mayo 29, 2010

¿Feminismo o machismo? Ni lo uno ni lo otro

Por Cristina Hernández

El feminismo fue una revolución, tiene su lugar en la historia como uno de esos movimientos radicales que sacuden a la sociedad pero que una vez que las aguas se calman es momento de revisar su funcionalidad.
El feminismo nos dio libertad, presentó una opción para que las mujeres pudiéramos elegir, pero como cualquier decisión en la vida tiene sus pros y sus contras, creo que es el momento de mediar entre el machismo y el feminismo y, sin ser radicales tomar lo mejor de uno y otro.

Mi madre no tenía opciones para planear su vida, era un hecho que debía casarse, que iba a tener varios hijos y que tenía que someterse abnegadamente a los deseos de un hombre para sobrevivir. Así fue hasta los años 70, cuando el feminismo irrumpió en todo el mundo alcanzando a México y la creación de la píldora anticonceptiva ayudó a que la familia pequeña viviera mejor, las mujeres salieron a trabajar fuera del hogar y la moda unisex nos sorprendió agradablemente. Mi madre comenzó a trabajar. Yo fui la última de sus hijas, pues eligió no tener mas; comenzó a opinar en su casa y su voz se volvió ley. Obtuvo una confianza y autoestima de la cual hasta entonces carecía.

Yo, hija nacida en los años 70, observaba y aprendía. Lo que vi fue una mujer partida en dos, trabajando fuera y dentro del hogar, con dobles responsabilidades, con sentimientos de culpa por el abandono a sus hijos; vi hermanas mayores supliendo a duras penas a la madre. Mis hermanos me cuentan que quemaron biberones una y otra vez tratando de esterilizarlos para la hermanita que a final de cuentas tuvo que aprender que los biberones cumplen la misma función esterilizados o no. Nunca vi un detalle de caballerosidad para ella, nunca observe que le pidiera ayuda a mi padre, mi madre resolvía todo sin problema y sin ayuda. Soy hija de una feminista, crecí orgullosa de ser su hija y ella está orgullosa de sí misma por haber sabido salir adelante sin apoyo alguno, pero su corazón guarda una enorme amargura por el cuidado y la protección que nunca tuvo por parte de su pareja; nunca lo pidió, nunca lo obtuvo, pero lo necesitó y su falta dejó una honda huella en su corazón vacío.

El tiempo pasó y el momento llegó mi momento de elegir. Decidí que no quería trabajar el doble para que mi esposo se lavara las manos y me dejara todo a mí. Decidí que me gusta que me cuiden, que me abran la puerta del auto y que alguien tiene que hacerse responsable por la educación moral y social de los hijos.
Gracias al feminismo tengo hoy el poder de elegir. Pienso que el feminismo conlleva un orgullo hasta ahora visto como una cualidad y que sin embargo solo sirvió para esclavizar aún más a las mujeres, que hoy en día llegan tarde a su casa a hacer tarea con los hijos, lavar trastes, mal comer y mal dormir; todo esto sobre tacones de 10 centímetros y pestañas con rímel resistente al agua para que dure todo el día, porque aun así hay que ser el objeto de deseo.

¿Eso queríamos realmente? Como mujeres pensantes debemos ver lo que ha dejado en la sociedad la elección de despreciar el trabajo y responsabilidad de la mujer que trabaja en casa, que vela por mantener una familia. No hablo de regresar al machismo donde no teníamos voz ni voto, pero deberíamos reconsiderar y darnos permiso de ser el sexo débil, débil de físico pero no de mente, porque si orgánicamente mi esposo mide y pesa mucho más que yo, no entiendo por qué no es él quien deba cargar las bolsas del supermercado o cambiar el tanque del gas. No me molesta ser el sexo débil si eso implica que el sexo fuerte se haga responsable de sus obligaciones y no sea yo quien lo supla.

No soy una mujer inútil puedo valerme por mí misma, pero disfruto mucho el vivir en pareja, donde cada uno tiene un rol y lo ejerce con responsabilidad. Me he olvidado un poco del orgullo y dependo económicamente de un hombre, él vela económicamente por nosotros mientras yo soy ama de casa, disfruto enseñándoles a mis hijos el mundo y la que me parece la mejor manera de vivir en sociedad, mi pareja y yo nos repartimos y dividimos el trabajo que se genera del proyecto común que es tener una familia donde todos tenemos obligaciones y derechos.

mayo 28, 2010

El Feminismo de las Marías


Por María Dolores Bolívar


“Ábranse jijos del aire...” (El libreto de la vida estelarizado por una mujer)

[Hablar de feminismos sin mujeres cual si forjáramos teorías anónimas no tiene sentido. Tampoco lo tiene un mundo en donde la mujer en general obnubila nuestra visión de la mujer particular (la que se inventa a sí misma). Los mitos proceden de algún sitio poco confiable, como los que generan el correo spam y por eso suelen rehuír los nombres, las fechas y las referencias históricas … ]

Con esta línea aparecía en pantalla la María Félix de “La Cucaracha”. Atrevida, irreverente, se autoengendró en una figura inédita de la cultura mexicana, a través del cine, la de mujer-caudillo. Pero su fama fue, como señaló Carlos Monsiváis, “punto de partida”. La mujer que representaba/actuaba esta Doña superaba los estereotipos. Habría podido representar todos los feminismos… bragada, briosa, gritona, aguerrida. Con ella cobraron sentido los arrestos de la mujer guerrera. Es una lástima que no se le hubiera contratado para representar a Feliciana Arballo o a Benicia Carrillo en la línea de las pobladoras mestizas de la California hispana. Cualquier libreto de mujer representado por esta Doña habría llamado a mujeres y hombres a reconquistar, incluso, los territorios perdidos de Texas o de Arizona. ¿Por qué entonces la mujer hispana tiene fama de sumisa? Aunque la pregunta resulte obvia, los feminismos, basados en teorías de papel y no en topografías palpables, a menudo se equivocan. Se equivocan, también, quienes equiparan liberación sexual con ética de género o valores solidarios y también de género.

Como en otros ámbitos del quehacer humano, referirse a la historia no siempre garantiza ni final feliz ni presente liberador. El movimiento feminista se ha dividido y más aún pulverizado en facciones y cotos de poder tan cerrados como aquellos que se atrevieron a derribar las sufragistas nacidas en tiempo de mis abuelitas. Mirar la historia, incluso, se ha convertido en un quehacer subversivo que intenta combatir mitos estrafalarios tan resistentes que ninguno sabría por donde comenzar a echar por tierra, salvo que usase la lógica de la disidencia, la duda y la protesta ―¿qué no?

Abordo estos paradigmas de la identidad mujer. La invitación ―¿era provocación?― responde al rencuentro fortuito, vía Facebook, con Regina Swain, amiga y escritora que me llamó a reflexionar, sobre los feminismos.

No podía negarme, los feminismos en plural a menudo ocupan mis insomnios. Transité parte de mi vida profesional estudiándolos y, en este punto de mi vida los padezco insumisa e insolente. Comienzo con la Félix, para no defraudar al lector demasiado pronto, y para desafiar a la lógica bicentenaria de quienes a menudo se aprontan a entender la historia de adelante hacia atrás, como si el mundo comenzara con ellos. En cualquier caso, toda teoría merece, virtud de su retórica desaforada, poca exégesis. Simone de Beauvoir resumió en pocas palabras la gran paradoja del género: “On ne naît pas femme, on le devient” (La femme rompue/La mujer rota). Y son quizás estas palabras las que me asaltan cuando miro a mi alrededor, desde la funcionalidad de la vida de las mujeres de mi tiempo.
Algunos puntos desilvanados, de suyo provenientes de la disquisición feminista, cerrarán estas líneas.

Todas somos María

La celebridad de María Félix, que ocupó buena parte del siglo veinte, no paró en su belleza fuera de serie, ni en su habilidad para mantenerse independiente y durar, ni en su desbordada tendencia a generarse su propia leyenda. Su gran oficio, su opera prima, fue disentir en el reino del autoritarismo; ahí donde la disidencia no había sabido entrar en los círculos del discurso dominante.  Con su puro, su afición por la fiesta taurina, su voz ronca, María atraía, por el aplomo, la seguridad, la originalidad, la audacia. Al paradigma de la mujer (ab)negada, antepuso el de su visibilidad y su poder imaginario que provenía de una individualidad única.

A nuestras casas, a nuestra memoria, entró arrebatando. “El pueblo” ―su público― la evoca “regañando” a presidentes. “Se dignaba”, dicen, con los políticos; los honraba con su presencia o los desairaba para su infortunio. Sus opiniones, espontáneas e implacables, le valieron el mérito entre las masas, expresándose en su atención. “Va a hablar la Doña” me dijo mi casera, una tarde defeña en que, renta de por medio, se negó a encontrarse conmigo.

Fue María Félix, que no Adelita o Valentina, la heroína en retrospectiva de los corridos de la Revolución de 1910.

Fue María Félix, que no Nahui Ollín, Frida Khalo o Antonieta Rivas Mercado —luchadoras a contrapelo de la cultura oficial— quien despojó a generales y políticos de “la línea fuerte” en ese ámbito censurado donde un estado obsesivo y esquizoide usurpó el papel de la patria. Y no es que se quiera jerarquizar aquí en función de éxito o glamour.
 
“Adoro lo insólito, lo fuera de serie, lo extravagante, lo fabuloso, tener lo que nadie tiene...”

Así se definía a sí misma La Doña, peculiarísimo ícono de la cultura mexicana, tan insólito en su fama como Sor Juana; la más famosa mexicana que pisó el continente de Carlota.

No fue María Félix, seguramente, una mujer de vasta cultura formal, como Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, pero con ella compartió la secreta ambición de ser “tomada en serio”. Y lo de Carlota ¿parece descabellado? Fue mi abuela materna, nacida con el siglo veinte, quien aseguraba que, antes de María Félix, el país no había tenido más celebridad femenina que aquella triste emperatriz belga.

Se estrenó en cine con un estelar
El cine mexicano despuntó en su época de oro el año en que Fernando Palacios descubrió a María Félix, paseando por la calle de Palma, en la ciudad de México. “Voy a hacer cine” le anunció a su amigo Ernesto Alonso, como quien sólo tantea las nuevas aguas. La joven divorciada tenía 26 años. Abría la década de los cuarenta. Al director, Miguel Zacarías, le pareció que su única virtud era ser bonita. Cuando la sonorense se llevó el estelar pensado para Gloria Marín, Jorge Negrete dijo ser mucho actor para compartir créditos con una debutante. El 25 de febrero de 1943, en el cine Palacio, “El peñón de las ánimas” prefiguró la historia de amor más tormentosa. María conquistaría en la realidad al galán más representativo del machismo. Le sobreviviría en gloria y fortuna ¿49 años? ¡Toda una vida!

María Félix encarnó la mujer fuerte, tenaz y enérgica que fascinaba en la pantalla grande. Singularizó en su nombre la representación de la mujer. “Enamorada”, famosa por el intercambio de cachetadas que se daban Beatriz/María y el general Juan José Reyes/Pedro Armendáriz, consagraba, frente a la célebre triada Gabriel Figueroa, Indio Fernández y Mauricio Magdaleno, el carácter independiente de la Félix. Curiosamente, el público captaba a voluntad, en la violenta escena, el triunfo de Beatriz sobre el ánimo del “pelado” de Reyes, quien desactivaba la guardia, por amor, por admiración.

Guionistas, directores, productores y galanes le impusieron a María, en pantalla, personajes, actitudes y roles que pretendían cierto equilibrio entre su primer estelar y “Doña Diabla”, a nombre de una sociedad chapada a la antigua. Por eso, su más genial protagónico lo actuó fuera de foros, donde se adueñó del libreto y dispuso tono, efectos y desenlace.

Su vida se congeló en una toma inolvidable

Cada una de las cuarenta y siete películas que filmó acuden al recuerdo atropellándose a la menor provocación entre sus admiradores de Cuba, Guatemala, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Colombia, España y el resto del Mundo.

