mayo 28, 2010

El Feminismo de las Marías


Por María Dolores Bolívar


“Ábranse jijos del aire...” (El libreto de la vida estelarizado por una mujer)

[Hablar de feminismos sin mujeres cual si forjáramos teorías anónimas no tiene sentido. Tampoco lo tiene un mundo en donde la mujer en general obnubila nuestra visión de la mujer particular (la que se inventa a sí misma). Los mitos proceden de algún sitio poco confiable, como los que generan el correo spam y por eso suelen rehuír los nombres, las fechas y las referencias históricas … ]

Con esta línea aparecía en pantalla la María Félix de “La Cucaracha”. Atrevida, irreverente, se autoengendró en una figura inédita de la cultura mexicana, a través del cine, la de mujer-caudillo. Pero su fama fue, como señaló Carlos Monsiváis, “punto de partida”. La mujer que representaba/actuaba esta Doña superaba los estereotipos. Habría podido representar todos los feminismos… bragada, briosa, gritona, aguerrida. Con ella cobraron sentido los arrestos de la mujer guerrera. Es una lástima que no se le hubiera contratado para representar a Feliciana Arballo o a Benicia Carrillo en la línea de las pobladoras mestizas de la California hispana. Cualquier libreto de mujer representado por esta Doña habría llamado a mujeres y hombres a reconquistar, incluso, los territorios perdidos de Texas o de Arizona. ¿Por qué entonces la mujer hispana tiene fama de sumisa? Aunque la pregunta resulte obvia, los feminismos, basados en teorías de papel y no en topografías palpables, a menudo se equivocan. Se equivocan, también, quienes equiparan liberación sexual con ética de género o valores solidarios y también de género.

Como en otros ámbitos del quehacer humano, referirse a la historia no siempre garantiza ni final feliz ni presente liberador. El movimiento feminista se ha dividido y más aún pulverizado en facciones y cotos de poder tan cerrados como aquellos que se atrevieron a derribar las sufragistas nacidas en tiempo de mis abuelitas. Mirar la historia, incluso, se ha convertido en un quehacer subversivo que intenta combatir mitos estrafalarios tan resistentes que ninguno sabría por donde comenzar a echar por tierra, salvo que usase la lógica de la disidencia, la duda y la protesta ―¿qué no?

Abordo estos paradigmas de la identidad mujer. La invitación ―¿era provocación?― responde al rencuentro fortuito, vía Facebook, con Regina Swain, amiga y escritora que me llamó a reflexionar, sobre los feminismos.

No podía negarme, los feminismos en plural a menudo ocupan mis insomnios. Transité parte de mi vida profesional estudiándolos y, en este punto de mi vida los padezco insumisa e insolente. Comienzo con la Félix, para no defraudar al lector demasiado pronto, y para desafiar a la lógica bicentenaria de quienes a menudo se aprontan a entender la historia de adelante hacia atrás, como si el mundo comenzara con ellos. En cualquier caso, toda teoría merece, virtud de su retórica desaforada, poca exégesis. Simone de Beauvoir resumió en pocas palabras la gran paradoja del género: “On ne naît pas femme, on le devient” (La femme rompue/La mujer rota). Y son quizás estas palabras las que me asaltan cuando miro a mi alrededor, desde la funcionalidad de la vida de las mujeres de mi tiempo.
Algunos puntos desilvanados, de suyo provenientes de la disquisición feminista, cerrarán estas líneas.

Todas somos María

La celebridad de María Félix, que ocupó buena parte del siglo veinte, no paró en su belleza fuera de serie, ni en su habilidad para mantenerse independiente y durar, ni en su desbordada tendencia a generarse su propia leyenda. Su gran oficio, su opera prima, fue disentir en el reino del autoritarismo; ahí donde la disidencia no había sabido entrar en los círculos del discurso dominante.  Con su puro, su afición por la fiesta taurina, su voz ronca, María atraía, por el aplomo, la seguridad, la originalidad, la audacia. Al paradigma de la mujer (ab)negada, antepuso el de su visibilidad y su poder imaginario que provenía de una individualidad única.

A nuestras casas, a nuestra memoria, entró arrebatando. “El pueblo” ―su público― la evoca “regañando” a presidentes. “Se dignaba”, dicen, con los políticos; los honraba con su presencia o los desairaba para su infortunio. Sus opiniones, espontáneas e implacables, le valieron el mérito entre las masas, expresándose en su atención. “Va a hablar la Doña” me dijo mi casera, una tarde defeña en que, renta de por medio, se negó a encontrarse conmigo.

