julio 19, 2010

Diez platillos para someter al corazón

Por Ximena de la Cueva

Exordio
La historia de la cocina y su trayecto a los corazones de los comensales está relacionada con la búsqueda de diferentes resultados, el mejor de todos: el placer que parte del paladar y no termina de albergarse en ningún sitio específico, más bien sobrepasa los momentos y fluye constantemente entre el recuerdo y la posibilidad de vivirlo nuevamente. 

Y aunque las preferencias, también en cuanto a la comida, están matizadas culturalmente, hoy tomaremos la ruta de la diversidad dispuesta por el mundo de migraciones, que lo mismo nos permite probar un producto local que un platillo lejano geográficamente pero inmediato por la forma en que cobija nuestros sentidos. 

Cada uno de los platos que se incluyen en este listado tiene propiedades evocativas que se separan de los contextos inmediatos y nos llevan a conocer lo más primigenio de nuestras facultades sensuales en conjunción con los conocimientos producto del presente. En estas líneas nos encontraremos con sabores, texturas y aromas que provocan la desaparición de los entornos, para dejarnos a solas con el conjunto de sensaciones que de la boca se precipitan al cuello, la cadera y los tobillos para envolvernos asiduamente y robarnos el aliento. 

Son dos las posibles respuestas físicas frente a estos diez manjares: si se les desconoce, se abre la perspectiva y se dispone el cuerpo para el encuentro; domina la expectativa, y asumimos el papel de exploradores ante nuevos territorios. Si se les ha probado, experimentaremos una forma incondicional del deseo; aparecerá el rubor característico, se acelerará el pulso, las pupilas se dilatarán, por supuesto la saliva será más abundante y las fantasías rondarán cada segmento del instante. 

El abalorio 
Cabe aclarar que la lista no está dispuesta en orden de preferencias, sino a partir de acuerdos tácitos entre las palabras y la aparición de imágenes. 

1. Carne tártara 
En el gusto de comer una carne tártara están involucrados las características primitivas de nuestra especie y el conocimiento que implica saber que, básicamente, la carne estará cruda. El goce de sabernos carnívoros, depredadores, juega aquí un papel fundamental, y si a eso le sumamos especies, un poco de fruta picada que contrasta visualmente, un toque de sal, y la disposición de la carne misma a ser ingerida, el resultado puede ser devastador, en el mejor de los sentidos. 


2. Paella 
En todas de sus variantes, esta mezcla de granos de arroz con animales marinos, y en algunos casos, con carne de cerdo y embutidos, pero siempre aromatizada licenciosamente, enriquece cualquier mediodía sin importar las latitudes y las temperaturas corporales. Haciendo a un lado los orígenes, un solo plato de paella difícilmente nos deja satisfechos, la posibilidad de combinaciones al interior de cada componente llama a la reproducción de la experiencia y además, a la conversación y a la enumeración de anécdotas con los compañeros de banquete. Este es uno de esos que suelen llamarse platillos sociales y que nos hace anhelar tardes infinitas. 


3. Garam Masala 
Esta salsa es de origen hindú y la enumeración de sus ingredientes llena de inmediato los imaginarios: canela, cardamomo, clavo, pimienta, nuez moscada, por mencionar algunos. Con esta combinación se prepara lo mismo pollo que pescado, y la evocación de las deidades que tuvieron a bien regalar las especies que la componen, puede calentar las pieles y a sus múltiples habitantes. Cuando nos sentamos a saborear un pollo tikka masala, vivimos el desbordamiento literal de aromas y sabores más allá de nuestro plato, que pelean por la supremacía; sólo la distancia y las preferencias personales son capaces de inclinarse por alguno de ellos, y serán la fuente de una búsqueda constante de otra cita con India y sus embrujos. 


4. Ceviche 
Aquí la frescura inunda cada papila para exaltar el pecho y hacernos respirar hondo a fin de absorber cada grano de arena y la espuma marina que se nos enreda en los hombros y la cintura con el primer bocado. Para llegar a nuestros labios, el pescado se mostró obscenamente firme al cuchillo del experto para sucumbir a su corte y ser aderezado con limón y verdura igualmente desbastada para convivir en un festín que nos hará, con su simple enunciación, salivar y cerrar los ojos por el futuro encuentro con la acidez, bienvenida desde nuestras plantas, que recuerdan la arena y la brisa que nos roza por momentos. 


