Giorgio de Chirico
Aunque sus padres eran italianos, Giorgio De Chirico nació en Grecia, en la ciudad de Volos. Entre Volos y Atenas transcurrieron sus primeros dieciséis años, edad a la que, tras la muerte del padre, vuelve con su familia a Italia. Precisamente en Atenas nació en 1891 su hermano menor, Andrea, que también llegaría a ser un importante pintor, conocido por el seudónimo de Alberto Savinio. Los De Chirico eran una familia culta; el padre, un ingeniero ferroviario de origen siciliano casado con una noble genovesa, nunca se opuso a la vocación artística de sus hijos, sino que la alentó, como lo haría su viuda a partir de 1905.
El fantasma del padre
Giorgio se decantó enseguida por la pintura, asistiendo a clases de dibujo en el Instituto Politécnico de Atenas desde 1899. Cuatro años después tomará los pinceles en el estudio del retratista griego Jacobidis, donde con toda probabilidad realizó sus primeros cuadros, aunque no quede constancia de los mismos. La familiaridad con las ruinas clásicas de esta infancia griega habría de tener un peso notable en la configuración de su universo pictórico, como también la temprana ausencia del padre, muerto en 1905. Son muchos los críticos que han relacionado el desasimiento y la angustia de sus espacios pictóricos con esa resistencia inconsciente a aceptar la falta de la figura paterna: "Yo lucho en vano contra el hombre de los ojos suspicaces y enormemente dulces que se liberaba dulcemente de todos mis abrazos, sonriendo, alzando apenas los brazos. Mi padre aparecía así en mis sueños", escribió más tarde en sus Memorias.
Formación filosófica
Tras una fugaz estancia en Florencia, Venecia y Milán, Gemma de Chirico se traslada con sus hijos a Munich con objeto de continuar su formación artística. Allí permanecen entre 1906 y 1910, beneficiándose del intenso panorama artístico de uno de los principales centros de la cultura europea del momento. De Chirico recibe la influencia del simbolismo centroeuropeo y especialmente del pintor suizo Arnold Bocklin, muy presente en sus primeras obras. Aunque la escena muniquesa ofrece diversas alternativas: simbolismo, modernismo, incipiente expresionismo, la decantación del joven pintor italiano tiene que ver con sus lecturas de entonces, en las que priman filósofos alemanes como Schopenhauer y, sobre todo, Nietzsche. Esta formación, sustancialmente distinta de la habitual en los artistas modernos franceses e italianos de aquellos años, que beben más bien de la tradición poética que arranca del romanticismo -Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé-, ayuda a explicar la singularidad del artista, no siempre bien entendida en esos ámbitos.
Una obra influyente
De Chirico y su madre se trasladan a París al encuentro de Andrea. Sin embargo, una breve estancia en Turín marcará para siempre su obra con la fascinación de sus plazas y sus arquerías solemnes y decimonónicas. Poco después, empezará a pintar los Enigmas y las Torres, en los que la escenografía inquietante y congelada de las pinturas metafísicas ya está presente. En París estos cuadros despiertan el interés del poeta Apollinaire, máximo valedor del cubismo y el arte moderno de aquellos años. Por su mediación concurre al Salón de Otoño de 1912 y al de los Independientes de 1913 y 1914. Gracias a él entra también en contacto con el marchante Paul Guillaume, que le organizará varias exposiciones en París.
La Primera Guerra Mundial lo devuelve sin embargo a Italia. Alistado en el ejército, es destinado a Ferrara, fuente en lo sucesivo, junto con Turín, de los inconfundibles ambientes urbanos de sus pinturas. El contacto con Garra, Soffici y Papini, que provenían del futurismo italiano, alienta el nacimiento de lo que en adelante se conocerá como pintura metafísica. Los característicos escenarios urbanos se pueblan de sombras, maniquís y elementos de origen clásico en cuadros como Las musas inquietantes (1917-1918) o El gran metafísico (1917). La fundación, en 1918, de la revista Valori plastici dotará al grupo de entidad y servirá de transición a la posterior reivindicación del clasicismo hacia la que deriva el propio De Chirico. El año 1919 es la fecha que el pintor ha puesto a esa revelación de la pintura antigua, experimentada ante un Tiziano en Villa Borghese. Su obra metafísica, sin embargo, se convertirá en uno de los faros que iluminarán la gestación del surrealismo en el París de los años veinte. De Chirico se traslada allí en 1924, año de la fundación del grupo, y durante un tiempo mantendrá estrechas relaciones con André Breton y Louis Aragon. Participó en la primera exposición surrealista de 1925 en la Galería Pierre y su obra no faltó en casi ningún número de La Revolución Surrealista. Pero esta devoción se limita a las obras anteriores a 1919, lo que, junto a las evidentes distancias ideológicas respecto al grueso del grupo, acaba por deteriorar las relaciones a partir de 1926. Breton arremete contra él, acusándole de "sustituir la inspiración de los sueños por la respiración artificial de la pintura", y De Chirico termina por motejar a los surrealitas de "gente cretina y hostil". La deuda de Ernst, Magritte o Dalí con su obra es, sin embargo, incuestionable.
Artista independiente
Desde los años veinte, De Chirico combina incursiones en el universo de la pintura metafísica -reproduciendo a veces literalmente cuadros anteriores- con impecables reescrituras de maestros antiguos, como Rafael, y obras realizadas en su estilo. El anatema de los surrealistas ha supuesto que esta obra haya sido muy discutida por la crítica hasta fechas muy recientes. A partir de los años treinta, su suerte comercial es, sin embargo, excelente, gracias, en parte, a su triunfo en los Estados Unidos, donde vivió entre 1935 y 1938. Desde 1944 se instala definitivamente en Roma con Isabella Pakszwer, su segunda mujer, y pinta hasta su muerte con la independencia de las corrientes coetáneas que en realidad inspiró su carrera desde el principio
No hay comentarios:
Publicar un comentario