Fue María Félix, que no Adelita o Valentina, la heroína en retrospectiva de los corridos de la Revolución de 1910.

Fue María Félix, que no Nahui Ollín, Frida Khalo o Antonieta Rivas Mercado —luchadoras a contrapelo de la cultura oficial— quien despojó a generales y políticos de “la línea fuerte” en ese ámbito censurado donde un estado obsesivo y esquizoide usurpó el papel de la patria. Y no es que se quiera jerarquizar aquí en función de éxito o glamour.
 
“Adoro lo insólito, lo fuera de serie, lo extravagante, lo fabuloso, tener lo que nadie tiene...”

Así se definía a sí misma La Doña, peculiarísimo ícono de la cultura mexicana, tan insólito en su fama como Sor Juana; la más famosa mexicana que pisó el continente de Carlota.

No fue María Félix, seguramente, una mujer de vasta cultura formal, como Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, pero con ella compartió la secreta ambición de ser “tomada en serio”. Y lo de Carlota ¿parece descabellado? Fue mi abuela materna, nacida con el siglo veinte, quien aseguraba que, antes de María Félix, el país no había tenido más celebridad femenina que aquella triste emperatriz belga.

Se estrenó en cine con un estelar
El cine mexicano despuntó en su época de oro el año en que Fernando Palacios descubrió a María Félix, paseando por la calle de Palma, en la ciudad de México. “Voy a hacer cine” le anunció a su amigo Ernesto Alonso, como quien sólo tantea las nuevas aguas. La joven divorciada tenía 26 años. Abría la década de los cuarenta. Al director, Miguel Zacarías, le pareció que su única virtud era ser bonita. Cuando la sonorense se llevó el estelar pensado para Gloria Marín, Jorge Negrete dijo ser mucho actor para compartir créditos con una debutante. El 25 de febrero de 1943, en el cine Palacio, “El peñón de las ánimas” prefiguró la historia de amor más tormentosa. María conquistaría en la realidad al galán más representativo del machismo. Le sobreviviría en gloria y fortuna ¿49 años? ¡Toda una vida!

María Félix encarnó la mujer fuerte, tenaz y enérgica que fascinaba en la pantalla grande. Singularizó en su nombre la representación de la mujer. “Enamorada”, famosa por el intercambio de cachetadas que se daban Beatriz/María y el general Juan José Reyes/Pedro Armendáriz, consagraba, frente a la célebre triada Gabriel Figueroa, Indio Fernández y Mauricio Magdaleno, el carácter independiente de la Félix. Curiosamente, el público captaba a voluntad, en la violenta escena, el triunfo de Beatriz sobre el ánimo del “pelado” de Reyes, quien desactivaba la guardia, por amor, por admiración.

Guionistas, directores, productores y galanes le impusieron a María, en pantalla, personajes, actitudes y roles que pretendían cierto equilibrio entre su primer estelar y “Doña Diabla”, a nombre de una sociedad chapada a la antigua. Por eso, su más genial protagónico lo actuó fuera de foros, donde se adueñó del libreto y dispuso tono, efectos y desenlace.

Su vida se congeló en una toma inolvidable

Cada una de las cuarenta y siete películas que filmó acuden al recuerdo atropellándose a la menor provocación entre sus admiradores de Cuba, Guatemala, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Colombia, España y el resto del Mundo.

Cuando estelarizó “María Eugenia”, filmada en las playas del hotel Mocambo, la gente del puerto de Veracruz hacía valla en el centro para verla pasear, por la avenida Independencia.

Nombre ficticio y signo distintivo, el de “La Doña” le vino de Doña Bárbara, su tercera película basada en la novela del venezolano Rómulo Gallegos. Despiadada, vengativa, arrebatada, Doña Bárbara fue la tierra indómita, ahí donde vivían en postración y sufrimiento solteronas, engañadas y abandonadas. Con el tiempo los veracruzanos ya no la llamaron María, sino Doña Bárbara.

En Acapulco, el tiempo y la modernidad le birlaron al Hotel Las Américas su frágil prestigio, pero la gente continúa visitando el búngalo que lleva por nombre María Bonita, donde Agustín Lara compuso su mejor canción.

En esa paradoja, síntesis y espejo en donde lo mismo se veía en ella el rostro propio que el de algún familiar, las espectadoras aspiraban no a ser Flor de Mayo o Maclovia; la monja Alférez o Juana Gallo, sino más bien María, la que jamás envejeció, la distinguida mujer que apareció en Los ambiciosos, La bella Otero y Can Can, su cinta estelar francesa, dirigida por Jean Renoir.

