero saciarme en los detalles”, le insistía.

Y con lujo de detalles kafkaiano y con esa misma pasión vertida en las cartas de Gala hacia Paul Eluard, Lucrecia le escribía a su virtual amante hasta cinco veces al día, de un continente al otro. Ocho años ininterrumpidos acumulando decenas de miles de mensajes y extensas cartas acompañadas de fotografías, música y vídeos como privilegio del postmodernismo o de la era cibernética, decía ella. Ocho años sin verse las caras sino a través de una indiscreta cámara digital que les permitió conocerse por completo, más allá de la intimidad. Ocho años postergando el encuentro por una y otra razón…
Ocho años gestando un amor decorado con ilusiones cubiertas de chantilly y chocolate. Besos extraviados en el ciberespacio y abrazos al aire contenidos en enormes cartas de 3 mega bites sin estampillas postales ni carteros de por medio. Todas, delicadamente impresas en papel rosa, siempre bajo la misma fuente script simulando la caligrafía desconocida del amante virtual.
Milena, la otra amante de Kafka, dejó como legado el diario donde Franz escribe: “Si tuviera alguien que me comprendiera, si tuviera una mujer que me comprendiera, eso sería tenerlo todo; tener a Dios”.
De la misma forma, Lucía encontró al hombre ideal, al hombre capaz de comprenderla en sus arrebatos y desvaríos, en sus anhelos y desamores, porque ante él, Lucía, casi no se guardó nada para sí. Hasta el pudor es vencido por la distancia, por esa incomprensible facilidad de escribir detrás de una pantalla sin el implacable juicio que ejerce una mirada cuando se habla a los ojos del otro. Esa sensación de libertad, se apoderó de Lucrecia quien, sin ninguna reserva, desnudó su alma y sus emociones haciendo nacer entre ellos una complicidad que pronto se convertiría en terapéutica dependencia, en amor, decía la pareja.
Lucía le ganó las primeras partidas de dominó en la mesa virtual de Yahoo, haciéndola sentir poderosa frente a Adrián quien sabía bien que no hay mayor placer en una mujer que saberse triunfadora sobre un hombre. El anzuelo quedó clavado en la mandíbula de Lucía por ocho años. Ceder a los caprichos de una mujer virtual no implica esfuerzo alguno, basta con borrar lo escrito y redactar de nueva cuenta.
Es como mantenerse en equilibrio sobre el piso sin riesgo a caer desde las alturas, y Adrián conocía perfectamente ese juego de seducción prolongado por ocho años.
Del dominó pasaron al dominio de Lucía sobre Adrián, sin oponer resistencia alguna, y de ahí, al juego de palabras en doble sentido. Sin percibirlo, entraron en las conversaciones íntimas y cuando menos lo pensaron, se tejía entre ellos un enorme manto de confesiones no declaradas ni a su propia conciencia.
Lucía se alejó de sus amistades para permanecer largas horas en espera de un mensaje de su ingenioso amado quien siempre la sorprendía con algo nuevo. El trabajo se alternaba con el romance: un mensaje para Adrián y una carta del director; una carta para Lucía y el estado financiero de la empresa; una foto y luego mil; un video tras otro y la canción de los dos. ¡Qué melosas son las relaciones cibernéticas! ¡Qué semejantes a las películas rosas del siempre y para siempre vivieron felices! Si los romances virtuales se parecieran en algo a los reales, ahí deberíamos instalarnos para siempre.