5. Mole 
Sin limitar el color y la región, este platillo de multitud de ingredientes provoca montones de fiestas y reuniones. Este es otro manjar para comerse en grupo. A diferencia de otros donde los compañeros de mesa desaparecen proverbialmente, aun cuando permanezcan físicamente, con el mole es imprescindible compartir las tortillas que lo acompañan y hablar de las posibilidades y características de la diversidad familiar que lo matiza. Sobra decir que si se tiene la fortuna de probarse con carne de puerco, se sacan de tajo y a voluntad, varios tabúes; el sabor de esta carne, su suavidad y disposición a sucumbir a nuestro encuentro, enriquecen y resaltan las características de los chiles y especias que conforman la pasta, y si se le combina con la neutralidad de la tortilla, es factible que las emociones se mezclen irremediablemente y quedemos ligados de por vida a quien nos haya acompañado en la experiencia y más aún, a quien lo haya preparado. 


6. Sushi 
Una vez que se prueba este delicado regalo, es imposible eliminarlo del deseo semanal, por no decir cotidiano. Nunca tenemos suficiente. La combinación de arroz, cortejado por verduras o pescado y aliñado con vinagre, puede permanecer como imagen en el devorador hasta que pueda finalmente, hacerlo de nuevo suyo. Somos capaces de aprender a usar palillos para aprovechar al máximo cada una de sus características, incluyendo las salsas con las que puede aderezarse. Aquí estamos a expensas, placenteramente, de quien lo prepare, pues el hecho de tener que comerlo entero, sin oportunidad de dividirlo en porciones, provoca que los ingredientes jueguen a voluntad con nuestro gusto y su falta de reservas. 


7. Cuitlacoche 
En quesadillas, como parte de un guiso con carne, pollo, arroz o pasta... el cuitlacoche es capaz de enfatizar su origen y al mismo tiempo, demarcar el territorio de la base que lo alberga temporalmente. La cuestión con este manjar es abrirse a la entrega de una tierra generosa, que transmuta donde resaltan la humedad y la estacionalidad. Preparar cuitlacoche es desmenuzar un fragmento de verano y reconstruirlo con sabores que lo enriquecen al calor de los aromas y el fuego que lo manipula. Probarlo es teñirse de llovizna y sucumbir a los placeres que los tlatoanis resguardaban como regalo de un dios particularmente indulgente, encargado de esconderlo entre las mazorcas de maíz más favorecidas. 


8. Tabule 
La acidez del limón, las verduras finamente picadas y la base de trigo, se mezclan para entregar al comensal una danza que viaja más allá del paladar y sus territorios de ficción. Estar cerca de un plato de tabule es saber que la fiesta personal está por comenzar; es cierto que generalmente se sirve como guarnición de algún otro platillo, pero la decisión está tomada y en este caso en particular, no privilegiaremos a la carne, sin que eso signifique que un kebab o cualquier preparado de borrego resulte poco atractivo. La sencillez de esta delicia oriental acaricia y conquista desde el primer contacto y no es extraño despertar en medio de la noche con los sabores y las ansias de asirlos, rondando los sueños y la lengua. 


9. Conchas 
Cualquiera que elijamos, mejillones, almejas, vieiras. La mejor manera de probarlas es con pocos aditamentos, pero preparadas con sabiduría, para explotar sus sabores marinos. Baste imaginar un ostión recién abierto, observarlo y con las pupilas dilatadas, gotear sobre su suavidad un poco de limón... De ahí podemos llegar a las parrillas y después de aderezar cualquier animal dentro de su concha, dejarlos unos segundos trasmutar en golosinas para el corazón y los sentidos en tropel. 

La dulzura del erizo no podía quedar fuera; su juego con la atracción y la repulsión provocadas por su aspecto son sólo un elemento más para hacerlo indispensable en el conocimiento de la sensualidad marina y su coqueteo con nuestra vida. 