“Échales uno de tu ganadería”, eternizó un gritón que desde el anonimato la admiró, según contó Jacobo Zabludowski, una tarde de plaza recordada por sus toros mensos. Expresiones como “Entre el público de México y yo existe una historia de amor” o “¿Saben por qué me quiere la gente? Porque soy una ganadora” le valían, al instante, el aplauso unánime. María hizo de nuestra historia y nuestro siglo su historia personal, su tiempo, por eso se le narra en base a anécdotas, recuerdos, instantes atesorados por su público, personificado el día de su sepelio en los miles de extras que participaron en su cortejo.

El último recorrido no fue de Bellas Artes al Panteón Francés; venía de aquellos primeros testimonios de nuestros abuelos, de nuestros padres, para perderse en los que guardarán con celo nuestros hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos. No en vano dijo de ella Octavio Paz que había nacido dos veces: “Primero, la engendraron sus padres y luego ella se inventó a sí misma”. La historia de María Félix nunca acabará de contarse.

La Generala


Al recibir la orden de la Legión de Honor, María Félix comentó que se sentía en un ambiente militar y que eso le gustaba, porque ella “era como los mariscales, la estratega de su destino.”

Triunfadora, galana, abarrotó con motivo de sus exequias fúnebres, su última función en el Palacio de las Bellas Artes, alegoría del ciclo mágico que abrió y cerró María de los Angeles Félix, un 8 de abril.

Y ¡tuvo razón mi abuela!, a la trágica viuda de Maximiliano, que languideció loca en Bruselas durante 60 de sus 87 años, la relevó en leyenda y longevidad, siempre más bella y más célebre, para vivir tres años más que Porfirio Díaz, superando con cinco a Antonio López de Santa Anna y ganándole con doce a Fidel Castro, pero luciendo menor, más aguerrida.

¡Ah que Doña Diabla! Suspiró golpeado Ignacio López Tarso al exigir: “¡No más lágrimas! ¡Démosle a María Félix un minuto de aplausos!”.

Nací y parí en martes, como las musas guerreras

Tal vez mi madre me sumergió en agua fría al nacer, para ayudarme a sobrellevar el calor de mi natal Hermosillo, igualito que el druida que dejó caer a Obelix en la pila de la pócima de la invencibilidad. Y por eso resisto los ciento treinta grados sin necesidad de resguardarme en la sombra y no le tengo miedo a casi nada. Reitero, el agua fría obró en mi espíritu cual pócima de druida celta. Mi motor es la disidencia. No hace mucho que escuché a Meryl Streep decir: “Hay vida después de los cincuenta”. A las mujeres de mi edad se las pretende eliminar de las oficinas, las revistas, los puestos públicos, las pantallas. Y sin embargo Marguerite Duras escribió El amante y Marguerite Yourcenar, Las memorias de Adriano, ambas pasados los cuarenta.

1.      La lucha por los derechos sin sustancia produce mujeres cuyo sentido del poder carece de trascendencia. No vaya lector a equivocarse. El poder mata, estruja, golpea, pero no trasciende más allá de un par de paréntesis en negrillas, o de las desavenencias cotidianas que han vuelto millonarios a los inventores de píldoras para dormir. Conozco muchas mujeres cuya competitividad está basada en esa noción de poder. In other words… intrascendente, ¡ay!

2.      Pasar de la abnegación al poder sin sustancia nos pone a todas en desventaja, como ocurría con los varones que se autoimpusieron la ceguera del género, sin más.

3.      La vida no se limita a un lema o una pancarta. La militancia y el feminismo se llevan bien juntos, como las enchiladas y los frijoles, es decir, que a menudo prefiero enchiladas con arroz.

Diccionario:

Acto zap: urdido para choquear a aquellos que se pretende hacer reaccionar… o para enamorar a cámaras y reflectores.

La quema de los brasieres: Alude a la protesta al exterior del sitio en donde se celebraba el concurso de belleza Miss America, en Atlanta. Las feministas representaron la coronación de una oveja y lanzaron a una pila de basura ―el cesto liberador― fajas, cosméticos, sostenes y zapatos de tacón. El acto quedó inscripto en la memoria popular como “la quema de los brasieres”.

Los lemas:

“Cattle parade” —Desfile de ganado— (O la lógica de las mujeres vaca.)

“A woman´s home is a prison” —El hogar de la mujer es una prisión— (Lema popular.)

“All women are beautiful” —Todas las mujeres son bellas— (Lema popular.)

“We´ve come long ways” (Or have we?) (¿o hemos avanzado realmente?)
—Hemos avanzado un largo camino— (Lema popular.)

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