julio 05, 2010

Eva: El uno conjugado

Por Ximena De la Cueva

Sobre la base que proporciona la Biblia, como libro histórico, la imagen, naturaleza y significado de Eva coinciden en identificarla como la primera mujer, el primer óvulo factible. Dios hizo al hombre en el quinto día de la Creación para poner orden en el Paraíso Terrenal y después de que este primer hombre, llamado Adán, diera nombre a cada una de las criaturas que con él habitarían el Paraíso, se durmió por cansancio. Dios aprovechó y posiblemente hasta provocó el momento para extraerle una costilla y de ahí formó a Eva, la que sería su compañera.

Ambos compartieron la situación paradisíaca de la desnudez, que incluía seguir los designios de ser una sola carne, hasta que el demonio paseó ante Eva la posibilidad de desatender otros designios divinos donde se hablaba de no tocar los frutos del Árbol de la ciencia del bien y del mal, muchos menos llevárselos a la boca. Eva probó el fruto y se lo ofreció a su marido, quien también lo probó.

Esto provocó que Dios los juzgara por separado y a Eva le dijo, a manera de castigo:

“Multiplicaré los trabajos de tus preñeces.
Parirás con dolor los hijos
Y buscarás con ardor a tu marido,
Que te dominará.”

Después los expulsó por su desobediencia y una vez fuera del Paraíso, Eva tuvo con Adán varios hijos, aunque los nombres que da la Biblia son sólo Caín, Abel y Seth.

Aquí termina la historia, aunque para ser más precisos habría que decir que es este el punto donde se ubica, incluso geográficamente, el principio de todo lo que, como occidentales y cristianos, somos sobre la faz de la Tierra, para conservar la terminología bíblica. Eva, la primigenia, que sentía por vez primera e inaugural, la arena y el agua bajo su planta, recibió como castigo por parte de su amado creador, el deseo, el dolor y la muerte.

Habría que pensar que en un sitio como ese, en el que, según diferentes estudios, permanecieron Adán y Eva entre uno y siete días, había tiempo para la meditación, la filosofía y la contemplación, sólo que la inocencia les impedía considerar la viabilidad del cambio de perspectiva y por lo mismo, de conciencia que les hiciera saber que esas largas horas de reposo y retruécanos mentales eran el antecedente de tesis filosóficas de Hipona o de Sor Juana.

Eva fue dotada, de inicio, de curiosidad para poder ser la recolectora por excelencia, indispensable para acompañar al hombre inaugural. No sería cazadora ni pescadora, su primera labor fue segar lo que Adán aún no sabía que podía domesticar por medio de la siembra y aún era silvestre, como ellos. La Eva original fue recolectora y Adán, el macho alfa que salía a cazar cada tercer día. Eva recorría larguísimos trayectos para conocer el terreno y a cada uno de sus habitantes, animales y vegetales con sus coloraciones, texturas y efectos sobre sí misma. Ella era la medida de todas las cosas. Con un poco más de tiempo, se hubiera apellidado Linneo y habría hecho las cruzas pertinentes para perpetuar no sólo su especie, sino muchas otras novedosas y atractivas a los comensales paradisíacos.

En sus andanzas, Eva conoció al demonio Asmodeo (según algunas versiones) o a cualquier otro (que lo decida quien lea estas líneas), lo mismo que a los querubines y demás criaturas mitológicas. Sin embargo, fue Asmodeo quien gozó de su compañía y plática cotidiana, pues los demás seres alados y celestiales carecían de cerebro y voluntad, y eso a Eva le desagradaba, pues era imposible discutir o aprender algo de ellos. Sucede que empezaba a llamarle la atención esa capacidad alterna de ver y caminar un tanto más allá de los límites, siempre para proveer y encantar a su otra parte, con el que sin conflicto, era uno.

Eva tenía diario, frente a sí, la perfección histórica y biológica; qué más podía hacer si no sucumbir a las palabras de la serpiente que era una magistral narradora de historias, pues conocía al Creador antes que ella y lo había escuchado trabajar sobre su misma obra. Sabía de las posibilidades eróticas de Adán por las pláticas de Dios consigo mismo, y el demonio bífido se lo comentó veladamente a lo largo y ancho de las noches y los días. Sin mayores reflexiones, llegó a la conclusión de que si Dios era la fuente primordial del conocimiento, y todo eso en conjunto había tomado forma en su compañero, era lógica su fascinación por él y su apertura a las historias demoníacas que abrían puertas al conocimiento alterno de Adán. Pasaron los días que la serpiente tenía perfectamente cuantificados, finalmente se acercó más lascivamente que de costumbre a Eva y le susurró el ilustre ensalmo contra la ignorancia: “No moriréis; es que Dios sabe que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal.” Eva intuía (como otra forma de conocimiento), como parte de su feminidad, que el demonio decía la verdad y si algo quería ella, era quitarse la venda de los ojos para ver al verdadero Adán que tanto le había descrito la serpiente, tener la posibilidad de conocer, de aprender verdades y decidir cuáles creer y emitir juicios de cualquier naturaleza a voluntad.

Por otro lado, cuánto tiempo habría aguantado Adán observando, sintiendo a Eva sin desear cubrirla para después descubrirla y poseerla. El deseo invade, para empezar, el pensamiento, que es el que en primera instancia Yahvé tenía controlado. Una vez libre, fue posible la imaginación y la búsqueda de universos corporales. Eva le había dado la vista.

Una vez fuera del Paraíso, Eva pudo someterse voluntaria e irónicamente, a un Adán ahora capaz de transformarse y transformarla, de hacerla concebir no sólo por mandato, sino por voluntad y por fallas en los cálculos lunares.

Al saberse alegoría, y que su existencia perviviría, Eva decidió, finalmente, otorgar a su marido la llave de su propio paraíso y fue entonces cuando comenzó el verdadero caos, porque Adán no pudo evitar masacrar a su complemento. La violencia hizo presa de su corazón, ya de por sí cautivo y sometió a cuanta Eva conoció a diestra y siniestra. Eva supo, desde entonces, que ese camino sería el verdaderamente arduo, pues habría que luchar por años contra sí misma para evitar repetir patrones que la encerraban en una burka o en los pasillos de las delegaciones de policía, donde se le interroga por haber provocado violaciones multitudinarias y asesinatos al norte de países amplios y fervientes.

Eva permanece en la búsqueda, en la gestación de un mundo en el que la verdad sea empleada, no regalada; utilizada, no ocultada y mucho menos condenada.

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