S U I C I D I O
mayo 21, 2010
Fantasma
Por Óscar Garduño Nájera
Repito: no se trata de un fantasma, lo sé; no obstante, es tanto su empeño y su voluntad por serlo que a veces creo que terminará siendo el más temible de los fantasmas, mientras le roba sábanas blancas a los demás y se empeña en habitar esa casa a oscuras, donde quizás permanece el eco de los gritos los niños y el del tic tac de su marido tecleando, histérico, frente a la computadora.
A veces cierra los ojos y la sábana se viene abajo. Entonces consume muchas pastillas, desesperada, mientras sus manos no dejan de temblar frente a las mías. Es decir: las forma en hilera una tras otra, cuenta hasta tres, toma la primera, luego la segunda y así hasta que acaba con ese festín.
Tiene miedo a los espejos. Cada que se encuentra con uno quita la sábana de su rostro y sin pensarlo dos veces, la avienta.
Puedo asegurar que no hay fantasmas que griten tan fuerte y con esa voz tan escalofriante, que parece sacada del mismo infierno.
Además, sé que no es un fantasma porque tiene cuerpo y mente, y porque un fantasma no podría tomar tantas pastillas al día, ni llorar, ni acariciarse las venas, ni limpiar mi sangre…sé bien que los fantasmas son felices desde que descubren su identidad ―o al menos es lo que me sucedió a mí― ella, en cambio, ignora quién es y cada que se atraganta con el ejército de pastillas duerme más de quince horas, aferrada a esa sábana donde también yo duermo, a su lado.
Espanta, sí, y puedo asegurarlo: a la rutina del día a día, al perseguir sombras abandonada dentro de esa casa, junto a los niños, al lado de un esposo que se pierde en la pantalla de una computadora; al andar de allá para acá, por rincones sin luz, frente a la vida que ella creía tener en las manos, y la cual ahora, tras grises años, se oculta dentro de un jarrón de la casa.
A veces cierro los ojos, la veo y por momentos llego a creer que su marido y sus hijos son los míos; es cuando no consigo estar en paz: imagino una vida paralela a la mía, con las mismas deficiencias, con los errores de siempre y con ese mismo miedo a vivir que me orilló a mí a rebanar mis venas.
No es un fantasma, incluso cuando daría todas las sábanas manchadas de sangre por espantar a su mamá y escupir sobre su tumba. Algunos fantasmas también escupimos, no hay que olvidarlo.
A veces abro los ojos, regreso, y comprendo que lo suyo es una existencia poco apropiada, un irse desmoronando como migajas de pan que caen sobre la mesa, al lado del combate de ejército de pastillas contra la lengua, la garganta, y un estómago jodido de tanto dolor.
Para “Pescadito”, quien
afortunadamente sigue con vida.
Sé bien que no es un fantasma y sin embargo es intangible, irreal, como uno de ellos, nada más que cubierta con una sábana que se quita a ratos, no para espantar, ¡qué va!, sino para mostrar un rostro distinto al de los demás, o al menos distinto al mío, aunque a veces también mi rostro parece de espuma.
Repito: no se trata de un fantasma, lo sé; no obstante, es tanto su empeño y su voluntad por serlo que a veces creo que terminará siendo el más temible de los fantasmas, mientras le roba sábanas blancas a los demás y se empeña en habitar esa casa a oscuras, donde quizás permanece el eco de los gritos los niños y el del tic tac de su marido tecleando, histérico, frente a la computadora.
A veces cierra los ojos y la sábana se viene abajo. Entonces consume muchas pastillas, desesperada, mientras sus manos no dejan de temblar frente a las mías. Es decir: las forma en hilera una tras otra, cuenta hasta tres, toma la primera, luego la segunda y así hasta que acaba con ese festín.
No se trata de un fantasma, lo sé, y cuando se lo propone aún consigue emitir algunas palabras, algunos balbuceos junto con saliva que yo me encargo de limpiar.
Tiene miedo a los espejos. Cada que se encuentra con uno quita la sábana de su rostro y sin pensarlo dos veces, la avienta.
Puedo asegurar que no hay fantasmas que griten tan fuerte y con esa voz tan escalofriante, que parece sacada del mismo infierno.
Además, sé que no es un fantasma porque tiene cuerpo y mente, y porque un fantasma no podría tomar tantas pastillas al día, ni llorar, ni acariciarse las venas, ni limpiar mi sangre…sé bien que los fantasmas son felices desde que descubren su identidad ―o al menos es lo que me sucedió a mí― ella, en cambio, ignora quién es y cada que se atraganta con el ejército de pastillas duerme más de quince horas, aferrada a esa sábana donde también yo duermo, a su lado.
Espanta, sí, y puedo asegurarlo: a la rutina del día a día, al perseguir sombras abandonada dentro de esa casa, junto a los niños, al lado de un esposo que se pierde en la pantalla de una computadora; al andar de allá para acá, por rincones sin luz, frente a la vida que ella creía tener en las manos, y la cual ahora, tras grises años, se oculta dentro de un jarrón de la casa.
A veces cierro los ojos, la veo y por momentos llego a creer que su marido y sus hijos son los míos; es cuando no consigo estar en paz: imagino una vida paralela a la mía, con las mismas deficiencias, con los errores de siempre y con ese mismo miedo a vivir que me orilló a mí a rebanar mis venas.
No es un fantasma, incluso cuando daría todas las sábanas manchadas de sangre por espantar a su mamá y escupir sobre su tumba. Algunos fantasmas también escupimos, no hay que olvidarlo.
A veces abro los ojos, regreso, y comprendo que lo suyo es una existencia poco apropiada, un irse desmoronando como migajas de pan que caen sobre la mesa, al lado del combate de ejército de pastillas contra la lengua, la garganta, y un estómago jodido de tanto dolor.
No es un fantasma. Al repetirlo trato de entender lo que realmente es ella.
Cuando camina parece que flota y su rostro ―para quienes lo hemos visto debajo de esa sabana― es blanco, como la cocaína… el ejército de pastillas es remplazado de acuerdo a un protocolo de guerra y entonces ella llama a ese otro ejército: el de la heroína y las agujas en busca de las venas-autopistas. Cuando la primera de las fieles agujas se hunde, ella vuelve a espantar a los que se encuentran a su lado; entonces su marido alza la vista de la pantalla y acaso murmura un insulto. Todo dentro de la casa es desorden, mientras ella cae frente a un espejo, donde todavía me encuentro yo.
Dignidad
NO SE CULPE a nadie de mi muerte. Me suicido porque de no hacerlo, seguramente, con el tiempo, te olvidaría. Y no quiero
Anonimo
POR Karini Apodaca
El domingo desperté con una infinita tristeza, como reza la canción de Manu Chau.
La realidad ya con días de distancia eran nimiedades, pero creo que para muchos los estados depresivos son el pan de todos los días. Generalmente llegan una mañana y tienes que atender al huesped incomodo durante el día, hasta que perdemos atención sobre lo que nos aqueja; a veces basta una película y reír para que como por arte de magia caigas en cuenta de que la visita incomoda se fue sin decir adiós.
La realidad ya con días de distancia eran nimiedades, pero creo que para muchos los estados depresivos son el pan de todos los días. Generalmente llegan una mañana y tienes que atender al huesped incomodo durante el día, hasta que perdemos atención sobre lo que nos aqueja; a veces basta una película y reír para que como por arte de magia caigas en cuenta de que la visita incomoda se fue sin decir adiós.
Esa sensación de qué cuernos hago aquí, porque sigo viva, no es nueva. Es vieja conocida mía. La primera vez que lloré por sentirme triste era niña aún, cursaba segundo año de secundaria; académicamente hablando, las notas altas nunca fueron un problema para mí. Pero no olvido cuando mi madre, preocupada, entró a mi habitación y me encontró en un llanto mudo, sentada en mi cama. Se acomodó a mi lado y me preguntó qué sucedía.
Con mi escaso conocimiento le expresé que no encontraba nada de mérito en seguir, que mis notas eran sencillas de obtener, que me sentía sin interés alguno en nada; que no sabía por qué seguir y no encontraba el para qué. Supongo que ella se quedó de a cuatro, porque ahora que soy madre si mi hijo Abraham, de 12 años, me dijera eso, me dejaría con el corazón apachurrado.
Mi mama salió y fue por mi padre. Ambos sentados en la cama de enfrente me preguntaron por qué sentía eso. Y volví a explicar mi sinsabor de no tener nada que me estimulara, nada que me apasionara. Dicen que cuando Alejandro Magno vio lo que tenía lloró por no tener más territorio qué conquistar. Eso es lo que me ocurrió a esa edad. Mi padre me dijo que ahora tenía que pensar en un objetivo más alto a conquistar. Que si el asunto de las notas era ya pan comido, pues era momento de tratar de dominar algo más, otro idioma, un deporte, alguna actividad que me fuera ajena y conquistarla.
Con los años, mis dolores empezaron a girar en temas más mundanos, los del corazón. Ahora ya no me inquietan, sé que las personas en la vida de uno van y vienen, porque uno sólo es un caminante que de pronto empata el paso con algún otro viandante; gozaremos lo que tengamos que andar juntos, pero en algún momento del camino cada uno seguirá el que debe tomar.
Este domingo volví a sentir el vacío de no tener los para qué ni los por qué como respuesta. Imagino que no es fácil vivir a mi lado, pero también sé que este constante cuestionamiento no es exclusivo mío.
Cuando salió la noticia del episodio cerebral de Cerati pensé en mi padre, víctima de un episodio similar.
Desde entonces su vida no fue la misma, extravió mucha de su independencia, al perder movilidad en todo un lado de su cuerpo. Tengo idea de lo que debe sufrir día con día al ver toda su vida trastocada y mermada. Nunca me he atrevido a preguntarle si él hubiera preferido morir en ese momento; conociéndolo, y a años de sufrir las consecuencias, creo conocer la respuesta.