“Eso del amor es un cuento”, le repetía su madre al verla tan ilusionada, tan absorta en sus divagaciones; y Lucía le respondía con la misma frase sacada de alguna parte: “ Un momento separado de todos los momentos, tiene años esperándote fuera de los años” . Ocho años pasaron postergado el encuentro.
Durante la navidad, la sorprendió el cartero con un sobre y dentro de él, una carta manuscrita; la primera de puño y letra de Adrián. Se quedó quieta como una estatua, una estatua cansada y cubierta de polvo. El cabello cubrió su mirada sombría, su rostro cabizbajo. Las manos le temblaban al sostener el papel arrugado escurriendo lágrimas de tinta negra. Lucía elevó el rostro hacia la luz de la ventana, avanzó como zombi hacia el jardín flotando sobre sus pasos. La boca seca murmuraba algo en voz muy baja, aquel rictus de alegría se nublaba bajo la tempestad de sus emociones encontradas. Se sintió vieja y acabada, los años se le vinieron encima en cuestión de segundos; ocho años postergando el encuentro, un segundo para conocer el adiós.
¿Recuerdas los viejos tiempos, Adrián?, se repetía en silencio. ¿Recuerdas nuestras promesas y aquel viejo poema que acompañaba a cada una de nuestras ardientes cartas? Recuerdas las veces que me dijiste que lo nuestro era para siempre y por siempre?. Yo sí lo recuerdo, ¿cómo podría olvidarlo si mi vida la tejí a lado de un fantasma sin sustancia? Escucho aún tu voz llamando al teléfono, la llevo grabada en mi mente como grabé tus palabras en el corazón. No, no te culpo de nada, una misma se engaña y me aferré a una idea, porque eso fuiste, ahora lo sé. Eso del amor es un cuento, ahora lo sé.
¿Recuerdas cómo nos conocimos? Siempre ganándote en los juegos, siempre saliendo triúnfate en cada partida… y mira ahora, tú me das mate en un movimiento. No te culpo de nada, pero tampoco te perdono, no podría hacerlo porque si te perdono, te olvido, eso lo cantabas siempre cuando nos enojábamos por alguna razón, ¿lo recuerdas? Yo si lo recuerdo, como cada una de las canciones que me enviabas llenas de emoción. ¿Recuerdas aquella larga llamada en tu cumpleaños cuando terminamos quemando el teléfono con nuestra ardientes palabras y me hiciste sentir mujer de agua? Yo sí lo recuerdo y mantengo ese ardor hasta el día de hoy en espera de un beso real y de un abrazo carnal. Pero ya no será.
¿Sabes Adrián?, me hiciste feliz durante esta larga espera, nunca conocí tu aroma ni el calor de tu piel; tampoco pude morder tus labios ni rodearte al cuello y sin embargo, te percibo real, cercano, muy dentro de mí, podría reconocerte entre miles y ya formas parte de mi historia...
¿Te confieso algo? Nunca asistí a ninguna universidad y menos a estudiar Derecho; nunca viajé por Sudamérica, ni siquiera salgo de mi ciudad, y tampoco asistía a esas opulentas fiestas de blanco y negro, que tanto insistías en que te relatara con lujo de detalle. Pero hay algo más que debo decirte, y no sé si llegues a saberlo algún día, mi vida siempre fue gris hasta que te conocí, me devolviste la sonrisa y la alegría de vivir, me aferré a una ilusión que nunca debió terminar, me hiciste creer en mí y valorarme como mujer, algo que mi marido en estos ocho años, nunca me dio.

