junio 11, 2010

La historia de Diana

POR Cristina Hernández

Diana, de 11 años, llegó a vivir con su tía cuando su madre falleció. La hermana de su madre vivía en el D.F. y parecía tener dinero, así que a la niña le pareció bien. Al principio sólo iba a la escuela, hacía de nana de su primito de dos años y algunas labores de limpieza en casa mientras sus tíos trabajaban. Más adelante se le pidió que atendiera los teléfonos celulares y anotara las citas; le pareció extraño lo que tenía que decir: el teléfono azul era para citas de 1200 pesos, el negro sólo 500 y el cuarto se cobraba aparte; no entendía muy bien de qué se trataba. Le dijeron que modulara la voz con un acento provocativo y procurara parecer de mayor edad. A ella le daba risa contestar el teléfono, pero trataba de hacerlo bien.

En un año comenzó a verse diferente, creció algunos centímetros y su cuerpo se llenó de curvas. Estaba contenta porque su tía la llenó de regalos, como cosméticos y ropa nueva adornada con colores y brillos. Le dijo que pronto ingresaría al “negocio”. Ella se emocionó, sin saber muy bien cuál era “el negocio familiar”; seguramente tendría dinero para comprar los dulces y juguetes que siempre se le antojaron.

El día de su iniciación fue doloroso; desde temprano, su tía la vistió de manera provocativa. A Diana le daba pena esa falda tan corta que apenas cubría los calzones; le enseñó a maquillarse y le explicó lo que tenía que hacer. Un hombre llegaría a la habitación; había pedido un servicio doble y su tía necesitaba que le ayudara; debía decir que tenía 18 años, quitarse la ropa y seguir las instrucciones que se le fueran dando. Se le entregó una tira de condones y hasta le enseñó cómo debía lavarse después y, sobre todo, la regla más importante: “Tú no dejas que te la metan si no te pagan por adelantado”. En ese momento la falda corta dejó de tener importancia.

Mientras su tío las llevaba al hotel, ambos intentaban tranquilizarla, no iba a estar sola y su tío, afuera del cuarto, no se retiraría de la puerta ni un momento hasta que las llevara de regreso a casa. Todo pasó demasiado rápido; al salir del hotel todos sonreían y la invitaron a cenar a una taquería que a ella le gustaba mucho. Sin embargo, Diana no sabía por qué se sentía tan mal, por qué le invadían las ganas de llorar y se sentía tan avergonzada. Su tía, al ver eso, le prometió acompañarla al otro día a esa tienda que vendía el juego electrónico que tanto le gustaba. Claro, primero tenía que hacer otro servicio y después irían.

La promesa nunca fue cumplida, pero tampoco importaba, porque ya no quería el juguete, tampoco la ropa con brillos ni entrar al “negocio”. Pero el trabajo mejoró, los teléfonos no paraban de sonar y ella no podía darse el lujo de hacer tarea o enfermarse, debía ganar el dinero que sus tíos le exigían. Sus calificaciones en la secundaria comenzaron a bajar, reprobó materias y le dijeron que no importaba, que ya no iba a necesitar la escuela. Dejó de asistir, después de todo era muy triste escuchar a sus compañeritas hablar del niño que les gustaba, de fiestas de 15 años y bailes que para ella ya no tenían sentido alguno; ya no iba sola a ningún lado, no se le permitía comunicarse con nadie y jamás le dieron algún dinero de lo que “el negocio familiar” generaba. Comenzaron a enviarla a servicios individuales, siempre custodiada por su tío, quien la esperaba a las afueras de la habitación como su carcelero.

Ella, en secreto, iba guardando pequeñas cantidades de dinero con el afán de escapar algún día de sus tíos, que ahora se habían convertido en sus captores. Un día, mientras realizaba un servicio en otro más de esos hotelitos que ya conocía como la palma de su mano, escuchó afuera de la habitación una discusión; ambos, cliente y niña, se sorprendieron por el alboroto. El encargado del lugar discutía con el tío sobre el pago del lugar, mientras veía por la ventana cómo su familiar se alejaba hacía la pequeña oficina a la entrada. Una sola idea atravesó su mente: libertad.

Sin pensarlo mucho y ni siquiera vestirse salió corriendo para sorpresa de su cliente, que se quedo ahí sin saber qué hacer; la niña corrió a esconderse entre las cortinas y los autos, ahí encontró a una pareja de jóvenes estudiantes que al verla en ese estado llorando, agitada y a medio vestir la escondieron en el cuarto para que les explicara qué ocurría.

