junio 18, 2010

Dos dedos

Por Óscar Garduño Nájera

Te voy a contar una historia:

Tengo en mis manos tres fotografías y de alguna manera te tengo a ti (y a la vez a mí me tienen las tres fotografías). Ahora estiro los brazos hasta que las yemas de mis dedos tocan tus caderas y recorren los aeropuertos de tu piel mientras los aviones de tus pensamientos despegan sin contratiempo alguno; un corazón dentro de un molcajete da instrucciones de vuelo y de aterrizaje.

Y cuando desciendo por las primeras curvas te estremeces y estremeces aún más las alas de mis aviones que son meras extensiones de lo que tú dices cuando estás a solas, o de lo que haces con dos dedos, o de lo que siempre has querido hacer (niña perversa).

Tu cuerpo tiembla ligeramente como una nube deforme que un buen día se encuentra extraviada de las demás porque la han echado del pueblo de las nubes por tener truenos de pensamientos, rayos frente a los demás; rebeldía insólita en un lugar donde las más rebeldes son acaso las que pintan sus rostros de gris o de negro.

Me detengo por un instante y repaso la historia: el eco de mis palabras llena de sombras mi (¿o tu?) habitación. Bebo entonces de tu respiración agitada (¿huracanada?) y los dos nos transformamos en viento.

Abres la boca en forma de círculo, soplas y los dos salimos expulsados por una rendija de la ventana de tu recámara, donde hasta hace unos minutos estabas recostada en la cama pensando cómo una mujer puede hacer el amor en la soledad de sus piernas abiertas, ropa interior negra y pezones hinchados de sol.

Pasamos por una ciudad miniatura y me dices que si cierro los ojos puedo volar mejor. Tengo miedo a las alturas y no atino más que a agarrarme de tus manos, mientras tratas de meterme entre tus piernas, temiendo, quizás, una posible caída.

Por fin consigo entrar y juego con tus vellos erizados por un soplo que viene desde lejos; sonríes con sonrisa de nube y dejas caer en mis labios agua, un líquido aire que emana de ti; me pego más a tus piernas de vapor mientras en las alturas hacemos piruetas; seguramente abajo alguien nos está mirando y seguramente, de contar con alas, lo invitaríamos al cóctel que nos brinda el instante de la desolación.

Pero no.

Tú dejas escapar el líquido, yo intento mojar mi cuerpo y los dos somos como abejas distraídas en busca de un panal. Damos vueltas y nuestros cuerpos de aire se mezclan con suspiros. Me separo un poco de ti y te miro desde lejos. Luces como una fotografía en medio de las nubes y en cuanto quiero correr tras de ti desapareces y vuelves a aparecer metros adelante, lejos de mí.

Tendida en la cama solitaria y tu ropa interior negra. Llueve y las ventanas se empañan. Alcanzo a ver antes de desaparecer cómo dos dedos se pierden dentro de ti.

Te voy a contar una historia:

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