Cuando estelarizó “María Eugenia”, filmada en las playas del hotel Mocambo, la gente del puerto de Veracruz hacía valla en el centro para verla pasear, por la avenida Independencia.

Nombre ficticio y signo distintivo, el de “La Doña” le vino de Doña Bárbara, su tercera película basada en la novela del venezolano Rómulo Gallegos. Despiadada, vengativa, arrebatada, Doña Bárbara fue la tierra indómita, ahí donde vivían en postración y sufrimiento solteronas, engañadas y abandonadas. Con el tiempo los veracruzanos ya no la llamaron María, sino Doña Bárbara.

En Acapulco, el tiempo y la modernidad le birlaron al Hotel Las Américas su frágil prestigio, pero la gente continúa visitando el búngalo que lleva por nombre María Bonita, donde Agustín Lara compuso su mejor canción.

En esa paradoja, síntesis y espejo en donde lo mismo se veía en ella el rostro propio que el de algún familiar, las espectadoras aspiraban no a ser Flor de Mayo o Maclovia; la monja Alférez o Juana Gallo, sino más bien María, la que jamás envejeció, la distinguida mujer que apareció en Los ambiciosos, La bella Otero y Can Can, su cinta estelar francesa, dirigida por Jean Renoir.

“Échales uno de tu ganadería”, eternizó un gritón que desde el anonimato la admiró, según contó Jacobo Zabludowski, una tarde de plaza recordada por sus toros mensos. Expresiones como “Entre el público de México y yo existe una historia de amor” o “¿Saben por qué me quiere la gente? Porque soy una ganadora” le valían, al instante, el aplauso unánime. María hizo de nuestra historia y nuestro siglo su historia personal, su tiempo, por eso se le narra en base a anécdotas, recuerdos, instantes atesorados por su público, personificado el día de su sepelio en los miles de extras que participaron en su cortejo.

El último recorrido no fue de Bellas Artes al Panteón Francés; venía de aquellos primeros testimonios de nuestros abuelos, de nuestros padres, para perderse en los que guardarán con celo nuestros hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos. No en vano dijo de ella Octavio Paz que había nacido dos veces: “Primero, la engendraron sus padres y luego ella se inventó a sí misma”. La historia de María Félix nunca acabará de contarse.

La Generala


Al recibir la orden de la Legión de Honor, María Félix comentó que se sentía en un ambiente militar y que eso le gustaba, porque ella “era como los mariscales, la estratega de su destino.”

Triunfadora, galana, abarrotó con motivo de sus exequias fúnebres, su última función en el Palacio de las Bellas Artes, alegoría del ciclo mágico que abrió y cerró María de los Angeles Félix, un 8 de abril.

Y ¡tuvo razón mi abuela!, a la trágica viuda de Maximiliano, que languideció loca en Bruselas durante 60 de sus 87 años, la relevó en leyenda y longevidad, siempre más bella y más célebre, para vivir tres años más que Porfirio Díaz, superando con cinco a Antonio López de Santa Anna y ganándole con doce a Fidel Castro, pero luciendo menor, más aguerrida.

¡Ah que Doña Diabla! Suspiró golpeado Ignacio López Tarso al exigir: “¡No más lágrimas! ¡Démosle a María Félix un minuto de aplausos!”.

Nací y parí en martes, como las musas guerreras

Tal vez mi madre me sumergió en agua fría al nacer, para ayudarme a sobrellevar el calor de mi natal Hermosillo, igualito que el druida que dejó caer a Obelix en la pila de la pócima de la invencibilidad. Y por eso resisto los ciento treinta grados sin necesidad de resguardarme en la sombra y no le tengo miedo a casi nada. Reitero, el agua fría obró en mi espíritu cual pócima de druida celta. Mi motor es la disidencia. No hace mucho que escuché a Meryl Streep decir: “Hay vida después de los cincuenta”. A las mujeres de mi edad se las pretende eliminar de las oficinas, las revistas, los puestos públicos, las pantallas. Y sin embargo Marguerite Duras escribió El amante y Marguerite Yourcenar, Las memorias de Adriano, ambas pasados los cuarenta.

1.      La lucha por los derechos sin sustancia produce mujeres cuyo sentido del poder carece de trascendencia. No vaya lector a equivocarse. El poder mata, estruja, golpea, pero no trasciende más allá de un par de paréntesis en negrillas, o de las desavenencias cotidianas que han vuelto millonarios a los inventores de píldoras para dormir. Conozco muchas mujeres cuya competitividad está basada en esa noción de poder. In other words… intrascendente, ¡ay!

2.      Pasar de la abnegación al poder sin sustancia nos pone a todas en desventaja, como ocurría con los varones que se autoimpusieron la ceguera del género, sin más.

3.      La vida no se limita a un lema o una pancarta. La militancia y el feminismo se llevan bien juntos, como las enchiladas y los frijoles, es decir, que a menudo prefiero enchiladas con arroz.

Diccionario:

Acto zap: urdido para choquear a aquellos que se pretende hacer reaccionar… o para enamorar a cámaras y reflectores.

La quema de los brasieres: Alude a la protesta al exterior del sitio en donde se celebraba el concurso de belleza Miss America, en Atlanta. Las feministas representaron la coronación de una oveja y lanzaron a una pila de basura ―el cesto liberador― fajas, cosméticos, sostenes y zapatos de tacón. El acto quedó inscripto en la memoria popular como “la quema de los brasieres”.

Los lemas:

“Cattle parade” —Desfile de ganado— (O la lógica de las mujeres vaca.)

“A woman´s home is a prison” —El hogar de la mujer es una prisión— (Lema popular.)

“All women are beautiful” —Todas las mujeres son bellas— (Lema popular.)

“We´ve come long ways” (Or have we?) (¿o hemos avanzado realmente?)
—Hemos avanzado un largo camino— (Lema popular.)

Hembrismo

POR Enrique Serna

El feminismo parece haber logrado uno de sus cometidos: alcanzar la igualdad de los sexos ante la ley. Pero ahora se ensaña —afirma Serna (El orgasmógrafo, Sudamericana, 2001)— con la parte derrotada, derivando en un "hembrismo" muy parecido al machismo que criticaba.

Cualquier revolución victoriosa en el campo de las ideas o de las costumbres tiene que elegir entre dos caminos: asumir la victoria y ejercer el poder con responsabilidad o tratar de suprimir a la facción derrotada, con el argumento de que su existencia pone en peligro las conquistas del movimiento. Quizá el acto más honesto de un revolucionario consista en reconocer el logro de sus metas, pues al hacerlo su lucha concluye, a menos de que busque aferrarse al poder. Por el contrario, la estrategia de todos los rebeldes convertidos en dictadores consiste en inventar enemigos externos o internos, en imaginar conjuras y combatir fantasmas, para dar la impresión de que la causa todavía enfrenta grandes obstáculos. Así han actuado, en los países del primer mundo, las vanguardias más recalcitrantes del feminismo, que, a pesar de haber ganado la pelea en todos los campos de la vida social, pretenden extirpar hasta el último vestigio de la cultura patriarcal y machista, en una cruzada revanchista que se acerca peligrosamente a la intolerancia.

Desde hace mucho tiempo, en Europa y Estados Unidos el feminismo pasó de la oposición al poder. Por méritos propios, la mujer está desplazando al hombre en el mercado laboral, ha cambiado a su favor el equilibrio de fuerzas en el seno de la familia y tiene un rendimiento escolar muy superior al de los varones. Ante su predominio en los trabajos que exigen inteligencia o destreza manual, muchos hombres empiezan a perder autoestima y se despeñan en el alcohol o las drogas. Según datos recién publicados por Hutton Getty en The Economist, en 1997 las mujeres universitarias de Estados Unidos obtuvieron 30 por ciento más grados de maestría que los hombres, y el porcentaje de mujeres económicamente activas subió un 20 por ciento de 1973 al 2000, mientras el de varones con empleo se redujo un 2 por ciento en el mismo periodo. Como muchas madres divorciadas no pueden desatender el trabajo para cuidar a sus hijos, o se niegan a cargar con ellos al contraer un segundo matrimonio, en los últimos diez años se ha incrementado en un 25 por ciento el número de padres solteros. Abundan las parejas en que la mujer trabaja y el hombre se dedica a las faenas domésticas, pero en ese aspecto el varón también está en desventaja, porque una mujer de hogar no escandaliza a nadie, pero los amos de casa padecen el estigma de ser unos mantenidos.

El decaimiento del sexo masculino inspira compasión a las propias feministas. En una entrevista reciente, Doris Lessing declaró: "Me encuentro cada vez más perpleja ante el irreflexivo y automático vilipendio de los varones. Ya ni siquiera prestamos atención a este hecho porque forma parte de nuestra cultura. Los hombres parecen doblegados, no pueden regresar a la pelea y ya es tiempo de que lo hagan."

Ningún espíritu libre puede desear un retroceso en los derechos conquistados por el feminismo. Pero los abusos se vuelven norma cuando los simpatizantes de una causa dejan de señalar sus aberraciones. En el mundo académico, las feministas y los ideólogos de la heterodoxia sexual no se han conformado con predominar: quieren el poder absoluto, sin renunciar por ello a su lucrativo papel de opositores. Confundir el mérito cívico, real o ficticio, con el mérito intelectual es una grave prevaricación, en la que incurren a diario los apóstoles de la corrección política a la hora de otorgar plazas y grados académicos. Si el aspirante a un título hace una tesis insulsa, pero defiende a los travestis o a las tailandesas oprimidas, tiene asegurado el aplauso de los sinodales, que tal vez emplearon la misma táctica para ascender en el escalafón. En un sentido estricto, la academia radical no produce conocimientos, sino juicios morales. Por su proclividad al panfleto, los estudios fundados en las diferencias de género, ya de por sí limitados y estrechos de miras, se han convertido en una gran fábrica de chatarra.

Al propagarse fuera de las aulas, la dictadura del género empieza a cobrar tintes orwellianos. Como resultado de una ofensiva feminista, en Estados Unidos se ha vuelto casi obligatorio escribir he or she en todos los oficios, cartas y documentos que circulan en las oficinas públicas y privadas, cuando el sujeto de la oración es indeterminado. Para curarse en salud, algunos profesionistas optan por feminizar todos los sujetos neutros, sobre todo cuando se dirigen a una mujer. Se ha consumado así la igualdad gramatical entre los sexos, a costa de la economía lingüística. El Inglés ahora es menos flexible, y quizá el español mexicano corra la misma suerte si el presidente Fox impone la moda de pluralizar en masculino y en femenino, como si el don de síntesis que la lengua tardó mil años en adquirir fuera una obsoleta herencia machista. Las líderes del feminismo no necesitaban maltratar el inglés para defender sus conquistas, pues nadie se opone a ellas. ¿Qué han ganado entonces con esa quisquillosa reforma verbal? Lo mismo que los gobiernos del PRI cuando obligaban a las televisoras a cubrir en detalle las actividades más inocuas del presidente: refrendar su poder y obtener un triunfo psicológico sobre cualquier rival en potencia.

Hasta los dictadores más crueles respetan la integridad del adversario rendido. Las feministas, en cambio, no han mostrado ninguna clemencia con los varones domados y, después de hacerlos morder el polvo, ahora quieren reinventar la masculinidad. Para tal efecto han creado una disciplina encaminada a reeducar a los hombres que no pueden adaptarse a los nuevos tiempos. Los talleres de masculinidad ya funcionan en México, y a juzgar por los testimonios de sus pioneros, persiguen el noble propósito de transformar a los toros en bueyes. En su afán por cortar de raíz el machismo, las tijeras feministas se aprestan a cercenar nuestros más vulnerables defectos de fábrica. Desde el origen del mundo, las mujeres han moldeado el carácter masculino, y siempre me ha parecido que un macho cervecero y obtuso gana mucho con un toque de feminidad. Pero cada sexo tiene el derecho a definir su carácter como mejor le parezca. La decisión de no sobreactuar la hombría tiene que surgir de los propios varones, no de una reforma impuesta desde afuera. Cuando el machismo esté cercado por impedimentos legales y sociales , la personalidad masculina cambiará por sí sola, como ha ocurrido en los países ricos de Occidente. Pero las feministas creen que se puede reprogramar el cerebro del varón para ajustarlo a sus necesidades, como si la voluntad de poder y otros defectos de la naturaleza humana fueran una malformación del carácter masculino.