mayo 14, 2010

Los brazos de otro

POR Miguel Ángel Quemain
Para JL y K, fieles a sí mismos

Ella dejó de serle infiel cuando Él le confesó que le excitaba mucho verla en brazos de otro. “En brazos de otro” era un decir pues lo que ella hacía con ese cuerpo ajeno (habría que referirlo en plural por su número aunque su representación siempre fuera la misma) era intercambiar fluidos, humores y hasta palabras que todavía hace algunos años la ruborizaban.
Infiel es aquel que ha perdido la fe en algo o en alguien. Los rituales han perdido su sentido y se realizan de una manera mecánica, sin esperar nada de ellos. Pero Ella se situaba en las antípodas, incluso había recuperado una fe que consideraba perdida porque con ella se conectaba con un cuerpo propio que en otro tiempo sintió en el abandono.
Que otros hombres poblaran su vida era un acto de fidelidad a ese mundo de imágenes que había construido con Él y que repasaban juntos tratando de despojarlo de las repeticiones que caracterizan a las ceremonias del porno.
A pesar de que grababan y fotografiaban las sesiones donde ella era plenamente atendida por otro o por otros, donde ella retribuía los favores recibidos sin pensar en ningún equilibrio ni de orden geométrico ni aritmético, lo que verdaderamente los encendía era el recuerdo al que convoca la ejecución verbal. Las imágenes que se presentaban frente a ellos eran las elaboradas con destreza verbal, con el atrevimiento de descubrir el cuerpo amado en poder de otro, fascinado en extremo por sus desadjetivadas argucias.
Cuando compartió con su amiga L la visión de estas representaciones escénicas frente a su amado, notó un extraño mohín que podía repartirse entre el asco y el susto. Ella se representaba con desprecio y odio las escenas donde su amado llegaba a su casa, saludaba a su esposa y besaba a sus niños. Sabía que era una especie de amor que se volvió obligado y que contrastaba con sus pasiones hoteleras que ahogaban, entre gemidos auténticos y fingidos, los tiempos muertos, las escapadas de la oficina donde eran mirados, criticados y admirados por su infidelidad desafiante.
Para ella era lo mismo, su esposo, ese amigo querido, el padre de sus dos hijas, no se daba cuenta de esa doble vida, de esa pérdida de la fe en que se habían convertido sus mecánicos encuentros. Es una mujer “infiel” como todos los que “nos casamos muy jóvenes”, los que “confundimos nuestra pareja con una promesa que nos llevará lejos de nuestro mundo doméstico de la infancia”.
Todos los viernes L trata de recuperar la fe de hotel en hotel. El le ha prometido que dejará a su esposa, ella que en cuanto le diga “hoy” recogerá sus cosas, le dará un beso a sus niñas y se perderá para siempre en la prometedora continuidad de Tlalpan.

La Infidelidad femenina

Por Ximena De la Cueva
NINFOMANÍA
Te tuve entre mis manos:
La humanidad entera en una nuez.
—Rosario Castellanos—


El amor, la sensualidad, las expresiones de cariño y de atracción erótica son adoquines en nuestro camino como sociedades humanas; sus matices están dados por características que compartimos como grupo y que enfatizamos o ignoramos como individuos. Como parte del conjunto de sensaciones y actitudes relacionadas con ellas, existen conductas que las expresan de manera más clara y provocan que las personas sean señaladas como seres sexuales y sexuados, para bien y para mal, según la época de la pupila y el dedo de quienes señalan, es decir, esas clasificaciones están más relacionadas con la forma en que se percibe a las acciones, que con su presencia.
La infidelidad se vive, se percibe y concibe de maneras distintas, siempre permeadas por la cultura de quien la experimenta en cualquiera de las tres posiciones para ello dispuestas. La mujer infiel construye su infidelidad desde el encuentro con la posibilidad del primer atisbo de zambullirse en ella, hasta la concreción que abre otras opciones a su cotidianidad. Esta acción, que se vuelve un conjunto de realidades y actividades diarias, sea llamar o no llamar, ver o no ver, pero eso sí, siempre sentir.
Esta “transgresión”amorosa es tratada por las participantes desde varios planos; se desmenuza tanto en la mesa donde se comparten las novedades y anhelos existenciales con las amigas, hasta en el sofá donde la encarnan con el sujeto de deseo. De cualquier manera, éste será un acontecimiento que, sea efímero o prolongado, absurdo o estable, marcará la epidermis sensual y el concepto que de sí misma tenga la protagonista.

Evolución humana o la recolectora infiel
Si partimos del hecho de que, en cuanto a cantidad de tiempo, hemos sido cazadores recolectores la mayor parte de nuestra estancia sobre el planeta, tal vez la imagen que tenemos de nuestro desempeño sexual se modifique. De inicio, las mujeres invierten mucho más tiempo y energía que los hombres en la reproducción, simplemente por incluir la producción del óvulo, la gestación y la crianza, lo que se refleja también en las estrategias reproductivas en primera instancia, y en la búsqueda de cópula placentera en segunda instancia. Es por esto que se eligen parejas adecuadas no sólo para la gestación, sino también para la crianza, y las características genéticas deseadas se relacionan con resistencia corporal, intelectual, estética e incluso emotividad.
Si esto es así, entonces, en términos biológicos, ¿por qué una hembra no elige siempre al mismo macho y por qué no todas las hembras eligen al mismo macho? La respuesta pide simplemente que tengamos presentes los cambios y la diversidad en los grupos, tanto en los más cercanos y pequeños, como en los más grandes, que son las sociedades.
La pluralidad empieza por proveer y moldear las perspectivas e ideología de los miembros que las conforman y en consecuencia, el deseo, de modo que la historia de vida y las características físicas hacen que una mujer elija al hombre para cada momento de su vida, pues la única monogamia comprobada como característica humana a partir de bases biológicas, es la serial.