Desde entonces su vida no fue la misma, extravió mucha de su independencia, al perder movilidad en todo un lado de su cuerpo. Tengo idea de lo que debe sufrir día con día al ver toda su vida trastocada y mermada. Nunca me he atrevido a preguntarle si él hubiera preferido morir en ese momento; conociéndolo, y a años de sufrir las consecuencias, creo conocer la respuesta.
Desde ese día tengo algo muy claro: cuando uno tiene una dignidad para vivir, también debe de tener dignidad para morir. He hablado del tema con cada una de mis parejas y siempre he pedido lo mismo. Si por algún incidente mis capacidades se vieran disminuidas a tal grado de perder independencia, por favor no me dejen viva, por favor denme la dignidad de irme como me conocieron.
Mi padre toda su vida fue un ser amante del pensamiento, mi infancia transcurrió en sobremesas eternas donde había un monólogo dado por él, una exposición magistral del tema que le inquietaba en cada momento; muchos de mis conocimientos se los debo a él, incluso mi forma poco tolerante hacia las personas que no quieren pensar. En casa estaba prohibido ser tonto, por lo menos en sus maneras eso he pensado siempre. Si bien, mi padre siempre ha sido un ser que fomenta la discusión a niveles de confrontación, en mi casa las polémicas nunca fueron por tal artista o alguna bobada del tipo. Las sobremesas con mi padre siempre giraron más sobre temas del pensamiento.
Días antes de su embolia, él era un aferrado seguidor de López Obrador y hasta parecía que le iban a pagar por cada adepto que sumara a la causa. Las elecciones estaban cercanas; yo, por fastidiarlo, le sostenía que no votaría por López Obrador, aunque mi voto ya estaba decidido por la misma causa de mi padre. Solo era ese afán chingativo que uno como hijo suele tener.
Mi madre lo encontró en su habitación tirado cerca de la cama con la mirada perdida y diciendo frases sin sentido. Mi hermana Mariana días después me comentó que de las frases aisladas que decía una de ellas era: dile a Karini que vote por López Obrador…
Mi padre siempre me dolerá, creo que no recibió un final digno; lo visito, hablamos… y cada vez que lo veo la pregunta ronda en mi cabeza ¿este fue el final que querias para ti?¿puedo hacer algo por ti?
¡Estamos solos! ¿Qué hacemos?
La Bioética, los nuevos cuestionamientos de la especie Humana
Por Balbina Sordo Vilchis
Por Balbina Sordo Vilchis
“Vivir es nacer a cada instante”
―Erich Fromm
Esto se hizo evidente en la mente de todos cuando, terminada la Segunda Guerra Mundial, no sólo se contabilizaron las muertes y lugares destruidos, sino que se contempló con horror la existencia de los campos de concentración, donde se realizaba una matanza sistemática, experimentos médicos con cobayas humanas y en toda Alemania: eutanasia obligada desde el poder.
La moral, sostenida por toda la tradición humanista y judeo-cristiana, entró en una crisis como nunca antes se había presentado; la Cultura Occidental, que ya venía en decadencia, se derrumbó al presenciar cómo, uno de los países más civilizados del mundo, fue capaz de irse contra sus bases éticas y morales. La Ética, que es la ciencia que analiza la moral y que estaba fundamentada por el paradigma o modelo filosófico predominante, que ponía al hombre como el centro del Universo, como el sujeto de la moral, encaminada a brindarle justicia, seguridad, pierde los pilares en los que se sostenía.
En la posguerra comienzan a levantar los escombros y el Tribunal de Nuremberg, encargado de juzgar los crímenes cometidos “contra la Humanidad”, también se preocupa de reglamentar el uso de experimentos científicos. En los sesenta comienzan a aparecer otros signos de la decadencia de la civilización: El Club de Roma (105 científicos y políticos de 30 países hacen un estudio, en 1968) anuncia los graves cambios en el Planeta, resultado de acciones humanas, y recomienda una regulación de los recursos; desde 1963 comienza a evidenciarse la crisis del petróleo. A principio de los setenta truena el sistema de Seguros y en E.U. Viene la “explosión de costos sanitarios”, lo que lleva a la carencia de asistencia (lo mismo que ha estado pasando con el IMSS en México) y sigue el problema de la sobrepoblación.
Todo lo anterior derrumba la creencia de que éramos el centro, de que todo nos lo había dado Dios para nuestro provecho y que Él a la vez se hacía cargo de nosotros como proveedor eterno: que nunca nos pasaría nada ni se acabaría el mundo, pues Él iba permitiendo y resolviendo todo a la vez. ¿Qué tan irresponsables nos ha hecho ese “providencialismo” predicado por las religiones hacia el uso de los recursos naturales? Demasiado tarde, nos damos cuenta de que estamos solos. ¿Qué hacer? Tenemos que solucionar los problemas que hemos causado, los estragos que hemos hecho a la Naturaleza. Tenemos toda una serie de ideas, lineamientos qué seguir. La Ética tradicional representada por Kant maneja el principio: “No hagas a otro lo que no quieras para ti”, la universalización: “Actúa de tal modo que tu acción se pueda convertir en ley”, “Si es humano, es respetable”, pero, ¿Qué es ser humano? ¿Qué es ser Normal? ¿Qué es estar en el límite? Y los animales? ¿Y el servirnos también de los hombres como objetos?. Cómo hay que respetarnos? ¿Quién va a decidir? La Moral y la Ética tradicional se sostenían en una excesiva confianza en la autoridad pública, que ha demostrando no ser confiable.
Con la Ética tradicional se ha caído en la incoherencia lógica, tanto en la vida diaria como en la formulación ante las situaciones concretas de la vida humana; ejemplo de esto es la actitud diferente ante la vida no-nata (rechazo tajante del aborto) y ante la vida nacida (justificación de la pena de muerte, de la guerra justa, etc.)
En 1970, el oncólogo norteamericano Van Rensselaer Potter habla de la “ciencia de la supervivencia”, con temas relacionados con el aborto, la eutanasia y la manipulación genética, donde el punto era llegar a conquistar la Dignidad humana y la Calidad de vida. En 1972 surgen movimientos como “Ecología política”, “Eco feminismo” y “Ambientalismo”, al tiempo que varias voces profesionales piden principios de conducta humana de la vida, aplicada a la humana y no humana (animal) y no sólo en el ámbito médico, sino que incluye todos los problemas éticos que tienen que ver con la vida desde antes del nacimiento, hasta después de la muerte; como ejemplo tenemos la siguiente pregunta: ¿tienen derechos las futuras generaciones? ¿Les pertenecen también nuestros recursos?
Así nace la Bioética, término que acuñó en 1927 Fritz Jahr, alemán, pastor protestante, filósofo, educador: Bio-Ethik. Esta nueva Etica va a tratar de llegar a donde la tradicional no se atrevía y también a salirse del campo exclusivo de las religiones, de los políticos, de los médicos, que eran los que habían manejado la tradicional. Ahora se habla de trabajar en equipos interdisciplinarios, de formar comités éticos con diferentes especialistas.
También se propone un nuevo método, ya no solamente el lógico filosófico, sino uno inductivo que primero tome en cuenta la realidad, el estudio de casos y de ahí utilizando fundamentaciones científicas, filosóficas, se llegue a soluciones, veredictos. Se crea un nuevo rol social, profesional: el del Bioeticista.
Algunos principios de la Bioética: “La Naturaleza no es Intocable”, con esto se ha superado la idea de Ley Natural, pues se ha demostrado que hay evolución y se viene más bien la idea de la Ética de la Responsabilidad. Además, ante la Globalización, término acuñado en 1990, se requiere de una diversificación, un “Debate Transcultural” y de respeto a la diversidad y a la libertad de conciencia: “No hay un solo ideal de vida buena:” respetar a los demás, deliberar, dialogar. De hecho, la tolerancia es una conquista que el hombre ha ido logrando en diferentes etapas de la Historia, y en esta sociedad pluralista debe haber AUTONOMÍA entre la Ética y la Religión. La razón debe adecuarse a la realidad y es difícil lograrlo completamente. Hay que seguir dando pasos y se requiere de trabajar en el campo de lo Individual, lo Colectivo y la Naturaleza: PENSAR DEBERES.
En cuanto al Hombre, el problema de fondo, el Ontológico, es la determinación de Ser Humano, de su condición humana, que no es autosuficiente: se puede dejar de ser Ser Humano, sin dejar de ser Ser Vivo. Hay un proceso de formación en la corteza cerebral en que se va naciendo y también hay varias muertes en la suficiencia nerviosa. No hay personalidad sin sustantividad, porque no hay suficiencia constitucional. Tenemos deberes: con el embrión y con la salida de la vida. ¿qué debemos hacer? Los “Deberes Perfectos, como la Justicia son en realidad imperfectos en cuanto a que no generan en el otro el derecho a la beneficencia.
Para la bioética, un aspecto importante a debatir es el de la Eutanasia, que significa etimológicamente “buen morir”; actualmente: acción u omisión que permite, acelera o provoca la muerte de un paciente terminal o de un recién nacido con graves malformaciones, para evitar sus sufrimientos. La eutanasia implica la intervención de un agente distinto del enfermo y que se realice por el bien de este, movido por la compasión.
Esto implica el derecho e todo hombre para decidir libremente sobre su cuerpo, que es el Principio de Autonomía, por el que se ha estado luchando en estos movimientos: si debo morir debo poder hacerlo como y cuando quiera; esta petición es más fuerte en países anglosajones, por su herencia liberal y protestante. El suicidio, anteriormente estigmatizado, es aceptado como una realidad y para muchos, como un auténtico derecho; y debe ser un derecho ciudadano exigible a la medicina ―así como el del aborto― ante la enfermedad incurable, el dolor físico y psíquico y el dominio de la soledad en el moribundo.