Haber logrado la igualdad de los sexos ante la ley no fue una hazaña menor: gracias a la liberación femenina, el mundo es más habitable que hace cincuenta años, no sólo para las mujeres, sino para los hombres inteligentes. Pero ese gran adelanto, que ya empieza a modificar la vida de las clases pobres en el tercer mundo, puede crear nuevas formas de opresión si el feminismo degenera en hembrismo. En el fondo, las ultrafeministas sienten fascinación por los gestos autoritarios de la cultura machista, quizá porque hay demasiadas lesbianas infiltradas en el movimiento. Desde luego, ellas tienen los mismos derechos a hacerse oír que las mujeres heterosexuales, pero deberían delimitar mejor sus espacios de lucha, para no confundir a la opinión pública. Los hombres tenemos paciencia y hemos aceptado con resignación situaciones injustas, como el hecho de que los partidos políticos concedan a las mujeres una cuota preestablecida de curules y puestos públicos, tengan o no capacidad para desempeñarlos. Lo que no podemos aceptar es que Paquita la del Barrio siga hablando como víctima, después de habernos pateado en el suelo.

Sexo débil


1
“¿No te das cuenta?, con tus actitudes fomentas el patriarcado debido al cual hemos sufrido nosotras durante años, y me incluyo, ¿eh?”, su tono era más bien melodramático, incluso cuando claramente se dejaba ver alguno que otro cursillo de oratoria, la mirada fija, inyectada por lo que supuse era un auténtico coraje, una rabia contenida, y alrededor de nosotros, en ese parque, uno que otro curioso volteaba a vernos, acaso con la creencia de presenciar un pelito común y corriente entre una pareja; pero yo siempre llevaba las de perder, pues en cuanto le suplicaba que bajara el volumen, parecía encenderse todavía más con lo de “el control impuesto por el género masculino”, por lo que la mayoría de las veces le daba la razón con tal de que se callara, asentía moviendo la cabeza y alababa sus capacidades analíticas.

2
Su nombre era Laura, y, como una de las principales dirigentes del movimiento feminista radical, llevaba más de cinco años no con ese nombre, sino con el alias de Madame Beauvoir. Nos conocimos en un seminario de Historia de México, el cual, por cierto, me resistía una y otra vez a cursar; sin embargo, luego de que papá amenazó con cancelar mi mesada, ni hablar. Lo primero que me llamó la atención, para mal, fue que ella interrumpía una y otra vez al profesor ―un viejito calvo de trajes antiquísimos― para alzar la voz y decir que “la historia, no sólo la de México (hecha por condenados bragados y bigotudos golpeamujeres), sino la universal, pasando por la bíblica, estaba hecha desde una perspectiva masculina, porque las mujeres siempre hemos estado sometidas a poderes contrarios a nuestra naturaleza”.

Para nada me llamaba la atención su ideología, o sus muy expuestos puntos de vista, o que varias mujeres anduvieran tras de ella rindiéndole pleitesía, haciendo referencia a ella como la máxima dirigente, la que tendría voz en el congreso próximo a celebrarse, nada de eso; mi atracción, si es que la había, era meramente carnal, pues desde el primer momento que la vi frente al pizarrón, dando manotazos al el aire, como poseída, en lo primero que me fijé fue en sus senos, ya que, aún cuando eran de tamaño regular, mostraban una consistencia y una solidez que a mí me dejaban anonadado. Fue cuando pensé en acercarme a ella, quizás en hacerme su amigo, sin embargo estaba claro que tenía un problema: yo soy hombre, común y corriente, poco inteligente (seamos sinceros), y si había entrado al seminario fue más por la presión de papá. ¿Qué podía hacer? si a ojos de Madame Beauvoir pertenecía al sexo opresor, al patriarcado, tanto en la cultura china, como en la maya, como en la universal. En conclusión, no era más que un neanderthal ante sus ojos.

3
Mientras cubría de cinta adhesiva las dos bolas de periódico que pensaba usar como senos, parte de mí sabía que no daría resultado, y cuando por fin me atreví a mirarme en el espejo, luego de que me puse el vestido aún húmedo de mamá me sentí deprimido y por primera ocasión renegué de mi sexo: más tardaría en presentarme ante la Madame en que todo su sequito de seguidoras se dieran cuenta de mi disfraz. Desistí de tales intentos y regresé el vestido al tendedero, no sin antes admirar los gustos de mamá.

4
De vuelta en clase, la militante que me quitaba el sueño se puso de pie nuevamente para interrumpir la clase del profesor. No lo pensé dos veces y en automático me levanté de mi asiento y grité que “por mi parte tenía todo mi apoyo. ¡Sí, usted, amiga, y reconozco mi culpa por pertenecer al patriarcado!” Todos en el salón voltearon a verme, como si en el fondo más de uno dudara de mis capacidades intelectuales; no obstante, El rostro de Madame se iluminó por fin con una sonrisa y luego dijo que “realmente se necesita mucho valor para renegar de su propio género y sobre todo de su condición de hombre”, palabras gracias a las cuales más de un amigo me retiraría su amistad.

Y ese fue el inicio de mis descensos al infierno del feminismo radical.

5
Cuando salíamos, casi siempre a conferencias aburridas o a repartir volantes a las afueras de las estaciones del metro, casi me hacía interrogatorios policíacos respecto a lo que sentía al ser hombre, qué pensaba de la mujer como mujer guerrera portadora de luz, qué pensaba del segundo sexo. Y sólo en ocasiones conseguí que por fin se quedara callada. El colmo fue cuando intenté tomarle la mano mientras nos encontrábamos afuera de una estación del metro, repartiendo los últimos volantes de una campaña de conciencia a favor de la mujer y se puso furiosa. Me dijo, abriendo la boca lentamente, como si le costara un trabajo inmenso pronunciar cada letra, que el hombre tomaba la mano de la mujer en un acto que sólo venía a significar que, en el fondo, buscaba dominarla como uno más de sus sucios objetos sexuales. Dije: “¡pues no te agarro y ya!”, limpié en mi pantalón la sudada palma de mi mano y la dejé con su dictadura en la boca mientras me iba a comprar un helado de limón, y aún cuando cualquier hombre decente la hubiera mandado al carajo, al contemplar más de cerca esos senos, al atisbar un poco cada vez que se agachaba a sacar más volantes de una caja de cartón, me volvía a extraviar, quedando en sus manos.

Hasta que vino el episodio del congreso.

6
El dichoso Congreso sería en el auditorio de un conocido hotel, donde se darían cita reconocidas feministas e investigadoras del tema, una que otra diputada y una joven actriz, cuya imagen representaba una campaña en contra de la violencia hacia la mujer (la actriz aparecía exageradamente golpeada en carteles y espectaculares).

Hasta cierto punto empezaba a sentir algo por Madame Beauvoir, ¿amor?, quizás, aún cuando hoy me resulta increíble que existan hombres que se enamoren de mujeres así (o peor aún: que soporten mujeres así); un día antes de su conferencia magistral, aquella tan esperada por todas sus seguidoras, decidí presentarme y mostrarle todo mi apoyo.

Al principio me negaron la entrada tres mujeres altas, robustas y con corte de cabello a lo militar, pues el evento era única y exclusivamente para mujeres (lo cual no me quedaba tan claro); sin embargo, no sin pasar ciertos apuros, logré entrar por el estacionamiento, justo cuando las puertas se abrieron para que entrara el autobús con la comitiva proveniente del estado de Durango. Si bien es cierto que una vez dentro comprobé que efectivamente las asistentes en su totalidad eran mujeres, también lo es que entre éstas muchas poseían una imagen más varonil que la mía, e incluso era común el atuendo de pantalones de mezclilla, camisas a cuadros y botas vaqueras, por lo que pude pasar desapercibido hasta llegar al estrado, frente a una manta gigantesca con la imagen de la auténtica Simone de Beauvoir, mientras alguien en el sonido anunciaba que faltaban pocos minutos para que diese inicio la conferencia magistral. Se apagaron las luces y alcancé a situarme hasta el frente. Lo demás es una sucesión veloz de imágenes, donde ella, arriba del estrado, frente al micrófono, guarda un silencio sepulcral una vez que nuestras miradas se encuentran, una vez que desde abajo alzo mi brazo y digo: “¡hola!”, o “¡suerte!”, como si una timidez repentinamente se apoderara de ella ante el asombro de todas aquellas feministas radicales, algunas de las cuales también se asustaron, como si en su vida hubiesen estado frente a un hombre y sin que me diesen tiempo de dar explicaciones cuatro de las más varoniles mujeres se abalanzaron sobre mí. La última de las imágenes es cuando me lanzan a la calle, golpeado, expuesto a la humillación pública por el “sexo débil” que de débil no tiene nada, frente a una Madame Beauvoir que no se cansaba de lanzar maldiciones y que juraba, como si no hubiese hecho ya, cobrar una venganza en nombre de las mujeres.

El último beso

Por Óscar Garduño

Para la Bruja Fitzgeraldiana
Ah, la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido,
Y la generosidad en la punta de los dedos,
La muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
Como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.
―Efraín Huerta.

1
Frente a ella, hermosa, negra cabellera lacia cae sobre su espalda y una mirada electrizante. Delgados labios entreabiertos, como si de ahí escapara un soplo distinto, un soplo mágico; además una voz que irrumpe aún con sus alargamientos vocálicos al final de cada oración. La fiesta tenía poco de haber iniciado y ella ya estaba ebria, sí, y su actuar era misterioso. Camina. Parece flotar por entre las mesas. Como si la vida también apenas diese inicio.

2
Frente a ella y una sonrisa perfecta. Se levanta. Va de mesa en mesa en busca de palabras, abrazos y uno que otro beso; camina y por momentos se tambalea, ríe, se repone y sigue, cruzando sus pasos. Para nosotros comenzó a ser una presencia constante en la fiesta. Porque no permanecía quieta, como si dentro de su embriaguez entendiera que sólo avanza quien se mueve, que lo peor que se puede hacer en tales condiciones es permanecer quieto a la espera de que el alcohol se te suba a la cabeza.

3
Si bien ella era una invitada más a la fiesta, en esos momentos, de noche, más bien parecía ser la anfitriona, sosteniendo su vaso, cuello orgullosamente elevado, mirando por momentos un cielo nublado, ajena al mundo.

4
Frente a ella y sus sonoras carcajadas. La fiesta es una enorme pista de baile y la mayoría gira a su alrededor, celebran sus torpes movimientos y aplaudiendo la incitan a que continúe. Camina hasta otra de las mesas. Llega, saluda, se toma fotografías y las luces interrumpen como relámpagos, parten en dos esa oscuridad que ensombrece los rostros.

5
Un hombre llega hasta mi mesa y pide permiso para sentarse. Aún con el ambiente a fiesta que se respira, su rostro, por el contrario, refleja tristeza. Me cuenta una historia, mientras señala a la mujer. Un día antes había estado en su casa, y ahí, luego de cervezas y ron blanco, la había besado en numerosas ocasiones, hasta que salió ya entrada la madrugada. Lo interrumpo y le digo que tenga cuidado con ese tipo de mujeres. Entonces me habla de sus besos.

6
Hay un momento en que ninguno de los dos dice nada y sólo nos concretamos a observar detenidamente a la mujer. Rompo el silencio: “¿Por qué no va usted con ella, a su lado?” Él inclina la mirada. Nos dedicamos, entonces, a contemplar el vaso entre las manos de ella, sus interminables tragos.