Ayeres más cercanos o la reflexión pélvica
Los conceptos y los códigos de expresión amorosa han cambiado a lo largo de los siglos, de modo que los besos y el concubinato han adquirido distintas tesituras, para adecuarse a las necesidades de las sociedades y cumplir con sus condiciones históricas. En Europa, en el siglo XVII, la pasión resultaba insuficiente para establecer una relación de pareja consensuada que implicara amor, por lo que los compromisos maritales se basaban una serie de eventos que poco tenían que ver con las respuestas hormonales ante el desfile de hombres aptos para el compromiso atemporal.
Fue hasta el siglo XVIII cuando la reflexión llegó a sentarse en el trono de la forma de pensar e interpretar el mundo y se definió que el significado del amor implicaba sensualidad, lo que terminó separando esta forma de pensar de la mera sexualidad, y por ende la infidelidad adquirió otro sentido. Esta nueva ventana al encuentro de los cuerpos colocó a la mujer en una situación que, aún en contra de las normas sociales que le indicaban permanecer indefinidamente con su marido, también le abrieron la posibilidad de especular y decidir tener un amante como parte de su búsqueda personal. La era del Romanticismo es el Cancerbero que vigila la entrada a todas nuestras decisiones.

La búsqueda del yo en el río
Se dice que alguien o algo es fiel cuando es puntual, preciso, exacto, y en consecuencia, raya en la perfección, que por definición resulta inamovible. ¿Quién entonces, en su sano juicio, querría o tendería a la estática perfecta?, ¿quién, que además geste la vida en su cuerpo y que a diario observe transformaciones orgánicas en su interior y superficie podría siquiera imaginarse inactiva?
Hoy sabemos que la infidelidad implica voluntad, y sería posible decir que su ontología va de la mano de la búsqueda de la identidad, a través del encuentro con el nuevo sujeto de deseo, aquel o aquella que escapan al pasado que se construyó con la pareja original que “padece” el evento.
Una característica humana, también prudentemente estudiada, es la necesidad de individuación, que en ocasiones se diluye en relaciones largas, de modo que la búsqueda se reinicia y resulta fascinante percatarse de que la Ítaca a la que alguna vez se llegó se modificó y partió hacia otras latitudes. Sucede entonces que la posibilidad latente de un nuevo encuentro con un puerto diferente, mantiene el brillo en la mirada de las mujeres que gritan o esconden su aventura, pero la siguen y la colman de confidencias corporales para construir una complicidad sobre otra base. Y como regalo contradictorio del reflexivo 1789, las expresiones que se producen a partir del descubrimiento de los infieles, sea por voluntad de estos o por descuido, son básicamente emotivas.
La mujer infiel encarna a uno de los amorosos de Sabines, un ser dotado de fibras que la conducen a la búsqueda de su pupila reflejada en la pupila ajena, al encuentro del reconocimiento de los contornos personales a través de las travesías de los dedos del amante, para reconstruirse como unidad sensual y reflexiva, que se entrega a la contraparte elegida.