Afuera, su tío se había dado cuenta de su huida y la buscaba desesperado. Los jóvenes escuchaban la historia de Diana y no podían creerlo; después de meditarlo un poco llamaron a la delegación para denunciar un secuestro. Las patrullas llegaron al hotel al mismo tiempo que la tía, que espantada no atinaba a entender qué sucedía en el interior, hasta que la detuvieron junto con su esposo, quien furioso les decía a los agentes que ellos habían ido a buscar a la niña rebelde porque se había escapado de la casa.

De nada le valieron sus alegatos, el testimonio del encargado y la joven pareja dieron validez a lo narrado por la pequeña; trasladaron a los tíos al ministerio público, donde se abrió una de las muchas averiguaciones previas que se inician cada día en la enorme ciudad de México por los delitos de trata de personas, corrupción de menores y lenocinio, sin que a ninguno de nosotros nos afecte mucho, ya que esta realidad se encuentra muy lejos de la comodidad de nuestros hogares, de nuestros problemas diarios.

Código Penal para el Distrito Federal.
Art. 201
Al que procure o facilite la corrupción de un menor de dieciséis años de edad o de quien no tenga capacidad para comprender el significado del hecho, mediante actos de exhibicionismo corporal, lascivos o sexuales, o lo induzca a la práctica de la mendicidad, la ebriedad, al consumo de narcóticos, a la prostitución, al homosexualismo, a formar parte de una asociación delictuosa, o a cometer cualquier delito, se le aplicarán de tres a ocho años de prisión y de cincuenta a doscientos días multa.
Art. 205
Al que promueva, facilite, consiga o entregue a una persona. para que ejerza la prostitución dentro o fuera del país, se le impondrá prisión de dos a nueve años y de cien a quinientos días multa. Si se emplease violencia o el agente se valiese de una función pública que tuviere, la pena se agravará hasta en una mitad mas.
Art. 206
El lenocinio se sancionará con prisión de dos a nueve años y de cincuenta a quinientos días multa.
Art. 207
El delito de lenocinio:
I.- Toda persona que habitual o accidentalmente explote el cuerpo de otra por medio del comercio carnal, se mantenga de este comercio u obtenga de él un lucro cualquiera;
Il.- AI que induzca o solicite a una persona para que con otra comercie sexualmente con su cuerpo o le facilite los medios para que se entregue a la prostitución;
Art. 208
Cuando la persona cuyo cuerpo sea explotado por medio del comercio carnal, sea menor de edad, se aplicará al que encubra, concierte o permita dicho comercio, pena seis a diez años de prisión y de diez a veinte días multa.

6 comentarios:

  1. Cuantas y cuantas historias podrian acumularse en torno a delitos sexuales en los que las víctimas son menores de edad. La mayoria con finales a lo mejor que se acercan o desbordan la tragedia; pero, ciertamente, es una realidad que olvidamos hasta que alguien o algo no recuerda que ahí está.

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  2. Hola Cris, efectivamente, es un problema que encontramos en nuestro entorno y por desgracia, quienes son los culpables son los mismos familiares, aunque muchas veces todas estas situaciones se deben a la crisis financiera que vive el país cada vez peor, desgraciadamente después ya es un "placer" un "negocio" como si fuera venta de chocolates, aprovechándose del poder de dominio sobre los menores y aunque hay leyes para castigar ésta y varias clases de delitos, también hay gente corrupta que "por una mordida" deja que sigan continuando dichos actos "bandálicos", porque ésto también es un crimen.

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  3. que coraje como quebrantar su vida emocional, moral y hasta espiritual por que hay escenas que no borran facilmente pobres Dianas!!!

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  4. Leo García R.junio 14, 2010

    Bien por la escritora! La bronca es que esta historia bien podría ser un reportaje =( Ojalá nos abra los ojos y nos haga reaccionar ante la serie de aberraciones que suceden diariamente.

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  5. Una historia verdaderamente impresionante y con un final feliz,final que no se ve muy frecuentemente en nuestro país y casos hay de sobra.
    En México como en todo el mundo se viven dos mundos que tienen como primordial finalidad la sobrevivencia y es la sexualidad una gran parte de ella. Muchas felicidades! es un buen escrito.

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  6. Cristina Hernández Magañajunio 20, 2010

    Gracias a todos por sus comentarios, esta historia es real, solo algunos detalles y los nombres han sido cambiados. Aprecio a todos el haber leído esta historia y espero les gusten las siguientes. Espero sus comentarios, criticas y colaboraciones. Un abrazo.

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