7
La mujer se acerca hasta un grupo de hombres y uno de ellos pide tomarse una fotografía con ella. La pose que adoptan al frente de la cámara es complaciente, como dos ebrios acostumbrados a verse en tales condiciones. Los dos se agachan un poco y los demás comienzan a gritar: ¡beso, beso, beso!, ella resbala sus labios por la mejilla de aquel hombre y los mantiene inmóviles un segundo, hasta que algunos protestan porque eso no es un “auténtico beso”.

8
Mi acompañante saca una cajetilla de cigarros y me invita uno, y si bien me cuesta trabajo entender por qué no va al encuentro de la mujer, por qué no está a su lado si la noche anterior estuvo en su casa y se besaron, no voy a ser yo quien le dé consejos. Prefiero callar.

Después de otras tres fotografías la perdimos de vista. El hombre se disculpó y dijo que volvía en un momento, iba al baño. Al regresar, el hombre me contó lo que sucedió. Su voz temblaba: El de la fotografía siguió a la mujer hasta el baño y ahí, frente a la puerta, los dos se besaron. Mi acompañante observó toda la escena como si la hubiese visto en una pantalla de televisión y cuando estaba a punto de las lágrimas, el de la fotografía lo vio con una mirada orgullosa, como presumiendo su nueva conquista.

Mi acompañante se despidió pasadas las dos de la mañana. Iba un poco borracho. Alcancé a ver cómo su figura se perdía en el fondo de la avenida.

Ella seguía de mesa en mesa, bailando por momentos, pidiendo un trago más, mientras el de la fotografía la seguía con la mirada, chupándose los labios. Sin duda, era un hombre enamorado, aún cuando se sabe que el amor no puede llegar a primera vista, o a primera cita; la mujer besó a otros tres hombres más, quizás era una manera de dejarlos marcados, ya luego se recuperarían de la tristeza.

La construcción del género

Por Ximena de la Cueva
Eva prefiere también parir
pero después escoger dónde ir.
—Silvio Rodríguez—

Qué tal empezar por permitirnos una licencia conceptual y tomar al totalitarismo como categoría política; ésa será la única del día, ya que sus características no las tocaremos, sólo las mencionaremos como las reconocidas y analizadas por estudiosos de diferentes áreas del conocimiento. Hanna Arendt explicó este concepto para tratar el antisemitismo y la opción ideológica que ofrecía era una situación social que conjugara libertad e igualdad. El totalitarismo tiene como elementos constitutivos la represión, la negación del derecho del individuo y un claro objetivo de dominación que se amplía ideológica y hasta geográficamente, y es en contra de este tipo de “imposición” que se gestó el movimiento feminista, sólo que con personajes claramente definidos: los hombres como opresores y las mujeres como oprimidas.

La desigualdad de género, como orden social, tiene raíces históricas y una base económica que si bien no determina funciones, sí posibilita o clausura, individual y socialmente, la entrada en terrenos específicos de desarrollo cotidiano y mantenimiento de la vida humana, debido a que este último incluye “el cuerpo, la sexualidad y todas las implicaciones de procreación y crianza de los hijos; el mantenimiento del hogar con sus tareas domésticas no reconocidas e impagadas; el apoyo emocional; y la producción de conocimiento”, según Ritzer. Así fue como las mujeres vieron limitadas sus áreas de actividad y después desplazaron las cercas para ingresar en los más diversos ámbitos laborales y hasta conductuales, así funcionó el feminismo primigenio.

Eva deja de ser costilla
Había entonces una enorme fuerza de grupo que impulsaba cambios sociales y luchaba, con toda la implicación bélica consecuente, contra un totalitarismo masculino que ejercía una práctica de dominación que desconocía la parte subjetiva de sus subordinadas. En este proceso surgieron escuelas, publicaciones, expresiones culturales y todo tipo de manifestaciones artísticas producto del movimiento feminista y que a su vez hicieron palpable una serie de modificaciones en los esquemas de pensamiento y en la realidad concreta y objetiva. Los caminos se multiplicaron y algunas de las consecuencias fueron laberínticas avenidas donde los muros están teñidos de rencor y las salidas son lo ahora conocido como hembrismo, y que termina siendo una postura prepotente y discriminatoria contra el sexo masculino y que por ende, parcializa la visión de lo femenino.

La ideología esgrimida por los grupos feministas, como todas las ideologías, nunca fue, para tranquilidad de aquellos que tememos la fijeza y el mutismo, “monolítica e impermeable”; los sujetos que componían estas asociaciones, a su vez tenían historias particulares y propagaron una multiplicidad de ideas en cualquier tipo de terreno. El colectivo, que en momentos específicos resulta la inteligencia más brillante, la más clara y la que además puede actuar de manera inmediata, se fragmentó y tal comunidad dejó de ser generadora de conocimiento.

Sabemos que actualmente hay quien aún ve al feminismo como una lucha, un encuentro cuasi bélico de mujeres contra hombres, como una cuestión de competencia, y sobre esa base se fundan desencuentros que han mermado la posibilidad de asociación positiva con la que puedan edificarse nuevas realidades donde el lenguaje sea el espacio de convivencia y crecimiento de sociedades en las que la exploración y su valor fundamental, radique en la búsqueda de igualdad de oportunidades y espacios abiertos a la participación.

Eva cambió la señal
En una conferencia en los noventa, Martha Lamas instaba a los estudiantes de antropología a verse no como iguales, sino como identidades en movimiento, y en particular, hablaba a las mujeres de la ausencia de conflicto al reconocerse hambrienta de una relación con otro individuo sexualmente atractivo con quien compartir noches e ideas, palpitaciones y proyectos, sin conflicto de intereses porque la relación de poder se establecería desde la integración de las diferencias.

A partir de estas reflexiones podemos pensar en la opción de superar el debate biológico de superioridad o inferioridad y sumergirnos en la búsqueda de nuestras características femeninas, que además de las físicas, por demás deseables y atractivas, y que pueden llevar a los amantes a nombrarnos imán, piel, labios o curvaturas, y hacerlos soñar y rozar en la penumbra de nuestra ausencia el aroma que emanamos, confluyen en una riquísima diversidad de pensamientos y expresiones de las naturalezas más heterogéneas.

Es entonces cuando la invención del mundo material empieza a poblarse de posibilidades porque somos sujetos de cambio, generadores de transformaciones de conciencias que se ven materializadas por medio de un largo proceso de emisión de mensajes plásticos en el más amplio sentido del término. Una de las actividades a las que voluntariamente nos adherimos, por ejemplo, es a la de ser madres, donde entregamos cada uno de nuestros componentes sin conflicto de intereses, y es precisamente ahí donde la responsabilidad se evidencia de una manera clara, pues el número de vueltas a la cocina, a la tienda, a la cuna o al dormitorio, marca una trayectoria de preferencias que muestra a los niños una manera de apropiarse del mundo y plantarse en él para recorrerlo.

Hablar de mujer implica siempre hablar de hombre, y adquirir una identidad, más allá de la aportada por la carga genética, pone a trabajar nuestra subjetividad para contrastarla con las circunstancias y así lograr una construcción simbólica donde se combina la maternidad, el pensamiento y sus circunvoluciones, las actividades cotidianas (remuneradas o no remuneradas) con la entrega sexual y el deseo contenido y expresado, para construirnos como mujeres de este milenio, portadoras de todos los anteriores.

Porque no deseamos una “victoria a expensas de la realidad”, como un nuevo totalitarismo femenino, donde siga interminable el enfrentamiento entre la razón y el pecho, en términos de Sor Juana, sino la oportunidad de construir, cuerpo a cuerpo, una realidad de necesidades materiales, sexuales y emocionales donde el otro y nosotros seamos capaces de compartirlas y buscar posibilidades de existencia.

Subtítulos tomados de la canción Eva, de Silvio Rodríguez.

Los cuerpos del feminismo

Por Josefina Fernández

La incorporación del concepto de género al dominio feminista constituyó un verdadero giro interpretativo que otorgó al movimiento un firme escenario de lucha tanto teórica como política. El cuestionamiento a la fórmula “biología es destino” formó parte importante de un modelo teórico de explicación de las diferencias entre varones y mujeres y dio un fuerte empuje a las estrategias feministas a partir de los años sesenta. No obstante, el optimismo inicial derivado de comprender estas diferencias como el resultado de la producción de normas culturales, comenzó a mostrar sus problemas con la categoría denominada “Mujer”, capaz de representar de manera indivisible a la totalidad del género femenino. Las voces de las mujeres lesbianas y también las de las mujeres negras, fueron las primeras en denunciar a un feminismo que, tras esa categoría “Mujer”, no reconoce la singularidad de la raza, la clase o la elección sexual.

Así como en los primeros años de la década de los setenta las lesbianas feministas comenzaron a cuestionar la homofobia del feminismo heterosexual, en los ochenta las mujeres negras alertan sobre las actitudes racistas presentes en un movimiento cuyo principal compromiso fue eliminar la opresión sexista. Como señala Bell Hooks en 1982, buena parte de las feministas blancas dieron por supuesto que al identificarse como oprimidas quedaban liberadas de ser opresoras. Los peligros de un proyecto político que, descuidando las divisiones de clase y raza, mantuvo intactos algunos aspectos de la jerarquía social ya estaban planteados. La supuesta hermandad universal comenzaba a mostrar sus pies de barro y la identidad “Mujer” a dar cuenta de su carácter excluyente y, por tanto, violento. Las fragmentaciones que en esta categoría introdujeron entonces las feministas negras y las feministas lesbianas fueron antecedentes del posterior debate teórico sobre la utilidad de la diferenciación entre sexo y género, situado ya en los años noventa. Como dice Susan Bordo en 1990, el rendimiento teórico y la productividad de la categoría género comienza a ser motivo de desconfianza y escepticismo.

El sujeto nómada
Aunque con cierto retraso respecto a Estados Unidos, este debate llegó a Latinoamérica y se instaló en los espacios académicos de estudios de género, quedando el correspondiente al activismo prácticamente ajeno a él. La gradual visualización que a finales de los noventa adquirieron la prácticas culturales como el travestismo y transexualismo constituyó una oportunidad para una nueva interrogación al modelo binario sexo/género, una invitación a revisar no sólo los usos de la categoría género sino también la de cuerpo y la constitución misma del sexo.

Algunas activistas nos dedicamos a esta problemática y, en ocasión de realizarse en el año 2000 un encuentro nacional feminista, propusimos la incorporación en él de feministas travestís en un intento de empezar a discutir los temas que, como señalé, circulaban hasta entonces por ámbitos académicos y sin diálogo con las mismas travestís. Para quienes hicimos esta propuesta, el travestismo se presentaba a nuestros ojos como aquel sujeto nómada del que nos habla Rosi Braidotti en 1994, un sujeto que no tiene pasaporte –o tiene muchos– que le habilite la entrada al sistema sexo/género; una práctica cultural que se resiste al asentamiento en las maneras codificadas socialmente de pensamiento y conducta, a las representaciones del yo dominantes. Las travestís llevan un cuerpo que no se ajusta a las normas del orden corporal moderno y, en este sentido, transgreden las fronteras del sexo y género normativos. Se trata de un cuerpo no alineado claramente a las prescripciones del sexo, del género y la elección sexual.

