mayo 21, 2010

El eterno retorno del suicidio emocional

Por Ximena de la Cueva

Como sucede con frecuencia en estos tiempos, a veces nos encontramos ante la disyuntiva de saber si las acciones humanas son resultado de enfermedades o de un análisis lógico por parte de quien las lleva a cabo. La muerte, como tal, tiene diferentes connotaciones, de acuerdo con las sociedades y las épocas históricas y dentro de este futuro ineludible, está el suicidio, cuya principal característica es la autodestrucción del individuo como consecuencia física. Dice Mallarmé que “la muerte es considerada por aquellos a quienes asedia: embriaga de azul nuestros ojos, cerrándolos...”

En la Edad Media la muerte de una persona era vista en Europa como un proceso en el que participaban grupos sociales diversos, por lo que experimentar un fin repentino era de lo más temido, en consecuencia, el suicidio no era la mejor causa para enterrar a un individuo si era Dios quien decidía estas cuestiones. Para el siglo XIX la muerte se instala en la casa, se transforma en un familiar al que se recibe en la habitación, de manera silenciosa, en privado y entonces empieza a disminuir la negrura del humo que cubría la decisión del suicida y se le ve incluso compasivamente.

Cando Eduardo Monteverde, relata sus vivencias como periodista de nota roja, concluye su capítulo “Quitarse la vida” con: “En el paraje El Retiro...” “La inmovilidad del parte policiaco y la tranquilidad del paisaje no revelan la agonía de los momentos suicidas. Tal vez desolación. Porque lo que es bien sabido, es que la muerte voluntaria está aderezada con sabores amargos, dolor, soledad (sea real o imaginada) y muchas veces, decepción. “

Historias de vida ¿o de muerte?
Hay quienes afirman que un suicida trabaja largo tiempo sobre su autodestrucción, es decir, se da a la tarea de planear un modo, un espacio y un momento para la consumación, y por otro lado, como sociedad famélica de estructuras y limitantes conductuales, se ha catalogado a los suicidas en diferentes tipos, a partir de las causas que los conducen a terminar voluntariamente con su vida. Sin embargo, si miramos debajo de la falda, esta clasificación parece deberse más a restricciones morales y formas de coerción para los destinos postmórtem de los humanos. Así es como una mujer resulta condenada socialmente si se suicida lentamente, por una profunda nostalgia, que inunda los recovecos de la falta de serotonina; un guerrero que comete Harakiri, es considerado con las más altas distinciones por haber conservado el honor y haber preferido asesinarse antes que caer en manos enemigas; un kamikaze puede ser considerado una figura nacional y Jesucristo terminó siendo el héroe altruista por antonomasia.

De cualquier manera, en el sustento de cada uno es posible encontrar una decisión para completar un ciclo y estar dispuesto a un cambio radical, imbuido en una combinación de relación intrínseca entre bioquímica y trabajo cognitivo y neuronal.

Una mujer alemana del siglo XII, Hildegarda von Bingen, estudió entre otras cosas, las implicaciones del lado femenino de Dios y algunas enfermedades humanas. Uno de los desórdenes que describe ampliamente es la condición melancólica, pero no sólo como enfermedad, sino como un estado provocado también por condiciones externas a la persona e incluso proporciona soluciones terapéuticas para exterminarla. Uno de los elementos fascinantes de sus estudios es la relación que establece entre la melancolía y la ausencia de felicidad, del gusto por los detalles cotidianos, por la comida y la plática; actualmente los especialistas afirman que uno de los factores causantes del suicidio es la depresión, ligada directamente a la ausencia de motivaciones, lo que para Hildegarda era una dimensión religiosa donde se vivía una ruptura entre Dios y el individuo.

Domesticadores de finales
¿Y qué hay del suicidio cotidiano?, ese que es emocional y se experimenta a diario o por ciclos, a manera de decisión personal para poder seguir adelante. Más allá de buscar domesticar a la muerte y entregarse a ella como amante, se le sigue para conseguir un final que se sabe conducirá al consecuente renacimiento mítico.

Éste podría parecer un concepto lejano y ajeno al ritmo que vivimos, pero es tan cercano como el ser con el que se comparte la cama. Y es muy probable también que de aquí parta el gusto por el conocimiento de la variedad de las formas de morir y de tener siempre la certeza que el renacimiento puede ser una cuestión volitiva, a nivel sensible y sensual.

La búsqueda de la emancipación del dolor, después de haberlo recorrido y habitado se vuelve una necesidad que sabemos conducirá al exterminio interior. Es así como empieza a gestarse la aniquilación de un yo anterior que dará paso a un yo siguiente, con nuevas expectativas, planes y condiciones de existencia, un ser capaz de reconstruir el gusto por la diversidad con cada uno de sus matices.

Hay quien para no sucumbir a la fascinación del suicidio material, escribe, pinta, duerme y sueña, y en cada una de estas acciones deja sus vidas anteriores, las embalsama porque conoce el trayecto de su circulación sanguínea y puede separarse en fragmentos y dejarse listo para el trayecto. ¿Cómo no preferir esta muerte volitiva si la partida del amante también asesina aunque uno no tenga la voluntad de morir? . Es precisamente esto lo que torna atractivo e indispensable el suicidio: la capacidad de planear y asegurarnos de que el fin será ineludible y muy probablemente, cercano a lo previsto.

Esta auto-exigencia de eterno retorno, como seres individuales, es capaz de incendiar el interior de nuestro suicida emocional, cuya exigencia personal desatiende la desaparición física y trabaja en la eliminación del yo anímico para transformarlo y tener un nuevo semblante para continuar. Y lo mismo que los guerreros, podemos conservar el honor, antes que la cotidianidad que nos desagrada, decapitarnos o introducirnos simbólicamente una espada en el vientre de la perspectiva y las actitudes para desangrarnos unas horas y levantarnos después a atender el llanto de nuestros hijos y empapar nuestro pecho con sus lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario