mayo 14, 2010

La Infidelidad femenina

Por Ximena De la Cueva
NINFOMANÍA
Te tuve entre mis manos:
La humanidad entera en una nuez.
—Rosario Castellanos—


El amor, la sensualidad, las expresiones de cariño y de atracción erótica son adoquines en nuestro camino como sociedades humanas; sus matices están dados por características que compartimos como grupo y que enfatizamos o ignoramos como individuos. Como parte del conjunto de sensaciones y actitudes relacionadas con ellas, existen conductas que las expresan de manera más clara y provocan que las personas sean señaladas como seres sexuales y sexuados, para bien y para mal, según la época de la pupila y el dedo de quienes señalan, es decir, esas clasificaciones están más relacionadas con la forma en que se percibe a las acciones, que con su presencia.
La infidelidad se vive, se percibe y concibe de maneras distintas, siempre permeadas por la cultura de quien la experimenta en cualquiera de las tres posiciones para ello dispuestas. La mujer infiel construye su infidelidad desde el encuentro con la posibilidad del primer atisbo de zambullirse en ella, hasta la concreción que abre otras opciones a su cotidianidad. Esta acción, que se vuelve un conjunto de realidades y actividades diarias, sea llamar o no llamar, ver o no ver, pero eso sí, siempre sentir.
Esta “transgresión”amorosa es tratada por las participantes desde varios planos; se desmenuza tanto en la mesa donde se comparten las novedades y anhelos existenciales con las amigas, hasta en el sofá donde la encarnan con el sujeto de deseo. De cualquier manera, éste será un acontecimiento que, sea efímero o prolongado, absurdo o estable, marcará la epidermis sensual y el concepto que de sí misma tenga la protagonista.

Evolución humana o la recolectora infiel
Si partimos del hecho de que, en cuanto a cantidad de tiempo, hemos sido cazadores recolectores la mayor parte de nuestra estancia sobre el planeta, tal vez la imagen que tenemos de nuestro desempeño sexual se modifique. De inicio, las mujeres invierten mucho más tiempo y energía que los hombres en la reproducción, simplemente por incluir la producción del óvulo, la gestación y la crianza, lo que se refleja también en las estrategias reproductivas en primera instancia, y en la búsqueda de cópula placentera en segunda instancia. Es por esto que se eligen parejas adecuadas no sólo para la gestación, sino también para la crianza, y las características genéticas deseadas se relacionan con resistencia corporal, intelectual, estética e incluso emotividad.
Si esto es así, entonces, en términos biológicos, ¿por qué una hembra no elige siempre al mismo macho y por qué no todas las hembras eligen al mismo macho? La respuesta pide simplemente que tengamos presentes los cambios y la diversidad en los grupos, tanto en los más cercanos y pequeños, como en los más grandes, que son las sociedades.
La pluralidad empieza por proveer y moldear las perspectivas e ideología de los miembros que las conforman y en consecuencia, el deseo, de modo que la historia de vida y las características físicas hacen que una mujer elija al hombre para cada momento de su vida, pues la única monogamia comprobada como característica humana a partir de bases biológicas, es la serial.

Ayeres más cercanos o la reflexión pélvica
Los conceptos y los códigos de expresión amorosa han cambiado a lo largo de los siglos, de modo que los besos y el concubinato han adquirido distintas tesituras, para adecuarse a las necesidades de las sociedades y cumplir con sus condiciones históricas. En Europa, en el siglo XVII, la pasión resultaba insuficiente para establecer una relación de pareja consensuada que implicara amor, por lo que los compromisos maritales se basaban una serie de eventos que poco tenían que ver con las respuestas hormonales ante el desfile de hombres aptos para el compromiso atemporal.
Fue hasta el siglo XVIII cuando la reflexión llegó a sentarse en el trono de la forma de pensar e interpretar el mundo y se definió que el significado del amor implicaba sensualidad, lo que terminó separando esta forma de pensar de la mera sexualidad, y por ende la infidelidad adquirió otro sentido. Esta nueva ventana al encuentro de los cuerpos colocó a la mujer en una situación que, aún en contra de las normas sociales que le indicaban permanecer indefinidamente con su marido, también le abrieron la posibilidad de especular y decidir tener un amante como parte de su búsqueda personal. La era del Romanticismo es el Cancerbero que vigila la entrada a todas nuestras decisiones.

La búsqueda del yo en el río
Se dice que alguien o algo es fiel cuando es puntual, preciso, exacto, y en consecuencia, raya en la perfección, que por definición resulta inamovible. ¿Quién entonces, en su sano juicio, querría o tendería a la estática perfecta?, ¿quién, que además geste la vida en su cuerpo y que a diario observe transformaciones orgánicas en su interior y superficie podría siquiera imaginarse inactiva?
Hoy sabemos que la infidelidad implica voluntad, y sería posible decir que su ontología va de la mano de la búsqueda de la identidad, a través del encuentro con el nuevo sujeto de deseo, aquel o aquella que escapan al pasado que se construyó con la pareja original que “padece” el evento.
Una característica humana, también prudentemente estudiada, es la necesidad de individuación, que en ocasiones se diluye en relaciones largas, de modo que la búsqueda se reinicia y resulta fascinante percatarse de que la Ítaca a la que alguna vez se llegó se modificó y partió hacia otras latitudes. Sucede entonces que la posibilidad latente de un nuevo encuentro con un puerto diferente, mantiene el brillo en la mirada de las mujeres que gritan o esconden su aventura, pero la siguen y la colman de confidencias corporales para construir una complicidad sobre otra base. Y como regalo contradictorio del reflexivo 1789, las expresiones que se producen a partir del descubrimiento de los infieles, sea por voluntad de estos o por descuido, son básicamente emotivas.
La mujer infiel encarna a uno de los amorosos de Sabines, un ser dotado de fibras que la conducen a la búsqueda de su pupila reflejada en la pupila ajena, al encuentro del reconocimiento de los contornos personales a través de las travesías de los dedos del amante, para reconstruirse como unidad sensual y reflexiva, que se entrega a la contraparte elegida.

3 comentarios:

  1. Y es el molde de la cultura el que hace que todo se centre en el concepto "amor"... como si el deseo, cariño a otra persona, le quitara a la "pareja" lo que se le da...Por eso a la mujer le cuesta tanto trabajo hacer a un lado la "fidelidad"?

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  2. Balbina, parece que los patrones culturales definitivamente marcan pautas de conducta, que tiene como base la conceptualización, en este caso, el concepto de amor. Por supuesto eso también matiza lo que sentimos, que resulta, además, fundamental para nuestra forma de existir y convivir.
    Muchas gracias por compartir.

    Ximena De la Cueva.

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  3. la infidelidad había sido estereotipada y aplaudida por los hombres...en los hombres,sin embargo las mujeres somos esa ocasión ordinariamente extraordinaria que los lleva al jaque-mate---victimos y victimarias"¡¡?

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