Medias negras

Por Óscar Garduño Nájera
Un día extraviaste tus medias negras, y después de mucho buscar por todo el cuarto de hotel, apagamos la luz e hicimos el amor. Lloré entonces sin saber bien a bien el motivo. Tú dijiste que era un “tontito”, que nunca te ibas a ir de mi lado a menos que yo así lo deseara; más tarde me pediste un abrazo.
Amaneció y los dos gateamos dando círculos sobre la alfombra. Volviste a preguntar por tus medias negras y nuevamente las busqué, mientras tú abrías la regadera dentro del baño. Querías estar a solas unos cuantos minutos.
Busqué y busqué y las malditas medias negras no aparecieron. Aunque, para ser sinceros, ya de nada servirían: las habíamos dejado hechas trizas la noche anterior, justo cuando te paraste encima de mí y metí mis manos por debajo de tu falda a cuadros.
El sonido del agua era un murmullo que se extendía por el cuarto. Repentinamente sonó tu teléfono celular; luego se hizo un silencio de timbre apagado, y luego sonó otra vez el timbre, insistente, molesto. Creo que quise gritar desde la cama: “tu celular está sonando”, eso sólo lo creo, porque la verdad fue que contesté.
Silencio al otro lado de la línea. Silencio en el cuarto de hotel. Hice una pregunta. Silencio. Luego la voz grave de un hombre preguntó por ti y tuve la paciencia para decirle que te estabas bañando.
Colgó.
Saliste, con el cabello mojado, sonreías.
Algo de repente se quebró esa mañana entre los dos. Secabas tu cuerpo; todavía con la toalla alrededor de la cintura te subiste a la cama y me pediste que hiciéramos otra vez el amor antes de irnos.
Nuestras imágenes parecían posar en el espejo cuando empecé a llorar de nuevo. Sonó otra vez tu celular. “No voy a contestar”, dijiste, “tú eres más importante”. Luego lloré dentro del baño, sentado en la taza, bajo el agua de la regadera, mientras te escuché susurrar que estabas en casa, que se te había hecho tarde para la cita, que había contestado un primo…
Bajo la regadera.
Supongo que la vida se va más rápido de lo que pensamos luego de que algo se quiebra dentro de nosotros; es decir, cierras los ojos y al abrirlos eres otro, pero una parte de aquello que fuiste se fue, quedó atrás, justo cuando algo se hizo trizas dentro de ti, cuando no pudiste contener el aliento y las circunstancias adversas te sublevaron.
Y también supongo que existen remolinos que juegan con nosotros, que nos chupan dentro de enormes espirales, y un buen día no sabemos cómo salir. Pensamos que todo va a estar bien cuando en realidad no es cierto: algo que se quebró, algo que es irremplazable, y a partir de ahí andamos incompletos.
Un chorro de agua sobre mi rostro y mis lágrimas. Recargado en los azulejos del baño me dejé caer y ahí me quedé durante algunos minutos. Tú preguntaste si todavía iba a tardar mucho: se te hacía tarde para ir a una reunión con tus familiares. Te contesté que no mordiendo mis labios, apretándolos para contener las palabras. Salí y te pedí estar a solas. “Pero si acabas de estar solo en el baño”, dijiste. Tras mucho insistir, subiste tu falda a cuadros, abotonaste tu blusa negra y escapaste del cuarto de hotel, no sin antes gritarme que me estaba volviendoloco y que luego me llamarías por teléfono.
De vez en cuando sacó lo que queda de las medias, las extiendo sobre la cama y algunas veces lloro mientras las abrazo. A partir de ahora ignoro qué sucederá conmigo y la verdad no me interesa saberlo: hablo con pedazos de unas medias negras y ellas me responden. Después de todo, quién sabe, quizás vuelva a comenzar.

Infidelidades de un poeta


Introducción y selección de texto, Magali Tercero
El poeta francés Francis Ponge hizo de “las cosas” su tema principal. Al grado de plantear, en su diario literario de 1947, numerosas reflexiones sobre el escaso respeto que le merecían las ideas. Puede decirse, pues, que fue un hombre infiel a sus ideas, como lo comprueban estos párrafos escritos entre diciembre de 1946 y febrero de aquél año. Nacido en Montpellier el 27 de marzo de 1899, falleció en Bar-sur-Loup el 6 de agosto de 1988. Fue miembro del movimiento surrealista y del Partido Comunista. Es considerado como uno de los escritores más interesantes de la posguerra. Su libro más conocido es “El partido de las cosas”.