Pero la iniciativa de incorporar feministas travestís a dicho encuentro provocó un fuerte debate electrónico que concluyó finalmente en el rechazo, casi mayoritario, de la participación del grupo en cuestión. Las razones planteadas fueron diversas pero, en términos generales, todas compartieron al menos un argumento: el peso de las diferencias entre ser mujer y ser travestí. Estas diferencias, que no llegaron a detallarse, condujeron a una conclusión: “para ser una feminista habilitada a participar en estos encuentros hay que ser mujer”

De alguna manera, la discusión trajo los sones de lo que fue uno de los más tempranos y significativos debates de las mujeres feministas en Estados Unidos y en Inglaterra: varones en el feminismo. Si bien para algunas, los varones podían unirse a nuestros círculos bajo el cumplimiento de una serie de condiciones, para la mayoría, ellos no podían ser realmente feministas. La diferencia sexual fue percibida como un obstáculo insalvable. La conclusión fue que para ser una feminista “real” se requiere un tipo de cuerpo sexuado. Entre este cuerpo y el ser feminista está el género; sea usada esta categoría en oposición al sexo, a lo que es biológicamente dado, o considerada como una construcción social vinculada a la distinción masculino/ femenino que incluye al cuerpo mismo. Buena parte de estos argumentos por medio de los cuales varón y feminista son términos mutuamente excluyentes, se actualizaron frente a la propuesta de incorporar travestís al encuentro mencionado.

La perspectiva del cuerpo
El concepto moderno de cuerpo presenta a éste como una unidad orgánica autónomamente integrada, que es como es por designio de la naturaleza. Congruente con este supuesto, la sexualidad, el género y también la raza, son a menudo considerados atributos de un cuerpo que se presenta a sí mismo como una superficie pasiva, como un objeto pre discursivo con una estructura orgánica y jerárquica de funciones. La diferencia sexual constituye la base sobre la cual se imprimen significados culturales y éstos son diferentes según se trate de “machos” o “hembras”. Lo sexual se mantiene en el orden de lo natural, como categoría biológica pre discursiva.

Esta perspectiva sobre el cuerpo –dependiente del modelo cartesiano– se encuentra presente en buena parte del pensamiento feminista y Elizabeth Grosz en 1994 nos muestra las consecuencias de ello. A juicio de esta autora, la oposición sexo/género se ha mantenido en el feminismo demasiado “pegada” al dualismo mente/cuerpo. Esto vale para dos grupos de feministas. En el primero de ellos, Grosz incluye a pensadoras tan diversas como Simone de Beauvoir, Shulamith Firestone, Mary Wollstonecraft, a feministas liberales y humanistas e incluso a eco feministas. En el segundo grupo Grosz incluye a las construccionistas sociales.

En el primer conjunto, la autora identifica una versión negativa y otra positiva del cuerpo femenino. Por el lado negativo, dice, los cuerpos de las mujeres son considerados como una limitación para el logro de la igualdad y la trascendencia. La naturaleza particular del cuerpo femenino, sus ciclos corporales, impiden el acceso de las mujeres a los derechos y privilegios de la cultura patriarcal. La propuesta es moverse más allá de los límites del cuerpo desarrollando nuevos medios tecnológicos de regulación de la reproducción y la eliminación de los efectos que la biología femenina tiene sobre las mujeres y sus roles sociales, tal como lo sugiere, por ejemplo, Shulamith Firestone. Por el lado positivo, el cuerpo femenino es un medio de acceso al conocimiento y a la vida, los cuerpos y experiencias de las mujeres dotan a éstas de recursos especiales que los varones no tienen.

Sea en su versión positiva o negativa, este grupo de feministas comparte supuestos tales como: a) una noción de cuerpo determinado biológicamente y ajeno a logros culturales e intelectuales; una distinción entre una mente sexualmente neutra y un cuerpo sexualmente determinado; la idea de que la opresión de las mujeres es consecuencia de llevar un cuerpo inadecuado; y una noción de que la opresión de las mujeres está, en alguna medida, biológicamente justificada en tanto y en cuanto las mujeres son menos capaces social, política e intelectualmente de participar como iguales sociales a los varones cuando ellas cuidan o crían hijos; y b) la misma biología será fuente de reivindicación o requerirá ser modificada y transformada. Ambas perspectivas, sin embargo, parecen haber aceptado los supuestos misóginos, que prometían discutir, acerca del cuerpo femenino: un obstáculo a ser superado o algo más natural, menos separado, más comprometido y relacionado directamente a los objetos y la vida que el cuerpo masculino.

Como el grupo anterior, las construccionistas sociales comparten una noción de cuerpo biológicamente determinado, fijo y ahistórico y mantienen el dualismo mente/cuerpo. La mente será considerada como un objeto social, cultural e histórico, un producto de la ideología; el cuerpo se mantiene natural, precultural. Sus luchas políticas, no obstante, difieren. Las propuestas de las construccionistas sociales estarán dirigidas hacia la neutralización del cuerpo sexualmente específico a través, por ejemplo, de programas de reorganización del cuidado infantil y socialización, como es el caso de Nancy Chodorow. Así, mientras los cuerpos de varones y mujeres se mantienen irrelevantes, los rasgos de género asociados a la masculinidad y la feminidad serán transformados e igualados a través de una transformación en la ideología.

En contraste con la posición del primer grupo, lo que es opresivo desde el punto de vista del construccionismo no es la biología per se sino los modos en los que el sistema social la organiza y le da significado. La distinción entre el cuerpo biológico real y el cuerpo como objeto de representación es un supuesto fundamental. De esta manera, la tarea es otorgar a los cuerpos valores y significados diferentes. Para las construccionistas, la oposición sexo/género, proyección de la distinción entre el cuerpo –biológico y natural– y la mente –social, ideológica– aún es operativa. Bajo el supuesto de que la biología o el sexo es una categoría fija, estas feministas ponen el foco en las transformaciones a nivel del género.

El fundacionalismo biológico establece un tipo de relación entre biología y proceso de socialización en la que la primera es asumida como la base sobre la cual se establecen los significados culturales. El cuerpo sexuado es el dado sobre el cual se sobreponen características específicas; el sexo provee el lugar donde el género es supuestamente construido. Nicholson utiliza la figura del perchero de pie para explicar más precisamente la relación naturaleza/ cultura establecida por el feminismo de la segunda ola. El cuerpo es visto como una percha, dice, sobre la cual se cuelgan diversos tipos de artefactos relativos a la personalidad y al comportamiento. Si bien esta relación parecía permitir explicar las diferencias no sólo entre mujeres sino entre varones y las diferencias con quienes pueden ser considerados varones o mujeres, el resultado es otro.

El fundacionalismo biológico nos conduce a pensar las diferencias entre mujeres, por ejemplo, como coexistentes y no como intersectadas. El supuesto referido a que todo lo que tenemos las mujeres en común debido al sexo, condensa todo lo que somos en términos de género, explica la tendencia a pensar éste como representativo de lo que las mujeres compartimos y aspectos como la raza, la clase, etc., pasan a ser indicativos de lo que tenemos de diferente. De ahí que, dirá Elizabeth Spelman en 1988, que la identidad sea entendida como un collar de cuentas en el que todas las mujeres somos iguales en el género (una cuenta) pero diferimos con relación a las otras cuentas que lleva el collar. La cuenta-género tiene un lugar privilegiado: todas las mujeres somos oprimidas por el sexismo y algunas lo somos además por la raza, la edad, etc. Este modelo, que Spelman llama aditivo, no considera, por ejemplo, las importantes diferencias entre las mujeres blancas y negras en sus experiencias con el sexismo. Un modelo que presuntamente podía explicar las diferencias entre las mujeres, termina ocultándolas o subalternándolas.

Cuerpo e identidad
Ahora, si nos desplazamos por un momento de este aspecto crítico y pensamos ya no en las diferencias entre mujeres sino entre éstas e identidades como la travestí, los problemas ante los que nos encontramos son similares. En El imperio transexual (1979), Janice Raymond, por ejemplo, sugerirá que lo que hay de común entre las relaciones generadas por la posesión de genitales femeninos y, a su vez, de diferente con las otras relaciones, es suficiente para garantizar que ninguna persona nacida con genitales masculinos puede reivindicar alguna semejanza con aquellas nacidas con genitales femeninos.

Raymond encuentra en el construccionismo social un argumento para la exclusión de travestis/transexuales, éstas no han compartido las experiencias supuestamente comunes de crecer como mujer en el patriarcado y no son, por tanto, mujeres auténticas. Desde esa perspectiva, para una mirada así, es claro que una travestí que dice abogar por el feminismo o dice participar de los lineamientos políticos propios del feminismo, en la medida en que carece de un cuerpo apropiado a tal fin, está en un error. La identidad feminista es definida explícitamente con referencia a un tipo particular de cuerpo. Una travestí es diferente, su cuerpo sexuado no se corresponde con los cuerpos femeninos y, debido a esto, sus experiencias corporales y corporizadas serán de algún modo diferentes de aquéllas de las mujeres.

La adhesión a este tipo de mirada merece algunas preguntas. Una que Nicholson hace a Raymond y su idea respecto a que nadie que no haya nacido con genitales femeninos puede tener experiencias comparables a aquéllas que nacimos con ellos, es: ¿cómo sabe Raymond que esto es así? Bien puede suceder que algunas familias eduquen a sus hijos con una visión del vínculo entre biología y cultura más escindido de lo que él está en las sociedades industrializadas contemporáneas, permitiendo ello transmitir a los niños con genitales masculinos experiencias comparables a las de aquellas nacidas con genitales femeninos.

Sin embargo, el dualismo está presente en todas estas posiciones. Como indica Diana Fuss en 1989, incluso el uso que las construccionistas sociales hacen de la categoría “género” constituye una apelación a una comunidad de mujeres como un grupo con una única identidad que, inevitablemente, asume una esencia amplia compartida.

Una mirada moderna, entonces, considera al cuerpo fijo, por naturaleza, en su sexuación. La experiencia, historia, subjetividad y el cuerpo mismo, se corporizan de manera diferente según sean nuestras características sexo-biológicas. Si esto es así, cabe sumar a las preguntas de Nicholson y a las advertencias de Scott otras más que la mirada moderna del feminismo aún no ha respondido. Por ejemplo, ¿es necesario corporizar el cuerpo sexuado mujer para ser feminista?, ¿qué significa esa corporización? y ¿cómo es ella asumida por las diferentes mujeres?, ¿existe una corporización específica del cuerpo sexuado mujer? ¿todas las mujeres participamos de la misma corporización?, ¿no fueron precisamente algunas mujeres las que dijeron no ajustarse a esa Mujer construida por el feminismo, impugnando así esa misma construcción que las excluía?,¿no estamos suscribiendo rápidamente a un binarismo cultural rígido que construye los cuerpos como ajustados consistente y permanentemente a dos tipos sexuales exclusivos y exhaustivos, usando las normas genéticas, gonadales y anatómicas de la cultura dominante?

El rechazo a la participación de feministas travestís al encuentro poco tuvo que ver con cuestiones tales como la manera en que las travestís se definían feministas, cómo ellas aparecían en público, cuáles eran sus reivindicaciones. De alguna manera, las travestís que quisieron acceder al evento nos reflejaron, precisamente, las concepciones y prácticas que habitualmente tenemos o usamos para atribuir categorías de sexo y de género a los cuerpos.

Desde una perspectiva diferente, puede también cuestionarse el mismo concepto de experiencia, muchas veces usado por el feminismo como criterio de pertenencia y membresía. Se atribuye a la experiencia un estatuto de autoridad tal que termina ella reproduciendo los sistemas ideológicos en vez de impugnarlos o discutirlos. La experiencia del género en un cuerpo femenino reúne de manera confusa lo atribuido, lo vivido y lo impuesto y luego se le otorga a ella una autoridad sobre la cual todo está dicho y no hay preguntas para hacer. Como lo ha indicado Joan Scott en 1992, otorgar a la experiencia un carácter unificador e integrador excluye dominios enteros de la actividad humana dando como resultado la esencialización de las identidades. La experiencia del género en un cuerpo femenino corre el riesgo entonces de ser el fundamento ontológico de la identidad femenina. Estos planteamientos olvidan que la experiencia misma tiene un carácter discursivo. Lo que cuenta como experiencia, insiste Scott, no es ni autoevidente ni es sencillo; es siempre debatible, siempre político.

