julio 19, 2010

Espejo

Por Óscar Garduño Nájera

Los dos frente al espejo. Tu rostro patina sobre una superficie que parece falsa pero que es real, al menos más que nosotros.

Tú atrás del espejo.

No: tú atrás de mí mientras pones una de tus manos en mi hombro desnudo. Los dos dibujamos muecas frente al espejo: cuatro bocas, cuatro miradas, ojos bien abiertos, o los tuyos están abiertos; los míos, en cambio, parpadean como foco descompuesto en un vano intento por desaparecer lo que está atrás de mí, es decir, el otro fondo del espejo: un cuadro encima del mío y los dos sobre esa superficie que parece patinar al ritmo de nuestras muecas.

Vuelvo a cerrar los ojos. Pongo mis dedos sobre el espejo. Al quitarlos quedan diez puntos empañados como diez ojos que me miran desde esa dimensión oculta donde día tras día nos cepillamos los dientes o nos arreglamos el cabello. Adivino en dos puntos la esfera de tu mirada; los ocho restantes, sin embargo, son todo un misterio. Desapareces por un instante y es como si de alguna manera la vida continuara a pesar de todo, o como si la fuerza de las cosas nos obligara a seguir mediante impulsos aun cuando he dejado todas mis esperanzas frente al espejo, en esos ocho puntos todavía desconocidos.

Recuerdo que tu mano está en mi hombro desnudo. Tus muecas frente al espejo me indican que puedes hablar (al menos haces el intento), que tu voz aún no se ha ido tan lejos y que si abordas cada uno de los ocho puntos, cuando abras tus ojos volverán a ser diez, cuando voltees hacia atrás y me mires de frente.

No obstante, cuando intentas hablar cada palabra sale de la casa, se eleva, regresa intempestivamente y me hiere la frente cuarteada, que se arruga cuando miro cómo quitas tu mano de mi hombro desnudo para recargar tu rostro en mi espalda, una a una tus dos mejillas, tus labios en esta piel que ya nada tiene sino ocho puntos sobre el espejo, más los dos de tu mirada. Luego pegas tus senos y cada pezón perfora un punto sobre mi espalda con su afilada punta. Intento abrir la ventana del baño. Permanezco congelado frente a nuestros reflejos mientras dices algo ininteligible y tus pezones se ponen erectos.

Tienes frío.

Entonces regreso a tus brazos alrededor de mi cintura: conformamos una sola persona frente al espejo. Uno los ocho puntos que resbalan frente a la yema de mi dedo y aparece una luna, una luna de reflejos y en el centro de ella tu mirada.

Pienso en los primeros astronautas.

Tus manos sobre esa pancita mía y dentro la cerveza almacenada entre bodegas de carne: por nuestras cenas con velas, vino tinto y concierto para Brandemburgo de Bach y por los tantos días que pasamos contemplando la tarde, frente a la ventana abierta, abrazados, con una hambre atroz, el refrigerador vacío y la garganta irritada, seca; hasta puedo apostar que esos ocho puntos son pedazos de nuestro último queso antes de dejar la primera casa, cuando tras mucho pensarlo, empacamos.

Entonces muevo la cabeza, afirmando, y sé que sí, son tus manos las que se entrelazan en medio de mi pancita. Te lo puedo decir ahora: con ese abrazo me vuelves a dar vida. Incluso creo que es el mismo abrazo de las dos de la tarde en la cama, y el despertador que no suena, ¡maldita sea!, y ya se hizo tarde para llegar al trabajo… prometimos no separarnos y, con todas tus fuerzas (¿o eran todos tus murmullos?), me pediste que no te dejara ir, me advertiste que pronto vendrían tiempos duros de huracanes que te arrebatarían de nuestra cama (quizás ahora debo dormir un poco).

Uno, dos, tres… los ocho puntos siguen ahí y poco a poco conforman el delineado de nuestra luna, ¿la alcanzas a ver?

Otra vez sobre la superficie del espejo el brillo de los dos puntos de mirada, tus gestos; ahora juro que mueves el labio superior y juegas con él. Esa ocasión se nos hizo tarde, ¡maldita sea!, y despertamos para buscar la ropa deprisa y tu vestido negro como sombra por el suelo y “ayúdame a subir el cierre” y no sé cuántas cosas más. Luego nos dio risa porque el reloj estaba adelantado y nos habíamos despertado una hora antes. El tiempo, el tiempo que siempre interfirió en nuestros días y nuestras noches nos estuvo molestando con su lucecita de manecillas negras que sólo se callaba cuando mis dedos olorosos a pezones daba contra él, dejándolo inservible, tal y como fue nuestra vida después.

Ahora frente al espejo. Lo más curioso es que no sé cuánto tiempo ha pasado.

Tengo el rostro húmedo y me repito en voz alta que no son lágrimas. Y si son lágrimas, si acaso llegan a serlo, deben ser tuyas, porque juro que yo no he vuelto a llorar desde aquella ocasión en que estrellaste el espejo antes de irte; hace días que no lo hago y tengo mis ojitos resecos y agrietados con una luz roja de fondo, porque ayer dije que estaba hasta la madre, eso, hoy estoy hasta la madre y necesito descansar un poco.

Quiero preguntarte por qué lloras. Quiero secar las lágrimas de esos dos últimos puntos. Quiero pasar mi lengua por encima de cada lágrima. No te preocupes. Voy a estar bien. Pero, por favor…

No quites tus brazos de mi pancita y sigue mirando de frente al espejo, mientras te alegras por los puntos unidos de nuestra luna. Nunca te lo he dicho: tienes sonrisa de ángel de alas rotas.

Luego casi me lleno de alegría y regreso a la superficie del espejo. Siento entonces la humedad de un riachuelo que golpea de manera incesante mi espalda. Volteo. Cuando intento repetir lo mismo, el agua se adelanta, pasa sobre mí, llega hasta el frente y me sumerge hasta ahogarme; desaparezco por un instante de la superficie del espejo y cuando por fin salgo, tras respirar arduamente, busco nuevamente tu rostro.

No estás. En tu lugar me encuentro a mí mismo.

Responden mis lágrimas-riachuelo a tu ausencia. También eres de vapor. Desapareces una vez que abro la ventana. Un molesto letrero parpadea allá, al frente: HOTEL, por un instante te busco entre las habitaciones con las ventanas abiertas y una vieja ríe frente a un hombre con sombrero. Uno a uno borro los diez puntos y luego cubro todo el espejo de vaho. Mientras lo hago, mi rostro se pinta sobre su superficie estrellada.

1 comentario:

  1. Querido Oscar... en este caso, mis palabras salen sobrando.... sabes lo que pienso y siento, te admiro....
    pero tus palabras.... siempre dejan gusto a deseo insatisfecho a espera de tus nuevos trabajos, como siempre... me gusto mucho...

    ¿ quién no se ha visto así en el espejo en alguna ocasión?

    ResponderEliminar