Existen varias instancias en las que se puede realizar la eutanasia:
a) en la que no es la intención inicial producir la muerte, sino la de aliviar, pero durante la que se acelera el proceso de la muerte. Esta instancia no implica problemas éticos.
b) Consiste en definir en forma acertada el límite del acto terapéutico y la inutilidad de prolongarlo y así la muerte aparece en forma natural.
c) Retirando las medidas de apoyo necesario para mantener la vida con consentimiento del paciente, o utilizando dosis de fármacos letales. Esta forma de eutanasia está despenalizada en algunos países.
d) Sin consentimiento del paciente, es decir, involuntariamente. Esta forma de eutanasia no es aceptada a menos que el paciente sea un reo condenado a muerte.
e) Suicidio asistido, donde el paciente realiza las maniobras necesarias para provocar su muerte y el agente solamente lo asesora. Obviamente este caso es voluntario aunque aún no existe legislación que permita su realización en la mayor parte del mundo.
Peligros a la vista: si se generalizara la eutanasia, se podría utilizar como un medio de exterminio manejado desde el poder. También podría perderse la confianza en la mayoría en sus médicos. Y claro, aumentaría la posibilidad de enmascarar homicidios por intereses personales.
Antes de llegar al punto donde la eutanasia sea legalizada, debemos considerar una mejor forma de resolver los problemas, favorecer el desarrollo de la Ciencia, que evite el deterioro y el dolor; una mejor atención de clínicas y equipos médicos a los usuarios; una capacidad de responsabilidad y sacrificio en el cuidado de los enfermos por los familiares. Pensar en nuevos especialistas, como el tanatólogo, el psicólogo que acompaña y ayuda a mejorar la estabilidad emocional y el ánimo en los pacientes en este camino hacia su muerte.
¿Si yo ya no puedo decidir por mí, quién puede hacerlo?
¿Y si yo quiero irme antes de que se deteriore mi calidad de vida...?
¿Y si yo ya no tengo calidad de vida y se está deteriorando la de los que me cuidan?
Éstas y otras cuestiones son las que deben ser analizadas en cada caso. Debe existir la forma de dar asesoría profesional personalizada para llegar a una solución, la más digna y menos destructiva para la persona y el grupo involucrado.
Finalmente, hay que cuestionarnos lo siguiente como individuos y como miembros de un grupo social:
¿Qué va a ser de mí?
¿Qué voy a hacer por mí?
¿Qué vamos a hacer por todos?
Bibliografía:
Elizari Basterra, Francisco Javier: Bioética. Ed. Paulinas (Madrid, 1991)
Núñez de Castro, Ignacio: La Bioética, un camino para el presente. SUJ (México, 2008)
Pérez, Manuel: Bioética, fundamentos y dimensión practica. Ed. Mediterráneo (Buenos Aires, 2004)
Tealdi, Juan Carlos: Diccionario Latinoamericano de Bioética. U.N.C. (Colombia, 2008)
Vidal Marciano: Para conocer la Ética Cristiana. Apuntes del Seminario del Dr. Diego Gracia Guillén (ITESO, Guadalajara, 1998)
Ópticas: los que se van, los que se quedan y los que llegan
Por Salma Anjana
.
Una vez quise suicidarme.
Tenía nueve años.
Ingenua.
Me tiré de lo más alto a mi alcance —la escalera—. Me lastimé un brazo y un tobillo. Me puse pomada. Me amarré un trapito y evitando el regaño, me fui a chillar a mi recamara.
Una vez quise suicidarme.
Tenía trece años.
Estúpida.
Leí que la ruda en bebida concentrada podía causar la muerte. Me hice adicta. Sabía horrible. Vino una monja y me mandó al manicomio. Los antidepresivos llegaron a vivir tras el espejo del baño.
Una vez quise suicidarme.
Tenía quince años.
Cobarde.
Las pastillas me mantenían dormida y al despertar, mi madre estaba parada junto a mí. Parecía estar gritando algo, “no me quieres”, decía. Me conseguí unos dulces. Me los tragué. Llegó una tierna arritmia, eventual e impertinente.
Una vez practiqué el cutting. Parecía ideal. Se veía valiente.
Y otra vez.
Se sentía perfecto. Se dormía a gusto.
Y otra vez.
Se escondía fácil.
Y otra vez.
Sólo quedan las marcas. A veces todavía las siento.
Una vez quise suicidarme.
Tenía veintiún años.
Maldita.
El y yo estábamos arreglando todo.
Él llamó a un médico para que resolviera mis dudas. A la hora de la verdad decidí enfrentarlo. Le dije que no. Que tendría a la niña.
Una vez pensé en suicidarme.
Tenía veintidós años.
Traidora.
También depresión post-parto.
Me sentía inútil e incapaz. Ella lloraba. Yo apretaba los dientes. Me dolía la quijada. Pero se quedó callada y me miró.
Mas si todo eso que disfrutaste pereció derramado,
y la vida te es fastidio, ¿por qué buscas más añadirle
lo que mal perezca otra vez y todo, ingrato, sucumba,
y no más bien de la vida y de la labor un fin haces?
Tito Lucrecio Caro, De Rerum Natura
.
Una vez quise suicidarme.
Tenía nueve años.
Ingenua.
Me tiré de lo más alto a mi alcance —la escalera—. Me lastimé un brazo y un tobillo. Me puse pomada. Me amarré un trapito y evitando el regaño, me fui a chillar a mi recamara.
Una vez quise suicidarme.
Tenía trece años.
Estúpida.
Leí que la ruda en bebida concentrada podía causar la muerte. Me hice adicta. Sabía horrible. Vino una monja y me mandó al manicomio. Los antidepresivos llegaron a vivir tras el espejo del baño.
Una vez quise suicidarme.
Tenía quince años.
Cobarde.
Las pastillas me mantenían dormida y al despertar, mi madre estaba parada junto a mí. Parecía estar gritando algo, “no me quieres”, decía. Me conseguí unos dulces. Me los tragué. Llegó una tierna arritmia, eventual e impertinente.
Una vez practiqué el cutting. Parecía ideal. Se veía valiente.
Y otra vez.
Se sentía perfecto. Se dormía a gusto.
Y otra vez.
Se escondía fácil.
Y otra vez.
Sólo quedan las marcas. A veces todavía las siento.
Una vez quise suicidarme.
Tenía veintiún años.
Maldita.
El y yo estábamos arreglando todo.
Él llamó a un médico para que resolviera mis dudas. A la hora de la verdad decidí enfrentarlo. Le dije que no. Que tendría a la niña.
Una vez pensé en suicidarme.
Tenía veintidós años.
Traidora.
También depresión post-parto.
Me sentía inútil e incapaz. Ella lloraba. Yo apretaba los dientes. Me dolía la quijada. Pero se quedó callada y me miró.
El eterno retorno del suicidio emocional
Por Ximena de la Cueva
En la Edad Media la muerte de una persona era vista en Europa como un proceso en el que participaban grupos sociales diversos, por lo que experimentar un fin repentino era de lo más temido, en consecuencia, el suicidio no era la mejor causa para enterrar a un individuo si era Dios quien decidía estas cuestiones. Para el siglo XIX la muerte se instala en la casa, se transforma en un familiar al que se recibe en la habitación, de manera silenciosa, en privado y entonces empieza a disminuir la negrura del humo que cubría la decisión del suicida y se le ve incluso compasivamente.
Cando Eduardo Monteverde, relata sus vivencias como periodista de nota roja, concluye su capítulo “Quitarse la vida” con: “En el paraje El Retiro...” “La inmovilidad del parte policiaco y la tranquilidad del paisaje no revelan la agonía de los momentos suicidas. Tal vez desolación. Porque lo que es bien sabido, es que la muerte voluntaria está aderezada con sabores amargos, dolor, soledad (sea real o imaginada) y muchas veces, decepción. “
De cualquier manera, en el sustento de cada uno es posible encontrar una decisión para completar un ciclo y estar dispuesto a un cambio radical, imbuido en una combinación de relación intrínseca entre bioquímica y trabajo cognitivo y neuronal.
Una mujer alemana del siglo XII, Hildegarda von Bingen, estudió entre otras cosas, las implicaciones del lado femenino de Dios y algunas enfermedades humanas. Uno de los desórdenes que describe ampliamente es la condición melancólica, pero no sólo como enfermedad, sino como un estado provocado también por condiciones externas a la persona e incluso proporciona soluciones terapéuticas para exterminarla. Uno de los elementos fascinantes de sus estudios es la relación que establece entre la melancolía y la ausencia de felicidad, del gusto por los detalles cotidianos, por la comida y la plática; actualmente los especialistas afirman que uno de los factores causantes del suicidio es la depresión, ligada directamente a la ausencia de motivaciones, lo que para Hildegarda era una dimensión religiosa donde se vivía una ruptura entre Dios y el individuo.
La búsqueda de la emancipación del dolor, después de haberlo recorrido y habitado se vuelve una necesidad que sabemos conducirá al exterminio interior. Es así como empieza a gestarse la aniquilación de un yo anterior que dará paso a un yo siguiente, con nuevas expectativas, planes y condiciones de existencia, un ser capaz de reconstruir el gusto por la diversidad con cada uno de sus matices.
Hay quien para no sucumbir a la fascinación del suicidio material, escribe, pinta, duerme y sueña, y en cada una de estas acciones deja sus vidas anteriores, las embalsama porque conoce el trayecto de su circulación sanguínea y puede separarse en fragmentos y dejarse listo para el trayecto. ¿Cómo no preferir esta muerte volitiva si la partida del amante también asesina aunque uno no tenga la voluntad de morir? . Es precisamente esto lo que torna atractivo e indispensable el suicidio: la capacidad de planear y asegurarnos de que el fin será ineludible y muy probablemente, cercano a lo previsto.
Esta auto-exigencia de eterno retorno, como seres individuales, es capaz de incendiar el interior de nuestro suicida emocional, cuya exigencia personal desatiende la desaparición física y trabaja en la eliminación del yo anímico para transformarlo y tener un nuevo semblante para continuar. Y lo mismo que los guerreros, podemos conservar el honor, antes que la cotidianidad que nos desagrada, decapitarnos o introducirnos simbólicamente una espada en el vientre de la perspectiva y las actitudes para desangrarnos unas horas y levantarnos después a atender el llanto de nuestros hijos y empapar nuestro pecho con sus lágrimas.
