mayo 14, 2010

Los brazos de otro

POR Miguel Ángel Quemain
Para JL y K, fieles a sí mismos

Ella dejó de serle infiel cuando Él le confesó que le excitaba mucho verla en brazos de otro. “En brazos de otro” era un decir pues lo que ella hacía con ese cuerpo ajeno (habría que referirlo en plural por su número aunque su representación siempre fuera la misma) era intercambiar fluidos, humores y hasta palabras que todavía hace algunos años la ruborizaban.
Infiel es aquel que ha perdido la fe en algo o en alguien. Los rituales han perdido su sentido y se realizan de una manera mecánica, sin esperar nada de ellos. Pero Ella se situaba en las antípodas, incluso había recuperado una fe que consideraba perdida porque con ella se conectaba con un cuerpo propio que en otro tiempo sintió en el abandono.
Que otros hombres poblaran su vida era un acto de fidelidad a ese mundo de imágenes que había construido con Él y que repasaban juntos tratando de despojarlo de las repeticiones que caracterizan a las ceremonias del porno.
A pesar de que grababan y fotografiaban las sesiones donde ella era plenamente atendida por otro o por otros, donde ella retribuía los favores recibidos sin pensar en ningún equilibrio ni de orden geométrico ni aritmético, lo que verdaderamente los encendía era el recuerdo al que convoca la ejecución verbal. Las imágenes que se presentaban frente a ellos eran las elaboradas con destreza verbal, con el atrevimiento de descubrir el cuerpo amado en poder de otro, fascinado en extremo por sus desadjetivadas argucias.
Cuando compartió con su amiga L la visión de estas representaciones escénicas frente a su amado, notó un extraño mohín que podía repartirse entre el asco y el susto. Ella se representaba con desprecio y odio las escenas donde su amado llegaba a su casa, saludaba a su esposa y besaba a sus niños. Sabía que era una especie de amor que se volvió obligado y que contrastaba con sus pasiones hoteleras que ahogaban, entre gemidos auténticos y fingidos, los tiempos muertos, las escapadas de la oficina donde eran mirados, criticados y admirados por su infidelidad desafiante.
Para ella era lo mismo, su esposo, ese amigo querido, el padre de sus dos hijas, no se daba cuenta de esa doble vida, de esa pérdida de la fe en que se habían convertido sus mecánicos encuentros. Es una mujer “infiel” como todos los que “nos casamos muy jóvenes”, los que “confundimos nuestra pareja con una promesa que nos llevará lejos de nuestro mundo doméstico de la infancia”.
Todos los viernes L trata de recuperar la fe de hotel en hotel. El le ha prometido que dejará a su esposa, ella que en cuanto le diga “hoy” recogerá sus cosas, le dará un beso a sus niñas y se perderá para siempre en la prometedora continuidad de Tlalpan.

2 comentarios:

  1. Bonito "cuento", interesante análisis de las relaciones humanas y de pareja, un eros que no acabamos de entender...

    ResponderEliminar
  2. Fe igual a Amor? Si hay algo que le admiro a la gente infiel es su fe, fe en que en algun lugar del mundo debe estar esa persona para la cual ha nacido, su otro yo, su media naranja... ingenuos!

    ResponderEliminar