10. Pizza a la leña 
Dicen los expertos que las diferencias en las formas de generar calor, ese que transfigura los ingredientes, son fundamentales para conducir el gusto. Este plato puede parecer absurdo y fuera de lugar, pero la conquista empieza a distancia, cuando nos acercamos al sitio de preparación y percibimos el olor a leña en combustión. La masa, trabajada a mano, cadenciosa y severamente, pasa a fungir como base de una salsa de jitomate y especias que a su vez recibirá cualquier ingrediente imaginable; ese sólo es el inicio; la siguiente transformación sucede en el horno, donde además de cambio de textura, la pizza adquiere sabores y aromas boscosos. La última mutación ocurre sobre la mesa, donde la vemos cambiar de tono y temperatura y cruje al encuentro con nuestros más indolentes deseos de apropiarnos de combinaciones extraordinarias. 


Entrega 
El disfrute de cada uno de estos platos se vive de manera diferente, pero en todos los casos, el proceso de degustación se equipara con el beso del amante. El primer contacto aumenta exponencialmente el deseo con un suave paseo por los labios, los recorre y juega con la lengua y sus confines hasta provocar el ansia de arrancar de una mordida todo lo que el siguiente bocado nos tiene preparado, para seguir con la lenta conversación que mantendrá con el paladar y el resto de la boca. 

Sabemos que después de esa fusión de nuestras sensaciones con el objeto de deseo, no dejaremos de buscar el acercamiento por los más diversos medios, incluso en distintos sitios, a fin de repetir la intensidad y someternos, placenteramente, a la espiral que el cocinero nos tenga preparada.

Espejo

Por Óscar Garduño Nájera

Los dos frente al espejo. Tu rostro patina sobre una superficie que parece falsa pero que es real, al menos más que nosotros.

Tú atrás del espejo.

No: tú atrás de mí mientras pones una de tus manos en mi hombro desnudo. Los dos dibujamos muecas frente al espejo: cuatro bocas, cuatro miradas, ojos bien abiertos, o los tuyos están abiertos; los míos, en cambio, parpadean como foco descompuesto en un vano intento por desaparecer lo que está atrás de mí, es decir, el otro fondo del espejo: un cuadro encima del mío y los dos sobre esa superficie que parece patinar al ritmo de nuestras muecas.

Vuelvo a cerrar los ojos. Pongo mis dedos sobre el espejo. Al quitarlos quedan diez puntos empañados como diez ojos que me miran desde esa dimensión oculta donde día tras día nos cepillamos los dientes o nos arreglamos el cabello. Adivino en dos puntos la esfera de tu mirada; los ocho restantes, sin embargo, son todo un misterio. Desapareces por un instante y es como si de alguna manera la vida continuara a pesar de todo, o como si la fuerza de las cosas nos obligara a seguir mediante impulsos aun cuando he dejado todas mis esperanzas frente al espejo, en esos ocho puntos todavía desconocidos.

Recuerdo que tu mano está en mi hombro desnudo. Tus muecas frente al espejo me indican que puedes hablar (al menos haces el intento), que tu voz aún no se ha ido tan lejos y que si abordas cada uno de los ocho puntos, cuando abras tus ojos volverán a ser diez, cuando voltees hacia atrás y me mires de frente.

No obstante, cuando intentas hablar cada palabra sale de la casa, se eleva, regresa intempestivamente y me hiere la frente cuarteada, que se arruga cuando miro cómo quitas tu mano de mi hombro desnudo para recargar tu rostro en mi espalda, una a una tus dos mejillas, tus labios en esta piel que ya nada tiene sino ocho puntos sobre el espejo, más los dos de tu mirada. Luego pegas tus senos y cada pezón perfora un punto sobre mi espalda con su afilada punta. Intento abrir la ventana del baño. Permanezco congelado frente a nuestros reflejos mientras dices algo ininteligible y tus pezones se ponen erectos.

Tienes frío.

Entonces regreso a tus brazos alrededor de mi cintura: conformamos una sola persona frente al espejo. Uno los ocho puntos que resbalan frente a la yema de mi dedo y aparece una luna, una luna de reflejos y en el centro de ella tu mirada.

Pienso en los primeros astronautas.

Tus manos sobre esa pancita mía y dentro la cerveza almacenada entre bodegas de carne: por nuestras cenas con velas, vino tinto y concierto para Brandemburgo de Bach y por los tantos días que pasamos contemplando la tarde, frente a la ventana abierta, abrazados, con una hambre atroz, el refrigerador vacío y la garganta irritada, seca; hasta puedo apostar que esos ocho puntos son pedazos de nuestro último queso antes de dejar la primera casa, cuando tras mucho pensarlo, empacamos.