Como sucede con frecuencia en estos tiempos, a veces nos encontramos ante la disyuntiva de saber si las acciones humanas son resultado de enfermedades o de un análisis lógico por parte de quien las lleva a cabo. La muerte, como tal, tiene diferentes connotaciones, de acuerdo con las sociedades y las épocas históricas y dentro de este futuro ineludible, está el suicidio, cuya principal característica es la autodestrucción del individuo como consecuencia física. Dice Mallarmé que “la muerte es considerada por aquellos a quienes asedia: embriaga de azul nuestros ojos, cerrándolos...”
En la Edad Media la muerte de una persona era vista en Europa como un proceso en el que participaban grupos sociales diversos, por lo que experimentar un fin repentino era de lo más temido, en consecuencia, el suicidio no era la mejor causa para enterrar a un individuo si era Dios quien decidía estas cuestiones. Para el siglo XIX la muerte se instala en la casa, se transforma en un familiar al que se recibe en la habitación, de manera silenciosa, en privado y entonces empieza a disminuir la negrura del humo que cubría la decisión del suicida y se le ve incluso compasivamente.
Cando Eduardo Monteverde, relata sus vivencias como periodista de nota roja, concluye su capítulo “Quitarse la vida” con: “En el paraje El Retiro...” “La inmovilidad del parte policiaco y la tranquilidad del paisaje no revelan la agonía de los momentos suicidas. Tal vez desolación. Porque lo que es bien sabido, es que la muerte voluntaria está aderezada con sabores amargos, dolor, soledad (sea real o imaginada) y muchas veces, decepción. “
Historias de vida ¿o de muerte?
Hay quienes afirman que un suicida trabaja largo tiempo sobre su autodestrucción, es decir, se da a la tarea de planear un modo, un espacio y un momento para la consumación, y por otro lado, como sociedad famélica de estructuras y limitantes conductuales, se ha catalogado a los suicidas en diferentes tipos, a partir de las causas que los conducen a terminar voluntariamente con su vida. Sin embargo, si miramos debajo de la falda, esta clasificación parece deberse más a restricciones morales y formas de coerción para los destinos postmórtem de los humanos. Así es como una mujer resulta condenada socialmente si se suicida lentamente, por una profunda nostalgia, que inunda los recovecos de la falta de serotonina; un guerrero que comete Harakiri, es considerado con las más altas distinciones por haber conservado el honor y haber preferido asesinarse antes que caer en manos enemigas; un kamikaze puede ser considerado una figura nacional y Jesucristo terminó siendo el héroe altruista por antonomasia.
De cualquier manera, en el sustento de cada uno es posible encontrar una decisión para completar un ciclo y estar dispuesto a un cambio radical, imbuido en una combinación de relación intrínseca entre bioquímica y trabajo cognitivo y neuronal.
Una mujer alemana del siglo XII, Hildegarda von Bingen, estudió entre otras cosas, las implicaciones del lado femenino de Dios y algunas enfermedades humanas. Uno de los desórdenes que describe ampliamente es la condición melancólica, pero no sólo como enfermedad, sino como un estado provocado también por condiciones externas a la persona e incluso proporciona soluciones terapéuticas para exterminarla. Uno de los elementos fascinantes de sus estudios es la relación que establece entre la melancolía y la ausencia de felicidad, del gusto por los detalles cotidianos, por la comida y la plática; actualmente los especialistas afirman que uno de los factores causantes del suicidio es la depresión, ligada directamente a la ausencia de motivaciones, lo que para Hildegarda era una dimensión religiosa donde se vivía una ruptura entre Dios y el individuo.
Domesticadores de finales
¿Y qué hay del suicidio cotidiano?, ese que es emocional y se experimenta a diario o por ciclos, a manera de decisión personal para poder seguir adelante. Más allá de buscar domesticar a la muerte y entregarse a ella como amante, se le sigue para conseguir un final que se sabe conducirá al consecuente renacimiento mítico.
Éste podría parecer un concepto lejano y ajeno al ritmo que vivimos, pero es tan cercano como el ser con el que se comparte la cama. Y es muy probable también que de aquí parta el gusto por el conocimiento de la variedad de las formas de morir y de tener siempre la certeza que el renacimiento puede ser una cuestión volitiva, a nivel sensible y sensual.
Éste podría parecer un concepto lejano y ajeno al ritmo que vivimos, pero es tan cercano como el ser con el que se comparte la cama. Y es muy probable también que de aquí parta el gusto por el conocimiento de la variedad de las formas de morir y de tener siempre la certeza que el renacimiento puede ser una cuestión volitiva, a nivel sensible y sensual.
La búsqueda de la emancipación del dolor, después de haberlo recorrido y habitado se vuelve una necesidad que sabemos conducirá al exterminio interior. Es así como empieza a gestarse la aniquilación de un yo anterior que dará paso a un yo siguiente, con nuevas expectativas, planes y condiciones de existencia, un ser capaz de reconstruir el gusto por la diversidad con cada uno de sus matices.
Hay quien para no sucumbir a la fascinación del suicidio material, escribe, pinta, duerme y sueña, y en cada una de estas acciones deja sus vidas anteriores, las embalsama porque conoce el trayecto de su circulación sanguínea y puede separarse en fragmentos y dejarse listo para el trayecto. ¿Cómo no preferir esta muerte volitiva si la partida del amante también asesina aunque uno no tenga la voluntad de morir? . Es precisamente esto lo que torna atractivo e indispensable el suicidio: la capacidad de planear y asegurarnos de que el fin será ineludible y muy probablemente, cercano a lo previsto.
Esta auto-exigencia de eterno retorno, como seres individuales, es capaz de incendiar el interior de nuestro suicida emocional, cuya exigencia personal desatiende la desaparición física y trabaja en la eliminación del yo anímico para transformarlo y tener un nuevo semblante para continuar. Y lo mismo que los guerreros, podemos conservar el honor, antes que la cotidianidad que nos desagrada, decapitarnos o introducirnos simbólicamente una espada en el vientre de la perspectiva y las actitudes para desangrarnos unas horas y levantarnos después a atender el llanto de nuestros hijos y empapar nuestro pecho con sus lágrimas.
mayo 20, 2010
Corazón enamorado
Por Guillermo Ochoa
Entre el amor y la pasión, me incliné siempre por la segunda, convencido de la imposibilidad del amor. Sin embargo, un día perdí el Corazón, tal como sentenciaron mis amigos, que sucedería.
Entre el amor y la pasión, me incliné siempre por la segunda, convencido de la imposibilidad del amor. Sin embargo, un día perdí el Corazón, tal como sentenciaron mis amigos, que sucedería.
Apenas la conocí y por primera vez mi corazón dio señales de vida. Presuroso palpitó dentro de mi pecho. Cuando saltaba me oprimía la garganta obligándome a tartamudear; si lo hacía de lado, me oprimía los pulmones asfixiándome, casi.
El colmo era cuando brincaba sobre mi estrecho estómago, porque entonces una terrible náusea me invadía, seguido de un interminable cosquilleo al que suelen llamar “ansias locas”.
Esa ansiedad por volver a encontrarse con la causante de tal extravío volvió loco a mi pequeño e inexperto Corazón, que al fin cobraba conciencia de su encierro dentro de un cuerpo ajeno al amor.
El resto del Cuerpo protestó airado ante las arbitrariedades del Corazón, pues éste no dejaba de saltar ni de día ni de noche. Harto de tanta agitación, el Cuerpo demandó al Corazón ante el tribunal de la razón.
El Supremo Cerebro, juicioso como siempre, lo condenó a reprimir sus impulsos, a controlar la taquicardia, a trabajar a marcha pausada y no provocar insomnios ni opresión estomacal.
Sumiso, el Corazón aceptó la orden, no sin antes alegar insensibilidad por parte del Cuerpo e incomprensión del Supremo Cerebro. Por su parte, el jurado de la Razón aceptó como única concesión al Corazón obligar al Cuerpo a no encontrarse con aquella mujer causante de tanto alboroto.
A los Ojos les prohibió internarse en el pensamiento de aquella niña de mirada diurna; los Oídos quedaron inhabilitados para escuchar las melodías emitidas por aquella joven al hablar; y a las Manos se les obligó a no volverla tocar bajo ningún motivo o circunstancia.
Corazón, Cuerpo y Cerebro recobraron la armonía perdida y así se conservaron durante dos largas semanas, acatando, cada uno, las sentencias dictadas por la Razón.
Empero, ayer mi cuerpo se encontró con ella, frente a frente, sin que el Corazón pudiese pasarlo por alto.
Al reconocerla, se olvidó de sentencias, castigos y torturas. Convulsionó de inmediato y empezó a saltar vertiginosamente, El Pecho se expandió hasta donde pudo; el Estómago se contrajo para no verse lastimado; los Pulmones aceleraron su ritmo; los Ojos se desorbitaron en un arrebato incomprensible para ellos; y de pronto, ante tanta algarabía, la Garganta sintió una terrible nausea que culminó en vómito.
La Boca se dilató de tal manera que a la segunda arcada el Corazón encontró la puerta abierta para salir del cuerpo de un solo brinco.
Al verlo fuera de mí, quise regresarlo a su lugar, pero al intentar atraparlo, me escupió un chorro de sangre a la cara por la vena aorta y en mi confusión escapó rumbo a la calle. Lo perseguí durante varias cuadras antes de verlo introducirse en un piano bar. Ahí, aprovechó la ocasión para recargar con tres sorbos de coñac.
Al verse descubierto se refugió entre las cuerdas del piano. Yo sabía que la única forma de obligarlo a salir sería haciéndolo escuchar su canción favorita. El pianista empezó a tocar y de la voz de una cantante surgió el poema:
de mi pasado preguntas todo qué cómo fue
Si antes de mar debe tenerse fe / dar por un querer
La vida misma sin morir
Eso es cariño no lo que hay en ti…
El piano desafinaba a causa del Corazón que obstruía las cuerdas, cuando la cantante de voz bohemia dijo:
.. yo para querer, no necesito una razón
Me sobra mucho, pero mucho, corazón
Mi Corazón, sintió que su propio corazón se inflamaba de valor, convencido de no necesitar de la Razón, y decidió no renunciar al primer amor en su cansado andar. De un sólo impulso alcanzó la puerta rumbo a la calle.