Opuestos binarios
Una mirada moderna, sea en su versión más esencialista o en la perspectiva construccionista, fundamenta sus argumentos en los opuestos binarios: la primera, celebrando la fijeza de la diferencia femenina y evaluando sus significados sociales, la segunda, negando el carácter innato de la diferencia sexual y señalando que la diferencia es un efecto de relaciones de poder históricas y sociales.

Si el género femenino deviene de un sexo y el género masculino del otro y opuesto, estamos suponiendo que sexo y género guardan una relación mimética tal (dos sexos, dos géneros) que carece de sentido la diferenciación entre ambos. Por otro lado, si el género, por ser construcción cultural del sexo, es independiente de éste, puede suponerse que masculino podría bien designar un cuerpo de mujer y femenino designar un cuerpo de varón. La identidad de género no es un rasgo descriptivo de la experiencia sino un ideal regulatorio, normativo; como tal, opera produciendo sujetos que se ajustan a sus requerimientos para armonizar sexo, género y sexualidad y excluyendo a aquellos para quienes esas categorías están desordenadas. Una norma de inteligibilidad cultural es la norma heterosexual, la heterosexualización del deseo instituye la producción de oposiciones asimétricas y claras entre lo femenino y lo masculino, que se entienden como atributos expresivos del varón y de la mujer.

No hay coherencia ni contigüidad entre sexo, género, práctica sexual y deseo en el travestismo. Este parece denunciar, a través de sus auto representaciones, el hecho de que, en realidad, el género no es otra cosa que la construcción mimética del sexo. Como en el travestismo esta mimesis no se da, es un abyecto.

Si las miradas modernas atribuyen a los cuerpos sexuados femeninos un libreto único y válido para todas las mujeres, las miradas posmodernas son vulnerables a transformar identidades como la travestí en el guión de una obra que trasciende a los mismos sujetos. En este sentido, el modelo de la representación corre el riesgo de estetizar prácticas como las travestís y vaciarlas de todo contenido político. Corre el riesgo de ser una promesa de formas de vida alternativas que apenas pueden tematizar los sufrimientos y las luchas que enfrentan los que viven esta vida y hablan su lenguaje.

Más de un siglo de feminismo en México

Por Gabriela Cano

Antecedentes
El vocablo feminismo empezó a utilizarse en México en los últimos años del siglo 19; para principios del siglo 20 el término se había vuelto de uso común en los medios de la capital del país. En esa época el feminismo reivindicaba la igualdad entre los sexos en lo relativo a la capacidad intelectual y a los derechos educativos de hombres y mujeres y, al mismo tiempo, propugnaba por la valoración de una serie de atributos subjetivos considerados característicos del sexo femenino: la capacidad emocional, la dulzura y la superioridad moral, entre otros. Enraizado en el pensamiento liberal, el feminismo veía en la educación laica y racional de las mujeres el camino que permitiría alcanzar sus metas principales: la dignificación del papel de esposa y madre y la ampliación de la influencia de las mujeres en la familia y de los márgenes de su autonomía individual. Centrado en estas reivindicaciones, el feminismo de fines del siglo 19 y principios del 20 daba un lugar secundario a la igualdad de derechos ciudadanos. La participación política femenina se veía si acaso como una realidad deseable, pero posible sólo en el largo plazo. Antes de que el término feminismo se hiciera de uso corriente, las ideas de emancipación de las mujeres se manifestaron a través de varias revistas femeninas, aparecidas en la ciudad de México a partir de la década de los ochenta del siglo 19, que buscaban ampliar los horizontes culturales femeninos y enaltecer el papel de esposa y madre de familia. Con excepción de la más antigua, El Correo de las Señoras Con el encabezado de "Feminismo", este texto aparecerá en la Encyclopedia de México: History, Society & Culture, Fitzroy Dearborn Publishers, Chicago, 1997. Agradezco a los editores la autorización para publicarlo en español. 345 (1881-1893), estas revistas estuvieron dirigidas y redactadas por equipos editoriales integrados por mujeres. El álbum de la mujer. Periódico literario redactado por señoras, (1883-1893) fue encabezado por la escritora aragonesa radicada en México Concepción Jimeno de Fláquer, mientras que Las violetas del Anáhuac (1887-1889), originalmente llamada Las Hijas del Anáhuac, estuvo a cargo primero de Laureana Wright de Kleinhans y luego de Mateana Murguía de Aveleyra. Años más tarde, al iniciarse el siglo xx, apareció La mujer mexicana. Revista mensual científico-literaria consagrada a la evolución, progreso y perfeccionamiento de la mujer (1903-1905) que fue dirigida sucesivamente por Dolores Correa Zapata, Laura Méndez de Cuenca y Mateana Murguía de Aveleyra. En La mujer mexicana... se expresaron las primeras mujeres profesionales en el campo de la medicina y de la abogacía, así como destacadas escritoras; sus páginas también registraron, en 1905, el surgimiento de la Sociedad Protectora de la Mujer, asociación feminista formada por las colaboradoras de la revista, cuyo propósito era hacer una labor filantrópica con mujeres necesitadas, además de ofrecer auxilio mutuo a sus integrantes. No existe uniformidad en los perfiles y estilos de las revistas mencionadas, sin embargo hay elementos de continuidad entre ellas. Uno de ellos es el de los artículos de la escritora Laureana Wright González de Kleinhans (1846-1896), en su tiempo, la más brillante y radical defensora de la emancipación de la mujer, quien conceptualiza la relación entre los sexos como un vínculo de dominio arraigado en el terreno del pensamiento. Desde su perspectiva, la subordinación de las mujeres se sustentaba en su debilidad intelectual; de ahí que para ella lo prioritario fuera su educación y fortalecimiento moral, únicas vías para alcanzar la autonomía personal y salir de la estrechez de la vida doméstica en que transcurría la vida femenina. Sostenía Wright que ser madre era una parte esencial de la vida de las mujeres, pero no aceptaba que la maternidad fuera el único horizonte humano posible para el sexo femenino. Entre las obras más destacadas de Wright de Kleinhans se cuentan Educación errónea de la mujer y medios prácticos para corregirla (1891), La emancipación de la mujer por medio del estudio (1892), y el volúmen póstumo, Mujeres notables mexicanas (1910). El pensamiento de Laureana Wright coincide en muchos aspectos con el del jurista e historiador Genaro García, autor de La des igualdad de la mujer (1891) y de La condición de la mujer (1891). Para Genaro García, la subordinación de las mujeres en la sociedad era impuesta por el estado a través de la legislación; en su opinión, el mayor atropello a los derechos individuales de las mujeres ocurría en el matrimonio. La mujer casada vivía una especie de esclavitud debido a que el Código Civil (1884) la dejaba incapacitada para efectuar actos de la vida civil por sí sola y sin autorización del marido. Con influencia del filósofo inglés John Stuart Mill, Genaro García se interesó por la educación femenina y fue un defensor radical de la igualdad jurídica entre los sexos. Precursor del feminismo igualitarista en el terreno teórico, García no se interesó por los aspectos prácticos y organizativos de la emancipación de las mujeres.

El sufragio y el Siglo 20
En la primera década del siglo 20, la oposición al gobierno de Porfirio Díaz favoreció la incorporación femenina a la actividad política. Entre las mujeres que combatieron al régimen con la pluma estaban la profesora Dolores Jiménez y Muro, y la señora Juana Belén Gutiérrez de Mendoza; ambas denunciaron injusticias y llamaran a la rebelión en artículos publicados en la prensa clandestina. Además, Gutiérrez de Mendoza editó y dirigió durante años el periódico oposicionista Vesper.

Su labor propagandística acarreó persecuciones y encarcelamiento a las dos escritoras. Muchas otras mujeres participaron en organizaciones antiporfiristas, clubes liberales, grupos magonistas y, a partir de 1908, en asociaciones que apoyaban la candidatura de Francisco I. Madero a la presidencia de la república. La actividad femenina en la oposición liberal y magonista fue muy nutrida e intensa pero, por lo general, se mantuvo ajena a las ideas feministas. Ni el sufragio femenino ni la igualdad de derechos de hombres y mujeres interesaron en forma significativa a estas agitadoras, concentradas en las tareas organizativas y en la propaganda de su causa. La demanda de igualdad de derechos llegó a plantearse en las filas femeninas del movimiento maderista que enarbolaba la bandera de "Sufragio efectivo, no reelección".

Sin embargo, más allá de aisladas peticiones de sufragio, el feminismo no interesó de manera consistente ni a las agrupaciones de mujeres maderistas ni a ningún sector del gobierno encabezado por Francisco I. Madero. A partir de 1915, el movimiento constitucionalista abrió espacios políticos que favorecieron el desarrollo de algunos asuntos planteados por el feminismo. Aunque la influencia del feminismo en las reformas y en la legislación revolucionaria fue restringida y tuvo un carácter coyuntural, el constitucionalismo fue la única de las facciones contendientes en la Revolución mexicana que favoreció posturas igualitaristas tanto en el terreno educativo como en la legislación civil (Ley de Relaciones Familiares, 1916) y en la laboral (Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos, art. 123). No ocurrió así con respecto a los derechos de ciudadanía; el Congreso Constituyente (1916-1917) denegó el sufragio femenino. Dicha demanda había tomado impulso entre algunas mujeres constitucionalistas por iniciativa de Hermila Galindo, colaboradora de confianza de Venustiano Carranza. La formulación de la demanda de sufragio femenino y el llamado a las mujeres a ejercer su influencia en la sociedad a través de la acción política, y no sólo en el ámbito familiar, es lo que distingue al feminismo surgido con la Revolución mexicana del que se manifestó en la época porfiriana. Este feminismo de los tiempos revolucionarios se expresó en la revista La mujer moderna. Semanario ilustrado (1915-1918), fundada y dirigida por Hermila Galindo. Sus páginas abordan temas culturales y de economía doméstica e incluyen textos literarios en prosa y en verso, tal como lo hacían las revistas feministas que la anteceden en el tiempo, pero la particularidad de La mujer moderna es que dirige a sus lectoras una convocatoria política a favor del constitucionalismo y en contra de las facciones zapatista y villista. El feminismo adquirió una relevancia política que nunca antes había tenido durante el mandato de Salvador Alvarado en Yucatán (1915-1918),gobernador y comandante militar del mencionado estado, impuesto por las fuerzas de constitucionalismo. Radical en su anticlericalismo, Alvarado se interesaba por el feminismo en tanto éste podía contribuir a combatir la influencia de la Iglesia católica en la sociedad, que constituía el mayor obstáculo para el progreso, según el pensamiento liberal. Así, el gobierno de Salvador Alvarado buscó impartir una educación laica y racional a las mujeres yucatecas, en su mayoría campesinas indígenas, y favoreció la creación de empleos que permitieran a las mujeres ejercer sus responsabildades domésticas como esposas y madres, pero que, al mismo tiempo, les permitieran tener un salario propio. La incorporación de las mujeres a la modernización económica estaba contemplada en el proyecto feminista de Alvarado, no así su participación en la democracia política como ciudadanas. Lo central era lograr que las mujeres ejercieran su influencia como madres, esposas y maestras a favor del estado laico y no en beneficio del clero.

Los primeros congresos feministas y el Consejo Feminista Mexicano
En enero y en diciembre de 1916 se celebraron en Yucatán dos congresos feministas que buscaban ante todo crear consenso en torno a las reformas educativas y sociales impulsadas por el gobierno de Alvarado, organizador y financiador de dichas reuniones. El temario de discusión y la forma de trabajo estuvieron determinados previamente por los organizadores; sin embargo, los debates se desarrollaron con relativa autonomía y tuvieron una asistencia de seiscientas mujeres el primero y doscientas el segundo.