Del Diario de Francis Ponge:
“Sin duda que no soy muy inteligente: en todo caso, las ideas no son mi fuerte. Siempre he sido decepcionado por ellas. Las opiniones mejor fundadas, los sistemas filosóficos más armoniosos (los mejor construidos) siempre me parecieron absolutamente frágiles, me causaron desasosiego, melancolía, una penosa sensación de inconsistencia. Me siento menos seguro que nadie de las posiciones que puedo llegar a pronunciar durante una discusión. Las que se me oponen me parecen casi siempre igualmente válidas; digamos, para ser exacto: ni más ni menos válidas. Me convencen, me desarman fácilmente. Y cuando digo que me convencen, quiero decir, antes que de una verdad, por lo menos de la fragilidad de mi propia opinión. Y además, el valor de las ideas se me presenta la mayoría de las veces en proporción inversa al ardor empleado para sostenerlas. El tono de la convicción (e incluso de la sinceridad) se adopta, según creo, tanto para convencerse uno mismo como para convencer al interlocutor, y más aún quizás para reemplazar la convicción. De alguna manera, para reemplazar la verdad ausente de las proposiciones sostenidas. Eso es lo que siento muy profundamente. De modo que las ideas como ideas se me presentan como aquello de lo que menos soy capaz, y casi no me interesan. Me dirán sin duda que eso también es una idea (una opinión)… pero las ideas, las opiniones, me parece que son gobernadas en cada uno por algo muy distinto al libre albedrío o al juicio. Nada me parece más subjetivo, más epifenómico. Apenas puedo entender que alguien se vanaglorie de ellas. Me parecería insoportable que se pretendiera imponerlas. Procurar que la propia opinión sea objetivamente, o de manera absoluta, me parece tan absurdo como afirmar por ejemplo que los cabellos rubios rizados son más verdaderos que los cabellos negros lacios, el canto del ruiseñor más cercano a la verdad que el relincho del caballo.”

“[…] Ocurre algo un tanto diferente con lo que llamaré las constataciones; o si se quiere, las ideas experimentales. Siempre me pareció deseable que nos entendiéramos, si no en torno a opiniones, al menos acerca de hechos bien establecidos, y si esto todavía resulta demasiado pretencioso, al menos acerca de algunas definiciones sólidas.”

“Tal vez era natural que con tales disposiciones (disgusto por las ideas, gusto por las definiciones) me dedicara al inventario y a la definición en primer lugar de los objetos del mundo exterior, y entre ellos de los que constituyen el universo familiar de los hombres de nuestra sociedad en nuestra época. [….] Si las ideas me decepcionan, no me dan su beneplácito, es porque yo les doy demasiado fácilmente el mío al ver que lo solicitan, estando hechas sólo para eso. Las ideas me piden mi consentimiento, lo exigen y me resulta demasiado natural dárselo: ese don, ese acuerdo, no me causa ningún placer, más bien cierto desasosiego, cierta náusea. Los objetos, los paisajes, los acontecimientos, las personas del mundo exterior, me brindan por el contrario mucho beneplácito. Atraen mi convicción. Por el solo hecho de que no lo necesitan en absoluto. […] La variedad de las cosas es lo que en realidad me construye. Mi razón de ser, si es preciso que yo exista a partir de ella, sólo podrá ser mediante una determinada creación de mi parte acerca de ella. ¿Qué creación? El texto. [Una obra de arte] Ésa es otra realidad, otro mundo exterior, que también me brinda más beneplácito porque no solicita el mío (costado escandaloso, provocativo de las novedades artísticas).”