Daba saltos y tumbos mientras aceleraba su carrera y quiero decir que iba radiante de alegría corriendo por esas calles congestionadas de gente y automóviles. Al llegar a una esquina se detuvo y muy quieto me miró de frente. Su aspecto se me hizo estremecedor, mi estómago sintió una profunda tristeza por él; los ojos abrillantados se compadecían y justo cuando la Razón estaba a punto de comprenderlo y perdonarlo, el Corazón se arrojó bajo las ruedas de un camión de basura explotando en un estallido tal, que mi oídos jamás olvidarán.
Así se intentó suicidar mi Corazón, el único que tenía.
Cuando el camión siguió su rumbo, detrás de él apareció una mano que con ternura lo levantó, lo llevó hasta su boca y de un sorbo lo engulló guardándolo en su propio corazón, era ella, la causante de su amor.
mayo 19, 2010
mayo 18, 2010
INTRODUCCION
Ante la Nueva Epidemia de Infidelidad, nada como la Tecnología a Nuestro Alcance
La lista de famosos que han condensado haber sido infieles a sus parejas no es corta: Tiger Woods. Jesse James. David Letterman, David Duchovny, Steve Phillips, Eliot Spitzer, John Edwards, Mark Sanford y más recientemente la estrella de la serie Bones, David Boreanaz.
Y si esto te preocupa no es porque seas paranoica. Después de todo, si Sandra Bullock, la niña buena de Estados Unidos, no logró que su chico malo se enfundara el traje de marido monogámico, ¿quién puede estar segura de que su marido no le está poniendo el cuerno a diestra y siniestra? Y es que el problema principal, es que vivimos en una época en la que el camino a la infidelidad se esconde tras un mensaje de texto o tras una ventana de Facebook.
Sin embargo, hay que admitir que la balanza de poder se inclina cada vez más hacia las Elins que hacia los Tiger Woods del mundo. En el mundo actual, la sociedad no está dispuesta a disculpar las indiscreciones maritales de los caballeros tan fácilmente como se disculpaban en el pasado.
Además, la tecnología está de nuestro lado: Los smartphones, las redes sociales y las computadoras personales registran cada llamada, cada mensaje de texto y cada correo electrónico que enviamos. Gracias a la tecnología moderna, cualquier persona que planee ser infiel debe saber que hay un 30 por ciento de probabilidad de que su desliz sea descubierto si deja la más mínima prueba en su teléfono, según el último informe Gadgetology Report de la compañía Retrevo sobre el mercado de los aparatos electrónicos.
Este informe recopiló datos acerca de las costumbres de espionaje de más de 1000 personas de Estados Unidos. La mayoría de las parejas se resiste a la tentación de espiar. Las mujeres llaman a sus parejas para saber qué hacen el 33 por ciento del tiempo, mientras que los hombres lo hacen el 30 por ciento del tiempo. Las parejas jóvenes son las que tienden más a espiarse. Aunque solo el 28 por ciento e los encuestados afirma espiar a sus parejas, el estudio de Retrevo reveló que el 38 por ciento de las personas de menos de 25 años que mantienen actualmente una relación revisado los mensajes digitales de sus parejas. De ese 38, el 10 por ciento de los que espiaban encontraron lo que buscaban, y terminaron su relación.
Por supuesto, las parejas casadas también se espían. Según el estudio de Retrevo, el 36 por ciento de las personas que mantienen una relación estable afirma que consultan discretamente los correos electrónicos y registros de llamadas de sus parejas. Sin embargo, solamente el 3 por ciento ha encontrado algo sospechoso.
Tal vez esto se deba a que no buscaron con el empeño suficiente, o a que no utilizaron dispositivos y programas adecuados para grabar todas las pulsaciones del teclado. Las tecnologías de registro de pulsaciones de teclado más avanzadas pueden incluso hacer búsquedas de palabras claves y notificárselo al usuario cada vez que la persona espiada las escriba.
Las nuevas cámaras activadas por movimiento también son muy útiles para supervisar las actividades de nuestra pareja. Logitech ofrece una buena selección de cámaras inteligentes a precios bastante razonables, ideales para mantener la seguridad. Con un poco de imaginación, cualquiera de estas cámaras se puede convertir en una valiosa herramienta de espionaje conyugal.
Lo que las personas dicen puede ser mucho más significativo que lo que hacen. En sitios Web como spy-tronix.com podemos adquirir grabadoras que se activan con la voz para la habitación, o grabadoras digitales que pueden grabar todas las llamadas que se hagan o reciban desde un teléfono.
Antes, era impensable servirse de satélites para localizar a nuestra pareja. Sin embargo, hoy en día es muy sencillo. ¿Una opción simpática y fácil de encontrar? El Geo F2 de FreightWatch Security Net. Este dispositivo de localización, del tamaño de una pastilla, fue diseñado inicialmente para introducirlo en frascos de píldoras con la finalidad de localizar a los ladrones de medicamentos que asaltaban las farmacias. Sin embargo, nada impide usar este dispositivo para localizar nuestro coche, bicicleta o incluso a nuestra pareja. Colocado en el coche del presunto adúltero, por ejemplo, este dispositivo que tiene un valor de 149 dólares puede ayudarnos a localizar a nuestro objetivo en tiempo real, mediante el servicio de supervisión FSNtracks de FSN.
¿Que el servicio muestra una paradita en el Hotel Mamacitas Felices? Bueno, quizás sea hora tener una larga (e incómoda) conversación con el trasgresor.
La mirada de Medusa
POR José Luis Durán King
En uno de los diálogos escritos con su característico cinismo –que, entre otras cosas, era la marca de la casa—, el escritor francés Louis Ferdinand Céline o, mejor dicho, su personaje más entrañable y alter ego Bardamu, escucha que un amigo le dice con tono incluso de melancolía: “¡Ay, Ferdinand, mientras vivas siempre buscarás el secreto del mundo entre las piernas de una mujer!”
Citas de escritores que han liberado los demonios de los deseos carnales en sus obras son legión. Pero no sólo los artistas han mostrado poco empacho en confesar o imaginar a través de sus creaciones la multitud de damas que han sido visitadas en sus lechos o perdido la virginidad o los calzones detrás de un árbol, quizá recuerden a la que se fugó a la medianoche con el pillo de la colonia, o a la secretaria, la enfermera, la aristócrata o la obrera, la gorda o la flaca, la chaparra o alta, la veleidosa rubia o la morena de fuego, todas, pero todas, han avivado en momentos en los que posiblemente ni imaginan la flama de la posesión en alguien, hombre o mujer, y que ese alguien está dispuesto a romper con su pasado, presente o futuro o, por lo menos, a dejar el tibio lecho del matrimonio o el compromiso para ir en pos de la brevedad disoluta del instante.
Hipocresías aparte, los hombres son (somos) infieles por naturaleza; es decir, está en nuestra naturaleza, y el que lo niegue, o simplemente es un reprimido disfrazado con la coraza de lo políticamente correcto, una víctima del malestar en la cultura o un muerto que camina como un espectro en medio de una multitud jovial de vivos.
Mi padre murió a los 50 años. Poco antes de que me dejara con un vacío en el estómago que no he podido llenar, yo observaba su tranquilidad, su cercanía con mi madre, su sedentarismo, y de alguna manera yo adivinaba que, cuando tuviera esa edad, estaría libre de los mordiscos tibios del sexo.
No fue así. Ahora que he rebasado la edad en la que él falleció, un rostro hermoso, una grácil figura, me causan los mismos estragos que antaño. Veo caminar a esas diosas cotidianas, flotar en el vapor que levantan las gotas de lluvia al reventar su efímera consistencia de suicidas sobre el asfalto y me imagino historias, dulces todas ellas, nostalgias de una vida con mujeres de las que no conozco siquiera el numero que calzan.
¿Cómo evitar el impulso de tejer un capítulo de amor con algunas de ellas? ¿Les sucede a todos los hombres lo mismo? Creo que sí. Creo que también ocurre con las mujeres. En una ocasión, cuando galanteaba a una mujer que estaba a punto de divorciarse, un proceso en el que yo puse mi granito de arena para catalizarlo, le llamé por teléfono. La conversación que sostuvimos no la recuerdo. Lo que sí se quedó enquistado hasta el fondo de mi memoria fueron las palabras que me dijo cuando nos encontramos en un café: “Hoy, mientras te escuchaba, me mojé”.
En esas complicidades, confesadas o no, radica el misterio de los amantes, de los furtivos, de los infieles, de los que reverencian la naturaleza ¿humana? con el más placentero de los instintos, en la acción y reacción, en la química orgánica que se produce entre dos, sean o no del mismo sexo. Uno pide y el otro da. La urgencia se vuelve emergencia e incluso las paredes que aún están frescas de la relación que con la velocidad del rayo queda atrás, se resquebrajan, se vuelven pasado inmediato.
Contrariamente a lo que la generalidad cree, la infidelidad duele y nunca pierde ese aroma nauseabundo de traición, aunque, como Lady Macbeth, laves las paredes y los pisos con Maestro Limpio. El pecado, por llamarle de alguna manera, se convierte en bajorrelieve, nunca en costra.
