mayo 20, 2010

Corazón enamorado

Por Guillermo Ochoa
Entre el amor y la pasión, me incliné siempre por la segunda, convencido de la imposibilidad del amor. Sin embargo, un día perdí el Corazón, tal como sentenciaron mis amigos, que sucedería.

Apenas la conocí y por primera vez mi corazón dio señales de vida. Presuroso palpitó dentro de mi pecho. Cuando saltaba me oprimía la garganta obligándome a tartamudear; si lo hacía de lado, me oprimía los pulmones asfixiándome, casi.

El colmo era cuando brincaba sobre mi estrecho estómago, porque entonces una terrible náusea me invadía, seguido de un interminable cosquilleo al que suelen llamar “ansias locas”.

Esa ansiedad por volver a encontrarse con la causante de tal extravío volvió loco a mi pequeño e inexperto Corazón, que al fin cobraba conciencia de su encierro dentro de un cuerpo ajeno al amor.

El resto del Cuerpo protestó airado ante las arbitrariedades del Corazón, pues éste no dejaba de saltar ni de día ni de noche. Harto de tanta agitación, el Cuerpo demandó al Corazón ante el tribunal de la razón.

El Supremo Cerebro, juicioso como siempre, lo condenó a reprimir sus impulsos, a controlar la taquicardia, a trabajar a marcha pausada y no provocar insomnios ni opresión estomacal.

Sumiso, el Corazón aceptó la orden, no sin antes alegar insensibilidad por parte del Cuerpo e incomprensión del Supremo Cerebro. Por su parte, el jurado de la Razón aceptó como única concesión al Corazón obligar al Cuerpo a no encontrarse con aquella mujer causante de tanto alboroto.

A los Ojos les prohibió internarse en el pensamiento de aquella niña de mirada diurna; los Oídos quedaron inhabilitados para escuchar las melodías emitidas por aquella joven al hablar; y a las Manos se les obligó a no volverla tocar bajo ningún motivo o circunstancia.

Corazón, Cuerpo y Cerebro recobraron la armonía perdida y así se conservaron durante dos largas semanas, acatando, cada uno, las sentencias dictadas por la Razón.

Empero, ayer mi cuerpo se encontró con ella, frente a frente, sin que el Corazón pudiese pasarlo por alto.

Al reconocerla, se olvidó de sentencias, castigos y torturas. Convulsionó de inmediato y empezó a saltar vertiginosamente, El Pecho se expandió hasta donde pudo; el Estómago se contrajo para no verse lastimado; los Pulmones aceleraron su ritmo; los Ojos se desorbitaron en un arrebato incomprensible para ellos; y de pronto, ante tanta algarabía, la Garganta sintió una terrible nausea que culminó en vómito.

La Boca se dilató de tal manera que a la segunda arcada el Corazón encontró la puerta abierta para salir del cuerpo de un solo brinco.

Al verlo fuera de mí, quise regresarlo a su lugar, pero al intentar atraparlo, me escupió un chorro de sangre a la cara por la vena aorta y en mi confusión escapó rumbo a la calle. Lo perseguí durante varias cuadras antes de verlo introducirse en un piano bar. Ahí, aprovechó la ocasión para recargar con tres sorbos de coñac.

Al verse descubierto se refugió entre las cuerdas del piano. Yo sabía que la única forma de obligarlo a salir sería haciéndolo escuchar su canción favorita. El pianista empezó a tocar y de la voz de una cantante surgió el poema:

de mi pasado preguntas todo qué cómo fue

Si antes de mar debe tenerse fe / dar por un querer

La vida misma sin morir

Eso es cariño no lo que hay en ti…

El piano desafinaba a causa del Corazón que obstruía las cuerdas, cuando la cantante de voz bohemia dijo:

.. yo para querer, no necesito una razón

Me sobra mucho, pero mucho, corazón

Mi Corazón, sintió que su propio corazón se inflamaba de valor, convencido de no necesitar de la Razón, y decidió no renunciar al primer amor en su cansado andar. De un sólo impulso alcanzó la puerta rumbo a la calle.

Daba saltos y tumbos mientras aceleraba su carrera y quiero decir que iba radiante de alegría corriendo por esas calles congestionadas de gente y automóviles. Al llegar a una esquina se detuvo y muy quieto me miró de frente. Su aspecto se me hizo estremecedor, mi estómago sintió una profunda tristeza por él; los ojos abrillantados se compadecían y justo cuando la Razón estaba a punto de comprenderlo y perdonarlo, el Corazón se arrojó bajo las ruedas de un camión de basura explotando en un estallido tal, que mi oídos jamás olvidarán.

Así se intentó suicidar mi Corazón, el único que tenía.

Cuando el camión siguió su rumbo, detrás de él apareció una mano que con ternura lo levantó, lo llevó hasta su boca y de un sorbo lo engulló guardándolo en su propio corazón, era ella, la causante de su amor.

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