Por Ximena De la Cueva
Deleite y perfección
Dice Sabines que la desnudez puede mostrarnos todo, la diferencia es que la pupila capaz de verlo todo está anegada de sentimientos amorosos y nuestros cuerpos no se ven igual entre las sábanas compartidas, que en la soledad de los espejos distorsionados de la autoconcepción.
La idea de perfección física, relacionada con la percepción, permanece como un habitante del pensamiento que goza con la proyección de imágenes de los demás que consideramos bellos o agradables y en ese grupo hay un sinfín de objetos que proporcionan placer a los sentidos. Encontramos proporciones perfectas en cualquiera de los elementos que nos rodean y generan deleites incondicionales que incluso tocan el corazón.
La cirugía como principio modificador de las anatomías tiene un largo camino recorrido, y sus fines en las diferentes sociedades históricas han respondido a necesidades de salud o de estética. El cuerpo, como espacio político es donde se desatan y manifiestan encuentros y desencuentros con niveles socioeconómicos específicos, deleites incorregibles y adicciones de todo tipo, y donde estas modificaciones dejan su marca. Con el cuerpo ataviado nos mostramos ante los demás, simbolizamos y caracterizamos nuestras preferencias, miedos y rechazos. Las estructuras de poder que nos constriñen, aquellas más cercanas que las nacionales y mundiales, las domésticas, conforman nuestro conjunto de ornamentos y así decidimos tatuarnos unas alas, hacernos una perforación en el oído o teñirnos el cabello. Esta búsqueda de la identificación a través de la propia geografía se desborda cuando las modificaciones implican un quirófano y una recuperación que sobrepasará las cifras de cinco caracteres y los dolores generados por el paseo del ácido láctico en las piernas.
Sofisticación
Los patrones de conducta y de belleza que armamos a lo largo de nuestra vida como individuos y como grupo, se relacionan con la concepción del cosmos, aunque el término suene a que las siguientes palabras se referirán a sociedades precristianas. Nosotros, occidentales activos, también tenemos un conjunto de ideas referentes al cosmos, a las deidades y al cuerpo, que dispone nuestras prácticas culturales. Si bien no usamos tablas amarradas sobre los cráneos de los niños para alterarlos, ni aumentamos el número de collares para alargar el tamaño del cuello, sí tenemos costumbres y deseos donde la estética corporal define las acciones: nos depilamos, pintamos y ungimos diariamente para reconocernos mientras simplemente somos. En este punto siempre me parece curioso que eliminemos características tan zoomorfas como el vello, y busquemos encuentros sexuales con implicaciones más bien salvajes.
La cirugía, básicamente, busca resolver ya sea problemas de funcionamiento o de reparación de daños o disfunciones, y lo mismo puede, el paciente en turno, considerar su masa corporal, un elemento a modificar, sea para aumentarla o disminuirla en zonas específicas. El proceso que la cirugía implica es traumático en más de un sentido, desde la preparación emocional, hasta el sometimiento a anestesia, corte del cuerpo y recuperación de tejidos y, una vez más, de reacomodo de emociones.
La imagen líder, ideal, la que se pretende alcanzar no es inamovible. Sigue parámetros específicos desde hace un par de décadas, que se relacionan con juventud, en general, pero las especificidades sufren transformaciones con las latitudes y las necesidades del grupo. Y si bien es cierto que actualmente el nivel socioeconómico define en gran medida quién tiene acceso a cirugías estéticas que acerquen por magia simpática a estos poderosos económicos a las deidades (las que cada quien elija), los que tienen menos dinero consiguen modificaciones igual de permanentes y que conllevan iguales trastornos de personalidad, si parecen insuficientes los cambios que se van obteniendo. La persistencia de visualizar modelos y autoconcebirse como “transformable” para acercarse a esos ideales, posibilita las cirugías plásticas y en el extremo, hay quien resulta adicto a someterse a todo este proceso.
El espejo brumoso
En alguna medida muchos sufrimos de trastorno dismórfico corporal, nos vemos más o menos delgados, hermosos, listos, con respecto a lo que ven los demás (los que nos interesan) en nosotros, y aunque en gran medida nos concebimos a través de los ojos de los otros, esta falta de concordancia gana la partida y dejamos la anatomía en manos expertas (en algunos casos) para conseguir otras morfologías. Este no será el espacio para los relatos de terror de todos aquellos mutilados inconformes.
Con esta misma dirección, llegamos al llevado y traído “culto al cuerpo”, en el que si buceamos un poco, lo encontramos más precisamente como un asunto donde se busca conseguir sensaciones y estados mentales a partir de experiencias corporales. Esto se debe no sólo al efecto del ejercicio y la consabida liberación de sustancias, sino a que esas actividades pertenecen a un estatus específico que puede alimentar o matar de hambre al ego, y entonces entramos en terrenos neuronales con habitantes sumamente demandantes. Acaso haya un amante más exigente que una neurona mal alimentada...
El camino de Lombroso
Una noche, justo a las doce, y llevando a las más lejanas consecuencias los pensamientos, aparece Lombroso y con su índice lleno de acusaciones morales nos pregunta si no tenía razón. En sus estudios de morfología de criminales encontró patrones que ahora aborrecemos, pero seguimos buscando unidad morfológica que genere patrones de conducta en los demás, con respecto al modificado, específicamente, placer estético.
Hay evidencias en un buen número de sociedades donde la deformación corporal es conducida durante la infancia para conseguir diferentes efectos, a fin de reconformar el cuerpo y poder colocarlo en la casilla social correspondiente, pues los grupos de poder se construyen lombrosianamente. Sin embargo, esos cambios materiales rebasan la objetividad y dejan cicatrices en el pensamiento, hace ya 500 años un médico italiano prometía una mejora en el espíritu y la mente, por la sensación provocada frente al espejo después de una cirugía de nariz.
El cuerpo y su lenguaje son nuestro patrimonio cultural tangible y sobre él trabajamos para mostrarnos al mundo... De él emanan los gritos y los besos, con él alimentamos al corazón y al cerebro, amamos y salimos corriendo de una cama fría; ni Dante pudo dejarlo antes de salir de viaje y por su peso, los infernales, purgatorianos y celestes sabían de su condición de vivo.
Y poniéndonos suficientemente subjetivos, podemos pensar en que es posible, en medio de la turbulenta búsqueda de la belleza, que jamás llegamos a lo concebido como divino, porque sólo lo similar es lo que se busca, no lo igual, decía Plinio... Lo igual resulta inútil por su imposibilidad para mostrar o implicar novedad capaz de generar modificaciones, es la similitud la que genera y abre posibilidades.
De acuerdo con lo planteado... Muy bueno...
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