Una vez un amigo me preguntó con cuántas mujeres me he acostado en mi vida. Dije no saberlo, que no las he contado, y es cierto. No recuerdo cuántas, pero sí guardo en la memoria los romances que fueron fruto de la infidelidad, porque, quizá por su peculiar génesis, esos amores no están destinados al olvido, porque con la memoria de su ominosa presencia son como la Medusa: no puedes dejar de verla, aunque estés condenado a convertirte en piedra en cuanto la mires directamente a sus ojos llenos de pasión.
mayo 15, 2010
Lucía, romance net
Por: Guillermo Ochoa-Montalvo
A Alicia Alarcón
A Alicia Alarcón
Querida Ana Karen, Tan pronto como pude, acudí a la librería en busca de las Cartas de Kafka dirigidas a Felice, para compartirlas con Lucía, una de esas miles de personas que suelen conocer a alguien en la Internet, de inmediato, se hacen amigos; al día siguiente, se enamoran; antes de la semana, se "casan" y a los ocho días después de un tórrido y ardiente romance, se divorcian; todo a la velocidad de los correos electrónicos de hoy; fenómeno que la Secretaría de Hacienda debería aprovechar para instalar una oficina virtual del registro civil para oficiar bodas y divorcios en línea. De seguro, se obtendrían mayores divisas que las generadas por el petróleo.
Ciertamente, Ana Karen, las relaciones virtuales surgieron como un fenómeno convertido hoy, en un hecho cotidiano. Y bueno, la velocidad de un correo, precipita los compromisos, promesas y anhelos que pocas veces llegan a concretarse. Pero se disfrutan mientras duran.
La diferencia con el correo tradicional es el tiempo. Kafka cruzó mucho más de 500 cartas con Felice durante 5 años de noviazgo para terminar rompiendo el compromiso matrimonial en dos ocasiones. Cartas hasta de 30 páginas que viajaban de Praga a Berlín cada tercer día llenas de detalles que el mismo Kafka, le demandaba a Felice: “Quiero saciarme en los detalles”, le insistía.
Y con lujo de detalles kafkaiano y con esa misma pasión vertida en las cartas de Gala hacia Paul Eluard, Lucrecia le escribía a su virtual amante hasta cinco veces al día, de un continente al otro. Ocho años ininterrumpidos acumulando decenas de miles de mensajes y extensas cartas acompañadas de fotografías, música y vídeos como privilegio del postmodernismo o de la era cibernética, decía ella. Ocho años sin verse las caras sino a través de una indiscreta cámara digital que les permitió conocerse por completo, más allá de la intimidad. Ocho años postergando el encuentro por una y otra razón…
Ocho años gestando un amor decorado con ilusiones cubiertas de chantilly y chocolate. Besos extraviados en el ciberespacio y abrazos al aire contenidos en enormes cartas de 3 mega bites sin estampillas postales ni carteros de por medio. Todas, delicadamente impresas en papel rosa, siempre bajo la misma fuente script simulando la caligrafía desconocida del amante virtual.
Milena, la otra amante de Kafka, dejó como legado el diario donde Franz escribe: “Si tuviera alguien que me comprendiera, si tuviera una mujer que me comprendiera, eso sería tenerlo todo; tener a Dios”.
De la misma forma, Lucía encontró al hombre ideal, al hombre capaz de comprenderla en sus arrebatos y desvaríos, en sus anhelos y desamores, porque ante él, Lucía, casi no se guardó nada para sí. Hasta el pudor es vencido por la distancia, por esa incomprensible facilidad de escribir detrás de una pantalla sin el implacable juicio que ejerce una mirada cuando se habla a los ojos del otro. Esa sensación de libertad, se apoderó de Lucrecia quien, sin ninguna reserva, desnudó su alma y sus emociones haciendo nacer entre ellos una complicidad que pronto se convertiría en terapéutica dependencia, en amor, decía la pareja.
Lucía le ganó las primeras partidas de dominó en la mesa virtual de Yahoo, haciéndola sentir poderosa frente a Adrián quien sabía bien que no hay mayor placer en una mujer que saberse triunfadora sobre un hombre. El anzuelo quedó clavado en la mandíbula de Lucía por ocho años. Ceder a los caprichos de una mujer virtual no implica esfuerzo alguno, basta con borrar lo escrito y redactar de nueva cuenta.
Es como mantenerse en equilibrio sobre el piso sin riesgo a caer desde las alturas, y Adrián conocía perfectamente ese juego de seducción prolongado por ocho años.
Del dominó pasaron al dominio de Lucía sobre Adrián, sin oponer resistencia alguna, y de ahí, al juego de palabras en doble sentido. Sin percibirlo, entraron en las conversaciones íntimas y cuando menos lo pensaron, se tejía entre ellos un enorme manto de confesiones no declaradas ni a su propia conciencia.
Lucía se alejó de sus amistades para permanecer largas horas en espera de un mensaje de su ingenioso amado quien siempre la sorprendía con algo nuevo. El trabajo se alternaba con el romance: un mensaje para Adrián y una carta del director; una carta para Lucía y el estado financiero de la empresa; una foto y luego mil; un video tras otro y la canción de los dos. ¡Qué melosas son las relaciones cibernéticas! ¡Qué semejantes a las películas rosas del siempre y para siempre vivieron felices! Si los romances virtuales se parecieran en algo a los reales, ahí deberíamos instalarnos para siempre.
“Eso del amor es un cuento”, le repetía su madre al verla tan ilusionada, tan absorta en sus divagaciones; y Lucía le respondía con la misma frase sacada de alguna parte: “ Un momento separado de todos los momentos, tiene años esperándote fuera de los años” . Ocho años pasaron postergado el encuentro.
Durante la navidad, la sorprendió el cartero con un sobre y dentro de él, una carta manuscrita; la primera de puño y letra de Adrián. Se quedó quieta como una estatua, una estatua cansada y cubierta de polvo. El cabello cubrió su mirada sombría, su rostro cabizbajo. Las manos le temblaban al sostener el papel arrugado escurriendo lágrimas de tinta negra. Lucía elevó el rostro hacia la luz de la ventana, avanzó como zombi hacia el jardín flotando sobre sus pasos. La boca seca murmuraba algo en voz muy baja, aquel rictus de alegría se nublaba bajo la tempestad de sus emociones encontradas. Se sintió vieja y acabada, los años se le vinieron encima en cuestión de segundos; ocho años postergando el encuentro, un segundo para conocer el adiós.
¿Recuerdas los viejos tiempos, Adrián?, se repetía en silencio. ¿Recuerdas nuestras promesas y aquel viejo poema que acompañaba a cada una de nuestras ardientes cartas? Recuerdas las veces que me dijiste que lo nuestro era para siempre y por siempre?. Yo sí lo recuerdo, ¿cómo podría olvidarlo si mi vida la tejí a lado de un fantasma sin sustancia? Escucho aún tu voz llamando al teléfono, la llevo grabada en mi mente como grabé tus palabras en el corazón. No, no te culpo de nada, una misma se engaña y me aferré a una idea, porque eso fuiste, ahora lo sé. Eso del amor es un cuento, ahora lo sé.
¿Recuerdas cómo nos conocimos? Siempre ganándote en los juegos, siempre saliendo triúnfate en cada partida… y mira ahora, tú me das mate en un movimiento. No te culpo de nada, pero tampoco te perdono, no podría hacerlo porque si te perdono, te olvido, eso lo cantabas siempre cuando nos enojábamos por alguna razón, ¿lo recuerdas? Yo si lo recuerdo, como cada una de las canciones que me enviabas llenas de emoción. ¿Recuerdas aquella larga llamada en tu cumpleaños cuando terminamos quemando el teléfono con nuestra ardientes palabras y me hiciste sentir mujer de agua? Yo sí lo recuerdo y mantengo ese ardor hasta el día de hoy en espera de un beso real y de un abrazo carnal. Pero ya no será.
¿Sabes Adrián?, me hiciste feliz durante esta larga espera, nunca conocí tu aroma ni el calor de tu piel; tampoco pude morder tus labios ni rodearte al cuello y sin embargo, te percibo real, cercano, muy dentro de mí, podría reconocerte entre miles y ya formas parte de mi historia...
¿Te confieso algo? Nunca asistí a ninguna universidad y menos a estudiar Derecho; nunca viajé por Sudamérica, ni siquiera salgo de mi ciudad, y tampoco asistía a esas opulentas fiestas de blanco y negro, que tanto insistías en que te relatara con lujo de detalle. Pero hay algo más que debo decirte, y no sé si llegues a saberlo algún día, mi vida siempre fue gris hasta que te conocí, me devolviste la sonrisa y la alegría de vivir, me aferré a una ilusión que nunca debió terminar, me hiciste creer en mí y valorarme como mujer, algo que mi marido en estos ocho años, nunca me dio.
¿Te confieso algo? Nunca asistí a ninguna universidad y menos a estudiar Derecho; nunca viajé por Sudamérica, ni siquiera salgo de mi ciudad, y tampoco asistía a esas opulentas fiestas de blanco y negro, que tanto insistías en que te relatara con lujo de detalle. Pero hay algo más que debo decirte, y no sé si llegues a saberlo algún día, mi vida siempre fue gris hasta que te conocí, me devolviste la sonrisa y la alegría de vivir, me aferré a una ilusión que nunca debió terminar, me hiciste creer en mí y valorarme como mujer, algo que mi marido en estos ocho años, nunca me dio.
mayo 14, 2010
Los brazos de otro
POR Miguel Ángel Quemain
Para JL y K, fieles a sí mismos
Para JL y K, fieles a sí mismos
Ella dejó de serle infiel cuando Él le confesó que le excitaba mucho verla en brazos de otro. “En brazos de otro” era un decir pues lo que ella hacía con ese cuerpo ajeno (habría que referirlo en plural por su número aunque su representación siempre fuera la misma) era intercambiar fluidos, humores y hasta palabras que todavía hace algunos años la ruborizaban.
Infiel es aquel que ha perdido la fe en algo o en alguien. Los rituales han perdido su sentido y se realizan de una manera mecánica, sin esperar nada de ellos. Pero Ella se situaba en las antípodas, incluso había recuperado una fe que consideraba perdida porque con ella se conectaba con un cuerpo propio que en otro tiempo sintió en el abandono.
Que otros hombres poblaran su vida era un acto de fidelidad a ese mundo de imágenes que había construido con Él y que repasaban juntos tratando de despojarlo de las repeticiones que caracterizan a las ceremonias del porno.
