junio 04, 2010

Descubiertos

POR Óscar Garduño Nájera

1
Cuchillo pide la palabra. Dice que de tanto permanecer sucios su brillo de alta nobleza terminará por opacarse. Pide la palabra Tenedor: dice que él está de acuerdo, “hay que hacer algo, ya está bien de que a mí me agarren como se les dé su regalada gana”. Frente a él se encuentra Cuchara, quien después de escuchar gritos pide orden en la sala.
Los demás guardan silencio.
Cuchara abre la boca y dice que “no hay que ser malagradecidos con los que tantos cuidados nos han procurado; es cierto”, dice, “que a veces son ingratos y hasta sucios, y que de vez en cuando nos avientan sin lavar a cualquier fregadero, pero es también gracias a ellos que descansamos aunque sea unos cuantos segundos sobre la tela algodonada de cualquier mantel”. “¡Éste ya se vendió!, ¡éste ya se vendió!”, grita Cuchillo. Tenedor pregunta: “¿A quién eligen?”

“¡Cuchillo!, ¡cuchillo!”

“¡Gané!, la venganza da inicio”, dice Cuchillo.

2
Fernanda intuye que Ismael quiere algo con ella. Lo ha visto en su mirada, en la forma en la que le habla. Por eso, cuando él llegó y le dijo que iba a preparar toda una cena especial para ella, Fernanda casi se vuelve loca, pues pretendientes precisamente no le sobran. Por supuesto que aceptó. Quedan entonces para la siguiente semana. Con mano titilante Ismael le escribe en una servilleta la dirección de su departamento y le da referencias para llegar. A las siete, enfatiza con el rostro colorado como jitomate. Fernanda dice que ahí estará, puntual.

3
Pasan los días e Ismael no logra conciliar el sueño. Cierto que le gusta Fernanda, pero teme un rechazo; para él no es nada sencillo estar frente a una mujer y menos en una cita. En una de esas se levanta de la cama, camina hasta la cocina, se recarga en la estufa y piensa en lo que dará de cenar, incluso cuando reconoce que pensar en eso a las tres de la mañana es francamente estúpido. Luego de auto sugerirse pasta con verduras al horno (ahora que el kilo de carne anda por las nubes), piensa en la manera en que pondrá la mesa. Va más allá: saca un mantel, lo extiende sobre la mesa y durante algunos segundos lo admira. Luego saca un plato, lo gira y se siente bien al descubrir que esa es la posición correcta, frente a un florero con rosas que piensa poner para la cena, ¿o velas? Viene lo de los cubiertos. Abre un cajón situado en una cajonera al lado de la estufa y los revisa: cuchillo, bien; tenedor, bien; cuchara, bien; bueno, la cuchara no piensa ponerla, porque no se va a utilizar, pero el cuchillo sí. Alza el tenedor y lo pone frente a la luz del foco encendido. “No es posible, no es posible”, se repite al descubrir que tiene manchas sobre el brillo perfecto del metal. Saca otro, y otro, y otro, y con todos (cuatro) pasa lo mismo aun después de mucha agua y jabón.

Regresa a la cama más preocupado que al inicio: en cuanto Fernanda vea los cubiertos pensará que es un hombre descuidado. Cierra los ojos y antes de dormir, lo último que piensa es comprar otro paquete de cubiertos cuanto antes.

4
Por fin llega la tan anhelada noche e Ismael tiene todo listo. A la pasta con verduras al horno ha decidido agregar pescado (por recomendación de mamá y por una oferta en el supermercado), preparado previamente con la receta secreta de la abuela (mamá insistió en que no falla para una primera cena).

Suena el timbre del departamento. Ismael abre la puerta y Fernanda aparece, enfundada en un vestido rojo carmín ajustado.

Después de dos copas de vino pasan a la mesa mientras hablan de tonterías: el jefe de piso en el trabajo, amigos en común. “Después de la cena”, piensa Ismael, “será buen momento para decirle lo mucho que me gusta”.

5
En cuanto Fernanda quiere coger el Tenedor, éste se arrastra ligeramente. Fernanda mueve la mano, lo alcanza y de nuevo Tenedor escapa de entre sus dedos. Ella mira a Ismael y piensa que es una muy mala broma, pero en cuanto ve que Ismael está de rodillas persiguiendo a Cuchillo, realmente se asusta. Los dos permanecen en silencio. Él no dice nada porque lo que menos quiere es echar a perder la cena; ella porque en primer lugar no sabe qué diablos decir, y porque está francamente aterrada.

Cuchillo y Tenedor siguen por debajo de la mesa y es como si alguien los jalara desde otro punto del departamento con un hilo mágico.

Los dos ya hincados a un lado de la mesa y las nalgas de Fernanda casi frente al rostro sorprendido de Ismael, quien sigue comentando lo del jefe de piso.

Justo cuando Cuchillo y Tenedor parecen echar carreritas, los dos rostros se encuentran y se unen en un beso, sencillo, luego ya francamente apasionado. Ruedan por la alfombra y se olvidan de Tenedor, de Cuchillo y del pescado (hasta que la casa se llena de humo, por supuesto).

Mientras tanto, los cubiertos hacen el coraje de sus vidas y deciden no volver a rebelarse, vivir en la sumisión y oscuridad totales.

2 comentarios:

  1. Muy bueno! pobre pescado, víctima de la rebelión! je je

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  2. wow Oscar Bravo me encanto...Nan Gama

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