Ambos congresos abordaron temas relacionados con la educación y el trabajo de las mujeres. Las congresistas, casi todas maestras de primaria, discutieron con amplitud y permitieron que públicamente afloraran las diferencias entre ellas. La mayor polarización ―que llegó al escándalo público― se dio en torno a la intervención de Hermila Galindo, quien afirmó que los impulsos sexuales de las mujeres eran igualmente poderosos que los de los hombres, y propuso una educación higiénica femenina que incluyera conocimientos sobre la biología humana.Terminada la etapa armada de la Revolución mexicana, en la ciudad de México surgió el Consejo Feminista Mexicano, organización que se distingue de las anteriores asociaciones feministas por sus propósitose minentemente políticos. Su programa de acción abarcaba tres aspectos: el económico (igualdad salarial, condiciones de seguridad en el empleo, protección a la maternidad); el social (formación de agrupaciones libertarias, dormitorios y comedores para trabajadoras, regeneración de prostitutas); y el político (igualdad de derechos ciudadanos, reforma al Código Civil). Un programa político tan amplio contiene los temas que interesarán al feminismo en las décadas de los veinte y los treinta, pero no representa las acciones concretas de la organización, restringidas al establecimiento de costureros públicos y a la edición de La mujer. Revista quincenal. Órgano del Consejo Feminista Mexicano (1921-1922), cuya directora fue la profesora Julia Nava de Ruisánchez. La importancia del Consejo Feminista radica no sólo en su carácter político pionero, sino en que incorpora ideas marxistas y comunistas a sus análisis de la condición de la mujer, al mismo tiempo que hace mayor hincapié en los elementos igualitaristas del feminismo que en las diferencias sociales entre hombres y mujeres. Participaron en la fundación del Consejo Feminista Mexicano en 1919 Elena Torres, Evelyn Roy y María del Refugio García. El Consejo Feminista Mexicano mantuvo una postura internacionalista y pacifista y buscó relacionarse con grupos de mujeres de los Estados Unidos que le fueran políticamente afines. En 1922, contando con el aval de las secretarías de Relaciones Exteriores y de Educación Pública, el Consejo Feminista Mexicano aceptó una invitación para acudir a una Conferencia Panamericana de Mujeres en Baltimore, Maryland, organizada por la Liga de Mujeres Votantes de los Estados Unidos. Elena Torres, Eulalia Guzmán y Luz Vera asistieron como delegadas oficiales de la Secretaría de Educación Pública, mientras que Julia Nava de Ruisánchez y María Rentería de Meza representaron al Consejo Feminista Mexicano.

En Baltimore se acordó efectuar, al año siguiente, en la capital mexicana, el Primer Congreso Feminista Panamericano para la Elevación de la Mujer, que tuvo una asistencia de más de cien personas, provenientes, en su mayoría, de por lo menos veinte estados de la República Mexicana. Con un fuerte acento igualitarista, las resoluciones adoptadas abarcaron aspectos muy diversos: derechos civiles, derechos políticos, divorcio, moral sexual, prostitución, control de la natalidad, problemas económicos, protección social a niños y mujeres, problemas educativos, moralización de la prensa y servicio a la comunidad. Al lado de las exigencias de igualdad entre los sexos, prevalecía la noción de que las esferas de acción y las funciones sociales de hombres y mujeres habrían de permanecer claramente diferenciadas.

Resultados del Primer Congreso Feminista Panamericano
Las labores del Primer Congreso Feminista estuvieron marcadas por las diferencias políticas entre las participantes. Pocas congresistas coincidían, por ejemplo, con la reivindicación del amor libre que hizo Elvia Carrillo Puerto, delegada del estado de Yucatán. La unidad se mantuvo gracias a los esfuerzos conciliatorios de la profesora Elena Torres, presidenta del mencionado congreso. En cambio, la conciliación no se logró, en el Congreso de Mujeres de la Raza (1925), organizado por la Liga de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas a instancias de Sofía Villa de Buentello. Al poco tiempo de haber iniciado sus labores, la polarización entre la organizadora por un lado, y por el otro, María del Refugio García y Elvia Carrillo Puerto, identificadas con posiciones políticas de izquierda, llevó a la escisión del congreso. Mientras que las izquierdistas priorizaban los aspectos ecónomicos de la condición femenina y los problemas de las mujeres trabajadoras, Villa de Buentello se interesaba por cuestiones morales y jurídicas. Autora de La mujer y la ley. Estudio importantísimo para la mujer que desee su emancipación y para el hombre amante del bien y la justicia (1921), obra que retoma ideas de Genaro García, Sofía Villa de Buentello reivindicaba la igualdad de derechos políticos de hombres y mujeres, pero se oponía tajantemente al divorcio. Un conflicto semejante afloró en el Congreso contra la prostitución. Apenas iniciadas las labores, la facción izquierdista se retiró para continuar trabajando por separado, de tal manera que, en junio de 1934, dos congresos sobre prostitución estuvieron sesionando en forma paralela en la ciudad de México. La principal diferencia entre la facción conservadora y la izquierdista se daba en torno a los orígenes de la prostitución. Partiendo de un análisis global del asunto, la facción conservadora hacía hincapié en los aspectos morales y culturales, de ahí que sus propuestas para eliminar el ejercicio de la prostitución incluyeran el establecimiento de un criterio moral igualitario para hombres y mujeres, la coeducación y la responsabilidad sexual de ambos sexos. Por su parte, la facción izquierdista ubicaba las causas de la prostitución en la miseria y en la desigualdad económica entre las clases sociales.

Más allá de las diferencias y rupturas ocurridas entre las feministas, estos congresos tuvieron un espacio relativamente importante en el escenario político de la época. Generalmente, contaban con la asistencia de representantes de instancias gubernamentales y gozaban de una amplia cobertura de prensa. Asimismo, lograron llamar la atención de la opinión pública en torno a cuestiones que interesaban al feminismo y constituyeron un polo de identificación política para un sector de mujeres, en su mayoría maestras, que buscaban ampliar sus posibilidades de acción en la esfera pública y fortalecer su autonomía personal e influencia en la familia. Buena parte de los temas que en la década de los veinte interesaron al feminismo fueron abordados en la revista mensual Mujer. Periódico independiente para la elevación intelectual y moral de la mujer (1923-1926) que dirigió María Ríos Cárdenas, quien proponía que se pagara un salario al trabajo doméstico. En la ciudad de Nueva York, la mexicana Elena Arizmendi se refirió a distintos aspectos del feminismo en México en las páginas de Feminismo internacional, publicación periódica que dirigió entre 1922 y 1923. En los años veinte, el feminismo llegó a tener una influencia restringida en la legislación civil. El Código Civil, proclamado en 1928, incorporó elementos (algunos ya presentes en la Ley de Relaciones Familiares) señalados reiteradamente por el feminismo desde principios de siglo: estableció igual capacidad jurídica de hombres y mujeres; amplió la influencia de la esposa en la educación de los hijos y reconoció su derecho a disponer de sus bienes y al ejercicio de un empleo o profesión, siempre y cuando contara con la autorización del marido. Este código amplió los derechos de las mujeres casadas, estableció la obligatoriedad de su dedicación doméstica y mantuvo criterios desiguales para hombres y mujeres con respecto al divorcio.

La década de los treinta y la República Femenina
La década de los treinta es de auge para las organizaciones políticas de mujeres. Paradójicamente, en esos años el término feminismo cayó en desuso, probablemente a causa del predominio del lenguaje político marxista que descalificaba al feminismo por considerarlo como un asunto de mujeres burguesas ajeno a los intereses del proletariado. El movimiento de mujeres en esta época se orientó a los sectores populares e incorporó demandas de obreras y campesinas, pero ello no significó una ruptura con respecto a los reclamos feministas de tiempos anteriores. Los tres congresos de obreras y campesinas celebrados en 1931 y 1933 en la ciudad de México y en 1934 en Guadalajara sentaron las bases organizativas e ideológicas del movimiento de mujeres de dicha década. Con una asistencia mayoritaria de profesoras de niveles básicos, provenientes de diversas regiones del país, estos congresos fueron preparando el terreno para la fundación en 1935 del Frente Unico Pro-Derechos de la Mujer (FUPDM) bajo la hegemonía política de mujeres comunistas encabezadas por María del Refugio García.

De particular interés fue la formación en el interior del FUPDM de una corriente política minoritaria denominada la "República femenina" en la que figuraban, entre otras, la antigua luchadora Juana Belén Gutiérrez de Mendoza y Concha Michel, organizadora campesina, militante comunista y cantante popular. Esta corriente propugnaba porque se reconociera que el antagonismo entre hombres y mujeres tenía la misma trascendencia social que el antagonismo entre las clases sociales, y porque se consideraran las condiciones específicas que acarreaba la maternidad, evitando así el reduccionismo que consideraba a las mujeres solamente a partir de su función maternal y no como integrantes de la fuerza de trabajo.

El sufragio femenino
El FUPDM logró reunir, aproximadamente, a ochocientas organizaciones políticas y asociaciones culturales de mujeres de distinta composición social, procedencia regional y filiación política. Fue un esfuerzo unitario que superó las paralizantes escisiones características del feminismo de la década anterior. A pesar de que su programa político era amplísimo ―incluía aspectos socioeconómicos, demandas obreras y pronunciamientos políticos en contra del fascismo y de la intervención extranjera― a partir de 1937 la acción de FUPDM se centró en torno al sufragio femenino. Su estrategia sufragista fue postular a Refugio García y a Soledad Orozco como candidatas a diputadas por distritos electorales de Michoacán y Tabasco, respectivamente. Ambas aseguraron haber obtenido mayoría en las urnas, pero su triunfo no fue reconocido.

En ese mismo año, el presidente Lázaro Cárdenas envió al Congreso de la Unión una iniciativa de ley que establecía los derechos ciudadanos de las mujeres mediante la reforma al artículo 34 de la Constitución de la República. Pero al no aparecer publicada en el Diario oficial, dicha reforma nunca entró en vigor, a pesar de que fue aprobada por las cámaras de diputados y senadores. En el último momento, privó en el Congreso la opinión de aquellos sectores que consideraban que el sufragio femenino favorecería la influencia de fuerzas conservadoras y eclesiásticas en los asuntos públicos. El sufragio femenino dejó de ser un tema de interés para la opinión pública en los años cuarenta; en esa década, el movimiento de mujeres se fue debilitando poco a poco hasta prácticamente desaparecer de la escena política. En 1947 se reconocieron los derechos ciudadanos de las mujeres en el nivel municipal, pero no en el estatal ni en el federal; éstos se establecieron hasta 1953, al iniciarse el periodo presidencial de Adolfo Ruiz Cortines. Para entonces, el sufragio femenino se había convertido en un símbolo de la imagen de modernidad política que el régimen intentaba proyectar y había dejado de ser una reivindicación política sostenida por una movilización política femenina amplia. En este momento, la reivindicación sufragista fue levantada por la Alianza de Mujeres de México creada apenas en 1952 y presidida por Amalia Castillo Ledón. La igualdad ciudadana de las mujeres quedó establecida en 1953 mediante la reforma al artículo 34 constitucional (Diario oficial, 17 de octubre de 1953) y por primera vez las mujeres mexicanas participaron en un proceso electoral con los mismos derechos que los hombres en las elecciones celebradas en 1955 en Baja California Norte, y en 1958, concurrieron a las urnas en una elección presidencial.

El auge del feminismo en los años setenta
El feminismo tomó vuelo nuevamente a principios de los años setenta en medio de la búsqueda libertaria inspirada por la contracultura en ambientes universitarios. En este resurgimiento feminista fue decisiva la influencia del movimiento de liberación de la mujer de los Estados Unidos. Las activistas pioneras, muchas de ellas antiguas participantes del movimiento estudiantil del 68, estaban al tanto de los desarrollos políticos y teóricos del feminismo estadounidense. El mitin celebrado en 1970 en San Francisco, California a propósito del quincuagésimo aniversario del reconocimiento a la igualdad de derechos políticos de las mujeres en los Estados Unidos, y que fue ampliamente reseñado en la prensa mexicana, tuvo particular resonancia.