A pesar de que grababan y fotografiaban las sesiones donde ella era plenamente atendida por otro o por otros, donde ella retribuía los favores recibidos sin pensar en ningún equilibrio ni de orden geométrico ni aritmético, lo que verdaderamente los encendía era el recuerdo al que convoca la ejecución verbal. Las imágenes que se presentaban frente a ellos eran las elaboradas con destreza verbal, con el atrevimiento de descubrir el cuerpo amado en poder de otro, fascinado en extremo por sus desadjetivadas argucias.
Cuando compartió con su amiga L la visión de estas representaciones escénicas frente a su amado, notó un extraño mohín que podía repartirse entre el asco y el susto. Ella se representaba con desprecio y odio las escenas donde su amado llegaba a su casa, saludaba a su esposa y besaba a sus niños. Sabía que era una especie de amor que se volvió obligado y que contrastaba con sus pasiones hoteleras que ahogaban, entre gemidos auténticos y fingidos, los tiempos muertos, las escapadas de la oficina donde eran mirados, criticados y admirados por su infidelidad desafiante.
Para ella era lo mismo, su esposo, ese amigo querido, el padre de sus dos hijas, no se daba cuenta de esa doble vida, de esa pérdida de la fe en que se habían convertido sus mecánicos encuentros. Es una mujer “infiel” como todos los que “nos casamos muy jóvenes”, los que “confundimos nuestra pareja con una promesa que nos llevará lejos de nuestro mundo doméstico de la infancia”.
Todos los viernes L trata de recuperar la fe de hotel en hotel. El le ha prometido que dejará a su esposa, ella que en cuanto le diga “hoy” recogerá sus cosas, le dará un beso a sus niñas y se perderá para siempre en la prometedora continuidad de Tlalpan.
La Infidelidad femenina
Por Ximena De la Cueva
NINFOMANÍA
Te tuve entre mis manos:
La humanidad entera en una nuez.
—Rosario Castellanos—
El amor, la sensualidad, las expresiones de cariño y de atracción erótica son adoquines en nuestro camino como sociedades humanas; sus matices están dados por características que compartimos como grupo y que enfatizamos o ignoramos como individuos. Como parte del conjunto de sensaciones y actitudes relacionadas con ellas, existen conductas que las expresan de manera más clara y provocan que las personas sean señaladas como seres sexuales y sexuados, para bien y para mal, según la época de la pupila y el dedo de quienes señalan, es decir, esas clasificaciones están más relacionadas con la forma en que se percibe a las acciones, que con su presencia.
La infidelidad se vive, se percibe y concibe de maneras distintas, siempre permeadas por la cultura de quien la experimenta en cualquiera de las tres posiciones para ello dispuestas. La mujer infiel construye su infidelidad desde el encuentro con la posibilidad del primer atisbo de zambullirse en ella, hasta la concreción que abre otras opciones a su cotidianidad. Esta acción, que se vuelve un conjunto de realidades y actividades diarias, sea llamar o no llamar, ver o no ver, pero eso sí, siempre sentir.
Esta “transgresión”amorosa es tratada por las participantes desde varios planos; se desmenuza tanto en la mesa donde se comparten las novedades y anhelos existenciales con las amigas, hasta en el sofá donde la encarnan con el sujeto de deseo. De cualquier manera, éste será un acontecimiento que, sea efímero o prolongado, absurdo o estable, marcará la epidermis sensual y el concepto que de sí misma tenga la protagonista.
Evolución humana o la recolectora infiel
Si partimos del hecho de que, en cuanto a cantidad de tiempo, hemos sido cazadores recolectores la mayor parte de nuestra estancia sobre el planeta, tal vez la imagen que tenemos de nuestro desempeño sexual se modifique. De inicio, las mujeres invierten mucho más tiempo y energía que los hombres en la reproducción, simplemente por incluir la producción del óvulo, la gestación y la crianza, lo que se refleja también en las estrategias reproductivas en primera instancia, y en la búsqueda de cópula placentera en segunda instancia. Es por esto que se eligen parejas adecuadas no sólo para la gestación, sino también para la crianza, y las características genéticas deseadas se relacionan con resistencia corporal, intelectual, estética e incluso emotividad.
Si esto es así, entonces, en términos biológicos, ¿por qué una hembra no elige siempre al mismo macho y por qué no todas las hembras eligen al mismo macho? La respuesta pide simplemente que tengamos presentes los cambios y la diversidad en los grupos, tanto en los más cercanos y pequeños, como en los más grandes, que son las sociedades.
La pluralidad empieza por proveer y moldear las perspectivas e ideología de los miembros que las conforman y en consecuencia, el deseo, de modo que la historia de vida y las características físicas hacen que una mujer elija al hombre para cada momento de su vida, pues la única monogamia comprobada como característica humana a partir de bases biológicas, es la serial.
Ayeres más cercanos o la reflexión pélvica
Los conceptos y los códigos de expresión amorosa han cambiado a lo largo de los siglos, de modo que los besos y el concubinato han adquirido distintas tesituras, para adecuarse a las necesidades de las sociedades y cumplir con sus condiciones históricas. En Europa, en el siglo XVII, la pasión resultaba insuficiente para establecer una relación de pareja consensuada que implicara amor, por lo que los compromisos maritales se basaban una serie de eventos que poco tenían que ver con las respuestas hormonales ante el desfile de hombres aptos para el compromiso atemporal.
Fue hasta el siglo XVIII cuando la reflexión llegó a sentarse en el trono de la forma de pensar e interpretar el mundo y se definió que el significado del amor implicaba sensualidad, lo que terminó separando esta forma de pensar de la mera sexualidad, y por ende la infidelidad adquirió otro sentido. Esta nueva ventana al encuentro de los cuerpos colocó a la mujer en una situación que, aún en contra de las normas sociales que le indicaban permanecer indefinidamente con su marido, también le abrieron la posibilidad de especular y decidir tener un amante como parte de su búsqueda personal. La era del Romanticismo es el Cancerbero que vigila la entrada a todas nuestras decisiones.
La búsqueda del yo en el río
Se dice que alguien o algo es fiel cuando es puntual, preciso, exacto, y en consecuencia, raya en la perfección, que por definición resulta inamovible. ¿Quién entonces, en su sano juicio, querría o tendería a la estática perfecta?, ¿quién, que además geste la vida en su cuerpo y que a diario observe transformaciones orgánicas en su interior y superficie podría siquiera imaginarse inactiva?
Hoy sabemos que la infidelidad implica voluntad, y sería posible decir que su ontología va de la mano de la búsqueda de la identidad, a través del encuentro con el nuevo sujeto de deseo, aquel o aquella que escapan al pasado que se construyó con la pareja original que “padece” el evento.
Una característica humana, también prudentemente estudiada, es la necesidad de individuación, que en ocasiones se diluye en relaciones largas, de modo que la búsqueda se reinicia y resulta fascinante percatarse de que la Ítaca a la que alguna vez se llegó se modificó y partió hacia otras latitudes. Sucede entonces que la posibilidad latente de un nuevo encuentro con un puerto diferente, mantiene el brillo en la mirada de las mujeres que gritan o esconden su aventura, pero la siguen y la colman de confidencias corporales para construir una complicidad sobre otra base. Y como regalo contradictorio del reflexivo 1789, las expresiones que se producen a partir del descubrimiento de los infieles, sea por voluntad de estos o por descuido, son básicamente emotivas.
La mujer infiel encarna a uno de los amorosos de Sabines, un ser dotado de fibras que la conducen a la búsqueda de su pupila reflejada en la pupila ajena, al encuentro del reconocimiento de los contornos personales a través de las travesías de los dedos del amante, para reconstruirse como unidad sensual y reflexiva, que se entrega a la contraparte elegida.
Medias negras
Por Óscar Garduño Nájera
Un día extraviaste tus medias negras, y después de mucho buscar por todo el cuarto de hotel, apagamos la luz e hicimos el amor. Lloré entonces sin saber bien a bien el motivo. Tú dijiste que era un “tontito”, que nunca te ibas a ir de mi lado a menos que yo así lo deseara; más tarde me pediste un abrazo.
Amaneció y los dos gateamos dando círculos sobre la alfombra. Volviste a preguntar por tus medias negras y nuevamente las busqué, mientras tú abrías la regadera dentro del baño. Querías estar a solas unos cuantos minutos.
Busqué y busqué y las malditas medias negras no aparecieron. Aunque, para ser sinceros, ya de nada servirían: las habíamos dejado hechas trizas la noche anterior, justo cuando te paraste encima de mí y metí mis manos por debajo de tu falda a cuadros.
El sonido del agua era un murmullo que se extendía por el cuarto. Repentinamente sonó tu teléfono celular; luego se hizo un silencio de timbre apagado, y luego sonó otra vez el timbre, insistente, molesto. Creo que quise gritar desde la cama: “tu celular está sonando”, eso sólo lo creo, porque la verdad fue que contesté.
Silencio al otro lado de la línea. Silencio en el cuarto de hotel. Hice una pregunta. Silencio. Luego la voz grave de un hombre preguntó por ti y tuve la paciencia para decirle que te estabas bañando.
Colgó.
Saliste, con el cabello mojado, sonreías.
Algo de repente se quebró esa mañana entre los dos. Secabas tu cuerpo; todavía con la toalla alrededor de la cintura te subiste a la cama y me pediste que hiciéramos otra vez el amor antes de irnos.
Nuestras imágenes parecían posar en el espejo cuando empecé a llorar de nuevo. Sonó otra vez tu celular. “No voy a contestar”, dijiste, “tú eres más importante”. Luego lloré dentro del baño, sentado en la taza, bajo el agua de la regadera, mientras te escuché susurrar que estabas en casa, que se te había hecho tarde para la cita, que había contestado un primo…
Bajo la regadera.
Supongo que la vida se va más rápido de lo que pensamos luego de que algo se quiebra dentro de nosotros; es decir, cierras los ojos y al abrirlos eres otro, pero una parte de aquello que fuiste se fue, quedó atrás, justo cuando algo se hizo trizas dentro de ti, cuando no pudiste contener el aliento y las circunstancias adversas te sublevaron.