Entonces muevo la cabeza, afirmando, y sé que sí, son tus manos las que se entrelazan en medio de mi pancita. Te lo puedo decir ahora: con ese abrazo me vuelves a dar vida. Incluso creo que es el mismo abrazo de las dos de la tarde en la cama, y el despertador que no suena, ¡maldita sea!, y ya se hizo tarde para llegar al trabajo… prometimos no separarnos y, con todas tus fuerzas (¿o eran todos tus murmullos?), me pediste que no te dejara ir, me advertiste que pronto vendrían tiempos duros de huracanes que te arrebatarían de nuestra cama (quizás ahora debo dormir un poco).

Uno, dos, tres… los ocho puntos siguen ahí y poco a poco conforman el delineado de nuestra luna, ¿la alcanzas a ver?

Otra vez sobre la superficie del espejo el brillo de los dos puntos de mirada, tus gestos; ahora juro que mueves el labio superior y juegas con él. Esa ocasión se nos hizo tarde, ¡maldita sea!, y despertamos para buscar la ropa deprisa y tu vestido negro como sombra por el suelo y “ayúdame a subir el cierre” y no sé cuántas cosas más. Luego nos dio risa porque el reloj estaba adelantado y nos habíamos despertado una hora antes. El tiempo, el tiempo que siempre interfirió en nuestros días y nuestras noches nos estuvo molestando con su lucecita de manecillas negras que sólo se callaba cuando mis dedos olorosos a pezones daba contra él, dejándolo inservible, tal y como fue nuestra vida después.

Ahora frente al espejo. Lo más curioso es que no sé cuánto tiempo ha pasado.

Tengo el rostro húmedo y me repito en voz alta que no son lágrimas. Y si son lágrimas, si acaso llegan a serlo, deben ser tuyas, porque juro que yo no he vuelto a llorar desde aquella ocasión en que estrellaste el espejo antes de irte; hace días que no lo hago y tengo mis ojitos resecos y agrietados con una luz roja de fondo, porque ayer dije que estaba hasta la madre, eso, hoy estoy hasta la madre y necesito descansar un poco.

Quiero preguntarte por qué lloras. Quiero secar las lágrimas de esos dos últimos puntos. Quiero pasar mi lengua por encima de cada lágrima. No te preocupes. Voy a estar bien. Pero, por favor…

No quites tus brazos de mi pancita y sigue mirando de frente al espejo, mientras te alegras por los puntos unidos de nuestra luna. Nunca te lo he dicho: tienes sonrisa de ángel de alas rotas.

Luego casi me lleno de alegría y regreso a la superficie del espejo. Siento entonces la humedad de un riachuelo que golpea de manera incesante mi espalda. Volteo. Cuando intento repetir lo mismo, el agua se adelanta, pasa sobre mí, llega hasta el frente y me sumerge hasta ahogarme; desaparezco por un instante de la superficie del espejo y cuando por fin salgo, tras respirar arduamente, busco nuevamente tu rostro.

No estás. En tu lugar me encuentro a mí mismo.

Responden mis lágrimas-riachuelo a tu ausencia. También eres de vapor. Desapareces una vez que abro la ventana. Un molesto letrero parpadea allá, al frente: HOTEL, por un instante te busco entre las habitaciones con las ventanas abiertas y una vieja ríe frente a un hombre con sombrero. Uno a uno borro los diez puntos y luego cubro todo el espejo de vaho. Mientras lo hago, mi rostro se pinta sobre su superficie estrellada.

Los diez bares más raros del mundo

Por Redacción Mundana
Sentarse en un bar a tomar una copa puede ser un ritual insólito si la copa se toma en uno de los diez bares más extraños del planeta. Si usted está tomando un trago en un bar y de repente empieza a ver enanos por todos lados, cree estar adentro de un submarino, arriba de un tractor o se imagina encerrado en un ataúd, no se preocupe. No son alucinaciones causadas por alguna copita de más; todo lo contrario: hoy día existen bares temáticos que recrean toda clase de situaciones insólitas. Estos son los 10 más raros del mundo.