“La abnegación, una virtud loca”
A principios de los setenta, los temas que interesaban al movimiento de liberación de la mujer (la crítica a la desigualdad en la vida cotidana, en la moral sexual y en el trabajo doméstico) desplazaron por completo a las demandas igualitaristas del feminismo de la primera mitad del siglo. Las feministas de nuevo cuño tomaban como punto de partida las limitaciones de la igualdad jurídica que, formalmente establecida en el terreno salarial y en el de los derechos políticos, no eliminaba la flagrante discriminación que vivían las mujeres tanto en la esfera pública como en la vida privada. Una denuncia razonada de las consecuencias sociales y morales de la desigualdad femenina fue la desarrollada por la lúcida voz del nuevo feminismo, Rosario Castellanos, en "La abnegación, una virtud loca", discurso que la escritora chiapaneca pronunció en un acto público de carácter oficial efectuado en 1971. Esta fue una de las raras ocasiones en que en esos años los temas del feminismo encontraron expresión en un acto público de carácter oficial.

El Año Internacional de la Mujer
Descalificado por los medios de comunicación a través de ironías y burlas, el feminismo a principios de los setenta interesaba a muy pocas personas, en su mayor parte, mujeres de estratos medios, con educación universitaria, vinculadas a organizaciones políticas de corte marxista, activas en movimientos políticos de izquierda, con débiles vinculaciones entre sí y casi ninguna influencia social. Interesadas en mostrar el vínculo entre lo personal y lo político, especialmente en el terreno de la sexualidad, las feministas formaban grupos de autoconciencia orientados a analizar la dimensión social y política de sus experiencias personales. Las relaciones cotidianas entre hombres y mujeres tanto en el campo amoroso como en el laboral ocuparon un lugar central en el nuevo feminismo mexicano. En cambio, la desigualdad en la distribución del trabajo doméstico no tuvo el papel crucial en la conformación de las demandas políticas del nuevo feminismo que sí ocupó en países con una estructura social más moderna. Ello se debió a que tanto el servicio doméstico remunerado (profundamente arraigado en la desigual estructura económica y en la tradición cultural del país) como el apoyo a las labores hogareñas de las redes de familia extensa menguaron la presión que recaía sobre las mujeres asalariadas, quienes a un mismo tiempo tenían la doble responsabilidad de un empleo asalariado y del trabajo doméstico. En 1975, la celebración en la ciudad de México de la Conferencia Mundial de la Mujer y la proclamación del "Año Internacional de la Mujer" por la Organización de Naciones Unidas (ONU) llevó al gobierno mexicano a dictar una serie de reformas jurídicas tendientes a eliminar la desigualdad entre hombres y mujeres, sancionada por la legislación. Varias disposiciones discriminatorias contenidas en el Código Civil de 1928 fueron derogadas, entre otras aquella que exigía el permiso escrito del marido de la mujer casada que quisiera acceder al empleo remunerado. También se estableció la igualdad de derechos de hombres y mujeres para ser sujetos de dotaciones de tierra y la igualdad de derechos de las mujeres ejidatarias. Durante los días de la Conferencia Mundial de la Mujer, las activistas feministas organizaron un "contracongreso" en el que expresaron sus diferencias con la conferencia de la ONU. Consideraban que ésta mantenía una posición política gobiernista; que su análisis sobre la condición de la mujer era superficial y que las medidas acordadas eran insuficientes. El "contracongreso" tuvo escasa relevancia, ya que su labor no impactó el trabajo de las delegadas internacionales y tuvo una cobertura periodística restringida; sin embargo, jugó un papel crucial en la formación de estructuras organizativas en los sectores feministas. Al año siguiente, 1976, se formó la Coalición de Mujeres que reunió a los grupos feministas en torno a las líneas que marcaron los cauces políticos del feminismo en las décadas subsecuentes: la maternidad voluntaria, la lucha en contra de la violencia sexual y la reivindicación de la libre expresión sexual, incluida la homosexualidad.

El uso de anticonceptivos y la despenalización del aborto
Un segundo esfuerzo de unificación de la acción política feminista surgió en 1979 con el Frente Nacional por la Liberación y los Derechos de las Mujeres que, además de grupos feministas, integró a agrupaciones de liberación homosexual, así como algunos sindicatos independientes de las corporaciones obreras y a las dirigencias femeniles de partidos políticos de izquierda marxista. La despenalización del aborto (todavía tipificado en 1996 como un delito en el Código Penal del Distrito y Territorios Federales y en la mayor parte de la legislación penal de los estados) fue la demanda que aglutinó los mayores esfuerzos de las feministas. Al considerar la maternidad como un ejercicio voluntario; las feministas revindicaban el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y su sexualidad; insistían en la necesidad de la educación sexual y del uso responsable e informado de los anticonceptivos, y buscaron modificar la legislación relativa al aborto mediante el activismo y la divulgación de sus argumentos a través de los medios de comunicación. Aunque ya en 1976 las feministas presentaron a la Cámara de Diputados un proyecto de ley sobre maternidad voluntaria, fue hasta 1979 cuando dicha presentación tuvo un carácter formal, legalmente reconocido ya que se hizo a través de los diputados del Partido Comunista Mexicano. Los legisladores no discutieron ninguno de los dos proyectos.

Justicia contra los Delitos Sexuales
Paralelamente a los esfuerzos por lograr la despenalización del aborto, se desplegaron acciones relativamente exitosas de denuncia de la violencia sexual y tomó fuerza la caracterización de la violación y el hostigamiento sexual como abusos de poder y no como manifestaciones naturales de la sexualidad masculina. En 1977 se creó el primer Centro de Apoyo a Mujeres Violadas por un colectivo feminista. Posteriormente, con la colaboración de algunas feministas y la oposición de otras, la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal estableció la primera Agencia Especializada en Delitos Sexuales, instancia a la que siguieron varias más del mismo tipo. En 1991 se incorporó al Código Penal una serie de reformas que facilitaban la identificación, denuncia y penalización de los delitos sexuales, incluido el hostigamiento sexual. El periodo de 1976 a 1982 fue de auge para el feminismo: recién formuladas, sus demandas políticas tomaban vuelo a pesar de la debilidad organizativa del movimiento; al mismo tiempo, surgía una crítica cultural feminista que se manifestaba a través de diversos espacios creativos. Aparecieron el boletín Cíhuatl. Organo de la Coalición de Mujeres Feministas y el periódico La Revuelta.

En 1976, por iniciativa de Alaíde Foppa y Margarita García Flores, salió a la luz fem., Publicación feminista trimestral, a cuya dirección colectiva más tarde se integraron, entre otras, Marta Lamas, Elena Poniatowska, Carmen Lugo y Elena Urrutia. En sus momentos iniciales, fem., jugó un papel crucial en la divulgación de la teoría y crítica cultural feministas, y fue pionera al denunciar el sexismo en sus diversas manifestaciones. Sin haber interrumpido su publicación durante 20 años, con cambios en su orientación editorial y bajo la dirección de Esperanza Brito, en 1996, fem., continúa publicándose. Efectúa una labor períodistica que en la ciudad de México también desempeña desde 1987 Doble jornada. Suplemento mensual de La jornada, coordinado por Sara Lovera. En estos años se crearon también espacios radiofónicos dedicados a divulgar las ideas feminista; la labor pionera en este terreno fue de Alaíde Foppa con el programa Foro de la mujer, transmitido en la frecuencia de Radio Universidad Nacional Autónoma de México.

La composición social del movimiento feminista fue, en lo fundamental, de mujeres de clase media conaltos niveles de educación formal. El feminismo no arraigó entre mujeres obreras; este objetivo no pasó de ser un buen deseo surgido de la concepción organizativa marxista de las primeras activistas. Sin embargo, a principios de los ochenta las luchas emprendidas por mujeres de sectores populares por obtener servicios urbanos (luz, drenaje, abasto) y mejores salarios y créditos adquirieron matices feministas. Entre 1980 y 1987 se efectuaron diez encuentros nacionales y sectoriales amplios, de trabajadoras, campesinas o colonas, con una asistencia promedio de 500 mujeres, y cuando menos 50 reuniones locales o regionales. Conocido como "feminismo popular", este proceso se caracterizó por el intento de vincular las demandas feministas perfiladas en la década anterior con las demandas particulares de mujeres de diversos sectores. La experiencia paradigmática fue la Regional de Mujeres del Valle de México, integrante de la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular (CONAMUP).

La corriente de feminismo popular estuvo presente en el IV Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Taxco, Guerrero, en 1987; aquí se manifestó la diversidad social e ideológica que había alcanzado el feminismo. En esta reunión internacional algunas activistas con mayor trayectoria feminista llamaron la atención sobre la falta de prácticas democráticas entre las feministas.

En un plano más general, en México, la preocupación por la democracia se acentuó a partir del proceso electoral de 1988, ampliamente impugnado por la creciente oposición política al régimen gubernamental. Vinculadas a la oposición, surgieron numerosas agrupaciones de mujeres, algunas de ellas, como la Coordinadora Benita Galeana y Mujeres en Lucha por la Democracia ―herederas del feminismo de los setenta― incorporaron una perspectiva de género a su plataforma política.

También en los años ochenta despegó el feminismo en el terreno académico, proceso que va en aumento al aproximarse el fin de siglo. Si en los setenta se habían impartido cursos aislados sobre la condición femenina en instituciones universitarias, en los noventa se forman instancias específicas dedicadas a la cuestión.

Paralelo al auge de los estudios académicos de género fue el surgimiento de publicaciones especializadas que buscaban dar a conocer los avances en la teoría y en la crítica cultural feminista. La primera en su tipo fue la revista semestral debate feminista aparecida en 1990 bajo la dirección de Marta Lamas, con la intención de ser un puente entre los aspectos políticos y teóricos del feminismo. Centrada en los estudios de género, apareció en 1995 La ventana, editada por la Universidad de Guadalajara bajo la dirección de Cristina Palomar.

En los noventa, el feminismo alcanzó una presencia nacional, particularmente en las concentraciones urbanas. A lo largo de los ochenta, el feminismo fue ganando legitimidad en los estados de la república, principalmente gracias a la labor deplegada a través de los medios de comunicación, lo cual favoreció la institucionalización de organizaciones feministas que trabajan en sus regiones tanto en la esfera política como en el ámbito académico.

La influencia del feminismo puede apreciarse en buena parte de las organizaciones políticas del país. Arraigado en el estado de Chiapas, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que al irrumpir en la escena política nacional el primero de enero de 1994 denunció la miseria campesina y demandó un trato justo e igualitario para la población indígena, emitió una Ley Revolucionaria de Mujeres que reconoce la igualdad de las revolucionarias y el derecho de las mujeres a decidir el número de hijos que tengan, a elegir a su pareja y a no ser golpeadas o maltratadas.

Desde los años ochenta, buena parte de la actividad feminista es llevada a cabo por organizaciones no gubernamentales (ONGs) muchas de las cuales obtienen recursos de financiadoras internacionales. Ello ha dado estabilidad a la labor feminista, principalmente en los campos de la educación, la organización popular, la salud de las mujeres y la defensa de los derechos reproductivos, aunque al mismo tiempo impuso condiciones a su autonomía. La importancia de las organizaciones no gubernamentales feministas mexicanas se apreció en la Cuatra Conferencia de la Mujer y el Foro de Organizaciones no Gubernamentales celebrados respectivamente en Pekín y Huairou en 1995, en donde éstas tuvieron un papel propositivo central.

A finales del siglo 20, el feminismo en México no llega a ser un movimiento social definido y visible y sus posturas están lejos de tener una aceptación generalizada. Sin embargo, sus ideas igualitaristas, lo mismo que su defensa de la autonomía de las mujeres y su denuncia de la violencia sexual y su crítica al androcentrismo en el conocimiento representan un polo de opinión con diversos grados de influencia en la gestión de políticas públicas, en organizaciones sociales, en los medios de comunicación, en las instituciones académicas y en la vida cotidiana.

Artículo tomado de: la Revista Debate Feminista

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