Y también supongo que existen remolinos que juegan con nosotros, que nos chupan dentro de enormes espirales, y un buen día no sabemos cómo salir. Pensamos que todo va a estar bien cuando en realidad no es cierto: algo que se quebró, algo que es irremplazable, y a partir de ahí andamos incompletos.
Un chorro de agua sobre mi rostro y mis lágrimas. Recargado en los azulejos del baño me dejé caer y ahí me quedé durante algunos minutos. Tú preguntaste si todavía iba a tardar mucho: se te hacía tarde para ir a una reunión con tus familiares. Te contesté que no mordiendo mis labios, apretándolos para contener las palabras. Salí y te pedí estar a solas. “Pero si acabas de estar solo en el baño”, dijiste. Tras mucho insistir, subiste tu falda a cuadros, abotonaste tu blusa negra y escapaste del cuarto de hotel, no sin antes gritarme que me estaba volviendoloco y que luego me llamarías por teléfono.
De vez en cuando sacó lo que queda de las medias, las extiendo sobre la cama y algunas veces lloro mientras las abrazo. A partir de ahora ignoro qué sucederá conmigo y la verdad no me interesa saberlo: hablo con pedazos de unas medias negras y ellas me responden. Después de todo, quién sabe, quizás vuelva a comenzar.
Infidelidades de un poeta
Introducción y selección de texto, Magali Tercero
El poeta francés Francis Ponge hizo de “las cosas” su tema principal. Al grado de plantear, en su diario literario de 1947, numerosas reflexiones sobre el escaso respeto que le merecían las ideas. Puede decirse, pues, que fue un hombre infiel a sus ideas, como lo comprueban estos párrafos escritos entre diciembre de 1946 y febrero de aquél año. Nacido en Montpellier el 27 de marzo de 1899, falleció en Bar-sur-Loup el 6 de agosto de 1988. Fue miembro del movimiento surrealista y del Partido Comunista. Es considerado como uno de los escritores más interesantes de la posguerra. Su libro más conocido es “El partido de las cosas”.
Del Diario de Francis Ponge:
“Sin duda que no soy muy inteligente: en todo caso, las ideas no son mi fuerte. Siempre he sido decepcionado por ellas. Las opiniones mejor fundadas, los sistemas filosóficos más armoniosos (los mejor construidos) siempre me parecieron absolutamente frágiles, me causaron desasosiego, melancolía, una penosa sensación de inconsistencia. Me siento menos seguro que nadie de las posiciones que puedo llegar a pronunciar durante una discusión. Las que se me oponen me parecen casi siempre igualmente válidas; digamos, para ser exacto: ni más ni menos válidas. Me convencen, me desarman fácilmente. Y cuando digo que me convencen, quiero decir, antes que de una verdad, por lo menos de la fragilidad de mi propia opinión. Y además, el valor de las ideas se me presenta la mayoría de las veces en proporción inversa al ardor empleado para sostenerlas. El tono de la convicción (e incluso de la sinceridad) se adopta, según creo, tanto para convencerse uno mismo como para convencer al interlocutor, y más aún quizás para reemplazar la convicción. De alguna manera, para reemplazar la verdad ausente de las proposiciones sostenidas. Eso es lo que siento muy profundamente. De modo que las ideas como ideas se me presentan como aquello de lo que menos soy capaz, y casi no me interesan. Me dirán sin duda que eso también es una idea (una opinión)… pero las ideas, las opiniones, me parece que son gobernadas en cada uno por algo muy distinto al libre albedrío o al juicio. Nada me parece más subjetivo, más epifenómico. Apenas puedo entender que alguien se vanaglorie de ellas. Me parecería insoportable que se pretendiera imponerlas. Procurar que la propia opinión sea objetivamente, o de manera absoluta, me parece tan absurdo como afirmar por ejemplo que los cabellos rubios rizados son más verdaderos que los cabellos negros lacios, el canto del ruiseñor más cercano a la verdad que el relincho del caballo.”
“[…] Ocurre algo un tanto diferente con lo que llamaré las constataciones; o si se quiere, las ideas experimentales. Siempre me pareció deseable que nos entendiéramos, si no en torno a opiniones, al menos acerca de hechos bien establecidos, y si esto todavía resulta demasiado pretencioso, al menos acerca de algunas definiciones sólidas.”
“Tal vez era natural que con tales disposiciones (disgusto por las ideas, gusto por las definiciones) me dedicara al inventario y a la definición en primer lugar de los objetos del mundo exterior, y entre ellos de los que constituyen el universo familiar de los hombres de nuestra sociedad en nuestra época. [….] Si las ideas me decepcionan, no me dan su beneplácito, es porque yo les doy demasiado fácilmente el mío al ver que lo solicitan, estando hechas sólo para eso. Las ideas me piden mi consentimiento, lo exigen y me resulta demasiado natural dárselo: ese don, ese acuerdo, no me causa ningún placer, más bien cierto desasosiego, cierta náusea. Los objetos, los paisajes, los acontecimientos, las personas del mundo exterior, me brindan por el contrario mucho beneplácito. Atraen mi convicción. Por el solo hecho de que no lo necesitan en absoluto. […] La variedad de las cosas es lo que en realidad me construye. Mi razón de ser, si es preciso que yo exista a partir de ella, sólo podrá ser mediante una determinada creación de mi parte acerca de ella. ¿Qué creación? El texto. [Una obra de arte] Ésa es otra realidad, otro mundo exterior, que también me brinda más beneplácito porque no solicita el mío (costado escandaloso, provocativo de las novedades artísticas).”
Amantes=Parches pa´que no truene la burbuja de la ilusion conyugal
Por Karini Apodaca
Lo primero que supe de él fue por mi madre, que llegó un día toda emocionada y me dijo: “Los hijos del Señor Vázquez están guapísimos”. Yo, con mi cara de típica dieciochoañera apática, pregunté “¿Quién es el señor Vázquez?” Mi madre me respondió, “el nuevo socio de tu tío. Sus hijos van a estar trabajando en el taller de joyería, porque quiere que aprendan el oficio”.
Mis primos también trabajaban en el taller, así que después de mucho pensarle y hacer números, decidí entrarle yo también a la fiebre joyera.
La primera vez que lo vi me molestó la cara de alucinado que puso, y de ahí en adelante, traté de no coincidir en horarios con los hijos del Señor Vázquez.
Una tarde, deprimida, lamentaba con mi prima Briguitte mi nula vida romántica: todas tenían novio menos yo. Mi prima, que para asuntos de celestina se pintaba sola, me comentó cómo Carlos, el hijo menor del Señor Vázquez, no dejaba de mirarme. Así que cual nalga voladora fui directo al taller, donde se encontraba el susodicho. Con aires de femme fatale le pregunté “¿estás solo?” Senda idiota, porque era obvio que estaba solo. Él, con cara de “a ésta se le zafó un tornillo”, miró a su alrededor y contestó afirmativamente con la cabeza.
Desde ese día platicamos todas las tardes; así que cuando inició nuestro noviazgo, todos los que participábamos en el taller estaban felices y emocionados; éramos algo así como Lady Di y el príncipe Carlos cuando anunciaron su boda.
Malamente ambos somos bastante orgullosos y, antes de llegar al mes, terminamos; luego volvimos, luego terminamos, y así, como ping pong profesional, tiro tras tiro, viendo quién hacía el mejor saque.
Nos dejamos de ver por dos años; él me llamó después de una Navidad y nos reunimos para tomar un café. Sentimos la misma emoción que vivimos diez años atrás cuando nos conocimos, así que retomamos nuestro gusto por vernos, aunque con menos frecuencia que antes, y de ahí al brinco de amarnos no fue más que la consecuencia lógica.
Hicimos muchos planes, todo era cuestión de darle tiempo a las cosas para terminar viviendo juntos.
Y hubiéramos seguido jugando a nuestro reino en las nubes, de no ser porque una noche con cara de angustia me confesó que me había sido infiel. Yo me retiré lentamente aún en shock. Después de todo fue él quien por iniciativa propia me había prometido no tener sexo con su esposa.
Me quedé helada, yo acababa de separarme de mi esposo y mudarme de casa, donde, cuando no estaban mis hijos, él pasaba casi la noche completa de los sábados.
Enojada, le pregunté por qué me lo había dicho, por qué prometió algo que no podía cumplir. Le pedí que se marchara, le dije que si me había sido infiel con su esposa debió callarse y no decírmelo, debió cargar solo el peso de su promesa rota y no esperar la absolución confesándomelo.
Al día siguiente, ya más tranquilos, hablamos. Ahí fue cuando me enteré que por ser una mujer muy independiente y no necesitar que un hombre viva conmigo, sus planes eran tener esta doble vida sin límite de tiempo.
En media hora caí de mi trono de reina ―porque así me sentía― la muy bruta juraba que si él prefería estar conmigo era porque al final de la partida yo había ganado sobre su esposa. Las palabras de Norma sonaron en mi cabeza: “no te emociones mucho, los hombres nunca dejan a sus esposas”.
Odié todo el tiempo que le dediqué, odié haber sido tan romántica, odié no reconocer desde el principio que una nalga nunca deja de ser una nalga, por mucho esfuerzo que una ponga.
Hay quien puede conformarse con tener el cuerpo en un lugar y el corazón en otro. Hay quien se conforma también con tener el cuerpo pero no el corazón del amado. Yo descubrí que no tenía esa capacidad, así que por mucho que me buscó nunca más volví a verlo. No me gustó ser “mujer de clóset”. La idea de que las amantes reciben sólo lo mejor, al menos en mi caso, puedo decir que no es cierto, a la amante le toca ser ese ser “perfecto” que vive el noventa por ciento de su tiempo añorando, entendiendo y esperando. Un amante es únicamente un parche que impide que truene la burbuja de la falsa felicidad conyugal.
Pero eso no quiere decir que lamente mi decisión de terminar mi matrimonio, lo dije hace tiempo y lo digo hoy: mi ex esposo tenía el derecho de ser amado, amor que yo ya no sentía por él. Amor que yo tampoco sentí de su parte.
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