Por Ximena de la Cueva
Estoy solo en el grito inesperado
que lanzo en mi sabor de oscuridades
para llenar de voz mis soledades
y revivir mi ser deshabitado.
—Elías Nandino—
Nuestra existencia se expresa en primera y última instancia a través del cuerpo; es así como nos conocemos y reconocemos; lo mismo sucede con nuestro entorno, donde además ubicamos a aquellos que en algún momento llamamos “los demás” y en otro pueden ser parte del “nosotros” y, al menos fugazmente, hasta del yo que nos conforma.
Esta disposición mental del ambiente incluye la concepción del erotismo y en este punto en particular, es donde la presencia y las acciones del “otro” resultan fundamentales para aclarar y confeccionar con más precisión la idea de nuestro yo.
Si decidimos ponernos prácticos, podemos empezar por considerar que tanto los que ofrecen como los que solicitan sexo con la mediación de un pago son parte de una transacción en la que se busca seguridad en más de un sentido, y dentro de ello está la satisfacción económica (pago justo). Este intercambio implica bienes materiales claramente preestablecidos y casi siempre limitados a cantidades específicas de dinero, y en el caso del uso del teléfono como medio de soporte comunicativo, por tiempo invertido. Un tema aparte, es la problemática de la explotación de las personas que ofrecen el servicio, pues resulta difícil ser un trabajador independiente por más de una razón; en concreto, para ofrecer sexo remunerado vía telefónica es indispensable contar con una infraestructura comercial, es decir, no basta un aparato telefónico, es necesario un sistema que vincule comercialmente la línea, para pagar y cobrar el servicio.
Las implicaciones de anonimato en este encuentro entonces se distienden y el viaje al interior se vuelve aún más atractivo, porque no hay un vínculo cara a cara ni siquiera en el momento de la transacción, lo cual genera una situación que resulta excelente para una sociedad donde la culpa estructura en gran medida las relaciones sociales y ya más cercanamente, las corporales. Este medio admite y propicia la ficción desde el primer contacto, ya que las fotografías publicitarias, cuando existen, difícilmente pertenecen a los trabajadores que ofrecerán el servicio y el cliente puede también fingir abiertamente, pues difícilmente quedará evidenciada cualquier cualidad individual, más allá de las que intervengan en el discurso que se construya a lo largo de la sesión.
Dentro de toda esta maraña de transacciones, hay más elementos y resulta interesante considerar que, en palabras de un consumidor satisfecho, “los buscadores de sexo telefónico quieren asegurarse de obtener placer, pero también cuidan sus ingresos y les interesa protegerse del phishing, el pharming y la clonación de tarjetas”, por lo que una de las principales maneras de elegir el sitio adecuado es preguntar a personas conocidas; en resumen, “la información circula de boca en boca”, aunque esto parezca incongruente con el supuesto anonimato implícito. El escenario que más comúnmente se construye mentalmente para estas empresas es un call center con una decena de cubículos donde trabajan personas de diferentes edades respondiendo llamadas, o espacios familiares donde cualquier miembro puede dedicarse por unas horas a usar el teléfono como generador de sustento económico; la realidad material puede ser tan radicalmente distinta como las historias adyacentes lo permitan.
En esta búsqueda de placer y compañía, la oralidad juega el papel preponderante. Esta característica de nuestro desarrollo social, que se refiere a una forma de comunicación donde el vehículo es la palabra, despierta la memoria, pero en el caso del uso de la línea telefónica “sexual”, además se activan mecanismos de autoerotismo en los que participa el conocimiento y reconocimiento del cuerpo, el propio, a veces el más amado y procurado, a veces el más detestado, pero no por eso menos cálido.
Las variantes de los “hotlines” incluyen relatos eróticos pregrabados, sonidos de personas en los que se evidencian relaciones sexuales y la más socorrida, pláticas conducentes a la excitación a través del encuentro con referentes eróticos específicos para cada usuario. Aquí el tiempo juega su parte, pues los actores sexuales pueden ofertar o solicitar acciones materiales específicas sólo mediante la evocación, así que habrá que imaginar una felación en ambos lados de la línea y enriquecerla con torrentes de palabras que consumirán los minutos por los que se pagará.
En los bordes del proceso generador de placer, es posible encontrar el combustible principal de estos escenarios eróticos: las diferentes formas de ausencia y presencia, principalmente en el concepto y la carga emocional del cliente. Es aquí donde interviene la chispa de la satisfacción alucinatoria, que incluye no sólo la excitación del cuerpo, sino un evento recreado mentalmente con elementos subjetivos que enriquece, por decisión, las situaciones conductoras a la dilatación de la pupila, el aumento del ritmo cardiaco y de la temperatura corporal. En la activación del mecanismo precursor de este conjunto de sensaciones cada persona juega diferente, debido a que en la memoria existen referentes específicos de las historias individuales, que serán los que se impulsarán y provocarán la adictiva situación alucinatoria, donde un “extraño” interpreta el papel solicitado y usa el espacio imaginado para llenarlo de señales aderezadas con los tonos y ritmos pertinentes. Finalmente, de qué estamos hechos si no es de fluidos objetivos y subjetivos; qué puede caracterizarnos más precisamente si no es nuestro ritmo a lo largo de los encuentros con los demás.
Estas opciones de relaciones eróticas, que incluyen el sexo telefónico y a través de la red, sea con complejos dispositivos materiales o sin ellos, están modificando la forma de concebirnos como individuos y como grupo: hay una transformación del concepto de quiénes somos como personas, cuáles características realmente son parte constitutiva de cada quien y cuál es el papel del cuerpo en la complicada construcción de la existencia.
Lo único que puede en este caso considerarse una limitante, es el canal de comunicación, pero es bien sabido que la experiencia puede ser tan amplia como la persona misma, con su origen y torturas, su historia y sus carencias, por lo que la transferencia de mensajes, codificación de expectativas y decodificación cultural de los contenidos, bien pueden evidenciar la riqueza sensual y permisiva de nuestras posibilidades eróticas.
Así, con el cuerpo dispuesto y disponible, entramos en la geografía de la seducción. Recorremos, construimos y reconstruimos con palabras las representaciones que culturalmente sumamos a nuestra sensualidad y a las pieles que ofertamos y anhelamos, y es en este recorrido donde ampliamos las experiencias capaces de desbordar las fronteras corporales.
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