Por Cristina Hernández
Rosario observó su brazo aún adolorido por la aguja, la rosa roja brillaba abrasadora, sus espinas negras resaltaron amenazantes. “!Nunca más! Esta rosa tiene espinas” se dijo. No volvería a permitir que le rompieran el corazón de aquella manera, le había dolido el tatuaje pero no más que el rompimiento con “el amor de su vida”. Rosario hoy rinde homenaje a su dolor y a sus ilusiones muertas. Del mismo modo que en el siglo 11, Amunet, sacerdotisa de la diosa Athor, señaló su valentía y madurez cuando marcó su cuerpo con puntos y líneas que hasta la fecha conserva como una de las más famosas momias tatuadas del antiguo Egipto.
La chica salió de la tienda de tatuajes y su aspecto llamó la atención de algunas personas, la perforación en su nariz, donde brillaba un pequeño diamante le daba un toque entre delicado y salvaje. “Estas modas de hoy” comentó una señora al señalarla despectivamente, sin embargo, los tatuajes han acompañado a la humanidad desde su inicio. En 1996 se encontró en un glaciar entre Austria e Italia un hombre del neolítico con la espalda y las rodillas tatuadas. La mujer que observaba a Rosario no está sola en sus juicios, quizá una de las primeras connotaciones negativas que se le dio al tatuaje fue un decreto que lo prohibía en la Roma de Constantino, el primer emperador cristiano. Más adelante se comienza a relacionar a los marineros con los tatuajes porque se les relaciona con los viajes del capitán Cook alrededor de 1769, cuyos tripulantes admiraron y aprendieron el arte en la polinesia para trasladarlo y hacerlo popular con el tradicional tatuaje de ancla; muchos de estos marineros eran también delincuentes que se hacían a la mar para evadir la acción de la justicia durante los meses que duraba el viaje, por lo que incrementaron la mala reputación del tatuaje. En Japón, después de una época de esplendor, el tatuaje fue reservado únicamente para los criminales. El tatuaje y las modificaciones corporales no son nada nuevo. Han estado presentes en todas las culturas y México no es la excepción. Desde antes de la Conquista, los antiguos mexicanos celebraban, adornaban y protegían su cuerpo con tatuajes, escarificaciones y modificaciones corporales como la limadura dentaria y las perforaciones.
Mientras Rosario espera el transporte, piensa si no se habrá contagiado de SIDA durante el proceso del tatuaje; su preocupación no es en vano, ya que a partir de los años ochenta, con la epidemia del SIDA, se supo que uno de los medios de transmisión de esta y otras enfermedades, como la hepatitis B y C son las agujas para tatuar, ya que si no son nuevas y debidamente esterilizadas, el equipo para tatuar es un medio de contagio al estar en contacto con sangre infectada con alguno de estos virus, una razón más para que quien porta un tatuaje sea mal visto.
En la parte de abajo de la rosa roja tatuada en el brazo de Rosario el símbolo japonés que simboliza la fuerza comenzó a drenar tinta y sangre, ella limpió delicadamente la lágrima roja y negra que escurría, recordó cuanto tiempo lloró y el miedo de comenzar una nueva vida después de 8 años de relación y siendo madre de una hija de 5 años. Se preguntó si sería capaz de enfrentar su vida sola y las lágrimas le llenaron los ojos. El tatuaje y el dolor van de la mano, el proceso de realizarlo es doloroso y en muchas ocasiones los motivos también. Los nazis marcaron cruelmente con tatuajes a los judíos que fueron presos los campos de concentración, especialmente en Auschwitz; los Mara Salvatrucha, pandilla de origen guatemalteco y salvadoreño se identifican entre sí por sus peculiares tatuajes, y desde hace muchos años los reos se marcan durante su permanencia en la cárcel con métodos rudimentarios e insalubres, recordando a sus familias, sus crímenes o sus creencias religiosas. Actualmente el tatuaje es un arte que no necesariamente tiene una connotación negativa; es moda, ritual, recordatorio, adorno y expiación.
Rosario respiro profundo y sintió que el dolor de la aguja al penetrar su piel había dejado salir de alguna manera el dolor que su separación le había causado, ya no era una cicatriz en el corazón, por el contrario, su tatuaje era un recordatorio de su fuerza y de lo valiente que sería de aquí en adelante. Un joven pasó frente a ella y por un momento detuvo su mirada en el tatuaje, buscó sus ojos y le sonrió con un toque de simpatía y coquetería, ella se sonrojó y extrañada lo siguió con la mirada mientras el joven se perdía en el anden del metro. Las espinas del tatuaje ya no se veían tan amenazantes, había algo sexy y atractivo en esa rosa roja rodeada de espinas negras con el símbolo de fuerza en un extremo, lo acarició y sintió que todo iba a estar bien. Rosario se sintió poderosa, bella, ahora la fuerza y sensualidad formaban parte de su ser y saldría adelante de cualquier modo, se sintió lista para conquistar al mundo. El vagón del metro llegó sacándola de su ensoñación, sacó de su bolsa unos audífonos y se los colocó en los oídos mientras hacía a un lado a las personas que se empujaban para entrar y salir del tren, había que seguir viviendo un día a la vez.
Dentro de una historia cotidiana, nos muestras un pequeño viaje por la transformación del tatuaje a tatu, de lo negro a lo rojo y lo rosa, pasando por el blanco, buena historia! y saludos a Rosario.
ResponderEliminarque buena historia mama te felicito me siento orgullosa de ser tu hija
ResponderEliminaralexa