1. En un árbol
En Limpopo, Sudáfrica, el matrimonio de Doug y Heahter Van Heeder ha montado un bar en el tronco hueco de un gigantesco árbol. En el salón entran unas 15 personas y se sirve cerveza bien fría que se conserva en un sótano que mantiene las bebidas heladas. El “arbolito” en cuestión es un Baobab de 22 metros de alto y 47 metros de circunferencia, con paredes que miden dos metros de espesor.

2. En un submarino
El Mar Rojo Estrella Bar es el primer bar submarino del mundo, se localiza en la ciudad de Eilat, Israel, a 90 metros de la costa. Este sitio, sumergido seis metros bajo el Mar Rojo, funciona como un observatorio marino y uno puede beber una copa o cenar en el restaurante mientras se deleita con la fauna marina. Está abierto todos los días y los precios son muy accesibles.

3. En un esqueleto
En la ciudad Suiza de Gruyeres existe un bar increíble: el Skeleton Bar, que parece el interior del esqueleto de un monstruo. Se trata de una auténtica obra de arte que construyó Hans Rudi Giger, diseñador de arte de la película “Alien”. El clima que se vive dentro de este “bar esqueleto” es bastante aterrador. Se comenta que la gente bebe mucho, sólo para quitarse el miedo de estar allí.

4. Entre Hobbits
Quien haya visto “El Señor de los Anillos” sentirá que este bar está realmente manejado por hobbits. El lugar, de hecho, se llama “La Casa de los Hobitts” y se encuentra en Manila, Filipinas. Todos los empleados son enanos. Se sirven hasta 100 diferentes tipos de cerveza y los turistas se la pasan sacándose fotos con los pequeños camareros.

5. Entre insultos
La Casa Pocho, en la playa de Cullera, a pocos kilómetros de Valencia, España, tiene un encanto especial y curioso: para que lo atiendan a uno, debe humillar a los camareros de todas las maneras posibles. “Tráigame un gin & tonic, hijo de la mala vida”, es lo más suave que se ha escuchado en Casa Pocho. Hay quienes cuentan que a los clientes se les va la mano con los insultos y que, frecuentemente, todo termina con golpes y sillas rotas.

6. En una clínica
En Singapur funciona un bar llamado La Clínica, en donde los camareros están vestidos como doctores y enfermeras. No sólo las mesas parecen camas de hospital, sino que uno también puede beber de una bolsa de goteo, servirse un “jeringazo” de vodka y sentarse en una silla de ruedas.

7. En un tractor
El Zetor Bar está situado en Helsinki, Finlandia y es propiedad de Aki Kaurismaki. Este bar tiene una decoración muy particular: tractores de todos los tamaños ―de la marca Zetor, muy popular durante la Guerra Fría―, en los que uno puede sentarse a tomar una buena cerveza sin ser molestado.

8. En un ataúd
Si uno quiere beber y “descansar en paz”, nada mejor que el Bar de la Eternidad, en la ciudad de Truskavts, en Ucrania, que es en sí mismo un gigantesco ataúd. Hecho con madera de pino de 25 metros de largo y 6 metros de alto, este cajón tiene luces muy bajas y flores por todos lados, para que uno realmente sienta que pasó “a mejor vida”. Aquí el happy hour es toda una ironía.

9. En el hielo
El Chillout Bar es un bar hecho completamente de hielo, en la ciudad de Dubai, en donde las temperaturas externas llegan a los 45 grados. La entrada cuesta 17 dólares e incluye el alquiler de un abrigo, botas y guantes de piel de camello. Los comensales se sientan en bancos, sillas y mesas de hielo. Por supuesto, beben en copas congeladas. También en Estocolmo, Suecia, funciona el Absolut Ice Bar, en donde hasta los inodoros son de hielo.

10. En una mina
Si uno ha leído “Viaje al centro de la Tierra”, de Julio Verne, sentirá algo parecido cuando ingrese en La Mina Club, un bar ubicado a 184 metros bajo tierra, en Zacatecas, México. Ese sitio fue alguna vez una de las minas más importantes de ciudad pero dejó de ser explotada durante los años sesenta para convertirse en museo y bar de copas. Para acceder al lugar, hay que tomar un trencito que tarda cuatro minutos en bajar hasta el salón. Por supuesto, quienes acuden al bar deben usar casco de minero, no vaya a ser que alguien esté bailando con una señorita y le caiga encima un pedazo de techo.