mayo 28, 2010

El último beso

Por Óscar Garduño

Para la Bruja Fitzgeraldiana
Ah, la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido,
Y la generosidad en la punta de los dedos,
La muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
Como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.
―Efraín Huerta.

1
Frente a ella, hermosa, negra cabellera lacia cae sobre su espalda y una mirada electrizante. Delgados labios entreabiertos, como si de ahí escapara un soplo distinto, un soplo mágico; además una voz que irrumpe aún con sus alargamientos vocálicos al final de cada oración. La fiesta tenía poco de haber iniciado y ella ya estaba ebria, sí, y su actuar era misterioso. Camina. Parece flotar por entre las mesas. Como si la vida también apenas diese inicio.

2
Frente a ella y una sonrisa perfecta. Se levanta. Va de mesa en mesa en busca de palabras, abrazos y uno que otro beso; camina y por momentos se tambalea, ríe, se repone y sigue, cruzando sus pasos. Para nosotros comenzó a ser una presencia constante en la fiesta. Porque no permanecía quieta, como si dentro de su embriaguez entendiera que sólo avanza quien se mueve, que lo peor que se puede hacer en tales condiciones es permanecer quieto a la espera de que el alcohol se te suba a la cabeza.

3
Si bien ella era una invitada más a la fiesta, en esos momentos, de noche, más bien parecía ser la anfitriona, sosteniendo su vaso, cuello orgullosamente elevado, mirando por momentos un cielo nublado, ajena al mundo.

4
Frente a ella y sus sonoras carcajadas. La fiesta es una enorme pista de baile y la mayoría gira a su alrededor, celebran sus torpes movimientos y aplaudiendo la incitan a que continúe. Camina hasta otra de las mesas. Llega, saluda, se toma fotografías y las luces interrumpen como relámpagos, parten en dos esa oscuridad que ensombrece los rostros.

5
Un hombre llega hasta mi mesa y pide permiso para sentarse. Aún con el ambiente a fiesta que se respira, su rostro, por el contrario, refleja tristeza. Me cuenta una historia, mientras señala a la mujer. Un día antes había estado en su casa, y ahí, luego de cervezas y ron blanco, la había besado en numerosas ocasiones, hasta que salió ya entrada la madrugada. Lo interrumpo y le digo que tenga cuidado con ese tipo de mujeres. Entonces me habla de sus besos.

6
Hay un momento en que ninguno de los dos dice nada y sólo nos concretamos a observar detenidamente a la mujer. Rompo el silencio: “¿Por qué no va usted con ella, a su lado?” Él inclina la mirada. Nos dedicamos, entonces, a contemplar el vaso entre las manos de ella, sus interminables tragos.

7
La mujer se acerca hasta un grupo de hombres y uno de ellos pide tomarse una fotografía con ella. La pose que adoptan al frente de la cámara es complaciente, como dos ebrios acostumbrados a verse en tales condiciones. Los dos se agachan un poco y los demás comienzan a gritar: ¡beso, beso, beso!, ella resbala sus labios por la mejilla de aquel hombre y los mantiene inmóviles un segundo, hasta que algunos protestan porque eso no es un “auténtico beso”.

8
Mi acompañante saca una cajetilla de cigarros y me invita uno, y si bien me cuesta trabajo entender por qué no va al encuentro de la mujer, por qué no está a su lado si la noche anterior estuvo en su casa y se besaron, no voy a ser yo quien le dé consejos. Prefiero callar.

Después de otras tres fotografías la perdimos de vista. El hombre se disculpó y dijo que volvía en un momento, iba al baño. Al regresar, el hombre me contó lo que sucedió. Su voz temblaba: El de la fotografía siguió a la mujer hasta el baño y ahí, frente a la puerta, los dos se besaron. Mi acompañante observó toda la escena como si la hubiese visto en una pantalla de televisión y cuando estaba a punto de las lágrimas, el de la fotografía lo vio con una mirada orgullosa, como presumiendo su nueva conquista.

Mi acompañante se despidió pasadas las dos de la mañana. Iba un poco borracho. Alcancé a ver cómo su figura se perdía en el fondo de la avenida.

Ella seguía de mesa en mesa, bailando por momentos, pidiendo un trago más, mientras el de la fotografía la seguía con la mirada, chupándose los labios. Sin duda, era un hombre enamorado, aún cuando se sabe que el amor no puede llegar a primera vista, o a primera cita; la mujer besó a otros tres hombres más, quizás era una manera de dejarlos marcados, ya luego se recuperarían de la tristeza.

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