Amantes=Parches pa´que no truene la burbuja de la ilusion conyugal

Por Karini Apodaca
Lo primero que supe de él fue por mi madre, que llegó un día toda emocionada y me dijo: “Los hijos del Señor Vázquez están guapísimos”. Yo, con mi cara de típica dieciochoañera apática, pregunté “¿Quién es el señor Vázquez?” Mi madre me respondió, “el nuevo socio de tu tío. Sus hijos van a estar trabajando en el taller de joyería, porque quiere que aprendan el oficio”.
Mis primos también trabajaban en el taller, así que después de mucho pensarle y hacer números, decidí entrarle yo también a la fiebre joyera.
La primera vez que lo vi me molestó la cara de alucinado que puso, y de ahí en adelante, traté de no coincidir en horarios con los hijos del Señor Vázquez.
Una tarde, deprimida, lamentaba con mi prima Briguitte mi nula vida romántica: todas tenían novio menos yo. Mi prima, que para asuntos de celestina se pintaba sola, me comentó cómo Carlos, el hijo menor del Señor Vázquez, no dejaba de mirarme. Así que cual nalga voladora fui directo al taller, donde se encontraba el susodicho. Con aires de femme fatale le pregunté “¿estás solo?” Senda idiota, porque era obvio que estaba solo. Él, con cara de “a ésta se le zafó un tornillo”, miró a su alrededor y contestó afirmativamente con la cabeza.
Desde ese día platicamos todas las tardes; así que cuando inició nuestro noviazgo, todos los que participábamos en el taller estaban felices y emocionados; éramos algo así como Lady Di y el príncipe Carlos cuando anunciaron su boda.
Malamente ambos somos bastante orgullosos y, antes de llegar al mes, terminamos; luego volvimos, luego terminamos, y así, como ping pong profesional, tiro tras tiro, viendo quién hacía el mejor saque.
Nos dejamos de ver por dos años; él me llamó después de una Navidad y nos reunimos para tomar un café. Sentimos la misma emoción que vivimos diez años atrás cuando nos conocimos, así que retomamos nuestro gusto por vernos, aunque con menos frecuencia que antes, y de ahí al brinco de amarnos no fue más que la consecuencia lógica.
Hicimos muchos planes, todo era cuestión de darle tiempo a las cosas para terminar viviendo juntos.
Y hubiéramos seguido jugando a nuestro reino en las nubes, de no ser porque una noche con cara de angustia me confesó que me había sido infiel. Yo me retiré lentamente aún en shock. Después de todo fue él quien por iniciativa propia me había prometido no tener sexo con su esposa.
Me quedé helada, yo acababa de separarme de mi esposo y mudarme de casa, donde, cuando no estaban mis hijos, él pasaba casi la noche completa de los sábados.
Enojada, le pregunté por qué me lo había dicho, por qué prometió algo que no podía cumplir. Le pedí que se marchara, le dije que si me había sido infiel con su esposa debió callarse y no decírmelo, debió cargar solo el peso de su promesa rota y no esperar la absolución confesándomelo.
Al día siguiente, ya más tranquilos, hablamos. Ahí fue cuando me enteré que por ser una mujer muy independiente y no necesitar que un hombre viva conmigo, sus planes eran tener esta doble vida sin límite de tiempo.
En media hora caí de mi trono de reina ―porque así me sentía― la muy bruta juraba que si él prefería estar conmigo era porque al final de la partida yo había ganado sobre su esposa. Las palabras de Norma sonaron en mi cabeza: “no te emociones mucho, los hombres nunca dejan a sus esposas”.
Odié todo el tiempo que le dediqué, odié haber sido tan romántica, odié no reconocer desde el principio que una nalga nunca deja de ser una nalga, por mucho esfuerzo que una ponga.
Hay quien puede conformarse con tener el cuerpo en un lugar y el corazón en otro. Hay quien se conforma también con tener el cuerpo pero no el corazón del amado. Yo descubrí que no tenía esa capacidad, así que por mucho que me buscó nunca más volví a verlo. No me gustó ser “mujer de clóset”. La idea de que las amantes reciben sólo lo mejor, al menos en mi caso, puedo decir que no es cierto, a la amante le toca ser ese ser “perfecto” que vive el noventa por ciento de su tiempo añorando, entendiendo y esperando. Un amante es únicamente un parche que impide que truene la burbuja de la falsa felicidad conyugal.
Pero eso no quiere decir que lamente mi decisión de terminar mi matrimonio, lo dije hace tiempo y lo digo hoy: mi ex esposo tenía el derecho de ser amado, amor que yo ya no sentía por él. Amor que yo tampoco sentí de su parte.